Los niños no vienen con un manual de instrucciones, pero si con
muchos libros que pueden orientar a los padres en la ardua labor de educar a un
hijo. Uno de ellos es «Queremos hijos felices», escrito por la psicóloga Álava
Reyes, directora del área infantil en el Centro de Psicología Álava Reyes y
coautora de la enciclopedia «La psicología que nos ayuda a
vivir». Esta obra ofrece las claves para afrontar la educación de
nuestros hijos sin gritos, llantos y sin el desgaste emocional tantas veces
sufrido por padres y niños. En sus páginas se recoge, en orden cronológico, las
situaciones a las que se enfrentan los padres desde el nacimiento del bebé hasta
los seis años, una etapa a su juicio «fundamental», porque es «cuando el cerebro
es más pástico y cuando mejor se puede estimular al niño tanto a nivel
cognitivo, como también emocional.
Si lo hacemos bien en estos primeros años, luego va a ser mucho más fácil
cuando sean más mayores, por eso este momento es vital».
—¿Hay alguna característica en común en los padres de esta generación
que ustedes hayan detectado en consulta?
—Yo creo que hay una cosa qsue se ven prácticamente en el día a día
de la consulta. Y es el sentimiento de culpabilidad de los padres. Culpables
porque tienen que trabajar, y culpables porque no les da tiempo a estar con sus
hijos todo el tiempo que les gustaría. ¿Qué es lo que pasa? Que este sentimiento
de culpabilidad les lleva a que les sea mucho más difícil decir que no. Su
diálogo interno es: «Hay pobre... si estoy tan poco con él, que cómo le voy a
decir que no», cuando en realidad, le están haciendo un flaco favor.
—¿Qué pueden hacer estos padres, tan preparados para afrontar con éxito
su vida profesional, y con tan pocos recursos para educar?
—Tienen que aprender a perdonarse. Es fundamental que las madres sean
objetivas y realistas. Y no cargarse de más cosas de las necesarias. Me refiero
a las frases del tipo «debería»: «Debería hacer deporte, llegar antes a casa,
hacer un pastel para lucirme...». Debemos elegir que cosas que queremos hacer.
Hay veces que nos estamos cargando con más tareas de las que verdaderamente nos
corresponden. Hay que pedir ayuda, lo que no significa ser menos o que «yo no
puedo» y es una derrota, sino que en determinados momentos nos pueden ayudar, el
padre, los abuelos... No dejemos de pedir ayuda. Y no nos sintamos culpables. La
culpabilidad nos quita fuerzas, energías, para afrontar el día a día y nos hace
cometer más errores.
—Según su libro, otra error muy común que cometen los padres de hoy es
la sobreprotección.
—Con la sobreprotección no dejamos al niño que se desarrolle de forma
autónoma e independiente, porque siempre nos tendrá detrás. Cuando los niños
tienen unos padres con un modelo educativo basado en la sobreprotección,
desarrollan menos competencias emocionales, menos habilidades sociales, y son
más inseguros. Porque en el momento de aprender a resolver sus problemas no se
lo hemos permitido. Ese
niño no ha aprendido a tolerar la frustación.
—Usted aboga por el refuerzo positivo, en lugar de por el castigo pero,
alguna vez habremos de castigar...
—Es que está más que demostrado que los niños funcionan muco mejor
con el refuerzo que con el castigo. Son mucho más efectivos cuando tienen
atención de forma positiva, y les dices lo bien que han hecho algo, lo contentos
que estamos... En lugar de darles más atención cuando lo hacen mal y regañarles.
Hay veces que el aprendizaje al que se enfrentan es muy difícil, y es mejor
centrarse en cada pequeño paso que dan, mediante el refuerzo. Y tampoco esperar
a que lo hayan conseguido de forma perfecta, porque si no, se pueden desmotivar
en el camino.
