TRADUCCIÓN

viernes, 11 de diciembre de 2009

MANUEL MEDINA CABALLERO


El  sábado, 26 de mayo de 2.007, moría D. Manuel Medina Caballero. Al día siguiente era enterrado en su pueblo natal, Bedmar.Sacerdote diocesano, había nacido el día 30 de noviembre de 1931 y fue ordenado sacerdote en junio de 1960. Después de la ordenación sacerdotal fue coadjutor en Mengíbar y en Porcuna. En 1967 fue nombrado párroco de Noalejo. Desde 1973 a 1990 desempeñó su ministerio sacerdotal en la ciudad de Úbeda como coadjutor de San Nicolás, San Isidoro y como párroco de Nuestra Señora del Pilar.En 1990 viene a Jaén donde ha sido Vicario parroquial de San Eufrasio, Capellán del Sanatorio  Cristo Rey y del Hospital Doctor Sagaz y desde al año 2000 ha sido Capellán del Monasterio de MM Dominicas de Jaén.

  Es Dios...
     alba preñada de azul,
    luna en retirada,
    amor en tu mirada,
                           caricias en la desnuda alma.  
             
Era un hombre bueno, un sacerdote sencillo que con el ejemplo quería que las personas se acercasen a Dios.
Don Manuel Medina Caballero, quienes tuvimos las fortuna de tratarlo, era ese padre que se preocupa por tu bienestar, en este caso el espiritual; ese hermano que te acompaña en tu vida  sin llegar a ser molesto; ese amigo que se da sin alharacas, sin pretensiones de recibir.  Don Manuel, siempre entrañable, paciente,, siempre afable y atento para que pudieses volar, por tu cuenta, en busca del Espíritu.
Don Manuel era más como el símbolo que representa al apóstol Juan: el águila. Lo buscaba, era su evangelista preferido; la Nueva Buena de Jesús, para él, pasaba siempre por Juan, el discípulo del amor.
Cómo paladeaba avanzar por esos senderos sanjuanistas, como gustaba hacerlos sentir a los demás. Su viaje a Tierra Santa, fue una inmersión, para él, en los misterios de ese Cristo del Amor.
Cómo sufrió las incomprensiones de algún político que le cortó, alas y anhelos, ilusiones en definitiva de mejorar la Parroquia. Sin embargo no recuerdo palabras en contra, cuando se cebaron, injustamente con él, cuando los que le dieron de palabra los permisos para tomar las piedras de Madre de Dios del Campo y después lo abandonaron a su suerte, Don Manuel calló y sufrió. Cómo callaba y sufría al ver, también, a la juventud tan desorientada cuando daba sus clases en el Instituto, sufría y callaba, callaba y sufría cuando los alumnos, tras nombrarlos al pasar lista, se le marchaban de clase, pero era hombre que no gustaba para nada del proselitismo, sólo ponía en práctica lo que el fondo creía: a Dios se va voluntario no forzado...

 Mil gracias trajiste a mi joven vida,
mil gracias a cada paso voy dando
en horas vespertinas de acogida.
Las lágrimas que hoy, a solas, derramo
brotan afanosas por tu ausencia indefinida,
por no darte más palabras agradecidas
por tantos amorosos cuidados
para hacer crecer en mí la semilla
de la buena nueva  de  ese Cristo
que para ti fue amor, libertad y vida.

Deseó irse a las misiones, pero su diabetes lo ató a esta tierra de olivos...Deseó dignidad para una parroquia ansiosamente por otros pretendida. Luchó con la verdad que el evangelio de Jesús le daba cada día.
Tu memoria seguirá siendo venerada en mi, por lo mucho que me has dado, que me has transmitido. La revolución  de amor que un día Cristo empezó en Israel, hasta llegar a mí pasa, sin lugar a dudas, por ti.
Gracias D. Manuel
Como homenaje y con la esperanza de tener, como dice mi mujer, un amigo más en el cielo quiero transcribir un artículo tuyo que habla, precisamente de la esperanza:


 
GERMINA EN LA HUMANIDAD EL SALVADOR
 Llegó tu Palabra, Padre al dintel de nuestra raza, desde los siglos remotos preparando su camino:
regia y noble descendencia estirpe sacerdotal
bastón de mando en su muslo, corona y cetro real.
Su llegada a nuestra tierra fue la de un hombre más,
equiparándose en todo a cualquier hombre mortal.
Tu Sabiduría eterna va su camino trazando,
va rebeldías amasando, desde que el Adán primero
con su propia rebeldía se hizo de sí prisionero.
Fue tu palabra ordenando, restableciendo
las leyes que el primer hombre en su naturaleza rompiera.
Concluida en su inmediata progenie
la pureza original,
una joven nazarena, de estirpe sacerdotal,
de hermosura y gracia plenas, de una bonda celestial,
de humildad y mansedumbre, de una belleza sin par,
al mismo Dios enamora y quiere en ella un engendra:
Dios : No se me turbe mi amada
             que en ti veo renovada,
             restablecida y curada
             a toda la Humanidad.
            En tu seno virginal
            vas a concebir un Hijo, que a su tiempo alumbrarás.
           Legítimo y legal vástago de la Casa de David
lleva de nombre,
eterno será su Reino y su trono la Creación.

