TRADUCCIÓN

viernes, 11 de diciembre de 2009

EL CÍRCULO DEL 99

Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente que, como todo sirviente de rey triste, era muy feliz. Todas las mañanas llegaba a
traer el desayuno y despertaba al rey cantando y tarareando alegres canciones de juglares. Una sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su
actitud para con la vida era siempre serena y alegre.
Un día el rey mandó llamar.
-Paje - le dijo- ¿cuál es el secreto?
-¿Qué secreto, Majestad?
-Cuál es el secreto de tu alegría?
-No hay ningún secreto, Alteza.
-No me mientas, paje. He mandado cortar cabezas por ofensas menores que una mentira.

-No le miento, Alteza, no guardo ningún secreto.
¿Por qué estás siempre alegre y feliz?, ¿por qué?
-Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra permitiéndome atenderlo. Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que
la Corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados y además su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos
algunos gustos, ¿cómo no estar feliz?
-Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar -dijo el rey-. Nadie puede ser feliz por esar razones que has dado.
-Pero, Majestad, no hay secreto. Nada me gustaría más que complacerlo, pero no hay nada que yo esté ocultando...
-Vete, ¡vete antes de que llame al verdugo!
El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación.
El rey estaba como loco. No consiguió explicarse cómo el paje estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las
sobras de los cortesanos. Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación de la mañana.
-¿Por qué él es feliz?
-Ah, Majestad, lo que sucede es que él está fuera del círculo.
-¿Fuera del círculo?
-Así es.
-¿Y eso es lo que le hace feliz?
-No Majestad, eso es lo que no le hace infeliz.
-A ver si entiendo estar en el círculo te hace infeliz.
-Así es.
-¿Y cómo salió?
-¡Nunca entró!
-¡Nunca entró!
-¿Qué círculo es ese?
- El círculo del 99.
-Verdaderamente no entiendo nada.
-La única manera para que entendieras, sería mostrárselo en los hechos.
-¿Cómo?
-Haciendo entrar a tu paje en el círculo.
-Eso, obliguémoslo a entrar.
-No, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo.
-Entonces habrá que engañarlo.
-No hace falta, Majestad. Si le damos la oportunidad, él entrará solito.
-¿Pero él no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?
-Sí se dará cuenta.
-Entonces no entrará.
-No lo podrá evitar.
-¿Dices qué se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese rídiculo círculo, y de todos modos entrará en él y no podrá salir?
-Tal cual. Majestad, ¿estás dispuesto a perder un excelente sirviente para poder entender la estructura del círculo?
-Sí.
-Bien, esta noche te pasaré a buscar. Debes tener preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro, ni una más ni una menos. ¡99!
-¿Qué más? ¿Llevo los guardias por si acaso?
-Nada más que la bolsa de cuero. Majestad, hasta la noche.
-Hasta la noche.
Así fue. Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey. Juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del paje. Allí
esperaron el alba. Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela, el sabio agarró la bolsa y le pinchó un papel que decía. Este tesoro es
tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no cuentes a nadie c´ómo lo encontraste. Luego ató la bolsa con el papel en la puerta del
sirviente, golpeó y volvió a esconderse. Cuando el paje salió, el sabio y el rey espiaban desde atrás de unas matas.
El sirviente vio la bolsa, leyó el papel agitó la bolsa y, al escuchar el sonido metálico, se estremeció, apretó la bolsa contrael pecho, miró hacia
todos los lados de la puerta. El rey y el sabio se arrimaron a la ventana para ver la escena.
El sirviente había tirado todo lo que había sobre la mesa y dejado sólo la vela. Se había sentado y había vaciado el contenido en la mesa. Sus ojos
no podían creer lo que veían.
¡Era una montaña de monedas de oro! El, que nunca había tocado una de estas monedas, tenía hoy una montaña de ellas para él. El paje las tocaba
y amontonaba, las acariciaba y hacía brillar la luz de la vela sobre ellas. Las juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas.
Así, jugando y jugando empezó a hacer pilas de 10 monedas. Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco, seis...Mientras, sumaba
10, 20, 30, 40, 50, 60..., hasta que formó la última pila: ¡9 monedas!
Su mirada recorrió la mesa buscando una moneda más. Luego el piso y finalmente la bolsa. <>, pensó. Puso la última pila al lado
de las otras y confirmó que era más baja. -¡Me robaron -gritó-, me robaron, malditos! Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bosa, en sus
ropas, vació sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba.
Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 99 monedas de oro <
>. <<99 monedas. Es mucho dinero>>, pensó. Pero me falta una moneda.
Noventa y nueve no es un número completo -pensaba- Cien es un número completo, pero noventa y nueve, no.
El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del paje ya no era la misma, estaba, con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habían
vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus, por el que asomaban los dientes. El sirviente guardó las monedas en la bolsa y
mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo veía, escondió la bolsa entre la leña. Luego tomó papel y pluma y se sentó a hacer
cálculos.
¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar para comprar su moneda número cien?
Hablaba solo, en voz alta. Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla.
Después, quizás no necesitaría trabajar más. Con cien monedas de oro, un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas de oro un hombre es
rico. Con cien monedas se puede vivir tranquilo. Sacó el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once o doce
años juntaría lo necesario. <
>, pensó.
Quizás pudiera pedirle a su esposa que buscara trabajo en el pueblo por un tiempo. Y él mismo, después de todo, terminaba su tarea de palacio a
las cinco de la tarde; podría trabajar hasta la noche y recibir algana paga extra por ello.
Sacó las cuentas: sumando su trabajo en el pueblo y el de sus esposa, en siete años reuniría el dinero. ¡Era demasiado tiempo! Quizás pudiera
llevar al pueblo lo que quedaba de comidas todas las noches y venderlo por uns monedas. De hewcho, cuanto menos comieran, más comida habría
para vender...Vender... Vender... Estaba haciendo calor. ¿Para qué tanta ropa de invierno? ¿Para qué más de un par de zapatos? Era un sacrificio,
pero en cuatro años de sacrificios llegaría su moneda cien.
El rey y el sabio volvieron al palacio. El paje había entrado en el círculo del 99...
...Durante los siguientes meses, el sirviente siguió sus planes tal como se le ocurrieron aquella noche. Una mañana, el paje entró en la alcoba real
golpeando las puertas, refunfuñando.
-¿Qué te pasa? -`preguntó el rey de buen modo.
-Nada me pasa, nada me pasa.
-Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.
-Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querría su Alteza, que fuera su bufón y su juglar?
No pasó mucho tiempo antes de que el rey despiediera al sirviente. No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor.

Todos nosotros hemos sido educados en esta estúpida ideología:
Siempre nos falta algo para estar completos, y sólo completos se puede gozar de lo que se tiene. Por lo tanto, nos enseñaron, la felicidad deberá
espera a completar lo que falta...
Y, como siempre nos falta algo, la idea retoma el comienzo y nunca se puede gozar de la ida.
Pero ¿qué pasaría si la iluminación llegara a nuestras vidas y nos diéramos cuenta, así, de golpe, que nuestras 99 monedas son el cien por ciento
del tesoro, que no nos falta nada, que nadie se quedó con lo nuestro, que cien nada tiene de más redondo que noventa y nueve, que todo es sólo
una trampa, una zanahoria, puesta frente a nosotros para que seamos estúpidos, para que tiremos del carro, cansados, malhumorados, infelices o
resignados. Una trampa para que nunca dejemos de empujar y que todo sigua igual..., eternamente igual?
...Cuántas cosas cambiarían si pudiéramos disfrutar de nuestros tesoros tal como están.

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