Ocho de septiembre de 1925. Ese fue el día en que la Historia militar
cambió cuando España llevó a cabo el primer desembarco de infantería apoyado por
carros blindados, buques e, incluso, unidades aéreas cerca de la bahía de Alhucemas (al norte de
África). Aquella jornada, la cual pondría fin a la guerra en el
Protectorado, sentó las bases de lo que, casi una veintena de años después,
sería el «Día D» de los aliados en Normandía.
El calendario marcaba entonces el comienzo del siglo XX, una época en
la que cada rincón de Europa andaba revolucionado por conseguir expandir sus
posesiones en el norte de África, la nueva tierra prometida.
De hecho, tal era la tensión por hacerse con un trozo de este terreno que, en
1906, varios países se pusieron de acuerdo para celebrar la «Conferencia
de Algeciras», una reunión mediante la que se pretendía buscar la paz entre
las diferentes regiones con intereses en este continente.
Un desgraciado regalo
Finalizada esta conferencia, parece que, alguien decidió regalar un
trozo del pastel Africano a España, a la que se le cedió el Protectorado de
Marruecos (el cual incluía, entre otros territorios, el Rif y Yebala).
Más les valdría haberse tragado su premio de consolación, pues lo que se nos
concedió en realidad fue una
zona rebelde que no estaba dispuesta a admitir nuestro rojo, amarillo y
rojo. Así pues, no hubo que esperar mucho hasta que las diferentes tribus
rifeñas fueron, año tras año, plantando cara a los españoles ubicados en esta
nueva región a base de espada, caballo y guerrilla.
Sin más remedio, desde la Península comenzó el envío masivo de miles
y miles de soldados. Hombres que, en muchos casos, carecían de la
preparación y el equipamiento necesario para hacer frente a las sucesivas
acometidas de Abd El Krim, un nuevo líder
rifeño de la cabila (tribu,
que diríamos aquí) de Beni Urriaguel, la más molesta con diferencia para
las tropas españolas.
Corría por aquellos días el año 1921, tiempo en que,
como los españoles estaban ya hasta el chambergo de tanto rebelde por aquí e
insurrección por allá, los oficiales decidieron ajustarse bien los correajes y
llevar a cabo varios asaltos para acabar con la rebelión rifeña. No pudieron
cometer un error mayor, pues, lejos de rendirse, los seguidores de Abd El Krim
les infringieron dolorosas derrotas
como la de Annual, donde fallecieron y fueron capturados más de 10.000 soldados hispanos.
En estas andaba la Guerra del Rif (con derrota tras derrota para el
ejército español) cuando Abd El Krim decidió atacar también un territorio
francés ubicado al norte de Marruecos. «Oh la la! Ça eté une erreur» debieron
pensar los gabachos, ya que, sin tardar, contactaron con Miguel
Primo de Rivera (al frente de España) para dar solución, de una vez por
todas, al conflicto con aquellas insistentes cabilas. