TRADUCCIÓN

miércoles, 30 de marzo de 2016

ALMANZOR, EL VICTORIOSO

Nunca los cristianos de Hispania tuvieron peor y más poderoso enemigo, y nunca el califato de Córdoba conoció mejor caudillo. 
La vida de Almanzor fue una sucesión de triunfos, alcanzados por una persona cruel, carismática, inteligente y siempre cautivadora.. Fue, sin duda, el mayor enemigo que tuvieron los cristianos en aquella época de la Reconquista… Janire Rámila
Almanzor
En la era 1040 murió Almanzor y fue sepultado en el infierno”. Así de rotunda describe la Crónica Silense el final del caudillo andalusí que nunca perdió una batalla y que sembró el caos y el temor en los reinos cristianos del siglo X d.C. No es de extrañar, por tanto, el odio que desprenden estas palabras y el profundo alivio que sintieron los territorios de la marca norte, desde Galicia hasta el condado de Barcelona, al conocer la noticia. Y, sin embargo, cuando Almanzor vino al mundo nada hacía presagiar aquel futuro suyo de victorias y esplendor.
Durante la infancia de Ibn Abi ´Amir, la familia aún conservaba buenas rentas, permitiéndole el traslado a Córdoba para estudiar literatura, leyes y tradiciones árabes
Abu ´Amir Muhammad Ibn Abi ´Amir al-Ma´afiri llegó al mundo en la ciudad malagueña de Torrox hacia el año 940, descendiente de una familia con connotaciones heroicas. Su abuelo, ´Abd al-Malik, fue de aquellos que acompañaron al general Tariq ben Ziyad en su desembarco del año 711. Y debió ser un soldado valiente, como demuestra que recibiese en su retiro el castillo y las tierras de Torrox como recompensa a sus servicios.
Durante la infancia de Ibn Abi ´Amir, la familia aún conservaba buenas rentas, permitiéndole el traslado a Córdoba para estudiar literatura, leyes y tradiciones árabes. Su primer empleo fue en la administración pública y con 27 años ya lo encontramos como intendente del príncipe Abd al-Rahman, hijo del califa al-Hakan. Desde ese instante, “no hubo día en que no alcanzase alguna promoción o influencia”, en palabras del historiador árabe Ib al-Jatib, hasta que en el 970 logró alzarse con el título de tutor de Hisham II, el heredero al trono. Eran los tiempos de los Omeya, la dinastía que, procedente de Damasco, había traído la suntuosidad y la estabilidad al sur peninsular.
El nuevo puesto le otorgaba un poder inusitado para alguien de su condición, pero Ibn Abi ´Amir quería más e inició contactos con el ejército cordobés para atraer a los y más influyentes generales a su causa. 
ASCENSO AL PODER
El 1 de octubre de 976 Córdoba se vistió de luto por el fallecimiento del califa al-Hakam II. La elección de su hijo Hisahm como sucesor no gustó al hermano del fallecido, un hombre casi anciano llamado al-Mugirah, quien esgrimió su derecho al trono. Y quizá hubiera logrado su pretensión, si no fuese porque esa misma noche Ibn Abi ´Amir ordenó el asesinato del pretendiente, zanjando la cuestión dinástica. Como pago a ese gran servicio,  Ibn Abi ´Amir  fue promovido a corregente junto al visir al-Mushafí. Pero tampoco eso le agradó. Sólo el poder absoluto podía satisfacer su desmedida ambición.
Calculador como era, su siguiente paso consistió en aislar al joven heredero en un palacio ajeno a las miradas y recuerdos del pueblo. Lo ocupó rodeándole de lujo y de mujeres, embriagándole de placer, mientras él se dedicaba al gobierno de Al-Andalus
En 977, los árabes organizaron una campaña para castigar las incursiones realizadas por los gallegos fuera de sus tierras. Y al frente, por vez primera, Ibn Abi ´Amir. La campaña se saldó con un éxito rotundo y en su regreso a Córdoba, el corregente repartió el botín conquistado entre sus soldados. Estos le respondieron con vítores y juramentos de lealtad eterna, lo que Ibn Abi ´Amir aprovechó para acusar al visir al-Mushafí de robar del erario público. La acusación era cierta y ya conocida desde antiguo por Ibn Abi ´Amir, sólo que éste se la guardó como arma política esperando el momento idóneo para lanzarla. Y lo encontró.
