TRADUCCIÓN

lunes, 13 de enero de 2014

HILARIO DE POITIERS

San Hilario, obispo y doctor de la Iglesia, que fue elevado a la sede de Poitiers, en Aquitania (hoy Francia), en tiempo del emperador Constancio, quien había abrazado la herejía arriana, y luchó denodadamente en favor de la fe nicena acerca de la Trinidad y de la divinidad de Cristo, siendo desterrado, por esta razón, durante cuatro años a Frigia. Compuso unos comentarios muy célebres sobre los Salmos y sobre el evangelio de san Mateo.
San Hilario de Poitiers
(1) De los tratados de san Hilario, obispo, sobre los salmos (Salmo 64,14-15: CSEL 22, 245-246). Liturgia de las Horas, Lectio altera del sábado de la semana XXV del tiempo ordinario.


El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios
XXXXX La acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales. No hay duda de qué acequia se trata, pues dice el salmista: El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios. Y el mismo Señor dice en los evangelios: El que beba del agua que yo le daré; de sus entrañas manarán torrentes de agua viva, que salta hasta la vida eterna. Y en otro lugar: El que cree en mí; como dice la Escritura, de sus entrañas manarán torrentes de agua viva. Decía esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él. Así, pues, esta acequia está llena del agua de Dios. Pues, efectivamente, nos hallamos inundados por los dones del Espíritu Santo, y la corriente que rebosa del agua de Dios se derrama sobre nosotros desde aquella fuente de vida. También encontramos ya preparado nuestro alimento.
XXXXX ¿Y de qué alimento se trata? De aquel mediante el cual nos preparamos para la unión con Dios, ya que, mediante la comunión eucarística de su santo cuerpo, tendremos, más adelante, acceso a la unión con su cuerpo santo. Y es que el salmo que comentamos da a entender, cuando dice: Preparas los trigales; porque este alimento ahora nos salva y nos dispone además para la eternidad.
XXXXX A nosotros, los renacidos por el sacramento del bautismo, se nos concede un gran gozo, ya que experimentamos en nuestro interior las primicias del Espíritu Santo, cuando penetra en nosotros la inteligencia de los misterios, el conocimiento de la profecía, la palabra de sabiduría, la firmeza de la esperanza, los carismas medicinales y el dominio sobre los demonios sometidos. Estos dones nos penetran como llovizna y, recibidos, proliferan en multiplicidad de frutos.





La Trinidad, 12,55s; PL 10, 472  - “No sabes de dónde viene ni a dónde va”.     «Dios todopoderoso, según el apóstol Pablo, tu Espíritu “escruta y conoce las profundidades de tu ser” (1C 2, 10-11), e intercede por mi, te habla en mi lugar con “gemidos inenarrables” (Rm 8,26)… Fuera de ti nadie escruta tu misterio; nada que sea extraño a ti no es suficientemente poderoso para medir la profundidad de tu majestad infinita. Todo lo que penetra en ti procede de ti; nada de lo que es exterior a ti tiene el poder de sondearte…
     Creo firmemente que tu Espíritu viene de ti por tu Hijo único; aunque yo no comprendo este misterio, tengo, respecto a él, una profunda convicción. Porque en las realidades espirituales que son dominio tuyo, mi espíritu es limitado, tal como lo dice tu Hijo único: “No te extrañes de que te haya dicho: ‘Tenéis que nacer de nuevo’. Porque el Espíritu sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del agua y del Espíritu”.
     Creo en mi nuevo nacimiento sin comprenderlo, y en mi fe guardo lo que escapa a mi comprensión. Sé que tengo el poder de renacer, pero no sé cómo esto se realiza. El Espíritu no tiene ningún límite; habla cuando quiere, y dice lo que él quiere y donde quiere. La razón de de su partida y de su venida permanecen desconocidas para mi, pero tengo la profunda convicción de su presencia». San Hilario de Poitiers

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Sobre la Trinidad, VII, 26-27 «¿Con qué autoridad haces esto?» 

     Es del Padre este Hijo que se le parece. Viene de él, este Hijo que se le puede comparar, porque le es semejante. Es su igual este Hijo que hace las mismas obras que él (Jn 5,36)... Sí, el Hijo hace las mismas obras del Padre; por eso nos pide creer que él es el Hijo de Dios. No se otorga un título que no le es debido; no es sobre sus propias obras que apoya su reivindicación. ¡No! Él da testimonio que no es sobre sus propias obras, sino sobre las de su Padre. Con ello da testimonio de que el esplendor de sus acciones le viene de su nacimiento divino. Pues ¿cómo los hombres hubieran podido reconocer en él al Hijo de Dios, en el misterio de este cuerpo que había asumido, en este hombre nacido de María? Es, precisamente, para que penetrara en su corazón la fe en él, que el Señor hacía todas sus obras: «Si hago las obras de mi Padre, aunque no me creáis a mi, creed a las obras» (Jn 10,38).

     Si la condición humilde de su cuerpo parece ser un obstáculo para creer en su palabra, nos pide de creer, al menos, por sus obras. En efecto ¿por qué el misterio de su nacimiento humano nos iba a ser un obstáculo para percibir su nacimiento divino?... «Aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre»...

     Esta es la naturaleza que posee por su nacimiento; este es el misterio de una fe que nos asegura la salvación: no dividir a los que son una unidad, no privar al Hijo de su naturaleza, y proclamar la verdad del Dios Viviente nacido del Dios Viviente... «Igual que el Padre que me ha enviado, vive, igualmente yo vivo por el Padre» (Jn 6,57). «Igual que el Padre tiene la vida en él, igualmente ha dado al Hijo el poder de tener la vida en sí mismo» (Jn 5,26).



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San Hilario (hacia 315ca. †367, obispo de Poitiers y doctor en 1851 de la Iglesia Católica










La presencia de Dios - "Todo cuanto hay en el ciclo está sostenido por la mano de Dios y todo lo que hay en la tierra se encierra en su puño. Pero la palabra de Dios, aunque aprovecha para la recta inteligencia de la fe, tiene, con todo, una mayor significación cuando se medita con el entendimiento que cuando se percibe con el oído, pues el ciclo, encerrado en la palma de su mano, es, a su vez, el trono de Dios, y la tierra misma, que se contiene en su puño, es el escabel de sus pies. Cuando se habla del trono y del escabel, no podemos entender la extensión de una forma corpórea en la posición de quien está sentado, pues lo mismo que le sirve de trono y de escabel, lo abarca aquella misma potente infinitud al encerrarlo en la palma y el puño, sino que con la comparación sacada de todas estas criaturas se ha de reconocer a Dios como inmanente y trascendente a ellas, lo que más las sobrepasa y lo que les es más interior, a la vez, lo que todo lo abarca y todo lo penetra. Con la palma de la mano y el puño con que todo lo contiene se muestra su poder sobre la naturaleza exterior, y el trono y el escabel manifiestan que las cosas exteriores están sometidas a aquel que está dentro de ellas, pues Dios está dentro de las cosas exteriores a él y a la vez encierra desde fuera todas las cosas interiores. Y así, él mismo en su totalidad abarca todo lo que está dentro y fuera de él; como infinito, no está lejos de nada, ni nada hay que no esté dentro de él, ya que es infinito.



Con estos piadosos pensamientos acerca de Dios se deleitaba mi alma, ocupada en el esfuerzo por alcanzar lo verdadero. Y no consideraba nada como digno de Dios, a no ser el decir que él está más allá de nuestra posibilidad de conocimiento de las cosas, de modo que en la misma medida en que la mente infinita se extienda hasta el límite de alguna idea, aunque sea sólo una conjetura, igualmente la infinitud de la eternidad sin límites será superior a toda infinitud de la naturaleza que pretenda abarcarla. Y aunque nosotros podamos con reverencia entenderlo, nos lo confirma de modo manifiesto e! profeta, cuando dice: ¿Adonde iré lejos de tu espíritu o adónde huiré de tu semblante? Si subiera al cielo, tú estás allí; si bajara al infierno, allí estás presente; si tomara mis plumas antes de la aurora y habitara en el extremo del mar, también allá me llevaría tu mano y me sostendría tu diestra (Sab 138,7-10). No hay ningún lugar sin Dios ni ninguno en que no esté Dios. Está en los cielos, está en el infierno, está más allá de los mares. Está dentro de todo como algo interior, todo lo trasciende como exterior. Del mismo modo que contiene es contenido; no hay ninguna cosa en la que esté sin estar en todas."

S. Hilario de Poitiers, La Trinidad, 1: 6.



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Y San Hilario: «Cristo, sentado en la barca para enseñar, nos hace entender que los que están fuera de la Iglesia no pueden tener ninguna inteligencia con la palabra divina. Pues la barca representa a la Iglesia, en la que sólo el Verbo de verdad reside y se hace escuchar, y los que están fuera de ella y fuera permanecen, estériles e inútiles como la arena de la ribera, no pueden comprenderle»(58).


Rufino alaba a San Gregorio Nacianceno y a San Basilio porque «se entregaban únicamente al estudio de los libros de la Escritura Santa, sin tener la presunción de pedir su interpretación a sus propios pensamientos, sino que la buscaban en los escritos y en la autoridad de los antiguos, que, a su vez, según era evidente, recibieron de la sucesión apostólica la regla de su interpretación» Rufino, Hist. Eccl. II c.9.



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San Hilario (c 314-367), obispo de Poitiers, doctor de la Iglesia Católica
Tratado sobre le salmo 91,3; PL 9,495 


“Cada día todo es creado por el Hijo, porque el Padre hace todo en el Hijo.”


    El día del sábado nos obligaba a todos, sin excepción, a no realizar ningún trabajo y quedarnos en absoluta inactividad. ¿Cómo es que el Señor ha podido prescindir del sábado?...En verdad, grandes son las obras de Dios: gobierna cielos y tierra, provee de luz al sol y a los astros, hace crecer las plantas de la tierra, mantiene al hombre viviente... Sí, todo existe y permanece en el cielo y en la tierra gracias a la voluntad de Dios Padre. Todo viene de Dios y todo existe en el Hijo. El es el primogénito de todos y de todo. Por él todo ha sido creado (Col 1,16-18). Y de su plenitud, según la iniciativa de su eterno poder, ha creado todas las cosas.

    De manera que si Cristo actúa en todo, necesariamente es porque en él actúa el poder del Padre. Por esto, Cristo dice: “Mi Padre no cesa nunca de trabajar; por eso yo trabajo también en todo tiempo.” (Jn. 5,17) Porque todo lo que hace Cristo, Hijo de Dios habitado por el Padre, es obra del Padre. Así cada día todo es creado por el Hijo, porque el Padre todo lo hace a través del Hijo. Así pues, la acción de Cristo se realiza cada día, y según mi parecer, los principios de la vida, las formas de los cuerpos, el desarrollo y el crecimiento de todo ser viviente manifiestan esta actividad creadora.









Tras una noche de dura fatiga sin ningún resultado, Jesús invita a Pedro a remar mar adentro y a echar de nuevo la red. Aun cuando esta nueva fatiga parece inútil, Pedro se fía del Señor y responde sin dudar: «Señor, en tu palabra, echaré la red» (Lc 5,4). La red se llena de peces, hasta el punto de romperse. Hoy, después de dos mil años de trabajo en la barca agitada de la Historia, la Iglesia es invitada por Jesús a «remar mar adentro», lejos de la orilla y las seguridades humanas, y a tirar de nuevo la red. Es hora de responder de nuevo con Pedro: «Señor, en tu palabra, echaré la red».



San Hilario de Poitiers, padre de la Iglesia † 367



San Hilario de Poitiers, una de las grandes figuras de obispos del siglo IV. Ante los arrianos que consideraban el Hijo de Dios como una criatura, si bien excelente, pero sólo una criatura, Hilario consagró toda su vida a la defensa de la fe en la divinidad de Jesucristo, Hijo de Dios y Dios como el Padre, que le engendró desde la eternidad.

No contamos con datos seguros sobre la mayor parte de la vida de Hilario. Las fuentes antiguas dicen que nació en Poitiers, probablemente hacia el año 310. De familia acomodada, recibió una formación literaria, que puede reconocerse con claridad en sus escritos. Parece que no se crió en un ambiente cristiano. Él mismo nos habla de un camino de búsqueda de la verdad, que le llevó poco a poco al reconocimiento del Dios creador y del Dios encarnado, muerto para darnos la vida eterna. Bautizado hacia el año 345, fue elegido obispo de su ciudad natal en torno al 353-354.

En los años sucesivos, Hilario escribió su primera obra, el «Comentario al Evangelio de Mateo». Se trata del comentario más antiguo en latín que nos ha llegado de este Evangelio. En el año 356 asistió como obispo al sínodo de Béziers, en el sur de Francia, el «sínodo de los falsos apóstoles», como él mismo lo llama, pues la asamblea estaba dominada por obispos filo-arrianos, que negaban la divinidad de Jesucristo. Estos «falsos apóstoles» pidieron al emperador Constancio que condenara al exilio al obispo de Poitiers. De este modo, Hilario se vio obligado a abandonar Galia en el verano del año 356.

Exiliado en Frigia, en la actual Turquía, Hilario entró en contacto con un contexto religioso totalmente dominado por el arrianismo. También allí su solicitud como pastor le llevó a trabajar sin descanso a favor del restablecimiento de la unidad de la Iglesia, basándose en la recta fe formulada por el Concilio de Nicea. Con este objetivo, emprendió la redacción de su obra dogmática más importante y conocida: el «De Trinitate» (sobre la Trinidad).

En ella, Hilario expone su camino personal hacia el conocimiento de Dios y se preocupa de mostrar que la Escritura atestigua claramente la divinidad del Hijo y su igualdad con el Padre no sólo en el Nuevo Testamento, sino también en muchas páginas del Antiguo Testamento, en las que ya se presenta el misterio de Cristo. Ante los arrianos, insiste en la verdad de los nombres del Padre y del Hijo y desarrolla toda su teología trinitaria partiendo de la fórmula del Bautismo que nos entregó el mismo Señor: «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».

El Padre y el Hijo son de la misma naturaleza. Y si bien algunos pasajes del Nuevo Testamento podrían hacer pensar que el Hijo es inferior al Padre, Hilario ofrece reglas precisas para evitar interpretaciones equívocas: algunos textos de la Escritura hablan de Jesús como Dios, otros subrayan su humanidad. Algunos se refieren a Él en su preexistencia el Padre; otros toman en cuenta el estado de abajamiento («kénosis»), su descenso hasta la muerte; otros, por último, lo contemplan en la gloria de la resurrección.

