lunes, 2 de marzo de 2015

MUERTE DE UN FASCISTA: JOSE ANTONIO PRIMO DE RIVERA





 El anarquista Abad de Santillán escribió: "Los españoles de esta talla, los patriotas como él, no son peligrosos, y no se han de considerar enemigos. ¡Cómo habría cambiado el destino de España sí hubiera sido posible un acuerdo entre nosotros como deseaba Primo de Rivera!."
José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española, fue fusilado el 20 de noviembre de 1936 y existe una absoluta certeza histórica sobre el carácter cristianamente ejemplar de su muerte, en correspondencia con su vida de católico coherente con la fe.


En marzo de 1936 el Gobierno del Frente Popular encarceló a José Antonio Primo de Rivera con la excusa de una posesión ilegal de armas de fuego. La misma izquierda que había montado la Revolución de Octubre (casi 1.400 muertos) y desperdigado patrullas que cortaban las carreteras se escandalizaba de que el fundador de la Falange Española de las JONS tuviera dos pistolas en su casa. Al no haber salido elegido diputado en las elecciones de febrero, José Antonio carecía de la inmunidad que daba un acta parlamentaria, aunque a José Calvo Sotelo ésta no le salvó cuando un comando terrorista socialista le sacó de su domicilio para matarle. El Gobierno de izquierdas también impidió que se pudiera presentar como candidato de las derechas a las elecciones repetidas en Cuenca en mayo.
El Gobierno ordenó su traslado a la cárcel de Alicante a comienzos de junio, un mes antes del alzamiento del 18 de julio. Allí se le sometió a un juicio farsa, en el que los partidos del Frente Popular se volcaron para conseguir la condena del caudillo falangista, hasta el punto de coaccionar al jurado. La sentencia fue de pena capital porque se le consideró culpable del delito de rebelión militar. ¡Una persona que estaba encarcelada cuatro meses antes de que esa rebelión se produjese!
El 19 de noviembre de 1936 el Consejo de Ministros, presidido por el socialista Francisco Largo Caballero, el Lenin Español, recibió una petición de conmutación. Indalecio Prieto, ministro de Marina y Aire, y los cuatro ministros anarquistas (Juan García Oliver, Federica Montseny, Juan Peiró y Juan López Sánchez) votaron en contra. Sólo defendieron la conmutación los ministros de Izquierda Republicana, Carlos Esplá y Julio Just. El Gobierno dio colegiadamente el enterado y Largo Caballero lo firmó como presidente. La pena se cumplió el 20 en el patio de la cárcel de Alicante.
De todos los testimonios y relatos sobre la ejecución, el escritor José María Zavala ha recuperado en un libro reciente y de gran éxito (La pasión de José Antonio) el de un testigo presencial. Se trata del ciudadano uruguayo Joaquín Martínez Arboleya (1900-1984), que se encontraba en España el 18 de julio porque trabajaba en una sociedad financiera con clientes españoles. En Alicante vivía en una pensión y otro huésped le invitó a asistir a la ejecución del señorito, porque ésta fue pública, como los guillotinamientos de la Revolución Francesa y los apaleamientos de la Camboya de los jemeres rojos. Arboleya acudió para no levantar sospechas.

Tiros a las piernas

En su autobiografía Nací en Montevideo, editada en 1970, Joaquín Martínez Arboleya cuenta cómo se desarrolló la ejecución. El fusilamiento lo realizó un piquete de ocho milicianos del sindicato anarquista CNT. Antes que José Antonio se fusiló a dos falangistas y dos carlistas a los que el tribunal popular había absuelto, pero a los que condenó el odio de los izquierdistas.
José Antonio se enfrentó a los fusiles con un mono azul raído y unas alpargatas, como un miliciano más, aunque con las manos atadas a la espalda con grilletes. Rechazó con firmeza la venda para los ojos y cuando se dio la orden de disparar gritó con fuerza "¡Arriba España!". Sin embargo, no concluyó ahí su sufrimiento, según el relato de Martínez Arboleya.
José Antonio recibió la descarga en las piernas. No le tiraron al corazón ni a la cabeza; lo querían primero en el suelo, revolcándose de dolor. No lo lograron. El héroe cayó en silencio, con los ojos serenamente abiertos. Desde su asombrado dolor, miraba a todos sin lanzar un quejido, pero cuando el miliciano que mandaba el pelotón avanzó lentamente, pistola (a)martillada en mano y encañonándolo en la sien izquierda, le ordenó que gritase "¡Viva la República!" –en cuyo nombre cometía el crimen–, recibió por respuesta otro "¡Arriba España!". Volvió entonces a rugir la chusma, azuzando a la muerte. Rodeó el miliciano el cuerpo del caído y apoyando el cañón de la pistola en la nuca de su indefensa víctima, disparó el tiro de gracia.