Demostrados los cargos, Al-Mushafí fue encarcelado y, ya en prisión, asesinado. Las crónicas no lo dicen, pero en esa muerte se intuye fácilmente la mano de Ibn Abi ´Amir. Calculador como era, su siguiente paso consistió en aislar al joven heredero en un palacio ajeno a las miradas y recuerdos del pueblo. Lo ocupó rodeándole de lujo y de mujeres, embriagándole de placer, mientras él se dedicaba al gobierno de Al-Andalus. Incluso le obligaba a recorrer las calles tapado para que nadie le reconociese u ordenaba desalojarlas a su paso. Con el tiempo, el califa no fue sino un fantasma para sus súbditos, en una mera leyenda.
Bajo la batuta de Ibn Abi ´Amir, el califato conoció una época de auténtica prosperidad. Las arcas públicas engordaron, se abarataron los alimentos gracias al trabajo esclavo, se construyeron escuelas y zonas de regadío… Un poder sustentado en el pensamiento único que le hizo cometer grandes aberraciones, como perseguir cualquier disidencia política o quemar más de 400.000 volúmenes de la biblioteca privada del anterior califa. Muchos de ellos, obras irrepetibles sobre astronomía, filosofía, medicina…
También emprendió una reforma del Ejército dirigida a apuntalar su obediencia mediante la sustitución de soldados eslavos por bereberes,  fanáticos de su figura, y por mercenarios navarros, leoneses o castellanos, servidores del mejor postor. Rejuveneció a las tropas, consiguiendo eliminar las añoranzas al anterior califa. Y su victoria hubiese sido total, si no fuese porque su propio suegro Galib le reprochó espada en mano su usurpación del trono.
Al observar la escena, los aliados iniciaron un repliegue que fue perfectamente aprovechado por Ibn Abi ´Amir para lograr otra gran victoria e iniciar desde Córdoba el castigo hacia los cristianos que habían osado levantarse en contra suya
En un primer instante Ibn Abi ´Amir huyó asustado de la presencia de su suegro, pero, ya repuesto, se enfrentó a éste el 8 de julio de 981 en el castillo de San Vicente, cercano a la ciudad de Atienza. A Galib le protegía una coalición castellano-navarra y a Ibn Abi ´Amir, su renovado ejército. Durante buena parte de la refriega las tropas cristianas parecieron alzarse con el triunfo, pero un accidente lo trastocó todo. Sucedió que Galib, excitado por el combate, no supo manejar bien su caballo que, al caer, le clavó el armazón de la montura en el pecho provocándole la muerte casi instantánea. Al observar la escena, los aliados iniciaron un repliegue que fue perfectamente aprovechado por Ibn Abi ´Amir para lograr otra gran victoria e iniciar desde Córdoba el castigo hacia los cristianos que habían osado levantarse en contra suya.
Intentando adelantarse a su venganza, el rey leonés, Ramiro III, el conde de Castilla, Garci Fernández y el rey de Navarra, Sancho Abarca, establecieron la alianza conocida como de las Tres Naciones. Nada debe sorprendernos del gran número de alianzas en la época. Unas veces entre dos reyes cristianos, otras entre tres, incluso entre un rey cristiano y el califato de Córdoba. Nos movemos en una época donde lo que importaba era mantener el reinado y las exiguas tierras aún no conquistadas por los árabes. Y si en esa lucha podían arrebatarse algunas comarcas a los reinos vecinos, bienvenidas eran. España estaba formándose y las fronteras de los reinos y la de estos con el califato, variaban casi de un año para otro.