María: ¿ Cómo, Señor, será esto, si no conozco varón?
Dios :  Tomaré de Ti semilla y en Ti la haré germinar,
uniré a ella mi Espíritu para poder engendrar un Hijo.
María: Sintiéndome de Dios enamorada,
con ansias de abrazar entre mis brazos
el frtuto que en mi seno yo engendrara,
comprendí que el Alto Dios del firmamento
quería de mí, hacerse su morada
tan sólo con la fuerza de su amor.
Por ese amor sublime arrebatada,
humilde esclava suya me sentía,
de efecto maternal enternecida,
supliqué a mi Dios que en mí engendrara
conforme a su Palabra, yo entendía:
 Que tu voluntad, mi Amado, en mi se haga,
en mi tu Primogénito se engendre,
el Hijo del Altísimo y el Santo,
el Salvador y el esperado de la gente.
Un amor de intensidad divina
se adueñó de mi ser con tal dulzura,
que toda la belleza de Dios y su hermosura
hizo de mi, mujer, la más feliz y la más pura
de todo el universo en sus criaturas.
Esa vida nueva de mi Amado,
luz de amanecer y primavera
que yo sentí en mi embarazo,
no se realizó por ningún deseo de carne
ni por ningún varón en este caso.
la fuerza del Espíritu de Dios,
que en mí su morada terrenal se construía,
de mí tomó la materia,
que mi ser en su misma concepción ya contenía,
para engendra al hombre,
que libre de pecado, de soberbia y rebeldía
nos salva y es faro en nuestros días.
Envuelta en los fulgores de mi Amado,
exultaba mi espíritu de gozo,
sentía bullir en mis entrañas
al Creador de la vida, todo hermoso,
al encanto de Dios, que en su grandeza
al ser humano pide cobijo y compasión.
No hay mayor amor aquí, en la tierra,
ni en los altos cielos soberanos,
que el Amor de Dios que en mí se encierra,
Amor, que con amor de Padre, nuestro buen Dios ha sembrado
para que el hombre en su natura quebrantado,
al contacto de Dios, se complace
al asumir su historia y su linaje,
se sienta con Dios divinizado, protegido y abrazado.