En los años de su exilio, Hilario escribió también el «Libro de los Sínodos», en el que reproduce y comenta para los hermanos obispos de Galia las confesiones de fe y otros documentos de sínodos reunidos en Oriente alrededor de la mitad del siglo IV. Siempre firme en la oposición a los arrianos radicales, san Hilario muestra un espíritu conciliador ante quienes aceptaban confesar que el Hijo se asemeja al Padre en la esencia, naturalmente intentando llevarles siempre hacia la plena fe, según la cual, no se da sólo una semejanza, sino una verdadera igualdad entre el Padre y el Hijo en la divinidad.

Esto también nos parece característico: su espíritu de conciliación trata de comprender a quienes todavía no han llegado a la verdad plena y les ayuda, con gran inteligencia teológica, a alcanzar la plena fe en la divinidad verdadera del Señor Jesucristo.

En el año 360 ó 361, Hilario pudo finalmente regresar del exilio a su patria e inmediatamente volvió a emprender la actividad pastoral en su Iglesia, pero el influjo de su magisterio se extendió de hecho mucho más allá de los confines de la misma.

Un sínodo celebrado en París en el año 360 o en el 361 retomó el lenguaje del Concilio de Nicea.
Algunos autores antiguos consideran que este cambio antiarriano del episcopado de Galia se debió en buena parte a la fortaleza y mansedumbre del obispo de Poitiers.

Esta era precisamente su cualidad: conjugar la fortaleza en la fe con la mansedumbre en la relación interpersonal. En los últimos años de su vida compuso los «Tratados sobre los Salmos», un comentario a 58 salmos, interpretados según el principio subrayado en la introducción: «No cabe duda de que todas las cosas que se dicen en los salmos deben entenderse según el anuncio evangélico de manera que, independientemente de la voz con la que ha hablado el espíritu profético, todo se refiere al conocimiento de la venida nuestro Señor Jesucristo, encarnación, pasión y reino, y a la gloria y a la potencia de nuestra resurrección» («Instructio Psalmorum» 5).

Ve en todos los salmos esta transparencia del misterio de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia. En varias ocasiones, Hilario se encontró con san Martín: precisamente el futuro obispo de Tours fundó un monasterio cerca de Poitiers, que todavía hoy existe. Hilario falleció en el año 367. Su memoria litúrgica se celebra el 13 de enero. En 1851 el beato Pío IX le proclamó doctor de la Iglesia.

Para resumir lo esencial de su doctrina, quisiera decir que el punto de partida de la reflexio´n teológica de Hilario es la fe bautismal. En el «De Trinitate», Hilario escribe: Jesús «mandó bautizar “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Cf. Mateo 28,19), es decir, confesando al Autor, al Unigénito y al Don. Sólo hay un Autor de todas las cosas, pues sólo hay un Dios Padre, del que todo procede. Y un solo Señor nuestro, Jesucristo, por quien todo fue hecho (1 Corintios 8,6), y un solo Espíritu (Efesios 4,4), don en todos... No puede encontrase nada que falte a una plenitud tan grande, en la que convergen en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo la inmensidad en el Eterno, la revelación en la Imagen, la alegría en el Don» («De Trinitate» 2, 1).

Dios Padre, siendo todo amor, es capaz de comunicar en plenitud su divinidad al Hijo. Me resulta particularmente bella esta formulación de san Hilario: «Dios sólo sabe ser amor, y sólo sabe ser Padre. Y quien ama no es envidioso, y quien es Padre lo es totalmente. Este nombre no admite compromisos, como si Dios sólo fuera padre en ciertos aspectos y en otros no» (ibídem 9,61).

Por este motivo, el Hijo es plenamente Dios sin falta o disminución alguna: «Quien procede del perfecto es perfecto, porque quien lo tiene todo le ha dado todo» (ibídem 2,8). Sólo en Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, encuentra salvación la humanidad. Asumiendo la naturaleza humana, unió consigo a todo hombre, «se hizo la carne de todos nosotros» («Tractatus in Psalmos» 54,9); «asumió la naturaleza de toda carne y, convertido así en la vid verdadera, es la raíz de todo sarmiento» (ibídem 51,16).

Precisamente por este motivo el camino hacia Cristo está abierto a todos, porque ha atraído a todos en su ser hombre, aunque siempre se necesite la conversión personal: «A través de la relación con su carne, el acceso a Cristo está abierto a todos, a condición de que se desnuden del hombre viejo (Cf. Efesios 4,22) y lo claven en su cruz (Cf. Colosenses 2,14); a condición de que abandonen las obras de antes y se conviertan para quedar sepultados con Él en su bautismo, de cara a la vida ( Cf. Colosenses 1,12; Romanos 6,4)» (Ibídem 91, 9).

La fidelidad a Dios es un don de su gracia. Por ello, san Hilario pide al final de su tratado sobre la Trinidad poderse mantener siempre fiel a la fe del bautismo. Es una característica de este libro: la reflexión se transforma en oración y la oración se hace reflexión. Todo el libro es un diálogo con Dios. Quisiera concluir la catequesis de hoy con una de estas oraciones, que se convierte también en oración nuestra: «Haz, Señor --reza Hilario movido por la inspiración-- que me mantenga siempre fiel a lo que profesé en el símbolo de mi regeneración, cuando fue bautizado en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. Que te adore, Padre nuestro, y junto a ti a tu Hijo; que sea merecedor de tu Espíritu Santo, que procede de ti a través de tu Unigénito… Amén» («De Trinitate» 12, 57).

CIUDAD DEL VAICANO, miércoles, 10 octubre 2007 -Benedicto XVI en la audiencia general.-



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SAN HILARIO DE POITIERS: Obispo Año 315ca. 367ca.

Dilexit Ecclesiam-‘amó a la Iglesia Católica’





Las raíces del cristianismo en el país se remontan al siglo II, al tiempo de los primeros mártires. San Hilario de Poitiers fue uno de los fundadores de las estructuras eclesiales y gran defensor de la unidad de la Iglesia. Durante mi peregrinación comenzó el año dedicado a san Martín, para conmemorar el XVI centenario de su muerte. Este ex legionario del emperador Constancio y discípulo de Hilario, fue un pionero de la vida monástica, obispo de Tours y gran misionero de Europa occidental.

El bautismo de Clodoveo está vinculado a san Martín, pues el testimonio de la veneración de los peregrinos que acudían a la tumba del santo de Tours ejerció un gran atractivo sobre el rey franco, que decidió convertirse al cristianismo, preparado por sus encuentros con santa Genoveva de París, con santa Clotilde, su esposa, y con san Remigio, obispo de Reims.

La obra misionera de san Martín y el bautismo de Clodoveo dieron inicio a una profunda vida de fe, que se manifestó en abundantes frutos de santidad a lo largo de las generaciones. Lo he constatado, por ejemplo, en Bretaña donde se venera de manera especial a santa Ana, la madre de la Virgen María. San Luis María Grignion de Montfort nació precisamente en esa región, de la que partió para sus misiones en Vandea. Aquí, como en otras partes de Francia, la fe en Cristo y la fidelidad a la Iglesia se han conservado incluso a costa del martirio… 25.IX.1996. Juan Pablo II



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 La tradición cristiana ha aplicado el salmo 141 a Cristo perseguido y sufriente. Desde esta perspectiva, la meta luminosa de la súplica del salmo se transfigura en un signo pascual, sobre la base del desenlace glorioso de la vida de Cristo y de nuestro destino de resurrección con él. Lo afirma san Hilario de Poitiers, famoso doctor de la Iglesia del siglo IV, en su Tratado sobre los salmos.

Comenta la traducción latina del último versículo de este salmo, la cual habla de recompensa para el orante y de espera de los justos:  "Me expectant iusti, donec retribuas mihi". San Hilario explica:  "El Apóstol nos enseña cuál es la recompensa que ha dado el Padre a Cristo:  "Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que, al nombre de Jesús, toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre" (Flp 2, 9-11). Esta es la recompensa:  al cuerpo, que asumió, se le concede la eternidad de la gloria del Padre. El mismo Apóstol nos enseña qué es la espera de los justos, diciendo:  "Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" (Flp 3, 20-21). En efecto, los justos lo esperan para que los recompense, transfigurándolos como su cuerpo glorioso, que es bendito por los siglos de los siglos. Amén" (PL 9, 833-837).



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Por el bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús, para subir con él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre y "vivir una vida nueva" (Rm 6, 4):

Enterrémonos con Cristo por el Bautismo, para resucitar con él; descendamos con él para ser ascendidos con él; ascendamos con él para ser glorificados con él (S. Gregorio Nacianc. Or. 40, 9).

Todo lo que aconteció en Cristo nos enseña que después del baño de agua, el Espíritu Santo desciende sobre nosotros desde lo alto del cielo y que, adoptados por la Voz del Padre, llegamos a ser hijos de Dios. (S. Hilario, Mat 2).



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Hilario de Poitiers

Obispo y escritor, santo, Padre y Doctor de la Iglesia nacido a principios de siglo IV, hacia 315, en Poitiers (Francia) y fallecido en esta misma ciudad en 367. Se crió en el paganismo, en una familia de la aristocracia romana local, pero su gran curiosidad y su pasión por la verdad, le llevaron a estudiar filosofía, especialmente el neoplatonismo, y a la lectura de la Biblia. Se convierte al cristianismo por sus estudios, ya adulto, casado y con una hija, Abre. Poco después de su bautismo, el pueblo lo aclamó como obispo de su ciudad, cátedra que ocupó durante siete años, momento en el que Hilario fue desterrado a Frigia por el emperador Constancio II, que se había alineado con las decisiones del sínodo arriano de Béziers del año 356. Durante su pontificado en la Galia había continuado sus estudios y perfeccionado su formación teológica, pero es el contacto con la teología de Oriente lo que hace fructificar su pensamiento.

El destierro en Frigia duró cinco años, durante los que aprendió el griego y descubrió a Orígenes, como también la gran producción teológica de los Padres orientales. Con estas bases escribe un riguroso estudio titulado De Fide adversus Arrianos o De Trinitate, el tratado más profundo hasta entonces sobre el dogma trinitario. Allí también escribió el opúsculo Contra Maxertiam, en el que atacó al emperador Constancio, acusándole de cesaropapismo y de inmiscuirse en las disputas teológicas y asuntos internos de la disciplina eclesiástica.

Volvió a su diócesis en 361, tras la muerte del emperador. En esta época se convirtió en el protector del joven Martín de Tours.

Es conocido como el «Atanasio de Occidente», de quien era contemporáneo. Ambos teólogos son cruciales en la crítica del arrianismo y participaron en las polémicas teológicas con discursos y escritos, defendiendo la ortodoxia teológica. Además, sus himnos, descubiertos en época contemporánea, lo convierten en un pionero de esta forma poético-musica, precediendo a san Ambrosio de Milán, siendo quien introdujo en el mundo latino cristiano una nueva poesía inspirada en los modelos clásicos greco-latinos y bíblicos (salmos alfabéticos).

Fue declarado Doctor de la Iglesia, por sus grandes aportaciones para la definición del dogma trinitario, en 1851 por el papa Pío IX.

Su fiesta se celebra el 13 de enero.

Sus reliquias se guardan en la iglesia parroquial de la localidad de Puy-de-Dôme (Auvernia), hay varias tradiciones que afirman su traslado al panteón real de la iglesia de San Denís, en París, y que fueron quemadas por los hugonotes durante las revueltas de 1572. Los hugonotes destruyeron parte del patrimonio artístico europeo y cultural católico, patrimonio de la humanidad, sobre todo gran cantidad de bibliotecas y escritos antiquísimos.



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La Iglesia universal es, pues, el Cuerpo de las Iglesias [36 Const. Lumen gentium, n. 23/b. Cfr. S. HILARIO DE POITIERS, In Psalm. 14, 3: PL 9, 301; S. GREGORIO MAGNO, Moralia, IV, 7, 12: PL 75, 643].



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La clausura, medio ascético de inmenso valor, es muy adecuada para la vida enteramente dedicada a la contemplación. Es un signo de la santa protección de Dios hacia su criatura y es, por otra parte, una forma especial de pertenecer sólo a Él, porque la totalidad caracteriza la absoluta entrega a Dios. Se trata de una modalidad típica y adecuada de vivir la relación esponsal con Dios en la unicidad del amor y sin interferencias indebidas de personas o de cosas, de modo que la criatura, dirigida y absorta en Dios, pueda vivir únicamente para alabanza de su gloria (cf. Ef 1, 6.10-12.14).

La monja de clausura cumple en grado sumo el primer mandamiento del Señor: « Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente » (Lc 10, 27), haciendo de ello el sentido pleno de su vida y amando en Dios a todos los hermanos y hermanas. Ella tiende a la perfección de la caridad, acogiendo a Dios como el « único necesario » (cf. Lc 10, 42), amándolo exclusivamente como el Todo de todas las cosas, llevando a cabo con amor incondicional hacia Él, en el espíritu de renuncia propuesto por el Evangelio (24) (cf. Mt 13, 45; Lc 9, 23), el sacrificio de todo bien, es decir, « haciendo sagrado » a Dios solo todo bien, (25) para que sólo Él habite en el silencio absoluto del claustro, llenándolo con su Palabra y su Presencia, y la Esposa pueda verdaderamente dedicarse al Único, « en continua oración e intensa penitencia » (26) en el misterio de un amor total y exclusivo.

Por eso, la tradición espiritual más antigua ha asociado espontáneamente al retiro completo del mundo[Cf. S. Agustín, Sermón 339, 4: PL 38,1481: « Nadie me superaría en ansias de vivir en esa seguridad plena de la contemplación; nada hay mejor, nada más dulce y buena que escrutar el divino tesoro sin ruido alguno; es cosa dulce y buena »; Guido I, « Elogio de la vida solitaria », Costumbres, 80, 11: PL 153, 757-758: « Nada mejor que la soledad para favorecer la suavidad de la salmodia, la aplicación a la lectura, los fervores de la oración, la meditación penetrante, el éxtasis de la contemplación y el bautismo de las lágrimas »; S. Euquerio de Lyon, « Alabanza del eremo », Cartas a Hilario, 3: PL 50, 702-703: « Con razón llamo al eremo templo incircunscrito de nuestro Dios... Sin duda se debe creer que Dios está más inmediatamente allí, donde más fácilmente se deja encontrar»] y de cualquier actividad apostólica este tipo de vida que se hace irradiación silenciosa de amor y de gracia sobreabundante en el corazón palpitante de la Iglesia-Esposa. El monasterio, situado en un lugar apartado o en el centro de la ciudad, con su particular estructura arquitectónica, tiene precisamente por objeto crear un espacio de separación, de soledad y de silencio, donde poder buscar más libremente a Dios y donde vivir no sólo para Él y con Él, sino también sólo de Él.

