El anarquista Abad de Santillán escribió: "Los españoles de esta talla, los patriotas como él, no son peligrosos, y no se han de considerar enemigos. ¡Cómo habría cambiado el destino de España sí hubiera sido posible un acuerdo entre nosotros como deseaba Primo de Rivera!."
José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española, fue fusilado el 20 de noviembre de 1936 y existe una absoluta certeza histórica sobre el carácter cristianamente ejemplar de su muerte, en correspondencia con su vida de católico coherente con la fe.
En marzo de 1936 el Gobierno del Frente Popular encarceló a José Antonio Primo de Rivera con la excusa de una posesión ilegal de armas de fuego. La misma izquierda que había montado la Revolución de Octubre (casi 1.400 muertos) y desperdigado patrullas que cortaban las carreteras se escandalizaba de que el fundador de la Falange Española de las JONS tuviera dos pistolas en su casa. Al no haber salido elegido diputado en las elecciones de febrero, José Antonio carecía de la inmunidad que daba un acta parlamentaria, aunque a José Calvo Sotelo ésta no le salvó cuando un comando terrorista socialista le sacó de su domicilio para matarle. El Gobierno de izquierdas también impidió que se pudiera presentar como candidato de las derechas a las elecciones repetidas en Cuenca en mayo.
El Gobierno ordenó su traslado a la cárcel de Alicante a comienzos de junio, un mes antes del alzamiento del 18 de julio. Allí se le sometió a un juicio farsa, en el que los partidos del Frente Popular se volcaron para conseguir la condena del caudillo falangista, hasta el punto de coaccionar al jurado. La sentencia fue de pena capital porque se le consideró culpable del delito de rebelión militar. ¡Una persona que estaba encarcelada cuatro meses antes de que esa rebelión se produjese!
El 19 de noviembre de 1936 el Consejo de Ministros, presidido por el socialista Francisco Largo Caballero, el Lenin Español, recibió una petición de conmutación. Indalecio Prieto, ministro de Marina y Aire, y los cuatro ministros anarquistas (Juan García Oliver, Federica Montseny, Juan Peiró y Juan López Sánchez) votaron en contra. Sólo defendieron la conmutación los ministros de Izquierda Republicana, Carlos Esplá y Julio Just. El Gobierno dio colegiadamente el enterado y Largo Caballero lo firmó como presidente. La pena se cumplió el 20 en el patio de la cárcel de Alicante.
De todos los testimonios y relatos sobre la ejecución, el escritor José María Zavala ha recuperado en un libro reciente y de gran éxito (La pasión de José Antonio) el de un testigo presencial. Se trata del ciudadano uruguayo Joaquín Martínez Arboleya (1900-1984), que se encontraba en España el 18 de julio porque trabajaba en una sociedad financiera con clientes españoles. En Alicante vivía en una pensión y otro huésped le invitó a asistir a la ejecución del señorito, porque ésta fue pública, como los guillotinamientos de la Revolución Francesa y los apaleamientos de la Camboya de los jemeres rojos. Arboleya acudió para no levantar sospechas.
Tiros a las piernas
En su autobiografía Nací en Montevideo, editada en 1970, Joaquín Martínez Arboleya cuenta cómo se desarrolló la ejecución. El fusilamiento lo realizó un piquete de ocho milicianos del sindicato anarquista CNT. Antes que José Antonio se fusiló a dos falangistas y dos carlistas a los que el tribunal popular había absuelto, pero a los que condenó el odio de los izquierdistas.José Antonio se enfrentó a los fusiles con un mono azul raído y unas alpargatas, como un miliciano más, aunque con las manos atadas a la espalda con grilletes. Rechazó con firmeza la venda para los ojos y cuando se dio la orden de disparar gritó con fuerza "¡Arriba España!". Sin embargo, no concluyó ahí su sufrimiento, según el relato de Martínez Arboleya.
