Nació en Lourdes (Francia) en 1844. Hija de padres
supremamente pobres. En el bautismo le pusieron por nombre María Bernarda
(nombre que ella empleará después cuando sea religiosa) pero todos la llamaban
Bernardita.
Era la mayor de varios hermanos. Sus padres vivían en un
sótano húmedo y miserable, y el papá tenía por oficio botar la basura del
hospital. La niña tuvo siempre muy débil salud a causa de la falta de
alimentación suficiente, y del estado lamentablemente pobre de la habitación
donde moraba. En los primeros años sufrió la enfermedad de cólera que la dejó
sumamente debilitada. A causa también del clima terriblemente frío en invierno,
en aquella región, Bernardita adquirió desde los diez años la enfermedad del
asma, que al comprimir los bronquios produce continuos ahogos y falta de
respiración.
Esta enfermedad la acompañará y la atormentará toda su vida.
Al final de su existencia sufrirá también de tuberculosis. En ella se cumplieron
aquellas palabras de Jesús: "Mi Padre, el árbol que más quiere, más lo poda (con
sufrimientos) para que produzca más frutos" (Jn. 15).
En Bernardita se cumplió aquello que dijo San Pablo: "Dios
escoge a lo que no vale a los ojos del mundo, para confundir las vanidades del
mundo". Bernardita a los 14 años no sabía leer ni escribir ni había hecho la
Primera Comunión porque no había logrado aprenderse el catecismo. Pero tenía
unas grandes cualidades: rezaba mucho a la Virgen y jamás decía una mentira. Un
día ve unas ovejas con una mancha verde sobre la lana y pregunta al papá: ¿Por
qué tienen esa mancha verde? El papá queriendo chancearse, le responde: "Es que
se indigestaron por comer demasiado pasto". La muchachita se pone a llorar y
exclama: "Pobres ovejas, se van a reventar". Y entonces el señor Soubirous le
dice que era una mentirilla. Una compañera le dice: "Es necesario ser muy tonta
para creer que eso que le dijo su padre era verdad". Y Bernardita le responde:
¡Es que como yo jamás he dicho una mentira, me imaginé que los demás tampoco las
decían nunca!
Desde el 11 de
febrero de 1859 hasta el 16 de julio del mismo año, la Sma. Virgen se le aparece
18 veces a Bernardita. Las apariciones las podemos leer en detalle en el día 11
de febrero. Nuestra Señora le dijo: "No te voy a hacer feliz en esta vida, pero
sí en la otra". Y así sucedió . La vida de la jovencita, después de las
apariciones estuvo llena de enfermedades, penalidades y humillaciones, pero con
todo esto fue adquiriendo un grado de santidad tan grande que se ganó enorme
premio para el cielo.
Las gentes le llevaban dinero, después de que supieron que
la Virgen Santísima se le había aparecido, pero ella jamás quiso recibir nada.
Nuestra Señora le había contado tres secretos, que ella jamás quiso contar a
nadie. Probablemente uno de estos secretos era que no debería recibir dineros ni
regalos de nadie y el otro, que no hiciera nunca nada que atrajera hacia ella
las miradas. Por eso se conservó siempre muy pobre y apartada de toda
exhibición. Ella no era hermosa, pero después de las apariciones, sus ojos
tenían un brillo que admiraba a todos.
Le costaba mucho salir a recibir visitas porque todos le
preguntaban siempre lo mismo y hasta algunos declaraban que no creían en lo que
ella había visto. Cuando la mamá la llamaba a atender alguna visita, ella se
estremecía y a veces se echaba a llorar. "Vaya ", le decía la señora, ¡tenga
valor! Y la jovencita se secaba las lágrimas y salía a atender a los visitantes
demostrando alegría y mucha paciencia, como si aquello no le costara ningún
sacrificio.
Para burlarse de ella porque la Virgen le había dicho que
masticara unas hierbas amargas, como sacrificio, el sr. alcalde le dijo: ¿Es que
la confundieron con una ternera? Y la niña le respondió: ¿Señor alcalde, a usted
si le sirven lechugas en el almuerzo? "Claro que sí" ¿Y es que lo confunden con
un ternero? Todos rieron y se dieron cuenta de que era humilde pero no era
tonta.