Es pues necesario que la persona, libre de todo apego, inquietud o distracción, interior y exterior, unifique sus facultades dirigiéndolas a Dios para acoger su presencia en la alegría de la adoración y la alabanza.

La contemplación llega a ser la bienaventuranza de los puros de corazón (Mt 5, 8). El corazón puro es el espejo límpido de la interioridad de la persona, purificada y unificada en el amor, en cuyo interior se refleja la imagen de Dios que allí mora; (28) es como un cristal terso, que iluminado por la luz de Dios emana su mismo esplendor



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San Martín, obispo de Tours, uno de los santos más celebrados y venerados de Europa. Nacido de padres paganos en Panonia, actual Hungría, en torno al año 316, (fallece probablemente en el † 397ca.)su padre le orientó hacia la carrera militar. Cuando todavía era adolescente, Martín encontró el cristianismo y, superando muchas dificultades, se inscribió entre los catecúmenos para prepararse al Bautismo. Recibió el sacramento en torno a los veinte años, pero tuvo que permanecer todavía durante mucho tiempo en el ejército, donde dio testimonio de su nuevo estilo de vida: respetuoso y comprensivo con todos, trataba a su servidor como a un hermano, y evitaba las diversiones vulgares.
Tras dejar el servicio militar, se fue a vivir a Poitiers, en Francia, junto al santo obispo Hilario. Éste le ordenó diácono y presbítero, optó por la vida monástica y fundó, con algunos discípulos, el monasterio más antiguo conocido en Europa, en Ligugé.
Unos diez años después, los cristianos de Tours, al quedarse sin pastor, le aclamaron como obispo. Desde entonces, Martín se dedicó con celo ardiente a la evangelización de las zonas rurales y a la formación del clero. Si bien se le atribuyen muchos milagros, san Martín es famoso sobre todo por un acto de caridad fraterna. Cuando todavía era un joven soldado, se encontró en el camino a un pobre aterido temblando de frío. Tomó su capa y, cortándola en dos con la espada, le dio una de las partes. En la noche se le apareció Jesús en sueños, sonriente, envuelto en esa misma capa.
El gesto de caridad de san Martín se enmarca en la misma lógica que llevó a Jesús a multiplicar los panes a las muchedumbres hambrientas, pero sobre todo a darse a sí mismo como alimento para la humanidad en la Eucaristía, signo supremo del amor de Dios, «Sacramentum caritatis».



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El arte que el cristianismo encontró en sus comienzos era el fruto maduro del mundo clásico, manifestaba sus cánones estéticos y, al mismo tiempo, transmitía sus valores. La fe imponía a los cristianos, tanto en el campo de la vida y del pensamiento como en el del arte, un discernimiento que no permitía una recepción automática de este patrimonio. Así, el arte de inspiración cristiana comenzó de forma silenciosa, estrechamente vinculado a la necesidad de los creyentes de buscar signos con los que expresar, basándose en la Escritura, los misterios de la fe y de disponer al mismo tiempo de un "código simbólico", gracias al cual poder reconocerse e identificarse, especialmente en los tiempos difíciles de persecución. ¿Quién no recuerda aquellos símbolos que fueron también los primeros inicios de un arte pictórico o plástico? El pez, los panes o el pastor evocaban el misterio, llegando a ser, casi insensiblemente, los esbozos de un nuevo arte.



Cuando, con el edicto de Constantino, se permitió a los cristianos expresarse con plena libertad, el arte se convirtió en un cauce privilegiado de manifestación de la fe. Comenzaron a aparecer majestuosas basílicas, en las que se asumían los cánones arquitectónicos del antiguo paganismo, plegándolos a su vez a las exigencias del nuevo culto. ¿Cómo no recordar, al menos, las antiguas Basílicas de San Pedro y de San Juan de Letrán, construidas por cuenta del mismo Constantino, o ese esplendor del arte bizantino, la Haghia Sophia de Constantinopla, querida por Justiniano?

Mientras la arquitectura diseñaba el espacio sagrado, la necesidad de contemplar el misterio y de proponerlo de forma inmediata a los sencillos suscitó progresivamente las primeras manifestaciones de la pintura y la escultura. Surgían al mismo tiempo los rudimentos de un arte de la palabra y del sonido. Y, mientras Agustín incluía entre los numerosos temas de su producción un De musica, Hilario, Ambrosio, Prudencio, Efrén el Sirio, Gregorio Nacianceo y Paulino de Nola, por citar sólo algunos nombres, se hacían promotores de una poesía cristiana, que con frecuencia alcanzaba un alto valor no sólo teológico, sino también literario. Su programa poético valoraba las formas heredadas de los clásicos, pero se inspiraba en la savia pura del Evangelio, como sentenciaba con acierto el santo poeta de Nola: "Nuestro único arte es la fe y Cristo nuestro canto". Por su parte, Gregorio Magno, con la compilación del Antiphonarium, ponía poco después las bases para el desarrollo orgánico de una música sagrada tan original que de él ha tomado su nombre. Con sus inspiradas modulaciones el Canto gregoriano se convertirá con los siglos en la expresión melódica característica de la fe de la Iglesia en la celebración litúrgica de los sagrados misterios. Lo "bello" se conjugaba así con lo "verdadero", para que también a través de las vías del arte los ánimos fueran llevados de lo sensible a lo eterno.

En este itinerario no faltaron momentos difíciles. Precisamente la antigüedad conoció una áspera controversia sobre la representación del misterio cristiano, que ha pasado a la historia con el nombre de "lucha iconoclasta". Las imágenes sagradas, muy difundidas en la devoción del pueblo de Dios, fueron objeto de una violenta contestación.



El Concilio celebrado en Nicea el año 787, que estableció la licitud de las imágenes y de su culto, fue un acontecimiento histórico no sólo para la fe, sino también para la cultura misma. El argumento decisivo que invocaron los Obispos para dirimir la discusión fue el misterio de la Encarnación: si el Hijo de Dios ha entrado en el mundo de las realidades visibles, tendiendo un puente con su humanidad entre lo visible y lo invisible, de forma análoga se puede pensar que una representación del misterio puede ser usada, en la lógica del signo, como evocación sensible del misterio. El icono no se venera por sí mismo, sino que lleva al sujeto representado.



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San Hilario afirmaba que “verdaderamente la Palabra se ha hecho carne (cf. Jn 1, 14) y nosotros recibimos verdaderamente la Palabra hecha carne como alimento del Señor”[ De Trinitate, 8, 13: SCh 448, 396.]. De ahí que el Papa Juan Pablo II recuerda: “La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor.”



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Doctores de la Iglesia - Concepto y autoridad



Los tres requisitos para que alguien pueda ser considerado Doctor de la Iglesia , según Benedicto XIV, son: insigne santidad de vida, doctrina celestial eminente y reconocimiento o declaración expresa del Sumo Pontífice: cfr. De servorum Dei beatificatione et canonizatione, lib. IV, 2, c. 11, n° 8-16; Juan XXIII, en AAS 51 (1969) 460.



Con respecto al concepto de Padre de la Iglesia, el de Doctor de la Iglesia no siempre implica la antigüedad, pero exige necesariamente una ciencia extraordinaria y una aprobación más solemne de la Iglesia. La liturgia especial en las fiestas o memorias de los Doctor de la Iglesia incluye una antífona propia del Magnificat (O Doctor optime) en el Oficio divino, y Misa propia: In medio Ecclesiae (desde 1960 se ha suprimido de ella el Credo: cfr. Rubricae Breviarii et Missalis Romani, Roma 1960, n° 476). En la argumentación teológica, los textos de los. Doctores de la Iglesia, si no son al mismo tiempo Padres de la Iglesia, suelen ser citados entre los de los teólogos, si bien su consensus o uniformidad dogmática adquiere un valor mayor cualificado en virtud de la declaración de la Iglesia. Sin embargo, se han de tener siempre en cuenta el estado de la teología en su tiempo y la posible evolución del dogma  tanto para interpretarlos fielmente como para juzgar con objetividad su doctrina. Por eso a veces, como en lo que respecta a la Inmaculada Concepción de María, la doctrina negativa de algunos grandes Doctores de la Iglesia (S. Bernardo, S. Buenaventura, S. Tomás) ya no puede ser mantenida hoy sin caer en herejía.

Origen histórico

El concepto de Doctor de la Iglesia tiene sus raíces en el concepto de didáskalos en el N. T. (cfr. TWNT 11,154163) y en el tiempo posapostólico (cfr. Carta de Bernabé, 1,8; Pastor de Hermas, Compar. 9,22,2; Martirio de S. Policarpo, 12,3). La Iglesia reconoció a esos didáskaloi o doctores como testigos de la teología de su tiempo (cfr. Acta Conciliorum Oecumenicorum, ed. E. Schwartz, Berlín 914 ss., 1-1,96). En el s. v, Vicente de Lerins llama doctores o magistri probabiles a aquellos maestros de algún modo reconocidos en la Iglesia (cfr. Commonitorium, 15,23,41,42), así como S. Benito (Regla, c. 9), el Decreto Gelasiano (c. 4) y S. Gregorio Magno (PL 77,4913). El Papa Agatón llama a S. Ambrosio mégas didáskalos (Manei, X1,267). En la Iglesia latina eran reconocidos especialmente como Doctor de la Iglesia los cuatro Padres de la Iglesia: S. Ambrosio, S. Jerónimo, S. Agustín y S. Gregorio Magno; su aprobación canónica y litúrgica definitiva se debe a Bonifacio VIII en 1295. En la Iglesia oriental bizantina se celebra desde el s. IX la fiesta de los «tres jerarcas y Doctores Ecuménicos»: S. Basilio, S. Gregorio Nazianceno y S. Juan Crisóstomo, el 30 de enero. A partir del s. XVI, los Papas nombran Doctor de la Iglesia a Padres y teólogos debido a nuevas y diversas circunstancias: el humanismo eclesiástico que llevó a un conocimiento directo de los Padres griegos; la estabilización y las polémicas mutuas de las escuelas teológicas y de las órdenes religiosas; las peticiones de las naciones cristianas, y la tendencia a dar una fundamentación más genuina a la evolución teológica en Dogmática, Moral y Ascética y Mística. La antigua S. Congregación de Ritos era la encargada de examinar atentamente la ortodoxia de todos los escritos de los candidatos a Doctor.

Lista de los Doctores

La Iglesia católica venera hoy a 33 Doctores (tres son mujeres). Indicamos a continuación sus nombres, agrupados, cuando la declaración proviene del mismo Papa, el nombre de éste, la fecha de la declaración y el documento o la fuente del mismo.

1-4: S. Ambrosio, S. Jerónimo, S. Agustín, S. Gregorio Magno: Bonifacio VIII, 20 sept. 1295 (Corp. I. Can. lib. VI,3,22).

5: S. Tomás de Aquino: S. Pío V, 11 abr. 1567 (Bula Mirabilis Deus: Pastor, VIII,146 ss.).

6-9: S. Atanasio, S. Basilio, S. Gregorio Nazianceno, S. Juan Crisóstomo: S. Pío V, 1568 (Breviarium Pianum). 10: S. Buenaventura: Sixto V, 14 mar. 1588 (Pastor, X,104).

11: S. Anselmo de Canterbury: Clemente XI, 3 feb. 1720 (Pastor, XV,249).

12: S. Isidoro de Sevilla: Inocencio XIII, 25 abr. 1722 (B. Gavanti, C. Mercati, Thesaurus s. rituum, II, Augsburgo 1763, 226).

13: S. Pedro Crisólogo: Benedicto XIII, 10 feb. 1729 (ib. 219).

14: S. León Magno: Benedicto XIV, 15 oct. 1754 (Benedicti XIV Bullarium, Venecia 1762, 98 s.).

15: S. Pedro Damián: S. C. de Ritos, León XII, 27 sept. 1828 (Decreta authentica S. C. Rituum, II, Roma 1898, 225 s.).

16: S. Bernardo: Pío VIII, 20 ag. 1830 (A. Barberi, Bullarii Romani continuatio XVIII, Roma 1856, 136 ss.). 17: S. Hilario de Poitiers: Pío IX, 13 mayo 1851 (Collatio Lacensis, IV,638 s.).

18: S. Alfonso María de Ligorio: Pío IX, 7 jul. 1871 (ASS 6,1870-71,320).

19: S. Francisco de Sales: Pío IX, 16 nov. 1871 (ASS 10,1877,411).

20-21: S. Cirilo de Alejandría y S. Cirilo de Jerusalén: S. C. de Ritos, León XIII, 28 jul. 1882 (ASS 15,1882,264 y 276).

22: S. Juan Damasceno: León XIII, 19 ag. 1890 (ASS 23,1890,255).

23: S. Beda el Venerable: León XIII, 13 nov. 1899 (ASS 32,1900,338 s.).

24: S. Ef rén de Siria: Benedicto XV, 5 oct. 1920 (AAS 12,1920,470).

25: S. Pedro Canisio: Pío XI, 21 mayo 1925 (AAS, 17,1925,362).

26: S. Juan de la Cruz: Pío XI, 24 ag. 1926 (AAS 18,1926,379 ss.).

27: S. Roberto Belarmino: Pío XI, 17 sept. 1931 (AAS 23,1931,433-438).

28: S. Alberto Magno: Pío XI, 16 dic. 1931 (AAS 24, 1932,5-17).

29: S. Antonio de Padua: Pío XII, 16 en. 1946 (AAS 38,1946,200-204).

30: S. Lorenzo de Brindisi: Juan XXIII, 19 mar. 1959 (AAS 51,1959,456-461).

31: S. Teresa de Jesús: Paulo VI, 27 sept. 1970 (AAS 62,1970,590-596).

32: S. Catalina de Siena: Paula VI, 4 oct. 1970 (AAS, 62,1970,673-678).

33: S. Teresa de Lisieux



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San Hilario de Poitiers - Obispo, Doctor de la Iglesia
Fiesta: 13 de enero. - (315 368) Su nombre significa "sonriente"

Llamado el Atanasio del Occidente.



Nació en Poitiers, Francia, a principios del siglo IV;

Hombre sabio y diligente en el estudio, sobre todo la filosofía y después las Sagradas Escrituras. 

Sus padres eran nobles gentiles. Fue bautizado el año 345 y desde entonces vivió santamente. Fue elegido obispo de Poitiers el año 350. 