José Antonio recibió la descarga en las piernas. No le tiraron al corazón ni a la cabeza; lo querían primero en el suelo, revolcándose de dolor. No lo lograron. El héroe cayó en silencio, con los ojos serenamente abiertos. Desde su asombrado dolor, miraba a todos sin lanzar un quejido, pero cuando el miliciano que mandaba el pelotón avanzó lentamente, pistola (a)martillada en mano y encañonándolo en la sien izquierda, le ordenó que gritase "¡Viva la República!" –en cuyo nombre cometía el crimen–, recibió por respuesta otro "¡Arriba España!". Volvió entonces a rugir la chusma, azuzando a la muerte. Rodeó el miliciano el cuerpo del caído y apoyando el cañón de la pistola en la nuca de su indefensa víctima, disparó el tiro de gracia.
A punto estuvo de apoderarse del cuerpo del fundador de la Falange una chusma enfurecida que sin duda habría cometido las mismas mutilaciones con él que las que se cometieron con el del general López Ochoa en Madrid: decapitación y desmembramiento. El forense José Aznar Esterela, presidente del Colegio de Médicos de Alicante, no realizó la autopsia preceptiva. Tampoco se inscribió la muerte de José Antonio en el Registro Civil; el certificado de defunción se expidió en Alicante en julio de 1940, terminada la guerra.
Por último, los objetos personales de José Antonio no fueron entregados a su familia, sino que Prieto se los quedó: una maleta que contenía cartas a su amor, una novela inacabada, fotos, útiles de aseo… Como con tantas cosas que no eran suyas (el tesoro del yate Vita robado en España a sus propietarios), Prieto se quedó la maleta. Al menos no la gastó, a diferencia del oro, las joyas y el dinero. Prieto, a quien muchos falangistas siguen considerando un patriota y casi un aliado, guardó la maleta en la caja de seguridad de un banco mexicano. En enero de 1977 el albacea de Prieto, el socialista Víctor Salazar, entregó a Miguel Primo de Rivera, sobrino de José Antonio, las llaves de la caja. ¡Cuarenta años de apoderamiento ilegal!
El mito del 'Ausente'
En su nuevo libro (La pasión de Pilar Primo de Rivera), Zavala añade que Pilar Primo de Rivera y Martínez Arboleya, que se había incorporado a las tropas nacionales, coincidieron en la guerra en Salamanca, pero que el testigo de la ejecución de José Antonio no se atrevió a relatarle cómo había ocurrido.Pilar pudo escapar de la zona roja bajo la protección de la embajada argentina. Embarcó en un crucero de guerra alemán, el Admiral Graaf Spee, en el puerto de Alicante, pero no pudo acudir a la cárcel para ver a sus dos hermanos encerrados en ella, José Antonio y Miguel. La futura jefa de la Sección Femenina conoció por boca de Franco la ejecución de su hermano, aunque se negó a aceptarla del todo. Hasta el 20 de noviembre de 1938, en que Franco confirmó por radio el asesinato, la zona nacional se habló de el Ausente para referirse a José Antonio.
Rafael García Serrano afirma que hubo falangistas que se hicieron matar en el frente cuando se enteraron de la noticia.
Así interpretó José Antonio Jiménez Arnau (El puente) la ejecución, como epítome del holocausto de una generación que llegó a la guerra llevada por sus mayores.
Con aquel hombre, sin que ellos lo supieran, habían caído todos aquellos que él pusiera en pie. (…) la generación que se había encontrado los días de la caída del Régimen, la generación que quemara o impidiera quemar las iglesias, la generación revolucionaria, la que tocara a rebato, despertando al país de su siesta, ésa había caído fusilada.
Pruebas fehacientes de ello se aportan en el último libro del escritor y periodista José María Zavala: Las últimas horas de José Antonio (Espasa), quien ya había presentado otras obras anteriores directa o indirectamente relacionadas con el personaje como La pasión de Pilar Primo de Rivera.
La víspera de su muerte fue confesado por José Planelles Marco, compañero de prisión y sacerdote que moriría mártir días después en una saca de la cárcel por milicianos frentepopulistas.
