miércoles, 31 de julio de 2024
lunes, 15 de julio de 2024
domingo, 14 de julio de 2024
lunes, 1 de julio de 2024
ORACIÓN DE ABANDONO DEL PADRE DON DOLINDO
NO QUIERO ANGUSTIARME, DIOS MÍO: ¡CONFÍO EN TI!
Jesús al alma:
¿Por qué os confundís, angustiándoos? Dejad a mí la gestión de vuestros asuntos y todo se calmará. En verdad os digo que cada acto de verdadero, ciego y completo abandono en mí, produce el efecto que deseáis y resuelve los problemas más espinosos.
Abandonarse en mí no significa atormentarse, alterarse o desesperarse, dirigiéndome luego una oración llena de inquietud para que yo os siga a vosotros y cambie así la inquietud en la oración. Abandonarse significa cerrar plácidamente los ojos del alma, apartar el pensamiento de la tribulación y confiarse a mí para que sólo yo obre, diciéndome: “ocúpate Tú de ello”. La preocupación, la turbación, el querer pensar en las consecuencias de un hecho son cosas contrarias al abandono, contrarias por naturaleza.
Es como la confusión que traen los niños que pretenden que la mamá piense en sus necesidades, pero quieren también resolverlas por sí solos y así obstaculizan, con sus ideas y sus fijaciones infantiles, su trabajo.
Cerrad los ojos y dejaos llevar por la corriente de mi gracia; cerrad los ojos y no pensad más que en el momento presente, alejándoos del pensamiento del futuro como de una tentación; reposad en mi creyendo en mi bondad, y os juro por mi amor que, diciéndome con estas disposiciones: “ocúpate Tú de ello”, yo lo haré por entero, os consolaré, os libraré, os guiaré.
Y cuando tenga que llevaros por un camino diferente de aquel que veis vosotros, yo os adiestraré, os llevaré en mis brazos, haré que os encontréis en la otra orilla, como niños dormidos en los brazos maternos. Lo que os turba y os hace un daño inmenso son vuestros razonamientos, vuestras preocupaciones, vuestros afanes, y el querer a toda costa ser vosotros quienes remediéis aquello que os aflige.
¡Cuántas cosas realizo cuando el alma, tanto en sus necesidades espirituales como en aquellas materiales, se vuelve a mí, me mira y diciéndome: “ocúpate Tú de ello”, cierra los ojos y reposa. Obtenéis pocas gracias cuando os atormentáis por producirlas, sin embargo tenéis muchísimas cuando la oración es un encomendarse plenamente a mí. En el dolor, vosotros oráis para que yo obre, pero para que obre como creéis que debo obrar… No os dirigís a mí, sino que queréis que yo me adapte a vuestras ideas; no sois enfermos que piden al médico que les cure, sino que le sugerís la cura. No obréis así, sino orad como os he enseñado en el Padrenuestro:
Santificado sea tu nombre, es decir, sed glorificado en esta necesidad mía.
Venga a nosotros tu reino, o sea, todo contribuya a tu reinado en nosotros y en el mundo.
Hágase tu voluntad así en la tierra, como en el cielo, es decir, dispón Tú, en esta necesidad, como mejor te parezca en lo tocante a nuestra vida temporal y eterna.
Si me decís de verdad: “hágase tu voluntad”, que es lo mismo que decir: “ocúpate Tú de ello”, yo intervendré con toda mi omnipotencia y venceré las mayores dificultades. Mira, ¿tú ves que la enfermedad apremia en vez de menguar? No te turbes, cierra los ojos y dime con confianza: hágase tu voluntad, “ocúpate Tú de ello”.
Te digo que así lo haré y que intervendré como médico, y que hasta obraré un milagro cuando fuere menester. ¿Ves que el enfermo empeora? No te desanimes, sino cierra los ojos y di: “ocúpate Tú de ello”. Te digo que yo me ocuparé, y que no hay medicina más poderosa que una intervención mía de amor. Me ocuparé de ello sólo cuando cerréis los ojos.
No descansáis nunca, queréis valorarlo todo, escudriñarlo todo, pensar en todo, y os abandonáis así a las fuerzas humanas, o peor, a los hombres, confiando en su intervención. Es esto lo que obstaculiza, impide mis palabras y mis cálculos. ¡Oh, como deseo vuestro abandono para beneficiaros!, ¡Y cuanto me aflijo al veros turbados! Satanás tiende precisamente a esto: a turbaros para apartaros de mi acción y arrojaros a la merced de las iniciativas humanas.
Confiad por eso sólo en mí, reposad en mí, abandonaos a mí en todo. Yo obro milagros en proporción del pleno abandono en mí, y a la ausencia de preocupaciones vuestras. ¡Yo derramo tesoros de gracia cuando vosotros estáis en la plena pobreza! Si apreciáis vuestros recursos, por pocos que sean, o si los buscáis, os halláis en el campo natural de las cosas, que es a menudo frecuentemente obstaculizado por Satanás. Ningún razonador o ponderador ha hecho milagros, ni siquiera entre los santos: obra divinamente quien se abandona a Dios.