Luchó con valentía contra la herejía arriana. Escribió varias obras, llenas de sabiduría y doctrina, entre otros temas trató sobre la unidad de las tres personas y la Encarnación del Verbo para convertir en hijos de Dios a los que lo recibiesen. Sus esfuerzos ayudaron a consolidar la fe católica y la sana interpretación de la sagrada Escritura. Los seguidores de Arrio lograron que el emperador Constancio, también arriano, desterrase a Hilario a Frigia, provincia romana de Asia a fines del año 356. 

Su comentario fue: "Permanezcamos siempre en el destierro con tal que se predique la verdad".  Desde el destierro envió a Occidente su tratado de los Sínodos y en 359 los doce libros Sobre la Trinidad, que se considera su mejor obra.



Asistió al concilio de Seleucia de Isauria, ciudad del Asia Menor, en la región de Tauro. Allí trató Hilario sobre misterios de la fe. Después pasó a Constantinopla, donde en un escrito presenta al emperador como un anticristo. 

Sus enemigos, convencidos de que Hilario les era mas problema en el Oriente, le permitieron regresar a Poitiers. San Jerónimo comenta sobre el gran júbilo con que fue recibido por los católicos. Allí realizó una importante labor de exégesis, escribiendo tratados sobre los grandes misterios de la fe, sobre los salmos y sobre san Mateo. Compuso también himnos y algunos le atribuyeron el "Gloria in excelsis". Según San Isidro de Sevilla, Hilario fue el primero que introdujo los cánticos en las iglesias de Occidente.



San Hilario combatió valientemente las doctrinas del arriano Auxencio de Milán, por lo que es expulsado de Italia como causante de discordia en la Iglesia. Sin embargo su trabajo dio mucho fruto y logró convertir muchos herejes.  

San Isidro dice que el primero que introdujo en Europa la costumbre de entonar himnos cantados durante las ceremonias religiosas fue San Hilario. Años más tarde San Ambrosio introducirá esa costumbre en su catedral de Milán y los herejes lo acusarán ante el gobierno diciendo que por los cantos tan hermosos que entona en su iglesia le quita a ellos sus clientes que se van a donde los católicos porque allá cantan más y mejor. Murió el 13 de enero del año 368.

Sus reliquias estuvieron en Poitiers hasta el año 1652, en que fueron sacrílegamente quemadas por los hugonotes.

Se le ha dado el título de Atanasio de Occidente.
Entre sus ilustres discípulos está San Martín de Tours.
San Jerónimo y san Agustín lo llaman gloriosísimo defensor de la fe.

El Papa Pío IX, a petición de los obispos reunidos en el sínodo de Burdeos, declaró a san Hilario Doctor de la Iglesia por sus enseñanzas sobre la divinidad de Cristo.

Señor Jesucristo: Te pedimos que así como tu amigo San Hilario nosotros empleemos también nuestra vida y nuestras fuerzas en hacerte conocer y amar más y más. Amén.



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¿Qué habría pasado si el ejército musulmán no hubiera sido derrotado en Poitiers por los francos?



Después de Poitiers hubo victorias islámicas en Francia. Al final, se les frenó en Asturias y León no allí, pero todos sabemos la capacidad de contar cosas de los franceses.



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«La belleza podrá cambiar el mundo si los hombres consiguen gozar de su gratuidad» Susana Tamaro – católica, escritora - 2004.12.



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SAN HILARIO DE POITIERS - Obispo



"Permanezcamos siempre en el destierro con tal que se predique la verdad"



Perteneciente a una noble familia pagana, nació en Poliiers en torno al 315. Las noticias relativas a su vida, inciertas y fragmentarias, no permiten establecer la fecha de su conversión al cristianismo. Es probable que recibiera el Bautismo siendo adulto.

Elegido Obispo de Poitiers alrededor del 350, combatió con todas sus fuerzas la herejía arriana. El emperador Constancio lo desterró a Frigia, en Asia Menor. Durante los cuatro años de exilio, Hilario reveló dotes de pensamiento y de acción que le merecieron el titulo de Atanasio de Occidente. En el 360, por insistencia de los arrianos, que juzgaban inoportuna su presencia en Oriente, se le permitió regresar a la Galia. Un año después, convocó un Concilio en París que supuso un golpe decisivo para el arrianismo en Occidente. Murió en Poitiers, probablemente en el 367.

La lucha de San Hilario contra el arrianismo se manifestó también en su abundante producción literaria, constituida por tres tipos de obras: dogmáticas, histórico-polémicas y exegéticas. El Comentario al Evangelio de San Mateo, perteneciente a este último tipo de escritos, fue compuesto durante los primeros años de su episcopado para los sacerdotes de su diócesis. La obra se presenta bajo la forma de un comentario continuo, en el que se examinan con amplitud los episodios más significativos del primer Evangelio. El método exegético seguido por San Hilario parte del principio de que toda expresión de la Escritura presenta, junto al significado literal inmediato, otro alegórico, que se revela sólo a un atento examen del texto. Conjugando los dos significados, salvaguarda la historicidad de los hechos evangélicos y procura descubrir el alcance profético de las palabras y acciones de Cristo. LOARTE- mercaba.org



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San Hilario (315-367 d.C. aprox.), obispo de Poitiers, en las Galias (actual Francia), fue el más grande defensor de la fe católica expresada en el Concilio de Nicea (325 d.C.), ante el avance de la herejía arriana, lo que le valió el apelativo de "Atanasio del occidente". Su obra más importante es su tratado sobre la Trinidad (De Trinitate), el cual escribió durante el tiempo que estuvo exiliado en el Asia Menor, entre los años 356 y 360. Dentro de sus obras exegéticas se cuenta un comentario al Evangelio de Mateo y exégesis de algunos pasajes del Antiguo Testamento entre los que encontramos algunos salmos. Debe notarse, como se ve en el comentario al salmo 130, que San Hilario hace uso del texto griego del Antiguo Testamento —conocido como "Septuaginta"—, y no del texto hebreo que se impuso luego a partir de San Jerónimo (s. V).



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HOMILÍA DE SAN HILARIO DE POITIERS SOBRE EL SALMO 130


"¡Oh Señor!, no se ha engreído mi corazón, ni se han ensoberbecido mis ojos".



1. Este breve Salmo, que exige un tratamiento analítico más que un tratamiento homilético. Nos enseña la lección de la humildad y la mansedumbre. Ahora, dado que hemos hablado muchas veces acerca de la humildad, no hay necesidad de repetir las mismas cosas aquí. Por supuesto que estamos obligados a tener en cuenta la gran necesidad que tenemos de que nuestra fe permanezca en humildad cuando escuchamos al Profeta que la entiende como equivalente al desempeño de los trabajos más altos: ¡Oh Señor!, mi corazón no está exaltado. Pues un corazón contrito es el más noble sacrificio a los ojos de Dios. El corazón, por lo tanto, no debe inflarse por la prosperidad, sino que debe guardarse humildemente en los límites de la mansedumbre, mediante el temor de Dios.



2. "Ni se han ensoberbecido mis ojos". El sentido estricto del griego aquí transmite un significado diferente. Oude emetewrisqhsan oi ofqalmoi; esto es, que no han sido elevados de un objeto para mirar a otro. Pero los ojos deben elevarse en obediencia a las palabras del profeta: "Eleva tus ojos y mira quién ha desplegado todas estas cosas"[1]. Y el Señor dice en el Evangelio: "Eleva tus ojos, y mira los campos, que están blancos hasta la cosecha"[2]. Los ojos están, entonces, para ser elevados. No para poner su mirada en cualquier parte, sino para permanecer fijos de manera definitiva sobre todo aquello para lo que han sido elevados.



3. Y continua así: "No he andado entre grandezas, ni en cosas maravillosas que me sobrepasan". Es muy peligroso andar entre cosas malas, y no quedarse entre las cosas maravillosas. Las obras de Dios son grandes; Él, en Sí mismo, es maravilloso en todo lo alto: ¿cómo puede entonces enorgullecerse el salmista como si fuera una obra buena no andar entre grandezas y maravillas? La adición de las palabras, "que me sobrepasan", nos muestra de que se está hablando de caminar entre cosas distintas a las que los hombres comúnmente consideran como grandes y maravillosas. Pues David, que fue profeta y rey, también fue humilde y despreciado e indigno de sentarse a la mesa de su padre; pero encontró el favor de Dios, fue ungido rey, e inspirado para profetizar. Su reino no lo hizo altivo, no lo motivaban malas intenciones: amó a quienes lo persiguieron, rindió honores a sus enemigos muertos, perdonó a sus hijos incestuosos y asesinos. Fue despreciado en su soberanía; como padre, fue herido; como profeta, fue afligido; y aun así no reclamó venganza como podría hacerlo un profeta, ni infligió castigo como lo haría un padre, ni correspondió a los insultos como lo haría un soberano. De este modo no anduvo entre grandezas y maravillas que le sobrepasaban.



4. Veamos lo que sigue: "Si no humillaba mis pensamientos y en cambio he elevado mi alma". ¡Qué inconsecuencia de parte del Profeta! No eleva su corazón: pero sí eleva su alma. No camina entre grandezas y maravillas que le sobrepasan; pero sus pensamientos no son bajos. Su inteligencia se exalta, pero su corazón se apoca. Es humilde en su proceder: pero no es humilde en su pensamiento. Su alma se eleva a las alturas porque su pensamiento aspira alcanzar el cielo. Pero su corazón, "del que proceden —según el Evangelio— pensamientos perversos, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, insultos"[3], es humilde, apremiado bajo el suave yugo de la mansedumbre. Nosotros debemos definir el justo medio, entonces, entre la humildad y la exaltación, para que podamos ser humildes de corazón pero elevados de alma y pensamiento.



Después continúa: "Como el niño destetado en los brazos de su madre, así recompensarás mi alma". Nos es dicho que cuando Isaac fue destetado, Abraham celebró una fiesta, porque ahora que era destetado, cruzaba el umbral de la niñez y pasaba más allá del alimento de leche. El Apóstol alimenta a todos los que son imperfectos en la fe, inclusive a niños en las cosas de Dios, con la leche del conocimiento. De este modo dejar de necesitar leche marca el mayor avance posible. Abraham proclamó mediante una alegre fiesta que su hijo pasaba a la edad de comer carne, y el Apóstol rehusa el pan a los de mentalidad carnal y a aquellos que son niños en Cristo. Y así, el Profeta pide a Dios que, ya que no ha ensoberbecido su corazón, ni ha caminado en medio de grandezas y maravillas que le sobrepasan; ya que no ha humillado sus pensamientos sino que ha elevado su alma, que premie a su alma recostándose como un niño destetado sobre su madre: es decir, que sea considerado digno de la recompensa del Pan perfecto, celestial y vivo, basado en que por razón de sus reconocidos trabajos ahora ya ha terminado la etapa de lactancia.



6. Pero él no pide este Pan vivo del cielo sólo para sí mismo. Él alienta a toda la humanidad a expectar este Pan, proclamando: "Que Israel espere en el Señor, desde ahora y por siglos". Él no pone límite temporal a nuestra esperanza, sino que nos invita a proyectarnos hasta el infinito en nuestra fiel expectación. Nosotros debemos esperar por siempre, ganando la esperanza de la vida futura mediante la esperanza de nuestra vida presente, que la tenemos en Cristo Jesús nuestro Señor, que es bendito por los siglos de los siglos. Amén

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1 Is 11,26.
2 Jn 55,35. 3 Mt 15,19.



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Las armas del apóstol 

(Comentario al Evangelio de San Mateo, 10, 1-5)

  

Al ver a las multitudes se llenó de compasión, porque estaban maltratadas y abatidas...(Mt 9, 36).



Es necesario escudriñar el significado de las palabras no menos que el de los hechos, pues, como habíamos dicho, la clave para comprender el significado reside tanto en las palabras como en las obras. El Señor siente compasión de las multitudes maltratadas y abatidas, como ovejas dispersas sin pastor. Y dice que la mies es mucha, pero los obreros pocos, y que es preciso rogar al dueño de la mies para que envíe muchos obreros a su mies (cfr. Mt 9, 37-38). Y, llamando a los discípulos, les dio poder para arrojar a los espíritus inmundos y para curar toda enfermedad y dolencia (cfr. Mt 10, 1). Aunque estos hechos se refieren al presente, es necesario considerar lo que significan para el futuro.



Ningún agresor había asaltado a las multitudes y, sin embargo, estaban postradas sin que ninguna adversidad o desventura las hubiese golpeado. ¿Por qué siente compasión, viéndolas maltratadas y abatidas? Evidentemente, el Señor se apiada de una muchedumbre atormentada por la violencia del espíritu inmundo, que la tiene bajo su dominio, y enferma bajo el peso de la Ley, porque aún no tenía un pastor que le restituyese la protección del Espíritu Santo (cfr. 1 Pe 2, 25). A pesar de que el fruto de este don era abundante, ninguno lo había recogido. Su abundancia supera el número de los que lo alcanzan, pues, aunque todos tomen cuanto quieran, permanece siempre sobreabundante para ser dispensado con generosidad. Y puesto que es necesario que muchos lo distribuyan, exhorta a rogar al dueño de la mies, para que mande muchos obreros a su mies, es decir, muchos segadores, para recoger el don del Espíritu Santo que había preparado, un don que Dios distribuye por medio de la oración y de la súplica. Y para mostrar que esta mies y la multitud de los segadores debían propagarse a partir de los doce Apóstoles, los llamó a Sí y les dio el poder de arrojar los demonios y de curar toda enfermedad. Con este poder recibido como don, podían expulsar al fautor del mal y curar la enfermedad.



Mt/10/05-10: Conviene ahora recoger el significado de estos preceptos, considerándolos uno por uno. Los exhorta a mantenerse alejados de las sendas de los paganos (cfr. Mt 10, 5), no porque no los haya enviado también a salvar a los paganos, sino para que se abstengan de las obras y del modo de vivir de la ignorancia pagana. Igualmente les prohíbe entrar en la ciudad de los samaritanos (cfr. Ibid.). Pero ¿no ha curado Él mismo a una samaritana? En realidad, les exhorta a no entrar en las asambleas de los herejes, pues la perversión no difiere en nada de la ignorancia. Los envía a las ovejas perdidas de la casa de Israel (cfr. Mt 10, 6); y, sin embargo, ellas se han encarnizado contra Él con lenguas de víbora y fauces de lobo. Como la Ley debería recibir el Evangelio en primer lugar, Israel iba a tener menos disculpas por su crimen, en cuanto que habría experimentado una solicitud mayor en la exhortación.



