Director de la revista Diplomacia Siglo XXI y autor del libro Llamada a una Patria dormida, Santiago Velo de Antelo es licenciado en Políticas y en Empresariales. Acaba de publicar La Virgen que veneró Juan Pablo II (Homo Legens), sobre los fenómenos extraordinarios ocurridos desde 1995 en Civitavecchia (Italia), donde una estatua de la Virgen de Medjugorje lloró sangre en 14 ocasiones. Su resumen es que se trata de mover a la penitencia.
-¿De dónde viene su interés por este tema?
-Fui como peregrino a Civitavecchia en 1995, cuando empezaron a ocurrir estos sucesos. El libro surgió porque el año pasado me enteré de que Juan Pablo II creía en lo que estaba sucediendo, que veneró la imagen rezando ante ella y llegó a firmar un documento donde avala todos los sucesos.
-¿Cuál es el mensaje de estas apariciones?
-Los mensajes son similares a los de Medjugorje, incluso más a los de Fátima. No se descubre nada nuevo, pero al ocurrir todo dentro de una familia, un matrimonio con sus hijos, es un mensaje muy dirigido a la familia, por todo lo que está ocurriendo con las separaciones, el divorcio, el aborto. Seis de las 14 lacrimaciones se producen en el día que en Italia se dedica a la defensa de la vida. Por otro lado, el que una de las lacrimaciones se produzca en manos del obispo del lugar es una llamada a la conversión y la penitencia para el clero.
-¿Hay mensajes ‘tremendistas’?
-Los mensajes son una advertencia, en términos coloquiales diría para ponernos las pilas. En ningún momento se dice lo que va a pasar, pero sí que estamos en camino de ello. Se habla de una posible nueva guerra mundial, una guerra nuclear, pero todo eso se resuelve con la conversión.
-¿Existe un peligro de que la gente se quede en lo espectacular y se olvide de lo esencial?
-Sí. Hay que tener en cuenta que ha habido 90 mensajes a la familia y no podemos quedarnos sólo con lo tétrico o dramático, entre otras cosas porque nunca se dice que va a pasar, sino que por esta vía nos estamos equivocando. Es un mensaje de conversión, una llamada a volver a las raíces del Evangelio. Son advertencias, signos que no infunden temor sino alegría.
-¿Estos mensajes se pierden en ocasiones por las discusiones en torno a su autenticidad?
-La Iglesia analiza estos fenómenos rigurosamente, y antes de manifestarse sobre su carácter tiene que esperar a que hayan terminado esas manifestaciones.
-¿Casos como el de El Escorial se están gestionando bien?
-La cantidad de conversiones que hay, que haya una comunidad religiosa, indica que algo hay, y la aprobación de la capilla es un primer signo de que la Iglesia lo mira con buenos ojos.
-¿La Virgen se acerca con estas apariciones a la gente que es reacia a las vías normales de la práctica religiosa?
-Quizá por eso el clero las mira con recelo. El propio obispo de Civitavecchia se lamentaba en su diario de que la gente “se inventara” esas cosas. Es lógico, porque la prudencia es muy importante. Hay mucha gente a la que las apariciones no les dice nada, que no las necesita. Pero hay otros a los que les hace un bien, cristianos que vivían como paganos y que gracias a ellas se convierten.
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