Cuando veas que las cosas se complican, di con los ojos del alma cerrados: “Jesús, ocúpate Tú de ello”. Y distráete, apártate de ti porque tu mente es penetrante… y para ti es difícil ver el mal y tener confianza en mí. Haz así para con todas tus necesidades; obrad así todos y veréis grandes, continuos y silenciosos milagros. Os lo juro por mi amor. Y yo me ocuparé de ello, os lo aseguro.
Rogad siempre con esta disposición de abandono y tendréis gran paz y grandes frutos, incluso cuando yo os concedo la gracia de la inmolación de reparación y de amor, que importa el sufrimiento. ¿Te parece imposible?. Cierra los ojos y di con toda el alma: “Jesús, ocúpate Tú de ello”. No temas, me ocuparé de ello y bendecirás mi Nombre humillándote. Mil plegarias no valen lo que un solo acto de abandono vale: recordadlo bien. No hay novena más eficaz que esta: ¡Oh Jesús me abandono en Ti, OCÚPATE TÚ DE ELLO!
jueves, 23 de noviembre de 2023
viernes, 16 de junio de 2023
ORACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Te elijo, pues, ¡oh Sagrado Corazón!, por el único objeto de mi amor, protector de mi vida, garantía de mi salvación, remedio de mi fragilidad, reparador de todas mis faltas y mi asilo seguro en la hora de la muerte. Corazón lleno de bondad, justifícame ante Dios Padre y desvía de mí los rayos de su justa cólera.
lunes, 15 de agosto de 2022
ORACIÓN A SANTA MARÍA
Dulce Madre, no te alejes,
tu vista de mí no apartes,
ven conmigo a todas partes
y solo nunca me dejes.
Ya que me proteges tanto,
como verdadera Madre,
haz que me bendiga el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo.
Amén
viernes, 12 de agosto de 2022
ACTO DE CONTRICCIÓN
y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido.
pero mucho más me pesa,
porque pecando ofendí a un Dios tan bueno y tan grande como Vos.
y propongo firmemente no pecar más,
y evitar todas las ocasiones próximas de pecado. Amén.
miércoles, 11 de mayo de 2022
TABUÉS SEXUALES EN LA ANTIGUA ROMA
1. Roma se fundó gracias a un festival de tabúes sexuales rotos
La mejor manera de entender el presente es conocer nuestro pasado. Recibe cada semana la newsletter “Historia y vida” directamente en tu mail
Dioses engendraban mortales, vírgenes violadas, sacerdotisas ofendidas y reyes de origen semidivino criados por vulgares meretrices. Sexo y violencia era parte de la vida política de Roma desde sus inicios. Eneas, el primer patriarca, era hijo de Venus, diosa del amor pasional. Por las venas de los romanos también corría la sangre beliciosa de Marte. Rómulo y Remo no habrían nacido si el dios de la guerra no hubiera violado a su madre, la vestal Rea Silvia. Y tampoco habrían podido fundar la ciudad más poderosa de Europa de no ser por la loba que los amamantó. Según algunas versiones de la leyenda, la loba era en realidad una compasiva prostituta (lupa, en latín, se usaba indistintamente para referirse al animal o a una mujer de moralidad dudosa, de ahí viene la palabra lupanar). El propio Rómulo, ya adulto, recurriría a la violencia a la hora de conseguir esposas para sus guerreros, raptando a las hijas de los sabinos.
Aun así, los primeros romanos no se caracterizaron por ser desenfrenados. Pobres y ricos trabajaban el campo, un oficio agotador que no dejaba mucho margen para la diversión. Se celebraban bastantes matrimonios indisolubles, mediante un rito llamado confarreatio. Y aunque había formas menos inflexibles de matrimonio, de todos modos el divorcio estaba mal visto. Solamente se podía repudiar a una esposa si esta cometía un grave delito, como ser infiel, abortar sin permiso del esposo o robar las llaves de la bodega para emborracharse (las damas respetables tenían prohibido el vino). Las parejas con problemas recurrían a la mediación de Juno Viriplaca, divinidad que, como su nombre indica, “aplacaba a los maridos”. Ante el altar de la diosa intercambiaban reproches, se desahogaban y, las más de las veces, volvían a casa reconciliados.
Los lectores ávidos de orgías tendrán que esperar al Imperio para ver colmadas sus expectativas. Se sabe poco de los años oscuros de las primeras monarquías, pero los tres primeros siglos de la República quedarían para el recuerdo como una era de irreprochable virtud, que llenaría de nostalgia a moralistas como Catón el Viejo o Salustio.
¿Qué significa la virtud para los romanos? Nada que ver con la abstinencia sexual o la fidelidad a la esposa. Virtus viene de vir, varón. Ser virtuoso equivale a ser masculino.