A punto estuvo de apoderarse del cuerpo del fundador de la Falange una chusma enfurecida que sin duda habría cometido las mismas mutilaciones con él que las que se cometieron con el del general López Ochoa en Madrid: decapitación y desmembramiento. El forense José Aznar Esterela, presidente del Colegio de Médicos de Alicante, no realizó la autopsia preceptiva. Tampoco se inscribió la muerte de José Antonio en el Registro Civil; el certificado de defunción se expidió en Alicante en julio de 1940, terminada la guerra.
Por último, los objetos personales de José Antonio no fueron entregados a su familia, sino que Prieto se los quedó: una maleta que contenía cartas a su amor, una novela inacabada, fotos, útiles de aseo… Como con tantas cosas que no eran suyas (el tesoro del yate Vita robado en España a sus propietarios), Prieto se quedó la maleta. Al menos no la gastó, a diferencia del oro, las joyas y el dinero. Prieto, a quien muchos falangistas siguen considerando un patriota y casi un aliado, guardó la maleta en la caja de seguridad de un banco mexicano. En enero de 1977 el albacea de Prieto, el socialista Víctor Salazar, entregó a Miguel Primo de Rivera, sobrino de José Antonio, las llaves de la caja. ¡Cuarenta años de apoderamiento ilegal!

El mito del 'Ausente'

En su nuevo libro (La pasión de Pilar Primo de Rivera), Zavala añade que Pilar Primo de Rivera y Martínez Arboleya, que se había incorporado a las tropas nacionales, coincidieron en la guerra en Salamanca, pero que el testigo de la ejecución de José Antonio no se atrevió a relatarle cómo había ocurrido.
Pilar pudo escapar de la zona roja bajo la protección de la embajada argentina. Embarcó en un crucero de guerra alemán, el Admiral Graaf Spee, en el puerto de Alicante, pero no pudo acudir a la cárcel para ver a sus dos hermanos encerrados en ella, José Antonio y Miguel. La futura jefa de la Sección Femenina conoció por boca de Franco la ejecución de su hermano, aunque se negó a aceptarla del todo. Hasta el 20 de noviembre de 1938, en que Franco confirmó por radio el asesinato, la zona nacional se habló de el Ausente para referirse a José Antonio.
Rafael García Serrano afirma que hubo falangistas que se hicieron matar en el frente cuando se enteraron de la noticia.
Así interpretó José Antonio Jiménez Arnau (El puente) la ejecución, como epítome del holocausto de una generación que llegó a la guerra llevada por sus mayores.
Con aquel hombre, sin que ellos lo supieran, habían caído todos aquellos que él pusiera en pie. (…) la generación que se había encontrado los días de la caída del Régimen, la generación que quemara o impidiera quemar las iglesias, la generación revolucionaria, la que tocara a rebato, despertando al país de su siesta, ésa había caído fusilada.

Pruebas fehacientes de ello se aportan en el último libro del escritor y periodista José María Zavala: Las últimas horas de José Antonio (Espasa), quien ya había presentado otras obras anteriores directa o indirectamente relacionadas con el personaje como La pasión de Pilar Primo de Rivera.

La víspera de su muerte fue confesado por José Planelles Marco, compañero de prisión y sacerdote que moriría mártir días después en una saca de la cárcel por milicianos frentepopulistas.

Curiosamente, en un cuestionario que le hizo su hermana Pilar cuando José Antonio sólo tenía 17 años (y que, por el tenor de las preguntas y respuestas, no pasaba de un juego humorístico), a la pregunta "¿Cuál es tu mayor deseo?", él respondió: "Ser presbítero".


El libro se presenta este lunes 2 de marzo a las siete de la tarde en la Casa del Libro de Madrid de Gran Vía, 29, con la presencia de José Antonio y Miguel Primo de Rivera, Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño.
  


Muerte cristiana"Condenado ayer a muerte", escribe José Antonio en su testamento, "pido a Dios que si todavía no me exime de llegar a ese trance, me conserve hasta el fin la decorosa conformidad con que lo preveo y, al juzgar mi alma, no le aplique la medida de mis merecimientos, sino la de su infinita misericordia. (...) En cuanto a mi próxima muerte, la espero sin jactancia, porque nunca es alegre morir a mi edad, pero sin protesta. Acéptela Dios Nuestro Señor en lo que tenga de sacrificio para compensar en parte lo que ha habido de egoísta y vano en mucho de mi vida. Perdono con toda el alma a cuantos me hayan podido dañar u ofender, sin ninguna excepción, y ruego que me perdonen todos aquellos a quienes deba la reparación de algún agravio grande o chico".

Y a su tía Carmen, carmelita descalza, le escribió una carta el día antes de su muerte: "Dos letras para confirmarte la buena noticia, la agradable noticia, de que estoy preparado para morir bien, si Dios quiere que muera, y para vivir mejor que hasta ahora, si Dios dispone que viva... Dentro de poco momentos ya estaré ante el Divino Juez, que me ha de mirar con ojos sonrientes". La postdata es una nota de humor cómplice: "Como no eres joven, pronto nos veremos en el cielo".

La cláusula primera de su testamento establecía: "Deseo ser enterrado conforme al rito de la religión Católica, Apostólica, Romana, que profeso, en tierra bendita y bajo el amparo de la Santa Cruz".

Los "mártires de Novelda"
Sólo fue así tras finalizar la guerra y ser hallado su cuerpo. José María Zavala se hace una pregunta al respecto: "¿Llegará a convertirse José Antonio finalmente en Siervo de Dios por la Santa Sede, igual que los llamados ´mártires de Novelda´, fusilados junto a él y sepultados luego en la misma fosa común del cementerio de Alicante: los falangistas Ezequiel Mira Iñesta y Luis Segura Baus, y los requetés Vicente Muñoz Navarro y Luis López López".