Sitiada la capital del reino, el ejército cordobés se vio sorprendido por las huestes de Ramiro III, quien en perfecto orden de batalla logró replegar a su enemigo momentáneamente
Pronto llegaron a oídos de Ibn Abi ´Amir la constitución de la triple alianza y sin dilación marchó al encuentro del ejército cristiano, apostado en el valle del Duero. Huelga decir que nuevamente Ibn Abi ´Amir resultó victorioso y es que, como apuntan los historiadores, de las aproximadamente 50 batallas que comandó, en ninguna conoció la derrota. Tampoco debió ser una batalla con excesivas bajas moras, porque la razzia continuó en Simancas y más tarde en León.
Sitiada la capital del reino, el ejército cordobés se vio sorprendido por las huestes de Ramiro III, quien en perfecto orden de batalla logró replegar a su enemigo momentáneamente. Entonces sucedió uno de esos hechos donde resulta difícil deslindar la realidad de la leyenda. Se dice que, observando Ibn Abi ´Amir la desbandada de sus tropas, se bajó del caballo y se quitó el casco, lo que fue interpretado por los soldados como una señal de desaprobación. Así que envalentonados por el desprecio de su señor, los sarracenos volvieron a la batalla para, esta vez sí, hacer huir a los cristianos. Y a punto estuvieron de penetrar en León, si no fuera porque una terrible tormenta les obligó a levantar el campamento y marcharse buscando refugio.
EL VICTORIOSO DE ALÁ
Ni en los tiempos de Abderrahman III los cordobeses se sintieron tan orgullosos de su caudillo. Ibn Abi ´Amir aprovechó la buena fortuna autoproclamándose al-Mansur bi-Allah (el victorioso de Alá) y ordenando que su nuevo nombre fuese proclamado desde todos los minaretes de la ciudad. Para sus enemigos, sería desde entonces Almanzor.
Mientras, en el reino de León los diferentes señores feudales acusaban a Ramiro III de incapaz y elegían como sustituto a su hermano Bermudo II. Estallaba una guerra dinástica que terminó con la reclusión voluntaria del primero en Astorga y con el ascenso al trono del segundo.
Los siguientes años son de una paz relativa en los que Almanzor tuvo su segundo hijo, nacido de una princesa cristiana conocida como la “vascona”, hija del rey navarro Sancho Garcés II y entregada a él como signo de buena voluntad y de alianza entre ambos reinos. Pero Almanzor no era hombre de tranquilidad y en el año 985 emprende una nueva incursión, esta vez hacia la Barcelona del conde Borrell, a cuyas murallas llegó el 1 de julio.
Hasta entonces, Almanzor había resultado victorioso en toda lid contra los cristianos, pero la siguiente amenaza le llegaría desde sus hombres de confianza. La conspiración la inició el gobernador de Toledo, un moro apodado “Piedra Seca”
Tras seis días de asedio, y ayudado por una escuadra enviada por mar, los musulmanes entraron en la ciudad, saqueándola e incendiándola. Lo mismo sucedió con otros enclaves como el monasterio de Sant Cugat del Vallés o el de San Pedro de les Puelles. Tanta victoria, tanto dolor, despertó la inquietud entre los monjes de las órdenes eclesiásticas que, temerosos por el fin del primer milenio, identificaron a Almanzor con la llegada del anticristo relatada en la Biblia. Razones tenían para pensarlo.
Hasta entonces, Almanzor había resultado victorioso en toda lid contra los cristianos, pero la siguiente amenaza le llegaría desde sus hombres de confianza. La conspiración la inició el gobernador de Toledo, un moro apodado “Piedra Seca”. Secundado por el gobernador de Zaragoza, Ibn Mutarrif, logró convencer a uno de los hijos de Almanzor llamado Abd Allah, para atentar contra su padre y entregarle después el trono. Lo que los tres desconocían, es que Almanzor supo de la trama casi desde el inicio gracias a su servicio de espionaje, ideando un plan muy astuto para eliminarlos sin demasiado riesgo.