Ahora bien, ¿qué significa la virtud para los romanos? Desde luego, no tiene nada que ver con la abstinencia sexual o la fidelidad a la esposa, y menos aún con la heterosexualidad. La palabra virtus viene de vir, varón. Ser virtuoso equivale a ser masculino, y ser masculino, en la mentalidad romana, significa dominar. En primer lugar, dominar los propios impulsos, pero también dominar a los demás: esposa, amantes, hijos, esclavos, extranjeros… La virtud es cosa de hombres, o, mejor dicho, de ciudadanos. La cualidad que ennoblece a una mujer de alto rango no es la virtud, sino la pudicitia, el pudor. Y al resto de los mortales solo les queda la obediencia.
2. Mandar en la cama
Al ciudadano romano le está permitida cualquier actividad sexual, siempre que su actitud sea dominante. Puede penetrar a mujeres, hombres o adolescentes apenas púberes sin remordimiento alguno. También puede recibir atenciones orales sin menoscabo de su reputación. Lo que no debe hacer bajo ningún concepto, si quiere conservar la dignidad, es servir como objeto de placer.
El sexo no es jamás una relación entre iguales, sino un juego de poder, en el que lo que es bueno o malo viene determinado por el puesto que uno ocupa en la jerarquía social.
Ser penetrado es la mayor de las humillaciones. ¡Pobre del ladrón o del seductor a quien pesquen in fraganti colándose en una vivienda ajena! Tiene todos los números para acabar sodomizado por el dueño de la casa o por sus esclavos. En una relación homoerótica, nadie pondrá en tela de juicio la masculinidad del miembro activo de la pareja, sean cuales sean sus preferencias. En cambio, al pasivo se le desprecia por afeminado, y los papeles de ambos no son, en modo alguno, intercambiables. Tampoco entra en los planes del amante virtuoso preocuparse por hacer gozar a su partenaire. Para los romanos no hay nada más ridículo que un ciudadano que practica una felación. O, peor aún, un cunnilingus, que se interpreta como un homenaje servil a una mujer, ser inferior por naturaleza.
Así pues, el sexo no es jamás una relación entre iguales, sino un juego de poder, en el que lo que es bueno o malo, aceptable o inaceptable, viene determinado por el puesto que uno ocupa en la jerarquía social. Lo expresó de maravilla Séneca el Viejo: el sexo pasivo “en un hombre libre es un crimen; en el esclavo, una obligación; en el liberto, un servicio”.
A diferencia de los griegos, que incorporan la pederastia a la cultura demócrata, los romanos tienen terminantemente prohibido acercarse a un muchacho libre. El cuerpo de un ciudadano es intocable, como lo es el de una mujer casada o el de una virgen patricia. Lo comprobó de primera mano un tal Publio Poncio, que en 330 a. C. dio con sus huesos en la cárcel por haber intentado abusar de un joven de buena familia venida a menos, llamado Tito Veturio. El caso era controvertido: Veturio se había vendido voluntariamente como esclavo a Poncio para pagar unas deudas. Por ello, este se creía en su derecho de convertirlo en su amante y de azotarlo para forzarle a consentir. Los cónsules no lo vieron del mismo modo. Aunque esclavo temporal, Veturio había nacido libre y era, por tanto, inviolable.
De haber sido esclavo de nacimiento, liberto, prostituto o extranjero, la ley no habría salido en defensa de Veturio. “Nadie prohíbe a nadie caminar por la calle, mientras no tomes un atajo por una zona vallada”, dice un personaje de una comedia de Plauto. “Mientras te mantengas lejos de la novia, la viuda, la virgen, el hombre joven y los chicos nacidos libres, ama a quien quieras”. No obstante, no todo el mundo respetaba estos límites. Una ley del siglo II a. C. prohibía seguir a matronas y adolescentes por la calle, lo que hace suponer que el acoso era algo frecuente. Hay que tener en cuenta que las ciudadanas romanas se casaban a partir de los doce años. Abundaban las matronas y las viudas extremadamente jóvenes.
3. Las clases inferiores vivían las relaciones íntimas sin protección ni privilegios, pero también con menos rigidez
¿Cómo vivían las relaciones íntimas las clases inferiores? Se esperaba de los esclavos que fueran promiscuos, pero a veces se les permitía vivir en contubernio, literalmente “compartir tienda”. Algo parecido sucedía con los soldados, que tenían prohibido el matrimonio mientras durara el servicio militar, pero solían mantener a compañeras e hijos, cuya situación regularizaban una vez licenciados.
Un caso curioso es el de la liberta Allia Potestas, que convivía con dos hombres a la vez. Sus dos viudos le dedicaron un emotivo epitafio, en el que alaban sus habilidades domésticas y describen sus encantos con minucioso desparpajo, desde el color de su cabello hasta el tamaño de sus pezones. El matrimonio romano no permitía la poligamia, pero era una institución hecha a medida de los ricos. A nadie le importaba cómo vivieran quienes no tuvieran un rancio linaje que preservar.
4. El loco siglo II a. C.
A pesar de la relativa tolerancia de la que disfrutaban los hombres de las clases privilegiadas, los magistrados de la República predicaban moderación en las costumbres. No porque el sexo fuera malo en sí, sino porque podía distraer a un ciudadano de sus obligaciones e incitarle a derrochar su fortuna. Enamorarse era insensato e irresponsable.