Los cuatro "mártires de Novelda", fusilados junto a José Antonio Primo de Rivera. Fuente: Foro Memoriablau.
Cayeron bajo las balas el mismo día y a la misma hora que Primo de Rivera, ¿podría él seguir el mismo destino?, pregunta Zavala a José Luis Casanova, consiliario de las causas de canonización de la diócesis de Orihuela-Alicante.

"Se encoge de hombros, tras responder escueto y diplomático", y añade: "Si en sus caso se cumpliesen también esas dos condiciones..."

Se refiere a las que exige la Iglesia para considerar a alguien mártir: el odium fidei [odio a la fe] como razón del crimen, la aceptación sobrenatural de la muerte, el perdón a los verdugos, etc. Quizá la primera es la que única que pueda suscitar dudas en el caso del fundador de Falange Española, pero según Zavala "José Antonio era odiado como político, pero también como católico y profundo hombre de fe".

Las últimas horas de José Antonio es un relato completo de todas las circunstancias (personales, políticas, locales... horas, lugares, armas...) que rodearon ese fusilamiento, y con decisivas aportaciones documentales, como la lista completa de los funcionarios de guardia ese día en la cárcel, las declaraciones de los miembros del pelotón ejecutor o los recuerdos de un testigo presencial de nacionalidad uruguaya.

Pero es también un homenaje a esos cuatro mártires, que dejaron constancia clara de su fe en los últimos momentos previos a la muerte que compartieron con José Antonio.

Palabras de despedida siempre cristianas
Ezequiel Mira, de 23 años, abogado, era adorador nocturno y miembro de Acción Católica. El día 13 escribió una carta a sus padres, hermanas (cuatro, una de ellas monja) y a su novia: "No he tenido ni un minuto de inquietud, ni un instante de miedo ni desconsuelo. Tengo además gran confianza en que Dios velará por vosotros. Eso es solo lo que pido, además de su perdón. Adiós, pues, me voy con el alma absolutamente tranquila. A los que tan falsamente me acusaron, los perdono. Recuerdo a todos los que me conocieron. Desde el Cielo rezaré y miraré por vosotros y por ellos".

Luis Segura, de 33 años, empresario, detenido por confesarse amigo de una persona a por la que iban unos milicianos ("Sube tú también al coche" fue su juicio y su condena), escribió así a su familia: "Tened mucha tranquilidad y no lloréis, pues no quiero que lloréis. Tened mucha resignación, como yo la tengo; pensad que este mundo son cuatro días... Perdonad de todo corazón a mis enemigos como yo les perdono".

Vicente Muñoz, de 27 años, viajante, dirigió sobre el papel, junto a otras tiernas palabras de amor, estas reflexiones para su novia: "Por la misericordia de Dios, que no por méritos míos, tendré la dicha de encontrarme en el Cielo, que espero para ti... Si bien quieres mi felicidad debes alegrarte porque la he encontrado en el seno de Dios... Que se cumpla su Santa Voluntad, que siempre será el bien nuestro... ¡Qué sabemos nosotros, miserables criaturas, de la grandeza inescrutable de Dios!... Te emplazo para el Cielo que más tarde o más temprano ha de llegar para ti. Procura ganártelo. Así sea. Con el corazón oprimido por la angustia de no verte más, te envía la sinceridad de su amor tu Vicente".

Luis López, de 33 años, mecánico de automóviles, padre de tres hijos y esperando el cuarto, se despidió así de su esposa: "No me llores ni te aflijas; hazte el ánimo ya que así lo ha querido Dios, y emplea todos tus esfuerzos en criar a nuestros hijos, a los que llevo atravesados en el corazón... Adiós; no puedo más. Joaquina: si crees que tengo algún enemigo, perdónale, que yo le perdono. Adiós. Adiós. ¡Ay, mis hijos! Adiós..."
Como complemento a las sucesivas ediciones de su obra La pasión de José Antonio, la editorial Plaza & Janés acaba de publicar un impactante libro-documento de José María Zavala titulado La maleta de José Antonio. En él se fotografían los diversos objetos que contenía la maleta de piel de vaca donde José Antonio Primo de Rivera conservó sus efectos personales desde su detención en marzo de 1936, tras el triunfo del Frente Popular, hasta su fusilamiento el 20 de noviembre de ese mismo año en la prisión de Alicante.

Entre esos objetos destaca un cuaderno cuadriculado de bolsillo que él tituló Librito de Oraciones. Año 1936, donde de su puño y letra fue escribiendo diversas preces como recordatorio para su meditación espiritual.

Algunas de ellas, como las que anota Para el final del Santo Rosario, son las habituales de los devocionarios publicados, que copió de memoria probablemente porque no tuvo uno a mano.

Pero junto a esas hay jaculatorias e intenciones que revelan sus convicciones más íntimas en las semanas previas a su asesinato: a San José pidiéndole una buena muerte, al ángel de la guarda y "al santo bendito de nuestro nombre", por "la conversión de pecadores, infieles y herejes a nuestra Santa Religión", por los enfermos y agonizantes, por el alma de los familiares difuntos o "por las almas del purgatorio en general".

Tras los actos de fe, esperanza y caridad hacia la Santísima Trinidad, escritos a lápiz, figuran unas jaculatorias muy personales:

"- Jesús Crucificado, perdón para España.

- Jesús Crucificado, perdón para tus perseguidores.

- Jesús Crucificado, ocupa todo mi corazón.

- Jesús Crucificado, hacerme mortificado y penitente.