                                                  Manuel Medina Caballero

D. MANUEL MEDINA CABALLERO, EL SACERDOTE QUE CONCELEBRÓ LA EUCARISTÍA CON EL PAPA. DESCANSE EN PAZ.    (Antonio Espada Salido)
La ubetense Ermita del Pagés, que hoy se nos muestradentro de su entorno urbano como una miniatura de monumento arquitectónico, tras haber perdido el encanto de su apartada soledad espiritual a causa del bullicio que va creciendo, día tras día, por la contigüedad del Parque Norte, quizás hubiera sido en el presente un cúmulo de ruinas de no haber pisado su suelo Don Manuel Medina Caballero. Un cura nacido en Bedmar que fue enviado por el obispo de Jaén, allá en el año 1973, para convertir en parroquia lo que estaba predestinado al derrumbe por su constante abandono.
Y vino Don Manuel, cargado de ilusiones, sin más medios económicos que sus bolsillos vacío y sus manos dispuestas al trabajo. Había que restaurar aquella iglesia, cuyos espacios ruinosos, anejos a la capilla, se estaban utilizando como establos.
No era fácil la labor que tenía que acometar el sacerdote, porque suponía un gasto considerable y él, quizás por su timidez, no era la persona capaz de ir molestando a sus feligreses suplicándoles, de puerta en puerta, la caridad de una limosna. Pero Dios, que "aprieta y no ahoga", le dio fuerzas e imaginación para culminar su empresa.
Trabajando durante sus hortas libres en el despacho de una gasolinera y más tarde como un albañil más en la restauración del templo, amén de algunas aportaciones recibidas de la generosidad popular sin haber sido pedidas, Don manuel vio por fin realizados sus sueños, y aquel ruinoso lugar recobró su encanto sin perder un ápice de su sobriedad histórica y artistica.
Por fin la ermita se había convertido en parroquia. Ahora vendría la difícil labor de congregar a los feligreses que, dicho sea de paso, no eran numerosos por la alejada ubicación del templo o porque ya estaban adaptados a su anterior parroquia.
Sin embargo, poco a poco, logró llenar la iglesia durante las celebraciones e incluso organizó unas charlas evangélicas para matrimonios que impartía los sábados tras la misa vespertina. Estar reuniones eran lo más parecidas a las que en los Hechos de los Apóstoles figuran como el inicio de la Iglesia. En ellas, todo era alegría y un sentimiento común de verdadera fraternidad.
La sencillez de aquel hombre era tal, que apenas hablabas con él te hacía comprender que dentro de sí llevaba el verdadero conocimiento de Dios.
Y al igual que Jesús, también tuvo su pequeño Vía Crucis cuando intentó aprovechar la piedras sin valor de la demolida ermita de Madre de çDios para sustituir el vallado de ladrillo del corral de la iglesia. Contaba con el "visto buento" de las autoridades, pero como buen caballero que era no exigió papeles de autorización porque le bastaba con la palabra y un apretón de manos. Sin embargo cuando, por una maniobra política, se vieron acosados, no dudaron en "escurrir el bulto" y cargarle las culpas al cura, que injustamente fue detenido y procesado.
Más adelante, la sentencia del juicio le dio la razón y le eximió de culpabilidad. Y fue entonces cuando él pudo haberse vengado de los que le traicionaron, pero este sentimiento de rencor no cabía en su corazón de verdadero cristiano, y volvió a tenderles generosamente su mano en un honroso gesto de fraternidad y de perdón.
Las piedras que intentó cambiar por los ladrillos de la valla, desaparecieron poco a poco, como casi todas las de la demolida ermita de Madre de Dios y en la actualidad ni siquiera existen los ladrillos que intentó cambiar, porque han sido sustituidos por un aberrante vallado de tele metálica.
Este duro golpe que le dio la vida, frenó las aspiraciones del sacerdote pero no influyó para nada en su inquietud espiritual y tras un viaje organizado a Tierra Santo, volvió tan lleno de Dios que a poco tiempo marchó de nuevo a la tierra de Cristo per esta vez sin fecha programada para el regreso. En Jerusalén, casi en una continua meditación, permaneció hasta que la enfermedad le empujó a volver de nuevo a su parroquia.
Ya conocía Tierra Santa y le faltaba completar su otro deseo: conocer el Vaticano. También Dios se lo concedió, y no sólo admitó todas la maravillas que allí se encierran sino que tuvo la gran alegría de poder concelebrar la Eucarístía con el Papa Juan Pablo II en su capilla privada.
A su regreso y cuando más feliz se sentía rodeado por el cariño de sus feligreses y amigos, fue trasladado a Jaén. Allí ejerció de capellán en la Clínica de Cristo Rey y el la del Neveral.
Más tarde, por su estado delicado de salud, se recluyó en el asilo de ancianos de las Hermanitas delos Pobres, donde residió feliz y contento en un ambiente de paz y de alegría, hasta el día de su muerte.
El pasado 27 de mayo, domingo de Pentecostés, en su parroquia de Bedmar, con la asistencia del Obispo de la diócesis de Jaén y cuarenta y cuatro sacerdotes amigos se celebró su funeral. En ese momento comprendí la grandeza que encerraba aquel cuerpo frágil y tímido que consagró su vida a Dios dejando una estela de amor y confianza hacia sus hermanos, hacia su prójimo. Y comprendí también que para ser santo no se necesitan muchas cosas más.
En la actualidad la Ermita del Pagés ha dejad ode ser parroquia, pero en ella queda, siempre presente e imborrable, la sombra del sacerdote que supo restarla a tiempo, devolviéndole el encanto y el recogimiento que almacenó a lo largo de los siglos.
Allí, muchos de sus amigos, consumimos con él un largo periodo de años gozaqndo de su palabra y de su sonrisa, en un intento de hacer de esta pequeña capilla una gran parroquia.
El paso imperdonable del tiempo deja claro la voluntad del Señor, que quizás haya sido la de situar en este humilde lugar el punto de encuentro con un hombre santo que, sin figurar en algún santoral, vino como Fray Juan de la Cruz a nuestra ciudad, sembrando la caridad con el prójimo y la fe en la salvación, y su recuerdo se quedó para siempre entre nosotros.
Desde esa Gloria don descansa, yo estoy seguro que nuestro inovidable amigo estará elevando al Padre sus continuas rogativas de protección para esta ciudad y para los que tuvimos la suerte de compartir su confianza.
Que así sea.



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