TERCEROS
Venus protegía a los romanos, sí, pero también podía hacerles perder la cabeza. No convenía irritarla, pero era mejor mantenerla a raya. De la misma manera que los cristianos adoran a la Virgen María bajo distintas advocaciones (Montserrat, Guadalupe, etc.), en Roma se rendía culto a Venus Genetrix, una discreta versión de la diosa que subrayaba su carácter maternal, como honorable tatarabuela de los romanos. Pero estos, al final, se verían obligados a recurrir a otra Venus mucho más explosiva. Aníbal tuvo la culpa. En el año 215 a. C. el Senado, aterrado ante la idea de vérselas con el cartaginés ante las puertas de Roma, decidió implorar la ayuda de su protectora y erigió en el monte Capitolio un templo a la poderosa Venus Ericina, responsable de las pasiones desatadas y patrona de las prostitutas. Cartago fue vencida, pero la pícara diosa conquistó para siempre el corazón de los romanos.
5. Los jóvenes patricios mandaron al cuerno la proverbial austeridad romana.
Tras el fin de la segunda guerra púnica, una intensa sensualidad se adueñó de Roma. Con Cartago fuera de combate, ya no había obstáculo para apoderarse de todo el Mediterráneo. A medida que las legiones se adentraban en Grecia y Asia Menor, los soldados quedaron deslumbrados por el lujo de sus ciudades y palacios. Con cada nueva conquista, un chorro de oro llovía sobre las clases dirigentes en forma de tributos, posesiones y cargos en el extranjero. La ciudad se llenó de mercancías exóticas, dioses desconocidos, esclavos de extrañas facciones y filósofos griegos que predicaban nuevos valores.
Los jóvenes patricios, seducidos por la nueva Roma cosmopolita, mandaron al cuerno la proverbial austeridad romana, para consternación de moralistas como Catón el Viejo, que veía en aquella actitud el fin de la virtus y la dignitas. “El Estado va por mal camino cuando se paga más dinero por un esclavo guapo que por un campo de cultivo”, se quejó amargamente en un discurso. En efecto, estaban de moda los delicati, jovencitos destinados a complacer sexualmente a sus amos. Sin embargo, no era el homoerotismo lo que irritaba al severo orador, sino la intemperancia. Un pueblo que lo gastaba todo en placeres solo podía conducir a la República a su ruina. La lujuria no era peor que la pereza o la glotonería. Eso sí, todo tenía un límite. En 186 a. C., más de siete mil hombres y mujeres, algunos de familia noble, fueron arrestados por participar en unas bacanales que iban más allá de lo que los romanos entendían por un culto razonable a Dionisio. Además de las clásicas danzas bajo los efectos del vino, se decía que esta secta practicaba orgías multitudinarias, abusos sexuales contra muchachos libres e incluso sacrificios humanos.
6. Mujeres al poder
La nueva juventud romana no está para sermones. “Todos los que puedan pagar tienen derecho a hacer el amor”, grita un personaje de Plauto, haciéndose eco del sentir de su generación. Ciertamente, sus padres y abuelos ya echaban canas al aire con prostitutas, pero ellos van más allá: se enamoran de cortesanas, las colman de regalos, compiten por sus favores y les dedican poemas. En sus versos, Catulo, Tibulo y Virgilio ya no se comportan como el macho omnipotente de los viejos tiempos. Al contrario, se declaran subyugados por la amada, imploran sus favores y se quejan de sus traiciones, una falta de hombría que hubiera sonrojado a sus antepasados. Ellas, por su parte, emplean la seducción para obtener concesiones o acumular un patrimonio que les permita jubilarse holgadamente.
Las grandes familias se aseguran de mantener su fortuna a buen recaudo, ya que las novias patricias conservan la propiedad de sus bienes y el derecho a heredar.
La prosperidad económica también ha cambiado la vida a las mujeres respetables. El matrimonio ya no es lo que era. Ahora las bodas se celebran sin manus: la esposa sigue bajo la tutela paterna en lugar de pasar a depender del marido. De este modo, las grandes familias se aseguran de mantener su fortuna a buen recaudo, ya que las novias patricias conservan la propiedad de sus bienes y el derecho a heredar. En teoría no pueden vivir a su antojo, ya que dependen de la autoridad paterna. Pero en la práctica gozan de una gran libertad de movimientos: a fin de cuentas, no viven bajo el mismo techo que su padre. Si quedan huérfanas, enviudan o se divorcian, se les asigna un tutor a quien deben consultar para determinadas transacciones. Sin embargo, con el tiempo, el permiso de estos tutores se volverá una mera formalidad.
Ya nadie ofrece sacrificios a Juno Viriplaca para resolver crisis conyugales. El divorcio está a la orden del día, los clanes hacen y deshacen matrimonios en función de las conveniencias políticas del momento, alianzas orientadas a obtener cargos públicos que beneficien a ambas familias. Y las romanas desempeñan un papel crucial en estas redes políticas. Lejos de quedarse en casa tejiendo túnicas, como manda la tradición, se convierten en profesionales de las relaciones públicas. Acompañan a sus maridos a fiestas y banquetes, ejercen de mediadoras entre su familia y la de su esposo, intrigan para impulsar la carrera de hijos y parientes, emprenden negocios con el dinero de su dote e incluso reciben a sus propios clientes, hombres y mujeres de rango inferior que les prestan apoyo incondicional a cambio de favores.
