El 28 de marzo de 2015 se cumplirán 500 años del
nacimiento de
Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada, más conocida como Santa Teresa de Jesús o Teresa de Ávila. Fue un miércoles para
más señas, a las cinco de la mañana como anotó su padre don Alonso Sánchez de
Cepeda. Éste, hijo de un judío converso toledano, se había casado en segundas
nupcias con la noble castellana doña Beatriz de Ahumada, y había aportado al
matrimonio tres hijos de su enlace anterior a los que se sumaron ocho, entre
ellos Teresa. «Éramos tres hermanas y nueve hermanos», contó la propia santa,
que según ella misma admitía era la favorita de su padre.
Sus dos «fugas»
Cuentan que a los 7 años convenció a su hermano
Rodrigo para que se fugase con ella de casa y se fuera con ella a tierra de
moros, buscando el martirio. La fracasada intentona da muestra de la
religiosidad que marcó su infancia y también de su carácter enérgico y su fuerte
voluntad. Su siguiente fuga no se quedaría en intento. En 1535, ante la negativa
de su padre para concederle el permiso paterno para ingresar en el convento de
las carmelitas de la Encarnación, se iría de casa para tomar los hábitos y hacer
los votos. No sin pena, como ella misma relató: «Aquel día, al abandonar mi
hogar sentía tan terrible angustia, que llegué a pensar que la agonía y la
muerte no podían ser peores de lo que experimentaba yo en aquel momento. El amor
de Dios no era suficientemente grande en mí para ahogar el amor que profesaba a
mi padre y a mis amigos». Teresa tenía 20 años.
Entre libros de caballería
Había sido su propio padre, sin embargo, el que
primero la llevó a un convento. A los 13 años Teresa se había quedado huérfana
de esa madre con quien compartía confidencias, devociones y su gusto por la
lectura. De las vidas de santos, había pasado a los libros de caballerías y de
en ellos aprendió a galantear con sus primos. «Comencé a pintarme y a buscar a
parecer y a ser coqueta», recordaba la propia santa. Su padre, preocupado,
decidió entonces internarla en el convento de las Agustinas de Gracia de Ávila,
donde se educaban doncellas nobles.
Una grave enfermedad le obligaría a salir del
convento. Nada se sabe de esta dolencia a la que la santa solo se refirió con la
frase «Dióme una gran enfermedad, que hube de tornar en casa de mi padre».
Durante su convalecencia, su tío don Pedro de Cepeda le dio a leer las Epístolas
de San Jerónimo que le harían decidirse por tomar los votos y entrar en las
carmelitas.
Su prematuro funeral
En el convento de la Encarnación
«vivió feliz 27 años, siendo siempre, eso sí, el centro de la atención y
el afecto de familia, monjas y seglares», señalan en la web del V Centenario
de Santa Teresa de Jesús. La santa debía ser una mujer hermosa, de cuerpo
frágil y dotada de una espiritualidad fuera de lo común. En 1538 cae de nuevo
enferma. Ante el fracaso de los médicos, su padre le lleva a una curandera cuyo
tratamiento «deja a la enferma medio muerta», relata Montserrat Izquierdo en su
obra «Teresa de Jesús. Con los pies descalzos». Un año después, un
paroxismo la llevará
a las puertas de la muerte.
En el convento de la Encarnación le prepararon
su sepultura y hasta celebraron un funeral, según relata Izquierdo. Sin embargo,
cuatro días después, volvió
en sí y pidió que la llevaran de vuelta al convento. «En la enfermería del monasterio
pasará tullida casi cuatro años hasta verse curada, según su propia
confesión, por la intercesión de san José», apunta la escritora.
Las visiones místicas
Los años siguientes fueron los más oscuros para
la santa, que abandonó la oración en 1542 y un año después salió del convento
para cuidar a su padre. Moriría en aquella Navidad y a su regreso, Teresa
pasaría diez años más entre estados de desesperanza y periodos de oración hasta
que en 1554, cuando
rondaba los 40 años, tuvo lugar su conversión definitiva ante un Cristo llagado.
«Ese día nace Teresa de Jesús y comienza la segunda etapa de su vida. La de su
fecundidad espiritual, mística y literaria. La etapa de fundadora», subraya la
filóloga especialista en la figura de Santa Teresa.
Entre santos
De entonces son sus primeras visiones y sus
temores de estar siendo engañada «por el demonio». Su encuentro en 1560 con el
santo franciscano Pedro de
Alcántara resultó providencial para alcanzar la paz. Poco antes había
tenido oportunidad de conocer a Francisco de Borja, que
también sería santo, y años después mantendría una estrecha relación con San Juan de la Cruz.