Curiosamente, en un cuestionario que le hizo su hermana Pilar cuando José Antonio sólo tenía 17 años (y que, por el tenor de las preguntas y respuestas, no pasaba de un juego humorístico), a la pregunta "¿Cuál es tu mayor deseo?", él respondió: "Ser presbítero".
El libro se presenta este lunes 2 de marzo a las siete de la tarde en la Casa del Libro de Madrid de Gran Vía, 29, con la presencia de José Antonio y Miguel Primo de Rivera, Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño.
Muerte cristiana"Condenado ayer a muerte", escribe José Antonio en su testamento, "pido a Dios que si todavía no me exime de llegar a ese trance, me conserve hasta el fin la decorosa conformidad con que lo preveo y, al juzgar mi alma, no le aplique la medida de mis merecimientos, sino la de su infinita misericordia. (...) En cuanto a mi próxima muerte, la espero sin jactancia, porque nunca es alegre morir a mi edad, pero sin protesta. Acéptela Dios Nuestro Señor en lo que tenga de sacrificio para compensar en parte lo que ha habido de egoísta y vano en mucho de mi vida. Perdono con toda el alma a cuantos me hayan podido dañar u ofender, sin ninguna excepción, y ruego que me perdonen todos aquellos a quienes deba la reparación de algún agravio grande o chico".
Y a su tía Carmen, carmelita descalza, le escribió una carta el día antes de su muerte: "Dos letras para confirmarte la buena noticia, la agradable noticia, de que estoy preparado para morir bien, si Dios quiere que muera, y para vivir mejor que hasta ahora, si Dios dispone que viva... Dentro de poco momentos ya estaré ante el Divino Juez, que me ha de mirar con ojos sonrientes". La postdata es una nota de humor cómplice: "Como no eres joven, pronto nos veremos en el cielo".
La cláusula primera de su testamento establecía: "Deseo ser enterrado conforme al rito de la religión Católica, Apostólica, Romana, que profeso, en tierra bendita y bajo el amparo de la Santa Cruz".
Los "mártires de Novelda"
Sólo fue así tras finalizar la guerra y ser hallado su cuerpo. José María Zavala se hace una pregunta al respecto: "¿Llegará a convertirse José Antonio finalmente en Siervo de Dios por la Santa Sede, igual que los llamados ´mártires de Novelda´, fusilados junto a él y sepultados luego en la misma fosa común del cementerio de Alicante: los falangistas Ezequiel Mira Iñesta y Luis Segura Baus, y los requetés Vicente Muñoz Navarro y Luis López López".
Los cuatro "mártires de Novelda", fusilados junto a José Antonio Primo de Rivera. Fuente: Foro Memoriablau.
Cayeron bajo las balas el mismo día y a la misma hora que Primo de Rivera, ¿podría él seguir el mismo destino?, pregunta Zavala a José Luis Casanova, consiliario de las causas de canonización de la diócesis de Orihuela-Alicante.
"Se encoge de hombros, tras responder escueto y diplomático", y añade: "Si en sus caso se cumpliesen también esas dos condiciones..."
Se refiere a las que exige la Iglesia para considerar a alguien mártir: el odium fidei [odio a la fe] como razón del crimen, la aceptación sobrenatural de la muerte, el perdón a los verdugos, etc. Quizá la primera es la que única que pueda suscitar dudas en el caso del fundador de Falange Española, pero según Zavala "José Antonio era odiado como político, pero también como católico y profundo hombre de fe".
Las últimas horas de José Antonio es un relato completo de todas las circunstancias (personales, políticas, locales... horas, lugares, armas...) que rodearon ese fusilamiento, y con decisivas aportaciones documentales, como la lista completa de los funcionarios de guardia ese día en la cárcel, las declaraciones de los miembros del pelotón ejecutor o los recuerdos de un testigo presencial de nacionalidad uruguaya.
Pero es también un homenaje a esos cuatro mártires, que dejaron constancia clara de su fe en los últimos momentos previos a la muerte que compartieron con José Antonio.