Las nuevas libertades de las matronas no incluyen el derecho de amar a quien deseen. El tabú del adulterio sigue intacto. Incluso las viudas deben guardar las formas. El gran escándalo del siglo I a. C. lo protagonizó Clodia Metelli, una opulenta viuda patricia que se vio envuelta en una intrincada trama judicial de tintes políticos. Al acusado, Marco Caelio Rufo, se le imputaba un asesinato, varios disturbios y un intento de envenenar a Clodia. Pero Caelio contaba con un abogado de lujo, Cicerón, cuya táctica consistió en desprestigiar a la demandante, vertiendo sobre ella un sinfín de reproches morales –adulterio, incesto, alcoholismo...– hasta convertir a la presunta víctima en una malévola femme fatale, a la que no dudó en apodar “la Medea del Palatino”. Por fortuna para ella, este ataque a su reputación no tuvo consecuencias legales. Durante la República, la conducta de una viuda emancipada era un asunto privado. Pero eso estaba a punto de cambiar.
7. El adulterio como asunto de Estado
Si durante la República las matronas seguían siendo intocables y las aventuras galantes las protagonizaban cortesanas, en tiempos de Julio César el adulterio era ya el deporte nacional. Al mismo César lo llaman, jocosamente, “marido de todas las mujeres y mujer de todos los maridos”. Por primera vez se tiene en cuenta el placer mutuo. Es en esta época cuando Ovidio publica El arte de amar, un completísimo manual para seducir a mujeres casadas que, entre otros consejos, indica a los jóvenes los mejores sitios de Roma donde ir a cazar conquistas, entre ellos el circo y el teatro.
Las mujeres se pirran por aurigas, actores y luchadores. Una patricia llamada Epia fue la comidilla de sus contemporáneos por fugarse con un gladiador de mediana edad. “Es la espada que las mujeres aman”, comentaría, entre burlón y resignado, Juvenal. Si damos crédito a los grafitis de Pompeya, el sex-appeal de los gladiadores era, ciertamente, irresistible: “Las chicas suspiran por Celadus el Tracio” o “Crescens el reciario, médico de las chicas de noche, de día y a otras horas” son algunas de las bravuconadas que pintaban en las paredes estos guerreros del espectáculo.
Octavio Augusto daría un brusco golpe de timón a las costumbres con dos leyes concebidas para interferir directamente en la vida íntima de los ciudadanos.
Entre los romanos, el ocio siempre se consideró una fuente de inmoralidad, y jamás hubo tanto ocio ni tan variado como durante las primeras dinastías del Imperio. Roma seguía siendo una ciudad rica, y sus ciudadanos, despojados de casi todo poder político, no tenían nada que hacer. Bañarse, cotillear, asistir a espectáculos, cultivar las artes y enredarse en amoríos eran sus únicas ocupaciones. Las matronas habían aparcado la tradicional stola y vestían modelos más vistosos y provocativos. En la aristocracia, los celos entre esposos no eran de buen tono, y tener hijos había dejado de ser una prioridad.
Octavio Augusto daría un brusco golpe de timón a las costumbres con dos leyes concebidas para interferir directamente en la vida íntima de los ciudadanos. La Lex Iulia de maritandis ordinibus penalizaba a los solteros y a los casados sin hijos, impidiéndoles heredar. Además, obligaba a viudos y divorciados de ambos sexos a casarse de nuevo, en plazos que oscilaban de los cien días a los diez meses. A las matronas que hubieran dado más de tres hijos a la patria se las premiaba liberándolas de cualquier tutela masculina. Por su parte, la Lex Iulia adulteriis convertía el adulterio en un crimen penado por la ley. Hasta entonces, los trapos sucios de la infidelidad se lavaban en casa, con la ayuda de un consejo familiar que negociaba las condiciones del repudio y con alguna que otra paliza al amante de turno. A partir de ahora, denunciar un adulterio sería obligatorio. Si el esposo no acusaba públicamente a la infiel, se exponía a ser condenado por proxeneta. Cualquier testigo de un adulterio, real o imaginario, podía presentar denuncia, y si los reos eran declarados culpables, el demandante se quedaba una parte de sus bienes. Esto disparó los juicios por intereses políticos o económicos, incluso por simple venganza. La pena solía consistir en el destierro a una isla, aunque el padre de la condenada tenía derecho a matarla, si lo prefería. Por supuesto, la ley afectaba únicamente a mujeres casadas de nacimiento libre. La vida moral de las menos respetables no interesaba al Estado. En el año 19, una patricia llamada Vistilia intentó eludir el castigo por adulterio inscribiéndose en el registro de prostitutas. Para cubrir este agujero legal, el Senado acabó publicando un decreto que prohibía prostituirse a las mujeres de clase alta.
