Querido divorciado
Lo que los curas no pueden
decir. ¿O sí?
¿Qué le dirías tú, lector
amigo, a un divorciado católico que te viene a llorar el dolor del trato que
nosotros, su Iglesia, le damos?
Yo le respondí todo esto. Un
poco largo quizás, pero quise cuestionarle a la luz del Evangelio que yo he
leído. Puede que algunos hayan leído "otro".
¿Recuerdas quienes sufrían ese "apartheid" en tiempos del
Señor? Algunos de aquellos leprosos desafiaron la prohibición y se acercaron a
quien podía darles la salud y la paz. Esas experiencias evangélicas deberían
darte ya alguna pista.
Las normas generales no siempre
se pueden aplicar a todos. Por encima de las normas está la "conciencia profunda". La
propia doctrina oficial lo reconoce. ¡Menos mal!
Claro que, antes de nada, conviene
distinguir dos clases de divorcios:
1) El divorcio por capricho que empuja a no aguantar lo más mínimo
y dar rienda suelta a la satisfacción corporal y sensible. El voluble egoísmo junta y separa. La pareja no es más que un
instrumento para mi satisfacción. Cuando no sirve a mis propósitos la tiro o la
sustituyo como sustituyo un sofá demodé.
2) El divorcio por necesidad, para poder seguir viviendo, porque la
yunta con quien camina en dirección contraria es mortífera. Hubo un error de
inicio, se formalizó una boda legal pero no real. Allí no había unidad, ni amor
verdadero, ni compatibilidad, ni consciencia suficiente. Como mucho fue un
precipitado fogonazo de juventud provocado por carencias afectivas, inmadurez,
instinto y ceguera. Ni estabas preparado, ni supiste prepararte, ni
vislumbraste las espeluznantes consecuencias de tu equivocación.
¿Me voy aproximando a tu caso? ¿Condenarías a alguien a permanecer anclado
en el "dolor del error"
toda la vida? ¿No existe posibilidad de rectificación para los
matrimoniados por error? ¿Les condenarías a vagar separados y solos por las
estepas de la vida? Tal vez las respuestas a estas preguntas te ayudarán a
comprender y comprenderte.
En situaciones extremas los
católicos deberíamos acudir a la propia Iglesia para que analice y resuelva si
hubo o no matrimonio verdadero. En mi opinión
hay muchas más nulidades de las que se solicitan y declaran. Los católicos
acudimos a los ágiles tribunales civiles y huimos de la parsimonia eclesiástica.
Lo uno no quita lo otro. El sentido común me dice que si me casé por la Iglesia,
debería también someter mi fracaso a la Iglesia.
Sé que hay circunstancias que
hacen esto prácticamente imposible por el tema de las jurisdicciones
territoriales y la movilidad geográfica de los separados. También sé que la
lentitud procesal de los tribunales eclesiásticos, sus exigencias formalistas,
su mermada fama y su imaginaria carestía, disuaden a muchos católicos. ¡Nos
equivocamos! Deberíamos, como mínimo, informarnos.
Me cuentas que, en tu caso, no
tienes posibilidad real de acudir a esa solución, que eres un "divorciado católico" de muchos,
que llevas con dolor la situación en que te hemos colocado. Pero eso es
compatible con procurar la REALIDAD de una "vida
espiritual profunda", aún en contra de la TEÓRICA situación jurídica en
que estás atrapado. Hay personas importantes en la Iglesia que claman por
avanzar en la doctrina sobre los divorciados, como el Cardenal Martini que pedía
un Concilio -nada menos- sobre este tema.
Para quebrantar la norma sin
sentirte culpable tendrías que avanzar hacia una conciencia PROFUNDA (la
que se fía del discernimiento propio y las aspiraciones profundas; en tu caso,
la aspiración a vivir más íntimamente unido al Señor).
Tendrías que tomar distancia de
la rigidez de la conciencia CEREBRAL (la que sigue ciegamente normas, reglas y
libros) y salir de la alienación a la conciencia SOCIAL (la que se somete rigurosamente
al "ambiente humano" en que
vive, sin discernimiento personal).
La primera es la conciencia de
que habla Pablo: "Nos
sentimos orgullosos de que nuestra
conciencia nos asegure que nos hemos comportado con todo el mundo, y
especialmente con vosotros, con la sencillez y la sinceridad que Dios da, y no
por la sabiduría humana, sino por la gracia de Dios" (2Cor, 1,12).
Es decir, hay que madurar y
aprender a descender a la conciencia profunda, dándola
prioridad sobre las otras dos, propias de etapas inmaduras. No se trata de
eliminarlas sino de ponerlas en su lugar. La conciencia profunda es el
íntimo reducto de la persona, que tiene en cuenta todas las realidades (interiores
y exteriores) en que está inmersa. Es la brújula que pivota siempre sobre el Dios
personal que nos habita.
Mientras no consigas bajar a la conciencia
profunda no serás libre ni autónomo, seguirás siendo un niño agarrado a
la mano de mamá: "Cuando
yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Cuando
llegué a hombre, desaparecieron las cosas de niño" (1Cor 13,11). "Mientras
el heredero es niño, en nada se diferencia de un esclavo, aunque sea el dueño
de todo" (Gal 4,1).
Algún día te escribiré sobre los terribles daños que causa la religión que
no promueve la autonomía y libertad de las personas. Confundir "religiosidad" con "sometimiento" (algo que se
patrocina con mucha frecuencia) nos conduce a la alienación, inseguridad, temor,
rigidez, culpabilidad, escrúpulos, incluso neurastenia, depresión y agresividad
sectaria. Es un tremendo fraude, aunque sea realizado con buena intención, más
propio de sectas que de verdaderas religiones.
