La Identidad es uno de los elementos centrales de la cultura humana. Es decisivo
saber quién se es, saber para qué se es, saber qué igualdades y qué diferencias
se tienen con los demás seres que la persona encuentra en su trayectoria por la
vida. Nada tiene consecuencias más distorsionadoras de la Cultura -y de los
restantes elementos que la conforman- que la carencia de un sentido de la
Identidad o que la ruptura de las convicciones que la conforman.
Toda la Enseñanza debe fundarse, entonces, sobre la Identidad.
Puede tener éxito un sistema educativo cuando parte de premisas intransables
sobre el ser de las cosas, sobre la naturaleza de las personas; por el
contrario, el fracaso está asegurado si el escepticismo es el modo en que se
enfrenta la Identidad propia y la Identidad de todo lo real. Lo peor que un
profesor puede decir no es “No sé” sino, “No se puede saber”.
Así queda inserta la Enseñanza en la Tradición, porque no sólo se
enseña lo que las cosas son, sino el modo concreto como en una determinada
sociedad se las aprecia y matiza, así como la manera en que se las ha
transmitido. Profesores son, en primer lugar, los abuelos; en segundo lugar los
poetas populares; y en tercer lugar venimos los demás, que haremos buena
Enseñanza si la insertamos en las vertientes de la Tradición.
Y así se constituye el Patrimonio, que es mucho más que edificios o
bosques. Es toda la acumulación de los oficios paternos, de todo lo que entrega
paternidad. Un nuevo criadero de animales, bien planificado y bien desarrollado,
es también Patrimonio empresarial, porque funda un modo de hacer, inaugura una
línea de comportamientos.
Fue Sabiduría lo que pidió Salomón. Como acumulación, es el modo de
articular Identidad con Enseñanza, con Tradición y con Patrimonio. Como actitud
vital diaria, se expresa culturalmente en la proporción, la armonía y el
equilibrio; en el juicio y en el consejo.
Gonzalo Rojas Sánchez
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