La dureza de estas medidas haría exclamar al historiador Tácito: “Antes sufríamos con los escándalos, ahora sufrimos con las leyes”. Sin embargo, el alarde de conservadurismo de Octavio no iba a dar los frutos esperados. Los jóvenes ricos de su tiempo siguieron entregándose al placer. Y la primera dinastía del Imperio no pasaría a la historia, precisamente, como ejemplo de continencia sexual.
Este artículo se publicó en el número 532 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.
Ana Echeverría Arístegui
sábado, 7 de mayo de 2022
EL ANFITEATRO ROMANO Y SU SIMBOLOGÍA
Como cualquier lugar o actividad, el anfiteatro traía consigo una serie de simbolismos, los cuales lo hicieron destacar.
En primera instancia es evidente que el anfiteatro constituía en la mentalidad romana, una representación a escala del universo. De esta forma todo el universo era mostrado (y se congregaba) en el anfiteatro, en la arena se exhibían los pueblos y bestias del mundo sometidas al pueblo de Roma, el cual los contemplaba desde la grada, y aún por encima de la grada el anfiteatro se abría al cielo, desde el cual los dioses (que recogían los destinos de cada uno) veían el evento.
En un segundo nivel, centrándonos en la grada, esta era una representación del pueblo de Roma, meticulosamente ordenado según la clase social de cada uno de sus miembros. Los individuos más importantes se sentaban al borde de la arena y, conforme descendía la relevancia social del individuo, más arriba se le emplazaba en la grada. En suma, la grada constituía una representación ordenada y organizada del pueblo, ocupando cada uno el puesto que le correspondía en la sociedad.
En un tercer nivel, el anfiteatro era (teniendo en cuenta todo lo anterior) la materialización del triunfo de Roma, pues en la representación del universo que mostraba el anfiteatro, el pueblo de Roma ocupaba el lugar del vencedor (estaba en la grada, no en la arena) y porque aparecía ordenado de un modo que ensalzaba esa victoria (se sentaban más cerca de la arena aquellos que desempeñaban un rol más activo en someter a lo que aparecía en ella, hombres y bestias).
Es más, la mera apariencia física del edificio expresaba claramente el triunfo de Roma, pues solo una nación exitosa y rica podía ser capaz de levantar semejante estructura colosal.
Así, resulta evidente que sentado en la grada de un anfiteatro un romano solo podía sentirse orgulloso de serlo y aquellos que no eran romanos probablemente darían gracias de poder estar ahí y no un poco más abajo (en la arena), y se alegrarían de ser amigos de los romanos y de compartir su cultura.
En esencia, el anfiteatro potenciaba el sentimiento de identidad nacional (en los romanos) y lo creaba en los no romanos (deseaban serlo). Tanto si habías nacido en Roma o no, sentado en la grada de un anfiteatro uno se sentía romano (la expresión más clara de lo que significaba la romanización).
Pero además de evocar al universo, a la sociedad romana y a su triunfo, el edificio mismo y el munus que en él se celebraba eran una metáfora de la vida. Así, en la arena había dos puertas, la Porta Triumphalis y la Porta Libitinensis, representando la existencia humana:
- Porta Triumphalis
Simbolizaba el nacimiento, razón por la que era a través de esta puerta que los gladiadores entraban en la arena (la vida) mediante el desfile que abría el munus (pompa). Si el gladiador vencía, significaba que «volvía a nacer» (ciertamente, cada combate ganado era una nueva vida), razón por la que abandonaba la arena por esa misma puerta por la que había «nacido», de ahí su nombre, ya que por ella salían los gladiadores triunfantes.
- Porta Libitinensis
Simbolizaba la muerte. Justo enfrente de la puerta del nacimiento (la Triumphalis). al otro extremo de la arena, estaba la puerta de la muerte (Porta Libitinensis), al igual que en la vida la muerte está enfrente del nacimiento, todo lo que nace tiene frente a sí la muerte. La Porta Libitinensis se llamaba así por Libitina, diosa de la muerte, y era a través de esta puerta por la que sacaban a todo aquello que moría sobre la arena (ya fuese hombre o bestia).
Así, el gladiador, lo primero que veía al salir (nacer) de la porta Triumphalis a la arena era la Porta Libitinensis (la muerte), un buen recordatorio del destino que le esperaba si no combatía bien. Sin duda, una forma de motivar a los combatientes desde el primer momento. Y era en el espacio entre el nacimiento y la muerte, la arena (la vida), donde el gladiador debía luchar para ganarse su destino.
Todo era una metáfora de la existencia, quien en la vida (la arena) luchaba bien merecía seguir viviendo, pero quien ante las adversidades que aparecían en la vida (la arena) no se comportaba con virtuosismo no merecía seguir viviendo, sino continuar su camino por la Porta Libitinensis.
La Porta Triumphalis y la Porta Libitinensis estaban sobre el eje mayor de la elipse de la arena (en el Coliseo la Triumphalis está en el lado oeste y la Libitinensis en el lado este).