- Jesús Crucificado, darme verdadero dolor de mis pecados y salvar a España".

Y añade: "Cruzada de reparación y honor al Santo Crucifijo. Hágase a diario".

El cuaderno se remata con un "ofrecimiento al Señor": "Estas oraciones para pedir el triunfo de la Religión y la confusión de sus enemigos y la unión de todos los católicos".


En la España del Frente Popular, a finales del año en el que empezó la Guerra Civil, ser cura y estar encarcelado era un pasaporte seguro al paredón. José Planelles Marco (1884-1936), sin embargo, estuvo en disposición de evitar ese destino. Por dos veces. Pero por dos veces fue fiel hasta el heroísmo -el sacrificio de su propia vida- en aras de su vocación sacerdotal: llevar los sacramentos a los hombres para conducirles al cielo.

Su historia ha sido de nuevo rescatada por el historiador Francisco Torres García en su monografía El último José Antonio (Ediciones Barbarroja), una de las obras más importantes que se han publicado en el último medio siglo sobre el fundador de Falange Española, tanto por el volumen de la documentación manejada como por el carácter inédito de buena parte de ella. Para muchos aspectos de la vida de José Antonio Primo de Rivera (1903-1936), es la investigación definitiva.

Un "viejecito" de 51 años
Don José había nacido en San Juan de Alicante, estudió en el seminario de San Miguel de Orihuela y fue ordenado en 1910. Le destinaron a parroquias de Pinoso, Aguas de Busot y Agost, y posteriormente fue nombrado director de una academia de enseñanza media en Alicante. Era, por consiguiente, un sacerdote conocido y apreciado en la diócesis, condiciones suficientes para su detención tras el Alzamiento. El 12 de septiembre fue arrestado en su casa alicantina de la calle Cádiz por orden del Comité Popular, y encarcelado en la prisión de Benalúa.

Allí continuó desempeñando entre los detenidos, comunes y políticos, su labor pastoral, y en condiciones de gran dureza. Francisco Torres cuenta cómo sus hermanas le enviaron una colchoneta para paliar sus graves problemas de espalda, pero no le fue entregada por las autoridades carcelarias. A pesar de su juventud (51 años), el estado de salud de Don José no era bueno y aparentaba una edad muy superior. Tanto es así, que José Antonio, en una de sus últimas cartas, le describe como "un sacerdote viejecito y simpático".

Primera libertad frustrada
Tras pasar dos meses en prisión, las cosas parecían arreglarse milagrosamente para ese "viejecito". Como realmente no había ningún cargo contra él, explica Torres, el Tribunal de Desafectos presidido por Juan Francés le absolvió, ordenando su libertad.

El 18 de noviembre su familia acudió a recogerle, pero... él se negó a salir. Justo ese día se había confirmado la sentencia de muerte contra el fundador de Falange Española, quien había pedido un sacerdote para confesarse antes de ser fusilado. Hubo que pedir autorización al Comité Popular Provincial de Defensa de Alicante, que lo otorgó, proponiendo para la misión a su compañero de cárcel, mosén Planelles.

Éste pudo elegir la libertad que le aguardaba al otro lado de las rejas, pero le esperaba un alma. Decidió retardar la excarcelación (en unos tiempos en los que las oportunidades no se presentaban dos veces) y acudió a la celda de José Antonio.
"Todos los días he hecho oración y rezado el rosario", tranquilizó José Antonio a sus familiares.



















"Durante cuarenta y cinco minutos, rodilla en tierra, Primo de Rivera confesó y obtuvo la bendición. Al terminar ambos se abrazaron. El director de la prisión vigiló desde la puerta", cuenta Torres. El sacerdote le regaló al joven unos Evangelios. Justo después escribió José Antonio su célebre testamento: "Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiese en discordias civiles", reclamó en él, recién confortado por el sacramento. El día 20 fue ejecutado.

La segunda libertad... y la verdadera liberación
Don José no pudo conseguir su libertad aquel día 18. Y luego las cosas se complicaron. La aviación nacional bombardeó objetivos militares en Alicante, y las autoridades frentepopulistas decidieron represalias: esto es, una saca de presos como las que estaban teniendo lugar en esas mismas fechas en Madrid, rumbo a Paracuellos del Jarama.

En la noche del 29 de noviembre, los familiares de mosén Planelles estaban de nuevo a las puertas de la cárcel. Por fin iba a poder salir. En ese momento, los milicianos sacaron a 51 personas para asesinarlas frente a las tapias del cementerio de Alicante. Las subieron a un camión confiscado al Hércules, C.F. Y de nuevo Don José vio ante sí la disyuntiva: la libertad o su sacerdocio. En realidad, no lo dudó: "Consciente de su misión, quiso ir con ellos para darles la absolución. En su bolsillo llevaba la sentencia con su libertad", cuenta Torres en El último José Antonio.

Pidió permiso a los milicianos para acompañarles, y se lo concedieron. No había en ese momento intención de matarle. Pero al llegar al siniestro punto de destino, un miliciano le reconoció: "¡Es el cura que confesó a José Antonio!". Lo cual le convertía en pieza codiciada ante la orgía de sangre que iba a desatarse.

Le mataron junto a los demás, mártir de la confesión sacramental, y por esa razón está incoado su proceso de beatificación. Al menos 52 víctimas lo firmarían gustosas.