16 conventos en 20 años
El 24 de agosto de 1562 el Papa Pío IV le
concedió su traslado con cuatro monjas al pequeño convento de San José de Ávila. La
reforma del Carmelo se ponía en marcha. Apoyada por el general de la Orden del
Carmen, recorrió todos los caminos de España fundando conventos. Fueron 16 en
apenas 20 años: Ávila, Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana,
Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Beas de Segura, Sevilla, Caravaca,
Villanueva de la Jara, Palencia, Soria, Granada y Burgos. No pudo cumplir su
deseo de fundar un convento en Madrid.
Ocho libros y medio millar de cartas
En esos últimos 20 años de su vida escribió
Santa Teresa el «Libro de la Vida», «Camino de perfección», «Meditaciones sobre
los Cantares», «Moradas del castillo interior», «Exclamaciones», «Fundaciones»,
«Visita de Descalzas», las «Constituciones» para sus monjas, poesías y medio
millar de cartas además de 66 «Cuentas de conciencia» para sus confesores. «Ella
no podía predicar, pero sí podía decir lo que pensaba a través de las cartas, en
las que no sólo se hablaba de su relación con Dios», señalaba el pasado domingo
a Montse Serrador el
historiador Javier Burrieza.
Acosada por la Inquisición
Acusada de enseñar cosas de alumbrados, Santa
Teresa tuvo que defenderse ante el Tribunal de la Inquisición en 1575.
Montserrat Izquierdo relata cómo el Definitorio General de la orden le mandó
encerrarse como «presa» en el convento que ella eligiera y su reforma sufrió tal
persecución que a punto estuvo de desaparecer hasta que en 1580 el Papa Gregorio
XIII concedió a los descalzos una provincia separada de los carmelitas calzados
mediante la bula «Pia consideratione».
Murió el día 4 y su entierro fue 24 horas después... el 15
En septiembre de 1582, Teresa de Jesús llegó al monasterio de Alba de Tormes muy
enferma. «En fin, muero hija de la Iglesia», pronunció antes de fallecer. Era el
4 de octubre, el día que entraba
en vigor el calendario gregoriano. A Santa Teresa la enterraron 24 horas
después... el 15 de octubre.
Tres entierros
La enterraron allí mismo, en el convento de Alba
de Torres aunque antes de que se cumpliera el año se procedió a la primera exhumación del cuerpo, que se encontró incorrupto. El
padre Jerónimo Gracián procedió al rito de amputarle una mano que llevó a las
carmelitas de Ávila aunque sin el dedo meñique que se quedó para él.
Tres años después del fallecimiento la Orden de
los Carmelitas Descalzos mandaron llevar el cuerpo a Ávila así que fue exhumado
el 25 de noviembre de 1585 y se trasladó el cuerpo incorrupto aunque sin un
brazo que se quedó en Alba de Tormes para compensar de la pérdida. La decisión
provocó el rechazo de los Duques de Alba, que echaron mano de su poder para
recuperar el cuerpo, según relata Nieves Concostrina en
«Polvo eres», y lo lograron puesto que Sixto V ordenó el traslado de nuevo a
Alba de Tormes. En total se oficiaron tres entierros oficiales.
Su cuerpo aún incorrupto se encuentra hoy en una
capilla de la Iglesia de la Anunciación de Nuestra Señora de Alba de Tormes,
custodiado por nueve llaves aunque despojado de muchas partes de su anatomía. En
Alba de Tormes se conservan sendos relicarios con el brazo izquierdo y el
corazón de la santa, un pie y parte de la mandíbula se encuentra en Roma, la
mano izquierda en Lisboa, un dedo en París, aunque la reliquia de la santa que
ha tenido una existencia más agitada ha sido la primera mano que se le
seccionó.
«Talismán» de Franco
Las carmelitas de Ronda conservan la célebre mano incorrupta de Santa Teresa que
tras la Guerra Civil fue a parar a manos de Francisco Franco y éste llevó consigo como un talismán hasta
su muerte. En su dormitorio del Palacio del Pardo hizo construir un altarcito
para venerar la reliquia.
Primera doctora de la Iglesia
En 1614 fue beatificada por Paulo V y en 1622 el Papa Gregorio XV la
canonizó junto a San Isidro Labrador, San Ignacio de Loyola, San
Francisco Javier y San Felipe Neri. Hubo que esperar hasta 1970 para que fuera
nombrada por Pablo VI
Doctora de la Iglesia, junto con Santa Catalina de Siena. Su fiesta se
celebra hoy, 15 de
octubre.
M. Arrizabalaga
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