Bernardita
pidió ser admitida en la Comunidad de Hijas de la Caridad de Nevers. Demoraron
en admitirla porque su salud era muy débil. Pero al fin la admitieron. A los 4
meses de estar en la comunidad estuvo a punto de morir por un ataque de asma, y
le recibieron sus votos religiosos, pero enseguida curó.
En la comunidad hizo de enfermera y de sacristana, y después
por nueve años estuvo sufriendo una muy dolorosa enfermedad. Cuando le llegaban
los más terribles ataques exclamaba: "Lo que le pido a Nuestro Señor no es que
me conceda la salud, sino que me conceda valor y fortaleza para soportar con
paciencia mi enfermedad. Para cumplir lo que recomendó la Sma. Virgen, ofrezco
mis sufrimientos como penitencia por la conversión de los pecadores".
Uno de los medios que Dios tiene para que las personas
santas lleguen a un altísimo grado de perfección, consiste en permitir que les
llegue la incomprensión, y muchas veces de parte de personas que están en altos
puestos y que al hacerles la persecución piensan que con esto están haciendo una
obra buena.
Bernardita tuvo por superiora durante los primeros años de
religiosa a una mujer que le tenía una antipatía total y casi todo lo que ella
hacía lo juzgaba negativamente. Así, por ejemplo, a causa de un fuerte y
continuo dolor que la joven sufría en una rodilla, tenía que cojear un poco.
Pues bien, la superiora decía que Bernardita cojeaba para que la gente al ver
las religiosas pudiera distinguir desde lejos cuál era la que había visto a la
Virgen. Y así en un sinnúmero de detalles desagradables la hacía sufrir. Y ella
jamás se quejaba ni se disgustaba por todo esto. Recordaba muy bien la noticia
que le había dado la Madre de Dios: "No te haré feliz en esta vida, pero sí en
la otra".
Duró quince años de religiosa. Los primeros 6 años estuvo
trabajando, pero fue tratada con mucha indiferencia por las superioras. Después
los otros 9 años padeció noche y día de dos terribles enfermedades: el asma y la
tuberculosis. Cuando llegaba el invierno, con un frío de varios grados bajo
cero, se ahogaba continuamente y su vida era un continuo sufrir.
Deseaba mucho volver
a Lourdes, pero desde el día en que fue a visitar la Gruta por última vez para
irse de religiosa, jamás volvió por allí. Ella repetía: "Ah quién pudiera ir
hasta allá, sin ser vista. Cuando se ha visto una vez a la Sma. Virgen, se
estaría dispuesto a cualquier sacrificio con tal de volverla a ver. Tan bella
es".
Al llegar a la Comunidad reunieron a las religiosas y le
pidieron que les contara cómo habían sido las apariciones de la Virgen. Luego le
prohibieron volver a hablar de esto, y en los 15 años de religiosa ya no se le
permitió tratar este tema. Son sacrificios que a los santos les preparan
altísimo puesto en el cielo.
Cuando ya le faltaba poco para morir, llegó un obispo a
visitarla y le dijo que iba camino de Roma, que le escribiera una carta al Santo
Padre para que le enviara una bendición, y que él la llevaría personalmente.
Bernardita, con mano temblorosa, escribe: "Santo Padre, qué atrevimiento, que yo
una pobre hermanita le escriba al Sumo Pontífice. Pero el Sr. Obispo me ha
mandado que lo haga. Le pido una bendición especial para esta pobre enferma". A
vuelta del viaje el Sr. Obispo le trajo una bendición especialísima del Papa y
un crucifijo de plata que le enviaba de regalo el Santo Padre.
El 16 de abril de 1879, exclamó emocionada: "Yo vi la
Virgen. Sí, la vi, la vi ¡Que hermosa era!" Y después de unos momentos de
silencio exclamó emocionada: "Ruega Señora por esta pobre pecadora", y apretando
el crucifijo sobre su corazón se quedó muerta. Tenía apenas 35 años.
A los funerales de Bernardita asistió una muchedumbre
inmensa. Y ella empezó a conseguir milagros de Dios en favor de los que le
pedían su ayuda. Y el 8 de diciembre de 1933, el Santo Padre Pío Once la declaró
santa.
Bernardita: tú que tuviste la dicha de ver a la Sma.
Virgen aquí en la tierra, haz que nosotros tengamos la dicha de verla y
acompañarla para siempre en el cielo.
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