El poder de la virtud del Señor se transmite enteramente a los Apóstoles. Los que habían sido formados en Adán a imagen y semejanza de Dios, reciben ahora de modo perfecto la imagen y la semejanza de Cristo (cfr. 1 Cor 15, 49). Su poder no difiere en nada del poder del Señor, y los que antes habían sido hechos de la tierra, se convierten ahora en celestes (cfr. 1 Cor 15, 48). Deben predicar que el Reino de los cielos está próximo (cfr. Mt 10, 7), es decir, que se recibe ahora la imagen y semejanza de Dios a través de la comunión en la verdad, que permite a todos los santos, designados con el nombre de los cielos, reinar con el Señor (cfr. 1 Cor 4, 8). Deben curar enfermos, resucitar muertos, sanar leprosos, arrojar demonios (cfr. Mt 10, 8). Todos los males causados en el cuerpo de Adán por instigación de Satanás, los debían a su vez sanar mediante la participación en el poder del Señor. Y para conseguir de modo completo, según la profecía del Génesis (cfr. Gn 1, 26), la semejanza con Dios, reciben la orden de dar gratuitamente lo que gratuitamente recibieron (cfr. Mt 10, 8). Deben ofrecer de balde el servicio de un don que han recibido gratis.



Les prohíbe guardar en la faja oro, plata, dinero; llevar alforja para el camino, coger dos túnicas, sandalias y un bastón en la mano, porque el obrero tiene derecho a su salario (cfr. Mt 10, 10). No hay nada de malo, pienso, en guardar un tesoro en la faja. ¿Qué significa la prohibición de poseer oro, plata o moneda de cobre en la propia faja? La faja es una prenda de servicio, y se ciñe para realizar un trabajo. Se nos exhorta, por tanto, a que no haya venalidad en nuestro servicio, a evitar que el premio de nuestro apostolado sea la posesión del oro, de la plata o del cobre.



Ni alforja para el camino (Mt 10, 10). Es decir, hay que dejar a un lado la preocupación por los bienes presentes, ya que todo tesoro terreno es perjudicial, desde el momento en que nuestro corazón está allí donde guardamos nuestro tesoro. Ni dos túnicas (Mt 10, 10). En efecto, basta con que nos revistamos de Cristo una vez (cfr. Gal 3, 27), sin revestirnos seguidamente de otro traje, como la herejía o la Ley mosaica, a causa de una perversión de nuestra inteligencia. Ni sandalias (cfr. Mt 10, 10). ¿Tal vez los débiles pies de los hombres pueden soportar la desnudez? En realidad, donde debemos permanecer con pies desnudos es sobre la tierra santa, no cubierta por las espinas y los aguijones del pecado, como fue dicho a Moisés (cfr. Ex 3, 5), y se nos exhorta a no tener otro calzado para entrar, que el recibido de Cristo. Ni bastón en la mano (Mt 10, 10), es decir, las leyes de un poder extranjero, pues tenemos el bastón de la raíz de Jesé (cfr. Is 11, 1). Todo poder, que no sea ése, no procede de Cristo.



Según el discurso precedente, hemos sido convenientemente provistos de gracia, viático, vestido, sandalias, poder, para recorrer hasta el final los caminos de la tierra. Trabajando en estas condiciones seremos dignos de nuestra paga (cfr. Mt 10, 10). Es decir, gracias al cumplimiento de estas prescripciones, recibiremos la recompensa de la esperanza celestial.

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[Esta obra escrita a la vuelta de su destierro (año 365 en Poitiers) parece un manual de exégesis tipológica o espiritual para uso, bien de los presbíteros, bien de otros obispos, encargados de explicar a los fieles las lecturas bíblicas que se realizaban en las asambleas litúrgicas.
Se trata de una lectura cristiana del Antiguo Testamento que trata de mostrar cómo los diversos personajes y acontecimientos vetero-testamentarios prefiguran a Cristo y a la Iglesia.
En suma, se trata de una lectura cristológica y eclesiológica del Antiguo Testamento].

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SAN HILARIO DE POITIERS DR. DE LA IGLESIA CATÓLICA -  Es una de las figuras más interesantes del siglo IV. El año 355, siendo ya obispo, se involucra de lleno en las controversias arrianas, por lo que el año 356 es desterrado a Frigia, donde entrará en contacto con la tradición teológica oriental y con numerosos obispos.
Esto le permite constatar que, en Occidente, hay una visión un tanto simplista de la sensibilidades diversas que el Oriente mantiene en torno al Homoousios niceno.
Durante su destierro escribe su principal obra, el De Trinitate, y compone tabién el De synodis con la que trata de ejercer una labor conciliadora entre Oriente y Occidente.
El año 360 regresa del destierro a Poitiers donde continúa la lucha anti-arriana hasta su muerte acaecida el año 367 o 368.



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San Hilario de Poitiers. La divinidad del hombre Jesús, el Cristo - 21. Pero ellos pretenden que el unigénito Dios, el Dios Palabra que estaba al principio junto a Dios, no es Dios con una propia subsistencia personal, sino la expresión de una voz emitida, de tal manera que, según ellos, el Hijo es, para Dios Padre, lo mismo que la palabra es para los que la dicen; quieren introducir sutilmente la idea de que Cristo nacido como hombre no es Dios Palabra que subsiste personalmente y permanece en la forma de Dios. Y ya que a este hombre le dio vida el principio de la generación humana más que el misterio de su concepción espiritual, el Dios Palabra no tuvo una existencia propia al hacerse hombre por el parto de la Virgen, sino que en Jesús estuvo la Palabra de Dios como en los profetas el espíritu de profecía. Acostumbran a acusarnos de que decimos que Cristo no ha nacido como hombre con cuerpo y alma como nosotros, cuando en realidad confesamos que la Palabra se hizo carne, que Cristo se despojó de la forma de Dios y asumió la forma de siervo; y que nació como hombre perfecto, de acuerdo con la configuración humana y a nuestra semejanza; y confesamos que verdaderamente el Hijo de Dios ha nacido como verdadero hijo del hombre, ha nacido como hombre que viene de Dios y no ha dejado de ser Dios por ser hombre nacido de Dios.

22. Y del mismo modo que tomó para sí y por su voluntad el cuerpo de la Virgen, de sí asumió también su alma, la cual nunca es dada por el hombre a sus descendientes. Pues si la Virgen no concibió la carne más que por obra de Dios, mucho más fue necesario que el alma de este cuerpo no proviniera más que de Dios. Y pues el mismo hijo del hombre es también el Hijo de Dios, ya que todo el hijo del hombre es enteramente Hijo de Dios, ¡qué ridículo sería que predicásemos a no sé que otro como profeta animado por la Palabra de Dios, además del Hijo de Dios, que es la Palabra que se ha hecho carne, siendo así que el Señor Jesucristo es hijo del hombre e Hijo de Dios!

Porque dice que su alma está triste hasta la muerte (Mt. 26,38) y que tiene poder para dar el alma y volverla a recobrar, pretenden los herejes que su alma proceda de un principio exterior y no del Espíritu Santo, del que el cuerpo fue concebido, siendo así que el Dios Palabra, permaneciendo en el misterio de su naturaleza, ha nacido como hombre. Y ha nacido no para convertirse en dos personas distintas, sino para hacernos comprender que, como antes de ser hombre era Dios, al asumir la humanidad era Dios hombre.
(...)
Por tanto, así como Jesucristo nació, padeció, murió y fue sepultado, también resucitó. Y no puede ser separado de sí mismo en estos diversos misterios de tal manera que no sea Cristo; pues no es un Cristo distinto del que existía en la forma de Dios el que tomó la forma de siervo, ni murió uno distinto del que nació, ni resucitó uno distinto del que murió, ni está en el cielo uno distinto del que resucitó, como tampoco está en el cielo uno distinto del que antes había bajado del cielo.

23. Por tanto, el hombre Jesucristo, Dios unigénito, igualmente hijo del hombre e Hijo de Dios por ser carne y Palabra, asumió una humanidad verdadera a semejanza de la nuestra, sin dejar de ser él mismo, es decir, Dios. Y aunque cayeran sobre él los golpes, le penetrasen las heridas, le sujetasen los nudos o se levantase colgado en la cruz, todo esto le causaba la violencia del sufrimiento, pero no le producía dolor ninguno; como un dardo cualquiera que atraviesa el agua, traspasa el fuego o hiere el aire produce todos los efectos propios de su naturaleza, es decir, atraviesa, traspasa, hiere; pero la acción realizada no mantiene su efecto en estas cosas, porque no es natural que el agua quede atravesada, o el fuego traspasado, o el aire herido, aunque pertenece a la naturaleza del dardo atravesar, traspasar o herir.
(...)

24. Pero tal vez es necesario que tenga la naturaleza para experimentar en sí los otros sufrimientos humanos aquel en quien continúa la posibilidad de llorar, de tener sed y de tener hambre. El que desconozca el misterio de su llanto, de su sed y de su hambre, sepa que aquel que llora es capaz de dar la vida y que no llora la muerte de Lázaro, pues se alegra por ella; que el que tiene sed ofrece de sí mismo ríos de agua viva y no sufre de sed el que tiene poder para dar de beber a los sedientos; y el que tiene hambre maldijo aquel árbol que no le ofreció sus frutos cuando estaba hambriento y que no puede ser vencida por el hambre aquella naturaleza que con su mandato puede secar lo que es verde por naturaleza. Y si, además del misterio del llanto, de la sed y del hambre, la carne asumida, es decir el hombre entero, está sometida a los sufrimientos de nuestra naturaleza, con todo, no está sujeta a los daños que estos sufrimientos causan; de tal modo que, al llorar, no llora por sí; al tener sed, no ha de beber para vencerla; al tener hambre, no se ha de saciar con ninguna clase de comida. Pues nunca se nos ha mostrado que, cuando el Señor ha tenido sed, o hambre, o ha llorado, haya bebido, comido o sentido dolor, sino que para dar a conocer la realidad de su cuerpo ha adoptado los hábitos del cuerpo, de manera que, al acomodarse a nuestro modo de vivir, se ha adaptado a la conducta del cuerpo. Por lo tanto, cuando come o bebe no se somete a la necesidad del cuerpo, sino a la costumbre.
San Hilario. La Trinidad. Libro X, caps. 21-24.



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HILARIO DE POITIERS - Padre de la Iglesia de Occidente, obispo de Poitiers. Firme y profundo defensor de la fe proclamada en el Concilio de Nicea (v.), hace de puente entre la patrística oriental y la occidental de mediados del s. iv. Declarado Doctor de la Iglesia por Pío IX el 13 mayo 1851.    Vida. Nace en Poitiers ca. el 320. No se sabe si sus padres eran paganos o cristianos. La solución de esta duda dependerá de la interpretación que se dé al relato que hace Hilario en primera persona al comienzo de su De Trinitate, donde presenta y se atribuye un proceso de conversión: hallándose inquieto en busca de un ideal de vida humana y perplejo delante de la variedad de ocupaciones que se le ofrecían, buscaba en la sabiduría una brújula para orientar su existencia. En su afán de sabiduría y de conocimiento de Dios quedaba desconcertado ante la disparidad de opiniones vigentes en la filosofía de su tiempo. Por tal causa, su anhelo de paz hubiera quedado insatisfecho de no encontrar un día la E. que le iluminó acerca de la vida y de Dios. De aceptar la narración como rigurosamente biográfica, habremos de afirmar que su autor nació en ambiente pagano y sólo en hora tardía encontró el cristianismo a través de sus textos sagrados. Pero el relato puede entenderse como recurso literario, aludiendo no a su propia persona, sino a un esquema general, modélico, de conversión, que le sirve para captar desde el comienzo la atención del presunto lector pagano en cuyas manos pudiera caer su libro.      
     

No es fácil establecer la cronología de la mayor parte de su vida. Con anterioridad al 355 apenas se sabe con certeza otra cosa sino que estuvo casado, que tenía sólo una hija y que fue designado para la sede episcopal de Poitiers algo antes de su destierro. Por su resistencia a los sínodos de Arlés (353) y de Milán (355), que habían ratificado la deposición de S. Atanasio (v.), y por su oposición a Saturnino de Arlés, simpatizante del arrianismo, cayó en desgracia del emperador Constancio, quien le obligó a abandonar la Galia. Vivió su destierro en Oriente del 356 al 361, la mayor parte del tiempo en Frigia y también en Constantinopla. Esta época es la más activa e interesante de su vida. Viaja por toda el Asia Menor, participa en el sínodo de Seleucia (359) y escribe el De Trinitate. Estos años le sirvieron para empaparse de la fe nicena, que ya conocía aunque de manera algo remota, y también, sin duda, para conocer el pensamiento de Orígenes (v.), que tanto influjo tuvo en él. Los últimos años de su vida son todavía agitados. Asiste en París a un sínodo el año 361, se mueve por Italia entre el 362 y el 364, para, finalmente, presidir una asamblea de obispos en Milán (364) que tenía por objeto alejar al obispo milanés Auxencio, arriano, contra quien el propio H. escribió una obra. M. en su ciudad de Poitiers a fines del 367 o comienzos del 368. Por su energía en la lucha contra los arrianos ha sido llamado «el Atanasio de Occidente»; su fiesta litúrgica se celebra el 13 de enero.
      
     

Obras. Los doce libros De Trinitate constituyen su obra principal y más original; algunas menciones antiguas la citan con el título De fide, que resulta` asimismo apropiado, ya que su tema es la defensa de la fe de Nicea frente a los arrianos. Los tres primeros libros fueron escritos con cierta anterioridad a los restantes; en ellos trata de la naturaleza de Dios, de la generación del Hijo y de la existencia del Espíritu Santo. En los otros nueve no hay tanto doctrina nueva, cuanto desarrollo y justificación de la doctrina trinitaria ya expuesta: se extiende en el recurso al A. T. para mostrar que el Hijo estaba ya presente en las manifestaciones de Dios a patriarcas y profetas, comenta ampliamente las palabras en que Cristo -sobre todo según el evangelio de S. Juan- proclama su igualdad y unidad con el Padre, desmonta las objeciones arrianas que, apoyadas en la unicidad de Dios, querían eliminar la divinidad del Hijo, y completa una rica cristología tanto del Cristo mortal que vivió en Palestina, como del Cristo glorioso, resucitado .
     

El De synodis, donde recoge, con comentario personal, documentación abundante sobre los principales sínodos de aquella accidentada época es de sumo interés para la historia de la controversia posnicena.
      