—A
veces el no cortar a tiempo nos lleva a los adultos a perder los papeles y a
decir cosas de las que luego nos arrepentimos un montón. ¿Cuáles son las frases
que no debería escuchar nunca un niño?
—Nunca, nunca
jamás debemos decirles frases como «eres tonto», «eres malo», «eres un
vago», «no me das más que disgustos, con lo bien que estaba yo sin hijos», «te
vas a quedar solito», «ya no te quiero», «no tengo tiempo para tus tonterías»,
«no pareces de esta familia», «menos mal que tu hermano se porta bien»... etc.
¡Cuidado!, porque jugar con los afectos no está en la negociación, y suele minar
de una forma terrible la autoestima de los niños. Al etiquetar lo que ocurre es
que estamos proyectando un «como eres así...» (un vago,
un tonto...) le estamos enviando el mensaje de que no puede hacer nada por
cambiarlo. El propio padre, a través de su lenguaje, de su forma de dirigirse al
niño, le está condicionando. En español tenemos dos verbos, el ser y el estar.
Esto nos ofrece la posibilidad de decir «te estás portando mal, en lugar de
«eres malo»; «hoy has vagueado y no has hecho los deberes», en lugar de «eres un
vago»... El lenguaje es muy importante.
—Pero también señala usted en «Queremos hijos felices» que es importante
saber que los niños aprenden más porque lo que ven que por la que oyen. ¿El
chirimiri en casa?
—Los niños tienen una capacidad de observación muy grande. Cuidado
con lo que hacemos, nos pillan en todos los renuncios, y son especialmente
sensibles a lo de «te digo una cosa y luego hago la otra». ¡Hay que ser
congruentes! La principal fuente de aprendizaje del niño es el modelado, es
decir, copian a sus figuras de referencia, que suelen ser el padre y la madre, y
hermanos mayores.
—Escribe usted que otro grave error que cometen los padres de hoy en día
es el de jugar a «poli bueno, poli malo».
—Los niños necesitan ver que sus padres educan en la misma línea. Por
eso mi consejo es que los padres se sienten a hablar de sus hijos, que se paren
a pautar cuáles son las normas y las estrategias que van a seguir. Que las
normas estén definidas puede ayudares mucho a este proceso, y también a los
niños porque les será más fácil interiorizarlas.
—¿Cuál es el mejor consejo que ofrecería a padres con niños en plena
pataleta de los dos años?
—Es una de las cosas que más trabajamos en nuestro libro. Que los
adultos dejen de hacer caso al niño. Que este no vea que cuando tiene la
pataleta obtiene más minutos de atención. Si el pesqueño deja de ver a sus
padres, se va a calmar mucho antes.
—Su último capítulo advierte que no podemos perder de vista la educación
en valores.
—Es importante enseñar valores mediante el ejemplo. Aquí si que está
clarísimo que no se puede dar una clase teórica de cada valor, sino que los
valores se transmiten con los valores de los padres, y con los hechos y acciones
de los padres, por modelado.
—Los padres de ahora, ¿lo tienen más difícil?
—Si, por varias razones, por sus trabajos, porque los dos están fuera
de casa todo el día, porque tienen ese sentimeinto de culpabilidad, y porque la
sociedad de ahora ejerce muchísima más presión sobre ellos que la de antes. A
esto se añade ahora la presión de la sociedad de consumo sobre los niños, que es
impresionante, y antes no lo había, por ejemplo, a través del montón de anuncios
dirigidos a niños con las cosas que tienen que tener. Los padres se encuentran
con que no pueden satisfacer todas las necesidades que la sociedad les genera.
Los niños tienen que aprender a valorar lo que tienen. Cuantas
más cosas les demos a los niños más insatisfechos estarán porque estarán
fijándose más en lo que no tienen, que en lo que tienen. Esta presión en la
generación anterior de los padres de antes no existía, no la sufrían. Si los
padres conseguimos que valoren todas las cosas que tienen podamos conseguir que
sean más felices...
Carlota Fominaya
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