Palabras de despedida siempre cristianas
Ezequiel Mira, de 23 años, abogado, era adorador nocturno y miembro de Acción Católica. El día 13 escribió una carta a sus padres, hermanas (cuatro, una de ellas monja) y a su novia: "No he tenido ni un minuto de inquietud, ni un instante de miedo ni desconsuelo. Tengo además gran confianza en que Dios velará por vosotros. Eso es solo lo que pido, además de su perdón. Adiós, pues, me voy con el alma absolutamente tranquila. A los que tan falsamente me acusaron, los perdono. Recuerdo a todos los que me conocieron. Desde el Cielo rezaré y miraré por vosotros y por ellos".
Luis Segura, de 33 años, empresario, detenido por confesarse amigo de una persona a por la que iban unos milicianos ("Sube tú también al coche" fue su juicio y su condena), escribió así a su familia: "Tened mucha tranquilidad y no lloréis, pues no quiero que lloréis. Tened mucha resignación, como yo la tengo; pensad que este mundo son cuatro días... Perdonad de todo corazón a mis enemigos como yo les perdono".
Vicente Muñoz, de 27 años, viajante, dirigió sobre el papel, junto a otras tiernas palabras de amor, estas reflexiones para su novia: "Por la misericordia de Dios, que no por méritos míos, tendré la dicha de encontrarme en el Cielo, que espero para ti... Si bien quieres mi felicidad debes alegrarte porque la he encontrado en el seno de Dios... Que se cumpla su Santa Voluntad, que siempre será el bien nuestro... ¡Qué sabemos nosotros, miserables criaturas, de la grandeza inescrutable de Dios!... Te emplazo para el Cielo que más tarde o más temprano ha de llegar para ti. Procura ganártelo. Así sea. Con el corazón oprimido por la angustia de no verte más, te envía la sinceridad de su amor tu Vicente".
Luis López, de 33 años, mecánico de automóviles, padre de tres hijos y esperando el cuarto, se despidió así de su esposa: "No me llores ni te aflijas; hazte el ánimo ya que así lo ha querido Dios, y emplea todos tus esfuerzos en criar a nuestros hijos, a los que llevo atravesados en el corazón... Adiós; no puedo más. Joaquina: si crees que tengo algún enemigo, perdónale, que yo le perdono. Adiós. Adiós. ¡Ay, mis hijos! Adiós..."
Como complemento a las sucesivas ediciones de su obra La pasión de José Antonio, la editorial Plaza & Janés acaba de publicar un impactante libro-documento de José María Zavala titulado La maleta de José Antonio. En él se fotografían los diversos objetos que contenía la maleta de piel de vaca donde José Antonio Primo de Rivera conservó sus efectos personales desde su detención en marzo de 1936, tras el triunfo del Frente Popular, hasta su fusilamiento el 20 de noviembre de ese mismo año en la prisión de Alicante.
Entre esos objetos destaca un cuaderno cuadriculado de bolsillo que él tituló Librito de Oraciones. Año 1936, donde de su puño y letra fue escribiendo diversas preces como recordatorio para su meditación espiritual.
Algunas de ellas, como las que anota Para el final del Santo Rosario, son las habituales de los devocionarios publicados, que copió de memoria probablemente porque no tuvo uno a mano.
Pero junto a esas hay jaculatorias e intenciones que revelan sus convicciones más íntimas en las semanas previas a su asesinato: a San José pidiéndole una buena muerte, al ángel de la guarda y "al santo bendito de nuestro nombre", por "la conversión de pecadores, infieles y herejes a nuestra Santa Religión", por los enfermos y agonizantes, por el alma de los familiares difuntos o "por las almas del purgatorio en general".
Tras los actos de fe, esperanza y caridad hacia la Santísima Trinidad, escritos a lápiz, figuran unas jaculatorias muy personales:
"- Jesús Crucificado, perdón para España.
- Jesús Crucificado, perdón para tus perseguidores.
- Jesús Crucificado, ocupa todo mi corazón.