     

Aparte de otras obras menores, hay que señalar todavía algunas de carácter polémico frente a Constancio y Auxencio, con el título, respectivamente, Contra Constantium imperatorem y Contra Auxentium, y, sobre todo, algunas de índole exegética: Commentarium in evangelium Matthaei, obra juvenil, de escasa originalidad todavía;Tractatus super psalmos, obra más extensa, de madurez, en la que hallamos la faceta pastoral y ascética de nuestro autor; Tractatus de mysterüs, breve comentario a las primeras páginas del Génesis. Estas obras exegéticas traslucen una evidente influencia de Orígenes, cuyos principios hermenéuticos acepta sustancialmente, aunque sujetándolos a esa moderación y circunspección que fue siempre característica suya. La común dependencia de Orígenes explica sorprendentes semejanzas registrables entre Hilario y Ambrosio de Milán, sobre todo en la Expositio evangelium Lucae de este último, semejanzas que permitirían conjeturar el tenor de ciertos pasajes de la obra origeniana, hoy perdidos.
      
     

Pensamiento teológico. H. es el teólogo de Occidente más profundo y de mayor capacidad sistemática de su siglo. Sabe hablar de las realidades divinas respetando siempre su carácter trascendente; señala la necesidad de que nuestra mente opere de continuo en sus representaciones sobre Dios para no perjudicar a la dignidad de su objeto; pone al descubierto el mecanismo dialéctico que permite pasar del lenguaje bíblico, imaginativo, al lenguaje teológico, de cuño metafísico. Así, p. ej., contrapone Is 40,12, donde el profeta dice que Dios «tiene el cielo en la palma de la mano y la tierra en su puño» (versión Vulgata), a Is 66,1, donde el propio Dios pronuncia: «El cielo es mi trono y la tierra el escabel de mis pies», advirtiendo que estas dos imágenes, de suyo tenderían a excluirse recíprocamente. En efecto, la primera de ellas hace a cielo y tierra interiores a Dios, quien los encierra en su mano, mientras la segunda los coloca exteriores a Él, como sede donde se asienta. Para compaginar una y otra, nuestro autor dice que esa misma oposición nos obliga a pensar más altamente de Dios, a concebirlo a la vez como «dentro y fuera» de sus criaturas, «sobre-eminente e interior» a todas ellas, «ciñéndolo todo e infundido en todo», «de suerte que todo Él conteniendo cuanto existe dentro y fuera de sí, siendo infinito, no está ausente de nada y todo se encuentra al interior suyo» (De Trinitate, 1,6). La resolución de la antinomia es así el resorte que facilita la conversión del lenguaje bíblico en expresión teológica.
      
     

A partir de esta concepción de Dios, espiritual, trascendente, incomprensible, resulta viable una limpia teología de la consustancial id ad del Hijo, punto neurálgico en el debate con Arrio. Dios no quiere recibir de los arrianos esa flaca alabanza que le tributan cuando, so pretexto de exaltar su unicidad, niegan a su Hijo. El Padre desea ser reconocido en compañía de su Hijo, a quien ha llenado con toda la plenitud de su gloria (De Trinitate, IV,41). Las imágenes bíblicas que sirven de base para la teología hilariana de la consustancialidad de Cristo están tomadas sobre todo de S. Juan (el Verbo tiene la gloria, la vida del Padre y es idéntico a Él) y de S. Pablo (Cristo como imagen, figura de Dios). En un texto lleno de resonancias neo-testamentarias, pero traspuestas ya a registro de teología reflexiva, dice que a Jesucristo hay que considerarle como «Dios, viva imagen del Dios vivo y plenísima forma de su naturaleza feliz y unigénito nacido de la sustancia innascible; que si no tuviera la gloria perfecta de la felicidad del Padre y no reflejara la absoluta belleza de su naturaleza entera, dejaría de ser auténtica imagen suya» (De Trinitate, X1,5).
      
     

Para Hilario la prueba soberana de la divinidad de Cristo la constituye la deificación de su entero ser, también como hombre, en la resurrección. Los cristianos no hubiéramos podido creer en un Verbo encarnado que hubiera permanecido siempre en estado de kenosis, de vaciamiento y humillación terrestre. La situación del Verbo en un cuerpo mortal, terreno, es comprensible tan sólo como transitoria, destinada a mudarse en condición gloriosa. H. establece un triple momento en el Verbo: previamente a la encarnación era Deus tantum, Dios tan sólo; en virtud de la encarnación viene a ser Deus et homo, Dios y hombre; merced a la resurrección queda exaltado a Deus totus, todo él Dios, divinizado asimismo en su naturaleza humana (cfr. De Trinitate, IX,6,38 y 40-41; XI, 40-41 y 49). Es curioso que Hilario aplica a Cristo la fórmula paulina de «Dios todo en todas las cosas» (1 Cor 15,28). En lo que concierne a la vida terrestre de Cristo, hay un punto delicado y hasta espinoso. El libro X del De Trinitate, para defender que Cristo sigue siendo Dios a pesar de su dolorosa pasión, viene a decir que Jesús padeció ciertamente en su organismo, mas no conoció la pasión del dolor. Unos interpretan que H. niega en Cristo el sentimiento mismo, la experiencia del dolor, reconociendo tan sólo que estuvo sujeto a lesión y alteración físicoorgánica. Otros entienden que, sin negar esta experiencia de dolor en Cristo, Hilario quiere excluir de su alma todo desasosiego, toda turbación que fuera indigna de tan noble espíritu. Según la primera interpretación, H. se deslizaría hacia el docetismo, pero se antoja más sólida la segunda, que parece anticipar ciertos rasgos de la doctrina escolástica sobre la persistencia de la visión beatífica en el alma de Cristo, aun en medio de los más atroces sufrimientos.

Como la mayoría de los Padres, interpreta la naturaleza humana en términos platónicos; más concretamente, en términos muy análogos a los de Filón (v.) y Orígenes: el hombre está constituido de dos naturalezas, una celeste, el alma, creada a imagen de Dios, según Gen 1,26-27; otra terrena, el cuerpo, formada de barro, según Gen 2,7-8. Considera la condición humana aquí en la tierra de modo más bien pesimista, por lo que su antropología y su cristología, adquieren, en consecuencia, un sesgo decididamente escatológico, de novísimos. La resurrección será una transformación y configuración de nuestros cuerpos conforme a la gloria del cuerpo de Cristo. El cuerpo resucitado será reformado a imagen de Dios, según la intención de la creación primera, hecho espiritual y con recursos autónomos de vida para pervivir eternamente.
      
     

Significado de su obra. La figura de Hilario no ha sido suficientemente apreciada. La hondura de su pensamiento, la amplitud de su síntesis teológica, el importante papel que desempeñó en los debates dogmáticos de su tiempo, le hacen acreedor a más atención de la que ha obtenido entre los estudiosos de la patrística. Se halla, en el curso de la historia de la teología occidental, a mitad de camino entre Tertuliano y S. Agustín. Tertuliano es el primer teólogo en latín, el forjador del lenguaje teológico de Occidente. S. Agustín es la síntesis del genio patrístico occidental, a la vez que su más alto representante creador. Entre uno y otro H. es, sin duda, la figura más notable. A él se debe la primera construcción teológica del dogma niceno en Occidente. En doctrina trinitaria, S. Agustín apenas añadirá nada nuevo a las reflexiones del obispo de Poitiers.

BIBL.: Fuentes: Sus obras, salvo el Tr. de mysteriis, fueron editadas y prologadas por Dom COUSTANT en la ed. que sirvió de base para la de Migne: PL 9-10; Tractatus super psalmos, en CSEL, XII, ed. ZINGERLE, Viena 1891; otras obras menores, en CSEL, LXV, ed. FEDER, Viena 1916.  

A. FIERRO BARDAJÍ. - Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991



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San Hilario de Poitiers (hacia 315-367) obispo, doctor de la Iglesia
Tratado sobre el salmo 64; PL 9, 416ss  -   

“El templo del que hablaba Jesús era su propio cuerpo.” (Jn 2,21) - El Señor dice: “He elegido a Sión, he deseado vivir en ella. Está será mi morada para siempre, en ella quiero residir.” (cf Sal 131) Pero Sión y su templo fueron destruidos. ¿Dónde estará el trono eterno de Dios, dónde su reposo para siempre? ¿Dónde será su templo para habitar? El apóstol Pablo nos responde: “ El templo de Dios sois vosotros; en vosotros habita el Espíritu de Dios” (1Cor 3,16). Esta es la casa y el templo de Dios, llenos de su doctrina y de su poder. Son el lugar donde reside su santidad.       Dios mismo es el que edifica esta morada. Si fuera construida por mano humana no duraría para siempre; tampoco si fuera edificada sobre doctrinas humanas. Nuestras inquietudes y nuestros esfuerzos vanos no serían capaces de protegerla. El Señor, en cambio, lo realiza. No la ha fundado sobre arena movediza sino sobre los profetas y los apóstoles. (cf Ef 2,20) Es construida sin cesar con piedras vivas. (1Pe 2,5) Se desarrolla hasta las últimas dimensiones del cuerpo de Cristo. Sin cesar se realiza su edificación; en su entorno se construyen numerosas casas que se juntan para formar una ciudad grande y pacífica. (Sal 121,3)



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San Hilario (hacia 315-367 ca.) - Tratado sobre le salmo 91,3; PL 9,495

“Cada día todo es creado por el Hijo, porque el Padre hace todo en el Hijo.” El día del sábado nos obligaba a todos, sin excepción, a no realizar ningún trabajo y quedarnos en absoluta inactividad. ¿Cómo es que el Señor ha podido prescindir del sábado?...En verdad, grandes son las obras de Dios: gobierna cielos y tierra, provee de luz al sol y a los astros, hace crecer las plantas de la tierra, mantiene al hombre viviente... Sí, todo existe y permanece en el cielo y en la tierra gracias a la voluntad de Dios Padre. Todo viene de Dios y todo existe en el Hijo. El es el primogénito de todos y de todo. Por él todo ha sido creado. Y de su plenitud, según la iniciativa de su eterno poder, ha creado todas las cosas.De manera que si Cristo actúa en todo, necesariamente es porque en él actúa el poder del Padre. Por esto, Cristo dice: “Mi Padre no cesa nunca de trabajar; por eso yo trabajo también en todo tiempo.” (Jn. 5,17) Porque todo lo que hace Cristo, Hijo de Dios habitado por el Padre, es obra del Padre. Así cada día todo es creado por el Hijo, porque el Padre todo lo hace a través del Hijo. Así pues, la acción de Cristo se realiza cada día, y según mi parecer, los principios de la vida, las formas de los cuerpos, el desarrollo y el crecimiento de todo ser viviente manifiestan esta actividad creadora.



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HILARIO - Del griego ilaros (ílaros) que significa alegre, animoso; relacionado con ilaov (ílaos), que significa propicio, favorable, amable; y el correspondiente verbo ilaskomai (hiláskomai) inclinarse en favor de alguien, ser conciliador. De ahí pasa al latín hilarus que mantiene el significado de alegre, lleno de vitalidad. No aparece como nombre propio hasta el cristianismo, por lo que hay que deducir que fue un sobrenombre que se convirtió en nombre.



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San Hilario de Poitiers (c.315-c.367), nacido de una de las familias más linajudas de Poitiers (Aquitania), se dedicó en su juventud al estudio de las letras latinas y griegas. Su inquietud por el saber, le llevó hasta las sagradas escrituras, donde encontró más respuestas a las inquietudes de su vida que en la filosofía. Convertido al cristianismo, se distinguió por la ejemplaridad de su vida y la firmeza en la fe, por lo que pronto fue elegido por unanimidad del clero y los fieles, obispo de Poitiers. Explica la peripecia de su conversión en su obra cumbre De Trinitate. Luchó ardientemente contra el arrianismo, que iba ganando terreno, por lo que fue desterrado. De vuelta a su diócesis siguió luchando por extirpar la herejía. Son numerosas y brillantes sus obras en defensa de la fe, por lo que fue proclamado doctor de la Iglesia. Su fiesta se celebra el 13 de enero.



Seis santos más con este nombre celebra la Iglesia, entre los cuales cabe destacar a San Hilario I, Papa, sucesor de San León, que tuvo que pelear contra las herejías. Murió el 467. Al igual que San Hilario de Arles y San Hilario de Poitiers fue decisivo para la cristiandad. Les correspondieron tiempos muy duros y supieron estar a la altura. Son un buen ejemplo de energía y de entereza. 



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San Hilario (hacia 315-367) obispo de Poitiers, doctor de la Iglesia
Tratado sobre los misterios; SC 19



“Todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron.” (Mt 11,13)


     Así como el propietario en el evangelio de Lucas va a ver por tres veces la higuera estéril, así la Santa Madre Iglesia señala cada año el advenimiento del Señor por un período distinto de tres semanas. “Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.” (Lc 19,10)  Vino antes que la Ley ya que por la razón natural da a conocer lo que cada uno tiene que hacer o seguir. “Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras” (cf Rm 1,20) Ha venido bajo la Ley en los ejemplos de los patriarcas y en la voz de los profetas. Ha confirmado a la descendencia de Abrahán los decretos de la Ley. Ha venido una tercera vez después de la Ley, por la gracia, para llamar a los paganos, para que “de la salida del sol hasta su ocaso, sea loada el nombre del Señor.” (cf Sal 112, 1-3).
     En efecto, todo lo que se anuncia en los libros santos por las palabras, revela por los hecho y establece por los ejemplos la venida de Jesucristo, Nuestro Señor... Por prefiguraciones auténticas y manifiestas –por el sueño de Adán, por el diluvio de Noé, por la justificación de Abrahán, por el nacimiento de Isaac, por la servidumbre de Jacob—en los patriarcas es el mismo Señor quien engendra, lava, santifica, elige o rescata a la Iglesia. En una palabra, el conjunto de profecías, la manifestación progresiva del plan secreto de Dios, nos ha sido dado para conocer su encarnación futura... Cada personaje, cada época, cada hecho proyecta como en un espejo la imagen de su advenimiento, de su predicación, de su pasión, de su resurrección y de la asamblea en la Iglesia... Comenzando por Adán, punto de partida de nuestro conocimiento del género humano, vemos anunciado desde el origen del mundo aquello que llega a su plenitud total en el Señor.



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SAN HILARIO DE POITIERS - Años 315 ca. + 367 ca.