Con la excusa de la incursión que llevaba un tiempo diseñando contra el conde de Castilla, Garci Fernández, hizo llamar a su hijo Abd Allah y al gobernador de Zaragoza para que le acompañasen en la razzia. Acto seguido relevó de su mando al gobernador de Toledo, lo que éste supo interpretar como la llegada de una venganza, decidiendo huir inmediatamente al reino leonés bajo el amparo de Bermudo II. No se equivocaba. En cuanto Almanzor tuvo ante sí al gobernador de Zaragoza, ordenó encarcelado por alta traición y decapitarlo poco después. Sólo entonces Abd Allah adivinó el fin que se le avecinaba y, como Piedra Seca, huyó del califato, aunque en su caso al condado de Castilla. En su persecución, Almanzor asoló los territorios castellanos de San Esteban de Gormaz, Osma y Alcoba de la Torre. Y aún hubiera proseguida si no fuera porque, viéndose perdido, Garci Fernández pactó la entrega de Abd Allah siempre que se le respetara la vida. Almanzor así lo juró, pero sólo para romper la promesa y ordenar la decapitación de su hijo en cuanto éste pisó terreno sarraceno.
ÚLTIMAS INCURSIONES
Abnegado ante la evidencia, el rey Bermudo II comprendió que, para sobrevivir, debía aliarse con Almanzor y tras la muerte de Abd Allah envió a una de sus hijas, llamada Teresa, para convertirla en su concubina. Parece ser que la mujer fue muy de su agrado, porque en el año 993 se desposó con ella. Aún así, Almanzor no perdonaba a su suegro haber acogido a su hijo rebelde, como tampoco olvidaba que su anterior vasallo, Piedra Seca, siguiera al amparo del conde Garci Fernández. Poco a poco ese rencor fue haciendo mella en su corazón, hasta que en 995 organizó otra campaña militar sin importarle que el invierno estuviese muy avanzado.
El 3 de julio de 997 un poderoso ejército partía de Córdoba hacia tierras nunca antes saqueadas. Su meta principal, la basílica de Santiago de Compostela
Bermudo II, en clara minoría de efectivos, sólo pudo observar cómo sus enemigos saqueaban por enésima vez Astorga, obligándole a concertar el pago de un tributo anual al califato para preservar su reino. Durante un tiempo cumplió el acuerdo, pero con el paso de los meses el dinero dejó de llegar a Córdoba y Almanzor diseñó la que sería su incursión de castigo más famosa, la conocida con el nombre en clave de Shant Yaqub (Santiago).
El 3 de julio de 997 un poderoso ejército partía de Córdoba hacia tierras nunca antes saqueadas. Su meta principal, la basílica de Santiago de Compostela, símbolo y orgullo de la cristiandad europea. Desde Coria, la hueste recaló en Viseo, donde se le añadieron mercenarios y vasallos de diversos condados cristianos. En Oporto el ejército creció aún más gracias a la escuadra enviada por mar, trayendo alimentos, material bélico y caballos de refresco. Desde ese día todo lo que encontraron a su paso fue pasto de las llamas. Fortalezas, poblaciones, monasterios… nada respetó Almanzor y nada ralentizó la marcha de aquellos miles de hombres que, con el paso de las horas, sentían más cerca Santiago de Compostela. Hasta que el 10 de agosto…los muros de la ciudad salieron a sus ojos.
Afortunadamente, la ciudad había sido evacuada días antes y apenas se registraron muertes en su interior. Durante una semana la única ocupación de los árabes consistió en saquear la ciudadela, con la orden expresa de respetar la tumba del apóstol y al monje que la cuidaba, convertido en cronista forzoso de aquellas jornadas. La basílica no disfrutó de la misma amnistía y entre el botín llevado a Córdoba se encontraban las puertas de la entrada y las campanas, reutilizadas las primeras como vigas para la gran mezquita y las segundas como lámparas.