- Jesús Crucificado, hacerme mortificado y penitente.
- Jesús Crucificado, darme verdadero dolor de mis pecados y salvar a España".
Y añade: "Cruzada de reparación y honor al Santo Crucifijo. Hágase a diario".
El cuaderno se remata con un "ofrecimiento al Señor": "Estas oraciones para pedir el triunfo de la Religión y la confusión de sus enemigos y la unión de todos los católicos".
En la España del Frente Popular, a finales del año en el que empezó la Guerra Civil, ser cura y estar encarcelado era un pasaporte seguro al paredón. José Planelles Marco (1884-1936), sin embargo, estuvo en disposición de evitar ese destino. Por dos veces. Pero por dos veces fue fiel hasta el heroísmo -el sacrificio de su propia vida- en aras de su vocación sacerdotal: llevar los sacramentos a los hombres para conducirles al cielo.
Su historia ha sido de nuevo rescatada por el historiador Francisco Torres García en su monografía El último José Antonio (Ediciones Barbarroja), una de las obras más importantes que se han publicado en el último medio siglo sobre el fundador de Falange Española, tanto por el volumen de la documentación manejada como por el carácter inédito de buena parte de ella. Para muchos aspectos de la vida de José Antonio Primo de Rivera (1903-1936), es la investigación definitiva.
Un "viejecito" de 51 años
Don José había nacido en San Juan de Alicante, estudió en el seminario de San Miguel de Orihuela y fue ordenado en 1910. Le destinaron a parroquias de Pinoso, Aguas de Busot y Agost, y posteriormente fue nombrado director de una academia de enseñanza media en Alicante. Era, por consiguiente, un sacerdote conocido y apreciado en la diócesis, condiciones suficientes para su detención tras el Alzamiento. El 12 de septiembre fue arrestado en su casa alicantina de la calle Cádiz por orden del Comité Popular, y encarcelado en la prisión de Benalúa.
Allí continuó desempeñando entre los detenidos, comunes y políticos, su labor pastoral, y en condiciones de gran dureza. Francisco Torres cuenta cómo sus hermanas le enviaron una colchoneta para paliar sus graves problemas de espalda, pero no le fue entregada por las autoridades carcelarias. A pesar de su juventud (51 años), el estado de salud de Don José no era bueno y aparentaba una edad muy superior. Tanto es así, que José Antonio, en una de sus últimas cartas, le describe como "un sacerdote viejecito y simpático".
Primera libertad frustrada
Tras pasar dos meses en prisión, las cosas parecían arreglarse milagrosamente para ese "viejecito". Como realmente no había ningún cargo contra él, explica Torres, el Tribunal de Desafectos presidido por Juan Francés le absolvió, ordenando su libertad.
El 18 de noviembre su familia acudió a recogerle, pero... él se negó a salir. Justo ese día se había confirmado la sentencia de muerte contra el fundador de Falange Española, quien había pedido un sacerdote para confesarse antes de ser fusilado. Hubo que pedir autorización al Comité Popular Provincial de Defensa de Alicante, que lo otorgó, proponiendo para la misión a su compañero de cárcel, mosén Planelles.
Éste pudo elegir la libertad que le aguardaba al otro lado de las rejas, pero le esperaba un alma. Decidió retardar la excarcelación (en unos tiempos en los que las oportunidades no se presentaban dos veces) y acudió a la celda de José Antonio.
"Todos los días he hecho oración y rezado el rosario", tranquilizó José Antonio a sus familiares. |
"Durante cuarenta y cinco minutos, rodilla en tierra, Primo de Rivera confesó y obtuvo la bendición. Al terminar ambos se abrazaron. El director de la prisión vigiló desde la puerta", cuenta Torres. El sacerdote le regaló al joven unos Evangelios. Justo después escribió José Antonio su célebre testamento: "Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiese en discordias civiles", reclamó en él, recién confortado por el sacramento. El día 20 fue ejecutado.