No hay datos concretos de por dónde salían los gladiadores vencidos a los que se les salvaba la vida (al no ser victoriosos, las fuentes no se ocupan de este particular). Quizá no existía una costumbre fija al respecto, pudiendo ocurrir que en unos anfiteatros saliesen por una puerta y en otros ppr otra.
En el Coliseo, la porta Libitenensis conecta directamente, siguiendo el trazado del eje mayor, con la arcada este del eje mayor, que da al ludus magnus y al spoliarium (la morgue). Así pues, un gladiador que moría en combate recorría un camino totalmente recto: entraba en el anfiteatro por la arcada de la fachada oeste, que llevaba (siempre en línea recta) hasta la Porta Triumphalis, por la que salía a la arena, caía muerto y era sacado de la arena por la Porta Libitinensis, la cual en línea recta llevaba hasta la arcada de la fachada este, a través de la cual se le sacaba del anfiteatro para llevarlo al spoliarium.
Bibliografía:
MAÑAS A., Gladiadores: El gran espectáculo de Roma. Barcelona 2013.
SEGURA MUNGUÍA, S., CUENCA CABEZA, M.: El ocio en la Roma antigua. Bilbao 2008.
viernes, 25 de marzo de 2022
María, Madre mía, me entrego por completo a ti como tu posesión y propiedad. Haz de mí, por favor, de todo lo que soy y tengo, lo que más te agrade. Permíteme ser un instrumento digno en tus manos inmaculadas y misericordiosas para ofrecer la máxima gloria posible a Dios. Amén.
Oh María, Madre de Dios y Madre nuestra, nosotros, en esta hora de tribulación, recurrimos a ti. Tú eres nuestra Madre, nos amas y nos conoces, nada de lo que nos preocupa se te oculta. Madre de misericordia, muchas veces hemos experimentado tu ternura providente, tu presencia que nos devuelve la paz, porque tú siempre nos llevas a Jesús, Príncipe de la paz.
Nosotros hemos perdido la senda de la paz. Hemos olvidado la lección de las tragedias del siglo pasado, el sacrificio de millones de caídos en las guerras mundiales. Hemos desatendido los compromisos asumidos como Comunidad de Naciones y estamos traicionando los sueños de paz de los pueblos y las esperanzas de los jóvenes. Nos hemos enfermado de avidez, nos hemos encerrado en intereses nacionalistas, nos hemos dejado endurecer por la indiferencia y paralizar por el egoísmo. Hemos preferido ignorar a Dios, convivir con nuestras falsedades, alimentar la agresividad, suprimir vidas y acumular armas, olvidándonos de que somos custodios de nuestro prójimo y de nuestra casa común. Hemos destrozado con la guerra el jardín de la tierra, hemos herido con el pecado el corazón de nuestro Padre, que nos quiere hermanos y hermanas. Nos hemos vuelto indiferentes a todos y a todo, menos a nosotros mismos. Y con vergüenza decimos: perdónanos, Señor.
En la miseria del pecado, en nuestros cansancios y fragilidades, en el misterio de la iniquidad del mal y de la guerra, tú, Madre Santa, nos recuerdas que Dios no nos abandona, sino que continúa mirándonos con amor, deseoso de perdonarnos y levantarnos de nuevo. Es Él quien te ha entregado a nosotros y ha puesto en tu Corazón inmaculado un refugio para la Iglesia y para la humanidad. Por su bondad divina estás con nosotros, e incluso en las vicisitudes más adversas de la historia nos conduces con ternura.
Por eso recurrimos a ti, llamamos a la puerta de tu Corazón, nosotros, tus hijos queridos que no te cansas jamás de visitar e invitar a la conversión. En esta hora oscura, ven a socorrernos y consolarnos. Repite a cada uno de nosotros: “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?”. Tú sabes cómo desatar los enredos de nuestro corazón y los nudos de nuestro tiempo. Ponemos nuestra confianza en ti. Estamos seguros de que tú, sobre todo en estos momentos de prueba, no desprecias nuestras súplicas y acudes en nuestro auxilio.
Así lo hiciste en Caná de Galilea, cuando apresuraste la hora de la intervención de Jesús e introdujiste su primer signo en el mundo. Cuando la fiesta se había convertido en tristeza le dijiste: “No tienen vino” (Jn 2,3). Repíteselo otra vez a Dios, oh Madre, porque hoy hemos terminado el vino de la esperanza, se ha desvanecido la alegría, se ha aguado la fraternidad. Hemos perdido la humanidad, hemos estropeado la paz. Nos hemos vuelto capaces de todo tipo de violencia y destrucción. Necesitamos urgentemente tu ayuda materna.
Acoge, oh Madre, nuestra súplica.
Tú, estrella del mar, no nos dejes naufragar en la tormenta de la guerra.
miércoles, 8 de diciembre de 2021
LOS MÁRTIRES DEL EMPERADOR FILÓSOFO. LAS PERSECUCIONES DE LYON Y VIENNE
El crecimiento en número e influencia de los cristianos provocará una reacción de desconfianza de las autoridades y del pueblo hacia este grupo religioso que se traducirá en un aumento progresivo del odio hacia los seguidores de Cristo que se desbordará con fuerza en situaciones y lugares puntuales, en especial bajo el gobierno de Marco Aurelio (161-180 d. C).