Otros testimonios

Una de las muchas teorías que circulan sobre el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera en la cárcel de Alicante es que benefició de manera especial a Franco. La historia nos dice al respecto que el Tío Paco se adueñó no sólo de la Falange, sino que en su nombre cometió tantos actos crueles y despiadados que aún hoy nos asustan y avergüenzan.


Pero, como he dicho, que el caudillo no hiciera todo lo posible para rescatar al preso es una de las muchas teorías.
De lo que en verdad no cabe la menor duda, es que al iniciarse la nefasta Guerra Civil, hubo varios intentos para liberar a José Antonio, alguno de los cuales acabó en fusilamiento (y posterior monumento en Aguamarga) muy cerca del Barranco de las Ovejas.
Ya en septiembre de 1936, se inician desde París las operaciones para canjear a José Antonio. La petición llega a Indalecio Prieto, que fija las siguientes condiciones para el intercambio:30 presos en manos de los nacionales y el pago de 6 millones de pesetas.

Franco da su conformidad, pero cuando se pone en contacto con Prieto, éste le informa que el plan resulta imposible porque los anarquistas que controlaban la cárcel no entregarán nunca el prisionero.

Se sigue insistiendo y se juega la baza de un canje de José Antonio por un hijo de Largo Caballero, que está preso e incomunicado en Sevilla. Pero esta operación también fracasa.
Se intenta entonces una operación de comandos. Queipo del Llano, a pesar de haber tenido un encuentro físico con José Antonio a bofetadas y puñetazos, entrega una importante cantidad de dinero para financiar las operaciones de liberación de José Antonio. Pero nada de nada.

La cuestión es que el 20 de noviembre de 1936, Jose Antonio es fusilado en un paredón. Ya alcanzado el grado de "mito" para algunos antes incluso de ser ejecutado, su final está cargado de leyendas y falsas informaciones. De su valor en las horas finales mucha gente tiene dudas. Llegado el momento de enfrentarse a una docena de rifles, el coraje suele escaparse por la pernera de los pantalones más valientes .

Sin embargo, los relatos son esos. Y esos han llegado hasta nuestros días, para deleite de algunos.



Hacia las 6 de la mañana, su hermano Miguel (preso en la misma cárcel) es despertado para comunicarle que Jose Antonio iba a ser fusilado y que quería verle. Cuando Miguel llega a la celda de José Antonio lo encuentra en compañía del director de la prisión y varios milicianos armados. Se abrazan y despiden en inglés «Help me to die with dignity». El fundador de la falange lleva una chaqueta gris sobre un mono azul y un abrigo claro.

En el patio de la enfermería de la cárcel de Alicante ya está dispuesto el piquete de ejecución, formado por 12 hombres. Seis pertenecientes al quinto regimiento y seis milicianos de la FAI. Además estaba presente un pelotón de guardias de asalto mandado por el alférez Juan José González Vázquez, por si fuera necesaria su colaboración.

Sobre las seis y media de la mañana llegaron al patio José Antonio y los otros reos. Dos falangistas y dos carlistas de Novelda. José Antonio se dirigió al sargento del pelotón, y le dijo: «Como siempre que se fusila se derrama sangre, yo quisiera que se hiciera desaparecer la que yo vierta para que mi hermano no la viera». A continuación se dirigió al pelotón de ejecución y les preguntó: «¿Son ustedes buenos tiradores?», le respondieron afirmativamente (como para decir que no).

El sargento dio la orden de disparar. Sonaron doce disparos.

Los cadáveres fueron trasladados en una ambulancia al cementerio de Alicante. Se enterraron en una fosa común sin mortaja ni ataúd. El cadáver de José Antonio recibió el número de orden 22.450 de la fosa común número 5, fila 9.ª cuartel número 12.

Cuando José Antonio entra en capilla antes de su fusilamiento, solicita entre varias cosas un confesor. Será un anciano sacerdote, José Planelles Marco, el que reciba su última confesión. Era sacerdote de Aigües, natural de Sant Joan d'Alacant, y no se le conocía cargo político alguno. Aún con la carta de libertad en su mano, José Planelles no quiso salir de la prisión. Fue ejecutado nueve días después de Jose Antonio en el patio junto a otros 52 falangistas. Su secreto de confesión, murió con él.

Tras el fusilamiento de Primo de Rivera, el comandante militar de Alicante, coronel Sicardo, se hizo cargo de todos los efectos que había en la celda de José Antonio, y se los envió a Indalecio Prieto. Estos objetos estaban en una maleta que contenía varias prendas de ropa interior, un mono, unas gafas, recortes de periódico y varios manuscritos que incluían el testamento de José Antonio.Una copia del mismo fue remitida a Serrano Suñer, cuñadísimo del Tío Paco.

A partir de ahí, todo es historia: en un alarde de falsa amistad Franco manda recuperar el cadaver de Jose Antonio y es conducido (a pie y en silencio) hasta Madrid, dónde es enterrado en aquel Campo de Concentración para "rojos" llamado "El Valle de los Caídos".

La Paz y la Libertad no llegarían hasta 40 años después
A BALA QUE MATÓ A JOSÉ ANTONIO,
HA SIDO ENCONTRADA EN ALICANTE

Por José M. Martínez Aguirre
Semanario El Español, 22-I-44
        

Así se demuestra la autenticidad de la bala. La silueta marca el lugar exacto que ocupó José Antonio junto al ángulo. La pequeña cruz, a la altura del pecho, está en el lugar del impacto donde fue hallado el proyectil, según se ve en la «foto» del detalle del muro. Al caer José Antonio hacia su izquierda, quedó, aproximadamente, en el lugar donde hoy se alza la cruz. La doble flecha del suelo indica el lugar ocupado por el piquete de ejecución.
 