La segunda libertad... y la verdadera liberación
Don José no pudo conseguir su libertad aquel día 18. Y luego las cosas se complicaron. La aviación nacional bombardeó objetivos militares en Alicante, y las autoridades frentepopulistas decidieron represalias: esto es, una saca de presos como las que estaban teniendo lugar en esas mismas fechas en Madrid, rumbo a Paracuellos del Jarama.
En la noche del 29 de noviembre, los familiares de mosén Planelles estaban de nuevo a las puertas de la cárcel. Por fin iba a poder salir. En ese momento, los milicianos sacaron a 51 personas para asesinarlas frente a las tapias del cementerio de Alicante. Las subieron a un camión confiscado al Hércules, C.F. Y de nuevo Don José vio ante sí la disyuntiva: la libertad o su sacerdocio. En realidad, no lo dudó: "Consciente de su misión, quiso ir con ellos para darles la absolución. En su bolsillo llevaba la sentencia con su libertad", cuenta Torres en El último José Antonio.
Pidió permiso a los milicianos para acompañarles, y se lo concedieron. No había en ese momento intención de matarle. Pero al llegar al siniestro punto de destino, un miliciano le reconoció: "¡Es el cura que confesó a José Antonio!". Lo cual le convertía en pieza codiciada ante la orgía de sangre que iba a desatarse.
Le mataron junto a los demás, mártir de la confesión sacramental, y por esa razón está incoado su proceso de beatificación. Al menos 52 víctimas lo firmarían gustosas.
Otros testimonios
Una de las muchas teorías que circulan sobre el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera en la cárcel de Alicante es que benefició de manera especial a Franco. La historia nos dice al respecto que el Tío Paco se adueñó no sólo de la Falange, sino que en su nombre cometió tantos actos crueles y despiadados que aún hoy nos asustan y avergüenzan.
Pero, como he dicho, que el caudillo no hiciera todo lo posible para rescatar al preso es una de las muchas teorías.
De lo que en verdad no cabe la menor duda, es que al iniciarse la
nefasta Guerra Civil, hubo varios intentos para liberar a José Antonio,
alguno de los cuales acabó en fusilamiento (y posterior monumento en
Aguamarga) muy cerca del Barranco de las Ovejas.
Ya en septiembre de 1936, se inician desde París las operaciones para canjear a José Antonio. La petición llega a Indalecio Prieto, que fija las siguientes condiciones para el intercambio:30 presos en manos de los nacionales y el pago de 6 millones de pesetas.
Franco da su conformidad, pero cuando se pone en contacto con Prieto, éste le informa que el plan resulta imposible porque los anarquistas que controlaban la cárcel no entregarán nunca el prisionero.
Se sigue insistiendo y se juega la baza de un canje de José Antonio por un hijo de Largo Caballero, que está preso e incomunicado en Sevilla. Pero esta operación también fracasa.
Se intenta entonces una operación de comandos. Queipo del Llano, a pesar de haber tenido un encuentro físico con José Antonio a bofetadas y puñetazos, entrega una importante cantidad de dinero para financiar las operaciones de liberación de José Antonio. Pero nada de nada.
La cuestión es que el 20 de noviembre de 1936, Jose Antonio es fusilado en un paredón. Ya alcanzado el grado de "mito" para algunos antes incluso de ser ejecutado, su final está cargado de leyendas y falsas informaciones. De su valor en las horas finales mucha gente tiene dudas. Llegado el momento de enfrentarse a una docena de rifles, el coraje suele escaparse por la pernera de los pantalones más valientes .
Sin embargo, los relatos son esos. Y esos han llegado hasta nuestros días, para deleite de algunos.
Ya en septiembre de 1936, se inician desde París las operaciones para canjear a José Antonio. La petición llega a Indalecio Prieto, que fija las siguientes condiciones para el intercambio:30 presos en manos de los nacionales y el pago de 6 millones de pesetas.
Franco da su conformidad, pero cuando se pone en contacto con Prieto, éste le informa que el plan resulta imposible porque los anarquistas que controlaban la cárcel no entregarán nunca el prisionero.