Obispo y Doctor de la Iglesia - (301-368)



Fue llamado "el Atanasio de Occidente", y, efectivamente, se asemeja en muchas cosas al batallador obispo de Alejandría. Fueron contemporáneos -Hilario nació a principios del siglo IV en Poitiers y ahí murió en el año 367- y tuvieron que combatir contra el mismo adversario, el arrianismo, y participaron en las polémicas teológicas con discursos y sobre todo con los escritos. Hilario fue desterrado por el emperador Constancio, que se había alineado con las decisiones del sínodo de Béziers del año 356. Este sínodo, naturalmente, era arriano. Así Hilarlo fue a parar a Frigia.-
El contacto con el Oriente fue providencial para el obispo de Poitiers: durante los cinco años de permanencia en Frigia aprendió el griego y descubrió a Orígenes, como también la gran producción teológica de los Padres orientales, obteniendo una documentación importantísima para el libro que le mereció el título de Doctor de la Iglesia (dado por Pío IX): el De Trinitate, intitulado primero y mejor De Fide adversus Arianos. En efecto, era el tratado más importante y profundo que había aparecido hasta entonces sobre el dogma principal de la fe cristiana. Aun en el destierro no permaneció inactivo. Con el opúsculo Contra Maxentium atacó violentamente al mismo Constancio, refutándole el cesaro-papismo, la pretensión de meterse en las disputas teológicas y en los asuntos internos de la disciplina eclesiástica. De regreso a Poitiers, el valiente obispo continuó su obra pastoral, ayudado eficazmente por el joven Martín, el futuro santo obispo de Tours.-

Hilarlo nació en el paganismo y durante mucho tiempo buscó la verdad, pidiendo luces a las varias filosofías y sobre todo al neoplatonismo, que más tarde influiría muchísimo en su pensamiento. La búsqueda de una respuesta sobre el fin fiel hombre lo llevó a la lectura de la Biblia, en donde finalmente encontró lo que buscaba; entonces se convirtió al cristianismo.-
Era un noble terrateniente, y cuando se convirtió estaba casado y tenía una hija, Abre, a quien amaba tiernamente. Poco después del bautismo, el pueblo lo aclamó como obispo de su ciudad natal. Fueron seis años de intenso estudio y predicación, antes de partir para el destierro, que, como hemos recordado, perfeccionó su formación cultural y teológica.-
Junto a la voz retumbante del polemista y del defensor de la ortodoxia teológica, hay en él también otra voz, la del padre y del pastor. Humano en la lucha, y humanismo en la victoria, defendió a los obispos que reconocían su propio error, y hasta apoyó el derecho a conservar su cargo.-



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Historia - Curioso fenómeno este de la mentira, que afecta a todos los ámbitos de la existencia. La vida cotidiana está plagada de falacias, perturbada de ‘leyendas negras’ de las que no se salvan ni las noticias de hoy, que son de actualidad, ni las de ayer, que constituyen la Historia. Las biografías de los personajes más trascendentales están salpicadas de opiniones infundadas, propagandas e imaginación con las que se rellenan los huecos que deja el conocimiento. [«Una investigación histórica, libre de prejuicios y vinculada únicamente con la documentación científica es insustituible para derrumbar las barreras entre los pueblos» Juan Pablo II, Magno].   Entonces, para conocer una historia es necesario, pero no suficiente, conocer los hechos, pues es preciso también conocer el espíritu, o si se quiere la intención que animó esos hechos, dándoles su significación más profunda. {En la disciplina histórica (como en cualquier otra) es fundamental que los conceptos utilizados guarden debida relación con las realidades que pretenden describir o significar. De lo contrario, se corre el peligro de que la historia llegue “a poblarse de fantasmas” por nuestra ignorancia, caprichos o intereses.



De hombres, hechos, notas y acontecimientos de tal época para comprender el contexto:



Hilario de Arles, Santo - No confundir con Hilario de Poitiers

Obispo, Mayo 5 - Autor: . | Fuente: Enciclopedia Católica || ACI Prensa

Arzobispo, nacido por el año 401; fallecido el 5 de Mayo del 449.



El lugar preciso de su nacimiento es desconocido. Todo lo que se ha dicho es que perteneció a una notable familia de la parte Norte de Galia, de la cual probablemente descendió San Honorato, su predecesor de la Sede de Arles.



Culto y rico, Hilario había calculado todo para asegurar su éxito en el mundo, pero abandonó honores y riquezas ante las urgentes demandas de Honorato, acompañándolo a la hermita de Lerins, que este ultimo había fundado y dedicándose él mismo bajo la santa obediencia a practicar la austeridad y el estudio de la Sagrada Escritura.



Mientras tanto Honorato, quién había llegado a Arzobispo de Arles, estaba a punto de morir. Hilario corrió a su lado y lo asistió en sus últimos momentos. Estaba Hilario por partir de regreso a Lerins cuando fue retenido por la fuerza y proclamado arzobispo en lugar de Honorato.



Obligado a ceder a esta coacción, emprendió resueltamente las tareas de su pesado cargo, y asistió a varios Concilios que tuvieron lugar en Riez, Orange, Vaison y Arles.



Seguidamente empezó entre él y el Papa San Leo la famosa riña que constituye una de las etapas más curiosas de la historia de la Iglesia de Gallicia. En una reunión de obispos que presidió en el año 444 y en la que estuvieron presentes San Euterio de Lyon y St German de Auxerre, destituyó por incapacidad a un tal Cheldonius.



Este ultimo se apresuró a ir a Roma, tuvo éxito en la intercesión de su causa ante el Papa y como resultado fue reinstalado en su sede. Hilario entonces solicitó al Papa San Leo que justificara su acción sobre el asunto, pero no fue bien recibido por el soberano pontífice y fue obligado a regresar precipitadamente a Galia.



Después de esto envió a algunos sacerdotes a Roma a explicar su conducta pero sin ningún buen resultado. Además algunas personas que estaban hostiles por dicho asunto llevaron varias acusaciones contra él a la Corte de Roma, por lo cual el Papa excomulgó a Hilario, transfiriendo las prerrogativas de su sede a Frejus y motivó la proclamación del Emperador Valentiniano III con el famoso decreto que liberaba a la Iglesia de Viena de toda dependencia de Arles.



Sin embargo hay razones para creer que una vez terminada la tormenta, fue restaurada la paz rápidamente entre Hilario y Leo. Estamos lejos de la época en que ocurrió esta memorable riña y los documentos que pueden arrojar una luz sobre ella son muy pocos para permitirnos emitir un juicio definitivo sobre esta causa y sus consecuencias.



Evidentemente existe el hecho que los respectivos derechos de la Corte de Roma y de la ciudad no estaban suficientemente clarificados en ese tiempo y que el derecho de apelación al papa, entre otros, no estaban explícitamente reconocidos. Existe un número de escritos que se atribuyen a San Hilario, pero están lejos de ser auténticos. Pere Quesnel los coleccionó todos en un apéndice al trabajo en el que ha publicado los escritos de San Leo.



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San Hilario de Arles nació hacia el año 400 en los confines de la Lorena y la Borgoña. Pertenecía a la nobleza romana, por lo que recibió una educación esmerada. Ingresó en la vida monástica en el monasterio de Lerins, bajo la dirección de San Honorato. Cuando éste fue nombrado obispo de Arles se lo llevó consigo como consejero y auxiliar. Cuando murió San Honorato, se apresuró Hilario a volver al monasterio, pero fue reclamado por el clero y la feligresía de Arles para suceder al santo obispo fallecido. El principal quehacer de Hilario fue organizar la vida monástica, por lo que fundó monasterios por toda su jurisdicción episcopal que alcanzaba también a Vienne y Narbona. Los visitó asiduamente, aprovechando sus viajes para predicar, lo que le produjo choques con otros obispos. Era muy austero y todo cuanto tenía lo vendía para ayudar a los pobres. En una ocasión, al no tener nada para remediar a un pobre que vino a él en busca de ayuda, vendió los ornamentos y el cáliz para socorrerle. La condición de los metropolitanos de Arles de vicarios de la sede romana, les concedía autoridad sobre las diócesis de una extensa área. Los intereses encontrados de distintos obispos provocaron largos conflictos que acabaron con su quebrantada salud. Murió el 4 de mayo del 449. Nos 

  

Santos Fileromo y Fileas + 307

SANTOS FILOROMO Y FILEAS, Mártires


Fileas pertenecía a una de las familias más nobles y más antiguas del bajo Egipto. Era originario de Thmuis, ocupó altos cargos, desempeñó funciones públicas y poseía amplios conocimientos filosóficos. Probablemente se convirtió al cristianismo a la edad madura, siendo luego elegido obispo de su ciudad natal. Paralelamente, Filoromo ocupaba un alto puesto administrativo en Alejandría, y también él se convirtió al cristianismo tardíamente. Ambos fueron hechos prisioneros al mismo tiempo y sin duda estuvieron en la mazmorra los últimos meses del año 306.
En este lapso, Fileas dirigió una carta a los fieles de su diócesis exhortándolos a seguir firme en la fe a Cristo aún después de su inminente muerte. Posteriormente, los dos mártires fueron interrogados por Culciano, prefecto de Egipto y al mantenerse firmes a su adhesión a Jesús, fueron condenados a ser decapitados.

Murieron el 18 de mayo del año 307.



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Marción (280 374d.C.) nació en Asia Menor y fue a Roma en el año 140 d.C. donde se unió a la Iglesia. Cayó bajo la influencia de los Gnósticos. Sus herejías fueron combatidas por muchos Padres de la Iglesia y en el año 144 fue excomulgado. Estableció entonces su propia Iglesia con una organización y ritos similares a la Iglesia Romana haciéndose su rival. Según su principal doctrina, el Dios del amor revelado por Jesucristo es muy diferente del Dios de la ley revelado en el Antiguo Testamento. El cristianismo, según el, no es el cumplimiento del judaísmo sino su reemplazo. En vez de "la Ley y los Profetas", Marción propuso "El Evangelio y los Apóstoles". Para lograrlo, de todas las Escrituras escogió el Evangelio de Lucas radicalmente editado y diez de las cartas de Pablo. Este canon propuesto por Marción aceleró los esfuerzos de la Iglesia Católica por establecer su propio canon de las Escrituras. Al rechazar al Dios Creador del AT, Marción rechazó también la creación. Enseñó que la materia y el cuerpo son cosas malas. Practicaba un ascetismo riguroso y mal fundamentado. Llegó a negar que Jesús tuviese un cuerpo real. Marción quiso prescindir del Antiguo Testamento so pretexto de que el Nuevo lo habría hecho caduco. (Cf. Catecismo 123) El Catecismo enseña que "El Antiguo Testamento es una parte de la Sagrada Escritura de la que no se puede prescindir. Sus libros son libros divinamente inspirados y conservan un valor permanente porque la Antigua Alianza no ha sido revocada. En efecto, ´el fin de la economía antigua era preparar la venida de Cristo, redentor universal. Aunque contienen elementos imperfectos y pasajeros, los libros del Antiguo Testamento dan testimonio de toda la divina pedagogía del amor salvífico de Dios" -Cat 121 (Citado de http://www.corazones.org/diccionario/marcionismo.htm)

  

Marcionismo: Es una variante del gnosticismo, que tiene como jefe a Marción, el cual, expulsado por sus ideas, de la comunidad romana, fundó una Iglesia separada que se llamó, por su nombre, marcionismo y duró hasta el siglo V. Según la doctrina de Marción, el Antiguo y el Nuevo Testamento son otra de dos diversos principios: el Antiguo Testamento procede del Dios de la justicia, creador de este mundo, mientras que el Nuevo procede del Dios de la bondad. Bajo el imperio del primero, la humanidad vivió como oprimida por la Ley y fue castigada con severidad; el Dios bueno tuvo, entonces, compasión de la humanidad y salió de su silencio enviando al Redentor. Jesucristo apareció a semejanza de un hombre para inaugurar el reino de la misericordia y del amor; no nació de la Virgen ni sufrió ni murió según la carne. Lo que sucedió en su muerte fue un acto de ira o rabia del Dios malo que para vengarse de la derrota sufrida revolvió los cielos e hizo crucificar al redentor que había tomado la semejanza de hombre. En cuanto a la ética, Marción era intransigente; no admitía el matrimonio, prohibía la carne y el vino. Contra el marcionismo lucharon Teófilo de Antioquía, Melitón de Sardes, Justino e Ireneo, pero el que llevó más a fondo la lucha fue Tertuliano. Tuvo Marción algunos discípulos; entre los más famosos se cuenta Apeles, rico en fama y fortuna, que de Alejandría pasó a Roma, donde hizo pasar por virgen y profetisa a una meretriz que iba detrás de él. En compañía de Filomena, Apeles se dedicó a hacer prosélitos; escribió las Revelaciones en las que cuenta las visiones proféticas de su Filomena, y los Silogismos. Su doctrina se distingue de la de Marción en cuanto niega el dualismo gnóstico y vuelve al monismo. O sea: existe un solo Dios eterno, necesario, omnipotente, bueno, creador de los ángeles. A un ángel rebelde debe atribuirse la creación de este mundo. En cuanto a las almas, defiende la doctrina platónica de la preexistencia; ellas, según esta doctrina, habrían sido arrojadas del cielo a la tierra y encerradas forzosamente en un cuerpo. En cuanto a Cristo, Apeles sostiene que Cristo tuvo un verdadero cuerpo, pero que este cuerpo se quedó en los cielos durante su estancia en la tierra.

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MARCIÓN - PADRES APOLOGISTAS. AUTORES Y OBRAS.

Vamos con los escritores apologistas. Recogemos nuevamente a los autores más destacados y su obra.

El autor San Justino Mártir escribió muchísimo, pero sólo nos han llegado tres obras: "Apologías" (primera y segunda) y "Diálogo contra el judío Trifón". San Justino es el autor más importante del siglo II, es griego, aunque nació en Palestina. Sus padres fueron paganos, pero él anduvo buscando la verdad indagando en distintos grupos filosóficos: platónicos, peripatéticos, estoicos... Al final encontró el cristianismo al que llegó gracias a la lectura de los profetas. Convertido, viajó como predicador ambulante cosechando un nutrido grupo de discípulos. De hecho, en Roma fundó una escuela y tuvo por alumno a Taciano. Fue acusado y condenado a morir decapitado. Posiblemente hacia el año 165.

En el contenido de sus escritos destaca la defensa de las acusaciones que hacen contra los cristianos, en estos textos presenta los grandes temas doctrinales y muestra la religión cristiana como la única verdadera. El "Dialogo con Trifón" es una obra más farragosa y compleja, se trata de un diálogo entre un judío llamado Trifón y un cristiano. En este diálogo hablan sobre la Ley, Cristo y la Iglesia. Es interesante porque muestra la actitud del judaísmo hacia el cristianismo y viceversa.

Hay un escrito anónimo, a Diogneto". Fue descubierto por casualidad en el año 1463. Es un escrito que se ha fechado en el año 190 o 200 aproximadamente. Pertenece a una literatura bellísima y con magnífico estilo. Esta obra es una epístola dirigida un importante sacerdote del paganismo llamado Diogneto. Este Diogneto escribió pidiendo a un amigo cristiano que le informara sobre su religión. El autor responde contando la superioridad y genialidad del cristianismo, la excelente vida de los cristianos. Por sus contenidos apreciamos un escritor ardiente y con amplios conocimientos. Es un lenguaje muy vivo y entusiasta.