En este momento te sientes atado
por el texto que me envías: "Cuando los fieles divorciados vueltos a casar se
separan o viven en plena continencia, pueden ser admitidos nuevamente a los
sacramentos"[1].
No sé a quién se le ocurrió esa
redacción pero basta leer para darse cuenta que repugna al sentido común. Y lo
digo así, abiertamente, para que nuestros dirigentes se enteren que la VIDA
REAL no cabe en esos almidones que nos han planchado.
Qué distante y distinto ese texto
que te aprisiona de aquél del primer Concilio de Jerusalén: "El Espíritu
Santo y nosotros hemos decidido no imponeros más cargas que las
imprescindibles" (He 15,28).
Me parece que hay evidentes contradicciones entre la doctrina original y sus complejas
derivaciones posteriores.
Con el afán de tenerlo todo
atado, normalizado y cuadriculado, nos han construido una torre doctrinal
enorme, mayor que la de Babel, sin la mínima concesión a la conciencia, al discernimiento
o al raciocinio personales.
No me extraña que nos asalte muchas veces esa sensación de falta de
oxígeno y vida. Nos enseñan:
-
"sometimiento"
en vez de "discernimiento",
-
"cumplimiento"
(cumplo y miento) en vez de "seguimiento",
-
"erudición"
en vez de "conversión",
-
"rito"
en vez de "vida interior".
En nuestras catequesis (e incluso
en la formación de nuestros curas) se memorizan historias, teorías y cánones
(formación intelectual) pero no se forman conciencias, ni se camina hacia la
maduración personal real. La fidelidad propuesta es obediencia ciega a las "voces externas", en vez de
escucha y docilidad a la "voz
interior" del dulce Huésped que nos anida.
A pesar de todo, me duelo pero no
me escandalizo. Sé que nuestra Iglesia está dirigida por hombres falibles que
hacen lo que pueden y suplen sus carencias dándose más importancia de la que
tienen: "Si
el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no
guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas" (Sal 127).
Y no te confundas, amigo mío, no
defiendo una Iglesia blandengue, sin columna vertebral, sometida al capricho de
cada cual. Ése sería el otro peligrosísimo extremo. Suspiro por una Comunidad caminante, que proponga y no imponga, que anime
y nunca rechace, que promueva la libertad, la maduración, la conciencia y los
carismas personales, que crea visceralmente en el Espíritu, el gran olvidado.
Pero volvamos a tu caso. En los
temas complejos, como éste, no es fácil conciliar la norma general con las
necesidades particulares. Los dirigentes
tienden al rigor y los fieles deberíamos anclarnos en la comprensión y la
misericordia. Sigue siendo verdad que "el sábado es para el hombre y no el hombre para el
sábado" (Mc 2,27).
Por lo que me has contado,
deduzco que en tu primer matrimonio ("no-matrimonio")
hubo una nulidad plena (tu conciencia te lo descubrirá si te miras con
sinceridad). Me parece que no sabías lo que hacías y los hechos posteriores lo
demuestran. Además no puedes pedir la "nulidad
oficial" porque tus circunstancias no lo permiten. ¿Puedes pensar que
el Señor te quiere ATRAPADO en esa especie de tierra de nadie y alejado de sus sacramentos?
Desde luego, yo creo en un Dios
que me atrae y me quiere cerca, en cualquier circunstancia, por encima de
cualquier norma, aunque haya tenido un accidente de vida o haya cometido un
garrafal error al emparejarme. Mis aspiraciones interiores no pueden ser
retenidas por ningún código humano. Abandonaría la gruta del destierro, como
los leprosos, y me acercaría al Jesús que comprende, cura y nunca rechaza.
Te recomiendo que leas y releas
este texto: "¿Quién
podrá separarnos del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución,
el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?... Porque estoy persuadido que
ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las cosas
presentes ni las futuras, ni las potestades, ni la altura ni la profundidad, ni
otra criatura alguna podrá separarnos del amor que Dios nos ha manifestado en
Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rom
8,35).
Continúa después con este otro: "No tienen
necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; no he venido a llamar a los
justos, sino a los pecadores" (Mc 2,17). Después discierne si debes o no debes
acercarte a los sacramentos.
¡Perdóname si algo de lo que digo
te perturba! Ya sabes que sólo se
critica lo que se ama porque "no hay mayor desprecio que no hacer aprecio".
Mi amor a mi Iglesia me hace desear apasionadamente su transformación y
conversión, empezando por uno mismo naturalmente.
Me has pedido sinceridad y ahí la
tienes. Una única advertencia: Que las decisiones de tu conciencia no causen
escándalo a otros más débiles o ignorantes. Por tanto sé prudente a la hora de
actuar. Se trata de vivir lo más cerca posible del Dueño de la vida sin causar
escándalo a los "niños" de
mayor o menor edad.
He pretendido simplemente darte algunas pistas para que puedas tomar
tus propias decisiones. Si te sirven, me sentiré pagado. En todo caso, no
dejes de buscar al Señor y dejarte encontrar por Él. Me parece que no puedes
consentir que "la falta de unos
papeles" (los de la nulidad) te alejen del Señor. Eso sería un
disparate.
Un abrazo inmenso, Andrés. Que el
Dios de la Paz te inunde, te permita encontrar tu conciencia profunda y su camino.
Jairo del Agua
[1] De la Exhortación Apostólica Familiaris
consortio (22-11-1981),
punto 6, posterior al Sínodo de los Obispos sobre la familia (1980).
Aquí tienes un libro que te puede ayudar:
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