Nuestra vida emotiva, afectiva y sentimental sufre frecuentes variaciones. A
veces estamos entusiastas, a veces nos encontramos desanimados, vacíos
interiormente. No tenemos ganas de orar. ¿Qué hacer en esos casos? ¿Nos
imponemos un deber o esperamos a un mejor momento?
No es una respuesta fácil la que se puede hacer a esta pregunta, porque las
circunstancias de la vida son muy variadas, pero con frecuencia todos nosotros
nos encontramos en situaciones anímicas poco favorables a la oración. ¿Qué
hacer? La oración siempre supondrá un cierto esfuerzo. Normalmente la vida de
oración requiere empeño y si rezamos sólo cuando sentimos que todo va viento en
popa, entonces sólo rezaríamos en pocos momentos de nuestra vida.
Hay que aprender a unirnos a Dios en cualquier
circunstancia de la vida y a esforzarse por orar aunque nuestro estado de ánimo
no sea lo favorable que nosotros quisiéramos. Es muy útil proponerse por ello un
tiempo de oración diario y si es posible escoger también un momento apropiado
del día en el que se hará oración mental. Con ello no hay que caer en un error
voluntarista que todo lo deja al esfuerzo humano, pero una antropología realista
invita a suponer que, aunque hay sin duda ninguna períodos en los que orar es
fácil e incluso nos causa deleite espiritual, en otras muchas circunstancias la
oración es un trabajo en el que hay que poner a calentar no sólo los motores del
alma, sino de toda nuestra personalidad para unirnos con Dios.
Mi consejo por ello es que precisamente porque nos podemos encontrar
desganados o vacíos interiormente es que necesitamos más de orar. El demonio
puede fácilmente inducirnos a dejar la oración para un período en el que todo se
nos presente fácil y gustoso, período que a veces no llegará y por ello los
momentos de oración se irán relegando hasta quizás desaparecer del mapa de
nuestra vida. San Ignacio de Loyola habla en sus ejercicios espirituales del
"diametrum per oppositum", es decir, actuar de forma contraria a lo que nos
conduzca una inclinación desviada o pasión. Algo semejante se puede aplicar a la
oración: si estamos desganados es entonces cuando hay que hacer más oración para
llenar el alma de la presencia divina y abrirnos con mayor docilidad a la acción
del Espíritu en ella.
Autor: P. Pedro Barrajón, L.C. |
la-oracion.com
Para hacer frente a las tentaciones de los demonios, el
sacerdote enumeró cuatro armas muy poderosas: la Palabra de Dios, el Rosario, la
confesión frecuente y la participación en la Santa Misa.
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