El autor San Ireneo de Lyon escribió gran cantidad de obras. Por desgracia se perdieron muy pronto. Hoy tenemos dos obras tituladas: "Adversus haereses" y "Demostración de la enseñanza apostólica". Es un autor que sobresale por encima del conjunto de los apologistas. Su pensamiento teológico tiende a ser revalorizado hoy. Nació en Esmirna y se le vincula a las enseñanzas de Policarpo. Más tarde aparece en Lyon en calidad de Obispo. Vivió en la segunda mitad del siglo II. Es interesante porque fue un gran luchador frente a las herejías gnósticas de su tiempo, por él las conocemos en gran parte. Es muy curiosa también su antropología, original y diferente del platonismo imperante.

"Adversus haereses" es una refutación contra la herejía gnóstica, especialmente de los Valentinianos; demuestra, explica y trabaja desde los Evangelios y los demás escritos del NT. En de las enseñanzas apostólicas" profundiza en el contenido esencial de la fe cristiana aportando pruebas de la Verdad presente en la revelación cristiana. En su teología hablará de la creación del hombre, de la encarnación y de la comunicación de salvación. Dios se hace hombre para que el hombre llegue a Dios. Elabora también una "protología", es decir, una teología sobre el principio de los tiempos, así como una doctrina del pecado original singular.

Tenemos que hablar de los autores gnósticos de la época. Contra estos autores se enfrentaron los Padres de la Iglesia. Son muy numerosos y de muchos de ellos no nos han llegado los escritos, tenemos referencias indirectas. Por esta razón, y para evitar alargarnos en nuestro estudio citamos a dos más conocidos e interesantes:
El autor gnóstico Valentín. Contra este autor se dirigió S. Ireneo. Tuvo, parece ser muchos discípulos y seguidores. Lo conocemos mejor que otros por las referencias que hace San Ireneo.
El autor gnóstico Marción. Este autor lo citamos porque es un gnóstico diferente a los demás. Marción fundó su propia iglesia. Era hijo de un Obispo de la zona del Mar Negro, que más tarde le excomulgó. Marción se enfrentó a la Iglesia de Roma provocando su salida de la comunidad cristiana, este sería además el punto de partida para su cisma. Tuvo bastantes riquezas y logró muchísimos más seguidores que el resto de las Iglesias gnósticas. Es interesante por su visión que tiene del canon de la Biblia. Mutila y elimina parte de los textos de la Biblia y sólo aceptará como canónicos y verdaderos los libros de Lucas y las Cartas Paulinas, los demás textos, incluido todo el AT los desprecia. Esta opinión obligó a la iglesia a enumerar por primera vez los libros que consideraba canónicos.



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«La belleza podrá cambiar el mundo si los hombres consiguen gozar de su gratuidad» Susana Tamaro – católica, escritora - 2004.XII.



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Evangelio según San Juan (3,16-18)  - En aquel tiempo Jesús dijo a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios».

La fuente del amor

En la liturgia del día la segunda lectura, de la segunda carta de San Pablo a los Corintios, es la que más directamente evoca el misterio de la Santísima Trinidad: «La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros». Pero ¿por qué los cristianos creen en la Trinidad? ¿No es ya bastante difícil creer que existe Dios, para añadirnos también el enigma de que él es «uno y trino»? Hay hoy día algunos a los que no les disgustaría dejar aparte la Trinidad, también para poder así dialogar mejor con judíos y musulmanes, que profesan la fe en un Dios rígidamente único.
¡Los cristianos creen que Dios es trino porque creen que Dios es amor! Es la revelación de Dios como amor, hecha por Jesús, la que ha obligado a admitir la Trinidad. No es una invención humana. Dios es amor, dice la Biblia. Así que está claro que si es amor debe amar a alguien. No existe un amor al vacío, no dirigido a alguien. Entonces nos preguntamos: ¿a quién ama Dios para ser definido amor? Una primera respuesta podría ser: ama a los hombres. Pero los hombres existen desde hace algunos millones de años, no más. Antes de entonces, ¿a quién amaba Dios? No puede de hecho haber comenzado a ser amor en cierto punto del tiempo, porque Dios no puede cambiar. Segunda respuesta: antes de entonces amaba el cosmos, el universo. Pero el universo existe desde hace algunos miles de millones de años. Antes de entonces, ¿a quién amaba Dios para poderse definir amor? No podemos decir: se amaba a sí mismo, porque amarse a sí mismo no es amor, sino egoísmo o, como dicen los psicólogos, narcisismo.
Y he aquí la respuesta de la revelación cristiana. Dios es amor en sí mismo, antes del tiempo, porque desde siempre tiene en sí mismo un Hijo, el Verbo, a quien ama con un amor infinito, esto es, en el Espíritu Santo. En todo amor hay siempre tres realidades o sujetos: uno que ama, uno que es amado y el amor que les une.

El Dios de la revelación cristiana es uno y trino porque es comunión de amor. La teología se ha servido del término «naturaleza» o «sustancia» para indicar en Dios la unidad, y del término «persona» para indicar la distinción. Por esto decimos que nuestro Dios es un Dios único en tres personas. La doctrina cristiana de la Trinidad no es una regresión, un compromiso entre monoteísmo y politeísmo. Es un paso adelante que sólo Dios mismo podía hacer que diera la mente humana.
Pasemos ahora a algunas consideraciones prácticas. La Trinidad es el modelo de toda comunidad humana, desde la más sencilla y elemental, que es la familia, a la Iglesia universal. Muestra cómo el amor crea la unidad en la diversidad: unidad de intenciones, de pensamiento, de voluntad; diversidad de sujetos, de características y, en el ámbito humano, de sexo. Y vemos precisamente qué puede aprender una familia del modelo trinitario.
Si leemos con atención el Nuevo Testamento, observamos una especie de regla. Cada una de las tres personas divinas no habla de sí, sino de la otra; no atrae la atención sobre sí, sino sobre la otra. Cada vez que el Padre habla en el Evangelio lo hace siempre para revelar algo del Hijo. Jesús, a su vez, no hace sino hablar del Padre. El Espíritu Santo, cuando llega al corazón de un creyente, no enseña a decir su nombre, que en hebreo es «Rûah», sino que enseña a decir «Abbà», que es el nombre del Padre.
Intentemos pensar qué produciría este estilo si se transfiriera a la vida de una familia. El padre, que no se preocupa tanto de afirmar su autoridad como la de la madre; la madre, que antes de enseñar al niño a decir «mamá» le enseña a decir «papá». Si este estilo fuera imitado en nuestras familias y comunidades, éstas se convertirían verdaderamente en un reflejo de la Trinidad en la Tierra, lugares donde la ley que rige todo es el amor. Zenit

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“No tengo miedo de Dios porque Dios es bueno. Naturalmente soy consciente de mi debilidad, de mis pecados. En este sentido existe un temor de Dios, que es otra cosa que el miedo entendido en sentido humano. San Hilario dijo: «Todo nuestro temor está en el amor». Por lo tanto el amor implica no temor, sino digamos la preocupación de no contrariar el don del amor, de no hacer nada que pudiera destruir el amor. En este sentido hay algo distinto que no es temor, es reverencia, mucha, de modo que nos sentimos obligados realmente a responder bien a este amor y a no hacer nada que pudiera destruirlo”.  Cardenal Ratzinger 2001.



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Diciendo «Dios sí, o tal vez incluso Cristo sí, Iglesia no» se crea un Dios, un Cristo según las propias necesidades y según la propia imagen. Dios ya no es realmente una instancia que está frente a mí, sino que se convierte en una visión mía, que yo tengo, y por lo tanto responde también a mis ideas. Dios se convierte en una verdadera instancia, un verdadero juez de mi ser, por lo tanto también en la verdadera luz de mi vida, si no es sólo una idea mía, sino si vive en una realidad concreta, si verdaderamente se sitúa ante mí y no es manipulable según mis ideas o deseos. Por eso separar a Dios de la realidad en la que Dios está presente y habla a la Tierra quiere decir no tomar en serio a este Dios, que se hace por lo tanto manipulable según mis necesidades y deseos. Considero por esto un poco ficticia esta distinción. Cardenal Ratzinger 2001.



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“Sí, naturalmente los fundamentalistas son muy diferentes entre sí. Diría que, por ejemplo, entre los evangélicos en los Estados Unidos hay personas que se identifican hasta el final con las palabras de la Sagrada Escritura, y pueden así, si son realmente fieles a la palabra de la Escritura, superar el peligro del fanatismo y de una religión que se hace violencia. Pero en todo caso es importante que la religión no sea definida por nosotros mismos, sino que es un don que nos viene del Señor, y que sea vivido en una realidad viva como la Iglesia, que excluye la manipulación por mi parte y que por otro lado está ligada, vinculada a la palabra de Dios; de esta forma diría que tenemos este equilibrio entre una realidad no manipulable, la Palabra de Dios, y la libertad que vive esta palabra y que la interpreta en la vida”. Cardenal Ratzinger 2001.



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GUERRA JUSTA: “Esto es un gran problema. En la preparación del Catecismo había dos problemas: la pena de muerte y la guerra justa eran los temas más debatidos. Es un discurso que ahora se hace concreto en el caso de las respuestas de los americanos. O bien podemos hacer referencia a otro ejemplo, el de Polonia, que se defendió contra Hitler. Diría, no se puede excluir según toda la gran tradición cristiana, en un mundo marcado por el pecado, que existe una agresión del mal que amenaza con destruir no sólo muchos valores, muchas personas, sino la imagen del hombre como tal. En ese caso, defenderse, defenderse también para defender al otro, puede ser un deber. Digamos, por ejemplo, que un padre de familia que ve agredidos a los suyos tiene el deber de hacer lo posible para defender a la familia, la vida de las personas a él confiadas, incluso eventualmente con una violencia proporcionada. Por lo tanto el problema de la guerra justa se define en base a estos parámetros: 1. Si se trata realmente de la única posibilidad de defender vidas humanas, defender valores humanos. Todo ponderado realmente en la conciencia y ponderando todas las otras alternativas. 2. Que se apliquen sólo los medios inmediatos aptos a esta defensa y que se respete siempre el derecho; en una guerra tal el enemigo debe ser respetado como hombre y todos los derechos fundamentales deben ser respetados. Pienso que la tradición cristiana sobre este punto ha elaborado respuestas que deben ser actualizadas sobre la base de las nuevas posibilidades de destrucción, de los nuevos peligros. Provocar, por ejemplo, con una bomba atómica la destrucción de la humanidad puede tal vez incluso excluir toda defensa. Por lo tanto hay que actualizarlas, pero diría que no se puede excluir totalmente a priori toda necesidad, incluso moral, de una defensa de personas y valores con los medios adecuados, contra agresores injustos”. Cardenal Ratzinger 2001.



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PERDONAR: “Naturalmente si uno está herido íntimamente debe superar también esta amargura dada por la herida, y no puede ser algo fácil, porque el hombre está atacado en lo íntimo de su ser, debe purificarse, debe superar las agresiones innatas, y sólo en un camino de purificación interior, que puede ser también difícil, se llega al verdadero perdón; pero en este sentido la necesidad del perdón es también una gracia para el hombre, porque así él mismo es purificado y renovado y se hace más auténtico hombre en el proceso de purificación y de perdón”. Cardenal Ratzinger 2001.



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CASTIGO EN LA LÓGICA DE DIOS: “Dios no nos hace el mal; ello iría contra la esencia de Dios, que no quiere el mal. Pero la consecuencia interior del pecado es que sentiré un día las consecuencias inherentes al mal mismo. No es Dios quien nos impone algún mal para curarnos, pero Dios me deja, por así decirlo, a la lógica de mi acción y, dejado a esta lógica de mi acción, soy ya castigado por la esencia de mi mal. En mi mal está implicado también el castigo mismo; no viene del corazón, viene de la lógica de mi acción, y así puedo entender que he estado en oposición con mi verdad, y estando en oposición con mi verdad estoy en oposición con Dios, y debo ver que la oposición con Dios es siempre autodestructiva, no porque Dios me destruya, sino porque el pecado destruye”. Cardenal Ratzinger 2001.



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AUTORIDAD: “el concepto de autoridad ya casi no existe. Que una autoridad pueda decir algo parece ya incompatible con la libertad de todos a hacer lo que quieren y sienten. Es difícil también porque muchas tendencias generales de nuestra época se oponen a la fe católica, se busca una simplificación de la visión del mundo en el sentido de que Cristo no podría ser Hijo de Dios, sino que se le considera como mito, como gran personalidad humana, que Dios no puede haber aceptado el sacrificio de Cristo, que Dios sería un Dios cruel... En fin, hay muchas ideas que se oponen al cristianismo y muchas verdades de la fe que realmente deben ser reflexionadas nuevamente para ser expresadas adecuadamente al hombre de hoy. Así, uno que está encargado de defender la identidad de la fe católica en estas corrientes que se oponen a nuestra visión del mundo necesariamente se ve en oposición con muchas tesis dominantes de nuestro tiempo, y por lo tanto puede parecer como una especie de oposición a la libertad del pensamiento, como una opresión del pensamiento libre; por lo tanto necesariamente este trabajo crea oposición y reacciones negativas. Pero debo decir que también muchos están agradecidos porque en la Iglesia católica persiste una fuerza que expresa la fe católica y da un fundamento sobre el que poder vivir y morir. Y esto es para mí lo consolador, satisfactorio, y que veo muchas personas que están agradecidas porque esta voz existe, porque la Iglesia sin violencia, sólo con los medios de convicción, busca responder a los grandes desafíos de nuestro tiempo”. Cardenal Ratzinger 2001.



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BONDAD: “naturalmente para mí bondad implica también la capacidad de decir «no», porque una bondad que deja pasar todo no hace bien al otro; alguna vez la forma de la bondad puede ser también decir «no» y arriesgarse así incluso a la contradicción. Pero incluso esto debe estar realmente alimentado no por sentido de poder, de reivindicación, sino que debe provenir de una bondad última, del deseo de hacer bien al otro”. Cardenal Ratzinger 2001.



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“La Iglesia es siempre joven y el futuro siempre pertenece a la Iglesia. Todos los otros regímenes que parecían muy fuertes han caído, ya no existen, sobrevive la Iglesia; siempre un nuevo nacimiento pertenece a las generaciones. Confianza, ésta es realmente la nave que lleva a puerto”. Cardenal Ratzinger 2001.


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