Se sigue insistiendo y se juega la baza de un canje de José Antonio por un hijo de Largo Caballero, que está preso e incomunicado en Sevilla. Pero esta operación también fracasa.
Se intenta entonces una operación de comandos. Queipo del Llano, a pesar de haber tenido un encuentro físico con José Antonio a bofetadas y puñetazos, entrega una importante cantidad de dinero para financiar las operaciones de liberación de José Antonio. Pero nada de nada.
La cuestión es que el 20 de noviembre de 1936, Jose Antonio es fusilado en un paredón. Ya alcanzado el grado de "mito" para algunos antes incluso de ser ejecutado, su final está cargado de leyendas y falsas informaciones. De su valor en las horas finales mucha gente tiene dudas. Llegado el momento de enfrentarse a una docena de rifles, el coraje suele escaparse por la pernera de los pantalones más valientes .
Sin embargo, los relatos son esos. Y esos han llegado hasta nuestros días, para deleite de algunos.
Hacia las 6 de la mañana, su hermano Miguel (preso en la misma cárcel) es despertado para comunicarle que Jose Antonio iba a ser fusilado y que quería verle. Cuando Miguel llega a la celda de José Antonio lo encuentra en compañía del director de la prisión y varios milicianos armados. Se abrazan y despiden en inglés «Help me to die with dignity». El fundador de la falange lleva una chaqueta gris sobre un mono azul y un abrigo claro.
En el patio de la enfermería de la cárcel de Alicante ya está dispuesto el piquete de ejecución, formado por 12 hombres. Seis pertenecientes al quinto regimiento y seis milicianos de la FAI. Además estaba presente un pelotón de guardias de asalto mandado por el alférez Juan José González Vázquez, por si fuera necesaria su colaboración.
Sobre las seis y media de la mañana llegaron al patio José Antonio y los otros reos. Dos falangistas y dos carlistas de Novelda. José Antonio se dirigió al sargento del pelotón, y le dijo: «Como siempre que se fusila se derrama sangre, yo quisiera que se hiciera desaparecer la que yo vierta para que mi hermano no la viera». A continuación se dirigió al pelotón de ejecución y les preguntó: «¿Son ustedes buenos tiradores?», le respondieron afirmativamente (como para decir que no).
El sargento dio la orden de disparar. Sonaron doce disparos.
Los cadáveres fueron trasladados en una ambulancia al cementerio de Alicante. Se enterraron en una fosa común sin mortaja ni ataúd. El cadáver de José Antonio recibió el número de orden 22.450 de la fosa común número 5, fila 9.ª cuartel número 12.
Cuando José Antonio entra en capilla antes de su fusilamiento, solicita entre varias cosas un confesor. Será un anciano sacerdote, José Planelles Marco, el que reciba su última confesión. Era sacerdote de Aigües, natural de Sant Joan d'Alacant, y no se le conocía cargo político alguno. Aún con la carta de libertad en su mano, José Planelles no quiso salir de la prisión. Fue ejecutado nueve días después de Jose Antonio en el patio junto a otros 52 falangistas. Su secreto de confesión, murió con él.
Tras el fusilamiento de Primo de Rivera, el comandante militar de Alicante, coronel Sicardo, se hizo cargo de todos los efectos que había en la celda de José Antonio, y se los envió a Indalecio Prieto. Estos objetos estaban en una maleta que contenía varias prendas de ropa interior, un mono, unas gafas, recortes de periódico y varios manuscritos que incluían el testamento de José Antonio.Una copia del mismo fue remitida a Serrano Suñer, cuñadísimo del Tío Paco.
A partir de ahí, todo es historia: en un alarde de falsa amistad Franco manda recuperar el cadaver de Jose Antonio y es conducido (a pie y en silencio) hasta Madrid, dónde es enterrado en aquel Campo de Concentración para "rojos" llamado "El Valle de los Caídos".
La Paz y la Libertad no llegarían hasta 40 años después
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