Un detalle del muro ante el que estuvo José Antonio en el momento de su fusilamiento. La flecha en negro indica la bala. De allí mismo fue arrancada por el camarada Alberto Valero solo unos días después.
La bala que mató a José Antonio ha sido encontrada en Alicante. El milagroso y accidentado proceso que ha seguido este pedazo de plomo durante siete años, hasta aparecer, plenamente identificado como el proyectil que causó la muerte al primer jefe nacional de la Falange, tiene rasgos y detalles interesantísimos. Es una larga historia. llena de matices inesperados y de hechos en parte inexplicables, la que nos va demostrando paso a paso. d e s d e aquella madrugada trágica hasta el 29 de noviembre último - fecha en que la bala fue depositada en manos del jefe provincial de Alicante--, la realidad incontrovertible de que precisamente este proyectil, entre todos los disparados aquella mañana. fue el que segó la vida del Fundador.

Ahora, pasados aquellos tiempos d e zozobra y de angustia en la zona no liberada. casi esfumado su recuerdo con el accidentado palpitar de estos últimos años. la narración detallada de tantas pequeñas coincidencias como contribuyeron a la conservación de esta reliquia falangista constituye un capítulo inédito -e interesantísimo-. que puede ser el epílogo para la biografía de José Antonio.

Ha sido un doble peregrinar milagroso -el de esta bala. primero encerrada en el minúsculo patio de la enfermería donde fue asesinado José Antonio  y luego caminante y escondida en distintos lugares de la provincia, hasta que la paz hizo posible su aparición sin peligros a la luz pública. Encierra todo ello una suerte doble: la de conservarla intacta a través de tantas peripecias y la de conservarnos también la certeza -lo más importante- de su procedencia.

Por este doble cúmulo de circunstancias favorables, la Falange cuenta hoy con una valiosísima prenda más, directamente relacionada con el sacrificio de su jefe nacional. Y ahora, tanto como guardar este pedazo de metal, chafado por su vértice, interesa la conservación minuciosa de esta historia que, punto por punto, con detalles magníficos, sirve como comprobante de indudable  fuerza para asegurar la procedencia legítima de la reliquia.

Veréis, diáfanos como en una operación matemática, interesantes como la más estupenda aventura, los detalles sobresalientes de esta singular historia.

Alberto Valero Montesinos es jefe local del Movimiento en Rojales desde los primeros días del año 1936. Una limpia trayectoria en el servicio falangista-durante ocho años de labor activa-en este núcleo fundamental de la Falange de Alicante, que estaba constituido desde la visita de José Antonio. por los grupos de la Vega Baja del Segura.
Rojales es un pueblo agrícola situado junto al río. casi al final de su curso. entre huertos de naranjos y cabezas montañosos, estériles. Allá fue, en su apasionada peregrinar por todas las tierras de España, el jefe nacional de la Falange. Y de esta visita salieron dos jefes locales íntimamente relacionados con los detalles de esta historia: Alberto Valero Montesinos. de Rojales, y Felipe Hernández Ros, de Benijófar.

Poco después del 18 de julio Valero, perseguido sañudamente por los rojos, como todos los demás miembros de la Falange, marchó a Madrid, escondiendo su verdadera personalidad, con el ánimo de servir al Movimiento desde la zona roja, o, en el mejor de los casos, de hallar el modo de pasarse al territorio nacional. Sin embargo, los hechos no ocurrieron tal y como el primer jefe local de Rojales lo esperaba, y muy poco tiempo después, a primeros de septiembre, ingresaba en la cárcel de Murcia, en la que iba a permanecer hasta finales de noviembre. Luego, una providencial medida de los marxistas dio por resultado su traslado a la prisión provincial de Alicante, y con ello al origen primero y fundamental para el hallazgo de la bala.

ALBERTO VALERO EN ALICANTE

Con los primeros días de diciembre del año 1936 Valero era ingresado en la antigua cárcel de Alicante, hoy casa-prisión, donde sólo diez jornadas antes había sido asesinado José Antonio. No ingresó solo. Su hermano Joaquín-por algo eran una familia de falangistas-le hizo compañía desde el primer momento en la celda número 12 de la galería final, precisamente la misma en donde ahora se halla instalada la capilla de la casa, y a la que daba también la celda donde estuvo José Antonio. Miguel Primo de Rivera estaba entonces, incomunicado, en la celda contigua, número 11, de esta misma galería,
Era natural que toda la atención de los dos hermanos se dirigiese exclusivamente hacia ese patio lóbrego. apenas entrevisto en la parte alta de sus muros por el ventanuco enrejado de la celda, en donde diez días -antes había hallado la muerte el jefe nacional. Laboraron pausadamente. El patio, por rigurosa orden superior que nadie se atrevía a quebrantar, estaba cerrado desde el mismo momento en que fueron sacados :os cadáveres de José Antonio y de los cuatro mártires de Novelda con él asesinados en la mañana del mismo día 20. Era, un comparti- miento vedado. desde aquel fatídico instante. a los ojos humanos. Nadie podía traspasar el umbral de esa pesada puerta. forrada de recia chapa metálica. que separa la galería del patio.