Ejecución de una joven.
Seis de los mártires más conocidos de Lyon y Vienne.
Blandina, Pontico, Atalo, Alejandro,Maturo y Sanctus
Blandina, envuelta en una red es corneada por los toros.
Murió junto con Blandina, el último día de las fiestas. Su corta edad de 15 años no le libró de la tortura que, debido a su juventud no pudo el aguantar el tormento al que fue somentido demasiado tiempo.
Sanctus, el diacono de Vienne.
Se negó a dar su nombre, procedencia o condición social al tribunal. Se limitaba a responder "soy cristiano". Fue condenado a tortura en la parrilla ardiente y a ser arrojado a las fieras en el anfiteatro donde finalmente encontró la muerte.
Maturo, el neófito.
Maturo, no es una de las personalidades más destacadas de la iglesia de Lyon o Vienne. Le tocó sufrir los diferentes tormentos junto a Sanctus. Tras las torturas del interrogatorio, fueron sometidos a pasar entre dos filas de hombres provistos de látigos. Sufrieron el suplicio de la silla ardiente de hierro, para ser finalmente degollados
Biblis, la arrepentida.
Era una dama de origen oriental, que por miedo a las consecuencias, negó su condición de cristiana ante el tribunal. Según Eusebio de Cesarea, cuando fue sometida a tortura para que declarara que los cristianos se alimentaban de carne humana afirmó ser cristiana e increpó a sus interrogadores."¿Como pueden los cristianos devorar a los niños, si ni siquiera comen la sangre de los animales?". De esta afirmación se desprende que muchos judeo-cristianos de Oriente, como Biblis, respetaban la prohibición del Sínodo de Jerusalén de alimentarse de animales ahogados y de la sangre de cualquier animal."
.
Atalo, el noble de Pérgamo y Alejandro, el médico frigio.
Ambos provenían de Oriente. Atalo era una persona de buena posición social y ciudadano romano. Fué sacado con los demás a las fieras del anfiteatro, pero cuando el legado imperial supo de su condición legal como ciudadano romano, le hizo volver al calabozo, junto a los demás cristianos que ostentaban esa condición y que por lo tanto tenían derecho a no ser torturados y a que se les ejecutara por decapitación. Sin embargo el representante imperial, para satisfacer a la multitud cambió de opinión y condenó a Atalo al suplicio en la arena del anfiteatro, junto al médico Alejandro, que se había delatado así mismo al protestar ante las autoridades por el trato dado a sus compañeros de fe. Ambos fueron sometidos a tormento y ejecutados públicamente para divertimento de la muchedumbre.
Los cuerpos de todos ellos fueron arrojados al Ródano.
Con respecto a la responsabilidad de los representantes imperiales y del propio Marco Aurelio en lo sucedido, debemos aclarar que hubo mucha presión popular sobre las autoridades para que actuaran contra los cristianos. El legado imperial consultó a Marco Aurelio sobre la forma de proceder contra estos seguidores de Cristo, algunos de los cuales eran además ciudadanos romanos y que por lo tanto gozaban de ciertos derechos legales. La respuesta de Marco Aurelio fue clara. Había que devolver la libertad a los que abjuraran. A los que persistían, decapitarlos si eran ciudadanos romanos y si no lo eran, había que condenarlos a morir en el anfiteatro.
CONCLUSIÓN.
Tras dar un repaso a la persecución de los cristianos desde Trajano hasta Marco Antonio podemos concluir que:
1.- Los emperadores de esta dinastía se atuvieron, con algunos matices, a las instrucciones que Trajano le dio a Plinio, el Joven, Gobernador de Bitinia y Ponto.
2.- La actitud hostil de la población "pagana" creó un ambiente y un modo de interpretar la realidad ,según la cual, ser cristiano era incompatible con el estilo de vida en el Imperio Romano.
3.- De esa creencia nació una especie de aforismo legal que permitirá a las autoridades el castigo a los cristianos, por el simple hecho de serlo.
4.- Las persecuciones que se produjeron tuvieron un cacárter local. No fueron impulsadas o coordinadas desde Roma. Surgieron de forma esporádica, a veces provocadas por el celo de los gobernadores locales que reaccionaban ante la denuncia de algún particular, a veces por el pueblo que les culpaba de diversas calamidades del momento histórico.
Escrito por Federico Romero Díaz
BIBLIOGRAFIA
Eusebio de Cesarea.- HIST. ECCL; IV y V)
Eusebio, Historia de la Iglesia.- Paul Maier.-Portavoz, 1999.
Plinio, el Joven.(Epistolae X.96).
Historia del cristianismo.- Alain Corbin et. al..-Ariel 2013.
Historia de la Iglesia Primitiva. Desde el siglo I hasta la muerte de Constantino.-E. Bachousey, C. Tylo. Edit CLIO, 2004.