Una nueva era se acercaba y, con ella, nuevos enemigos. En 999 fallecía Bermudo II y unos meses más tarde el rey de Pamplona, García Sánchez II. De los antiguos adversarios de Almanzor, ninguno quedaba ya con vida, puesto que el conde de Castilla también llevaba varios años muerto. Sería precisamente su heredero, Sancho García, quien en el año 1000 encabezara una coalición, otra más, para enfrentarse al emir de Córdoba. Enojado por la osadía y sin comprender cómo los cristianos se afanaban en darse una y otra vez contra la misma piedra, Almanzor vistió nuevamente la armadura. Mas algo era diferente en esta ocasión. Sancho García había logrado reunir el mayor ejército de los últimos años gracias a gentes procedentes de Navarra, de la marca sur, de Galicia y de León. Todo hombre en edad militar, desde el Mediterráneo hasta el Atlántico, había sido movilizado, adiestrado y pertrechado con la única obsesión de matar a Almanzor. Pero nada de esto amedrentó al andalusí.
El resultado fue desastroso para los cristianos, porque, sin nadie que les hiciese frente, los musulmanes saquearon las localidades cercanas e incendiaron los pastos y terrenos de cultivo colindantes
El encuentro se produjo el 30 de julio a los pies de Peña Cervera, en el valle del Duero. Sorpresivamente y apabullada por el arrojo de los cristianos, la ala derecha musulmana comenzó a sucumbir, iniciando una huida que presagiaba pronta victoria. Almanzor así lo intuyó también y para elevar la moral de la tropa envió a dos de sus hijos para dieran ejemplo de bravura. La decisión surtió el efecto buscado. Cuando los dos hermanos acudieron con sus guardias personales al campo, Sancho García creyó que llegaban ejércitos de refresco y ordenó a sus hombres retirarse. El resultado fue desastroso para los cristianos, porque, sin nadie que les hiciese frente, los musulmanes saquearon las localidades cercanas e incendiaron los pastos y terrenos de cultivo colindantes.
Y AL FINAL… LA MUERTE
Cualquiera de estas batallas hubiese bastado para llenar de sangre más de diez vidas, pero Almanzor sólo vivía para el combate y en el año 1002 Almanzor dirigió otra razzia, la última de su vida. Ni sus 62 años de edad, ni la extraña enfermedad que le aquejaba, le impidieron cabalgar al frente de sus hombres, como siempre había hecho desde aquel ya lejano 977. En esta ocasión el objetivo fijado fueron las tierras riojanas, donde el monasterio de San Millán de la Cogolla fue saqueado y seriamente dañado, aunque no destruido. Quizá por la gravísima recaída que Almanzor sufrió en su salud y que hizo detener la razzia de inmediato e iniciar el regreso a Córdoba transportando al caudillo en camilla. Para la imaginería popular cristiana, aquel fue un castigo divino por saquear la cuna del castellano y lugar santísimo, pero nada de verdad hay en ello.
En el año decimotercero de su reinado, después de muchos estragos y horrores, sorprendido Almanzor por el demonio que en vida lo poseyera, en Medinaceli, ciudad grandísima, fue llevado al invierno
“Veinte mil soldados están inscritos en mis banderas, pero ninguno de ellos es tan miserable como yo”, repetía constantemente el emir a sus compañeros. Tras unas semanas de auténtica penalidad, la comitiva llegó a Medinaceli, donde Almanzor encontró la muerte en la madrugada del 11 de agosto. Y poco más se sabe sobre sus días finales. Sólo que Córdoba entera se vistió de luto, siendo miles los que lloraban su muerte por las calles. Mientras, los cristianos respiraban aliviados, porque como recitó la Crónica Silense, “por esta época el culto divino pereció en España; toda la gloria de los cristianos cayó, los tesoros que enriquecían las iglesias fueron robados completamente, hasta que, por fin, la divina piedad, compadeciéndose de tanta ruina, dignóse alzar este azote de la cerviz de los cristianos, porque en el año decimotercero de su reinado, después de muchos estragos y horrores, sorprendido Almanzor por el demonio que en vida lo poseyera, en Medinaceli, ciudad grandísima, fue llevado al invierno”.
Historia de Iberia vieja

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