A este lado de. la puerta. Miguel Primo de Rivera Alberto y su hermano Joaquín: la Falange, esperando impaciente un instante. un resquicio, para pisar ese mismo suelo sembrado de guijarros, para contemplar, el muro de pétreos sillares donde se habían estrellado las balas asesinas. Más allá de la puerta. al otro lado, cuatro paredes grises. un centinela eternamente apostado en lo alto del muro y varios impactos minúsculos -señas apenas visibles en la durísima piedra-de los lugares donde golpearon las balas después de su misión asesina. Se comprende fácilmente que aquella puerta-el franquearla-fuese desde el primer momento de su llegada una obsesión impresionante para los dos hermanos falangistas de Rojales.
POR FIN... EN EL PATIO.
La constancia y la suerte pudieron más que todas las severísimas órdenes del director de la cárcel. Una mañana temprano. muy poco después de aquella en que los dos presos llegaron conducidos desde Murcia, ambos fumaban unos cigarros con uno de los oficiales de la prisión en el pasillo de la galería. El tabaco fue lo primero. Al instante la conversación se deslizó por el tema más trascendental: la visita al patio, y. por fin sin que nadie se enterase, los dos hermanos fueron introducidos por el oficial hasta el patio que guardaba todavía en el aire; virgen de toda otra huella humana desde entonces, la presencia intangible de los cinco caídos de la Falange.
El mismo oficial fue explicando detenidamente a sus dos emocionado interlocutores cómo ocurrió el hecho. -Aquí- dijo. señalando aproximadamente al centro del patio -se situó el piquete de ejecución. Contra José Antonio dispararon tres malagueños refugiados en Alicante desde la caída de su ciudad natal. Eran Beltrán, Escalera Y Pantoja. José Antonio Primo de Rivera estaba colocado exactamente ante el muro ése -el que hay junto a la puerta de la enfermería-,y junto al ángulo que forman esta pared y la que limita el rincón del fondo del patio. Los otros estaban al lado de él frente a ese recodo que tiene en su final el patio y junto a la pared que lo separa de la calle.

Alberto, con la fiebre de la emoción en los ojos, recorrió con una rápida mirada todos los detalles del recinto. La pared, la puerta de la enfermería. aún un poco manchada; el otro muro del fondo, ante el que habían estado los cuatro caídos con el Fundador... Sin embargo. donde puso toda su atención fue en los bloques de piedra que situados a la altura del pecho de un hombre, corpulento formaban el ángulo de las dos paredes. Allí enfrente. precisamente donde él mismo pisaba, había pisado José Antonio sus últimos Instantes. En En esta pared, en estas piedras -pensó- se apoyaría un instante su cuerpo, herido de muerte. antes de caer ....
EL IMPACTO
-¿Qué ... ? ¿Qué es esto? . Miró con detenimiento aquel trozo minúsculo de muro, los tres o cuatro sillares más próximos al lugar donde había estado José Antonio. y volvió la cabeza disimuladamente hacia el oficial de la prisión. Lo vio atentamente interesado en contar a Joaquín algunos nuevos detalles. Entonces Alberto sacó un minúsculo cortaplumas y lo aplicó contra la pared. Hizo fuerza ...
El guardián seguía enfrascado en sus explicaciones:
-Cuando lo fusilaron, José Antonio cayó en dirección al portal de la enfermería. Quedó tendido ahí- y señalaba una distancia equidistante entre los dos límites de la pared- o mucho más cerca de la enfermería que antes de las disparos.
 
«Otro de los que fusilaron -proseguía-, no muerto del todo, se fue arrastrando lentamente, mientras los del piquete cargaban de nuevo, junto a José Antonio, hacia la puerta de la enfermería. Allí, tendido ya sobre los dos primeros escalones, lo remataron ... »

Cesó la locuacidad del oficial de la prisión.

Alberto, nervioso, se precipitó al interior de la galería de nuevo. Tenía visible prisa por entrar en su celda. Ya dentro de ella, emocionado, encendido el rostro, con una palpitación creciente de todo su ser, escuchó, pegado el oído a la puerta, los pasos del guardia que se alejaba por el largo corredor. Unos instantes después, ya más tranquilo, se hallaba acurrucado en el último rincón de la pequeña estancia, Allí vuelto de espaldas, a la puerta para que no pudieran verlo por la mirilla, sacó un pequeño portarretratos, completamente deformado por algo grueso que tenía dentro. Lo abrió cuidadosamente. Su hermano Joaquín veía con estupor, dentro del minúsculo estuche, un trozo de metal cilíndrico y con la punta chafada. La voz de Alberto aclaró sencillamente: 
-Esta es la bala que ha matado a José Antonio.
COMPROBACIÓN
Puede parecer hasta cierto punto difícil a cualquiera que haya visitado la casa-prisión y sepa cómo estaba el patio, esto de que Alberto Valero encontrase la ,bala precisamente la que se hincó en el cuerpo de José Antonio -entre tantos guijarros grises, iguales, como hay en el suelo. Pero es que el valioso proyectil no fue hallado en el suelo, sino en la misma pared. Y, aparte de esto, son convincentes en sumo grado, irrefutables, los razonamientos que el primer jefe local de la Falange de Rojales aduce para demostrar su certeza. El mismo relata los detalles siguientes:

La bala, estaba clavada en la pared. Aún puede verse ahora, y se aprecia claramente en la fotografía, la pequeña señal que dejó en la dura piedra del muro al chocar, contra ella, Muchas, al rebotar, quedarían-y quizá estén aún-mezcladas con los cantos rodados del piso; pero ésa se quedó adherida al muro, chafada la punta por el fuerte gol- pe, como si fuese la cabeza de un clavo, y en el mismo lugar de donde saltaron las minúsculas esquirlas de piedra que la violencia del golpe desprendió y que ahora quitado el proyectil, siguen señalando el lugar donde éste se hallaba. La seguridad de que ésta era la bala que mató a José Antonio estaba en la misma narración del oficial de la cárcel. Si el Fundador se colocó solo, un poco distanciado de los demás, junto al ángulo de los dos muros del patio es materialmente imprescindible que la bala, para dar en la pared de este lugar, atravesase primero el cuerpo que tenía delante. La altura del lugar donde se encontraba es exactamente, como se dijo antes, la más aproximada a la parte del cuerpo de José Antonio donde debieron dirigir sus disparos. Claro que fueron tres los que hicieron fuego a la vez contra él; pero la explicación lógica de que sólo se haya encontrado este proyectil está en que los otros dos, quizá encontrando mayor resistencia, se quedarían dentro del cuerpo, mientras que éste atravesaría por un lugar tal que pudo salir con fuerza suficiente para romper piedra tan dura y para quedarse adherido a ella.
Que los otros dos proyectiles no salieron lo demuestra el hecho de que ningún otro impacto se percibe en la pared alrededor ni cerca de éste. y si alguna de las otras dos balas hubiese llegado hasta el muro con fuerza para rebotar y caer al suelo, alguna señal habría quedado del golpe en los mismos bloques de piedra.
En toda la extensión del muro del fondo, frente al que se hallaban los cuatro camaradas de Novelda. hay otras numerosas huellas de disparos que corresponden a los que para ellos fueron dirigidos. Pero la única señal en la pared delantera atestigua bien claramente sin lugar a dudas que esta bala que se conserva arrancada por Alberto Valero con su pequeña navaja, de sobre la misma huella es la única que atravesó completamente hasta salirle por la espalda el cuerpo de José Antonio.
OFRECIMIENTO A MIGUEL E INCIDENTES HASTA QUE TERMINÓ LA GUERRA
En la primera ocasión que se le presentó, Alberto hizo a Miguel Primo de Rivera. encerrado en la celda contigua, el ofrecimiento de esta magnífica reliquia. y Miguel, comprendiendo todo su valor y la necesidad de que se conservase, la dejó en poder de Valero, consciente de que quien había tenido tal acierto para encontrarla bien podría ser su mejor guardián hasta que terminase la guerra.

Alberto quedó, pues, con ella y la tuvo luego, hasta que salió de la cárcel en septiembre de 1937, cuidadosamente escondida en el mismo portarretratos. Cuando pudo llegar a su casa la encomendó al cuidado de su hermana y ésta la tuvo escondida en el fondo de una maceta con flores y en otros lugares parecidos. En todos, ellos estuvo. misteriosamente conservada, hasta el fin de la guerra, mientras que Alberto combatía en el Ejército Nacional, después que logró pasarse a la Nueva, España.
Aún después de abril del 1939, por diversas circunstancias que así lo aconsejaron, la bala quedó guardada largo tiempo en Rojales, siempre en este curioso portarretratos que conserva todavía, como huella valiosa del fin a que estuvo destinado durante siete años justos, una deformación extraordinaria. Por eso en su interior la minúscula caja tiene, de tanto tiempo como estuvo con ella, la forma exacta de la bala.
EN EL MUSEO PERMANENTE DE LA CASA - PRISIÓN
El día 29 de noviembre de 1943 el jefe local de Rojales entregó al jefe provincial del Movimiento de Alicante y consejero nacional, camarada Luis González Vicén, esta preciada reliquia falangista que durante tanto tiempo ha estado en su poder. Con este mismo motivo Felipe Hernández Ros, también ahora jefe local de Benijófar como antes de la guerra, hizo el regalo de una dobla de oro con el fin de, que de ella se haga el engaste donde deberá estar incrustado el proyectil que costó la vida al Fundador ...

Luis González Vicén tiene ya totalmente ultimado el minucioso proyecto que señala el modo como será conservado ese proyectil para la posteridad. Con la moneda, de oro que entregó el jefe local de Benijófar serán talladas cinco flechas y un yugo. En el centro de esta joya magnífica, que tendrá engastados en sus vértices numerosos brillantes, ha de ir el trozo de plomo que atravesó el cuerpo de, José Antonio. Y esta pieza, íntegra, va a ser en lo sucesivo -cuando la Casa-Prisión quede totalmente reorganizada- una de las más valiosas reliquias que se conserven en la sala de juicios donde fue condenado el Fundador, convertida en Museo permanente de todos los pequeños recuerdos que de él han quedado en Alicante.

Así la Falange alicantina, que ha sabido perpetuar la memoria de su Fundador en la conservación de la pequeña e inapreciable reliquia, guardará para siempre como un tesoro sagrado este cilindro de metal que arrancó el secreto de una vida -la mejor vida española de la anteguerra- prolongada en el misterio ímprescriptible de nuestro apasionado recordar.

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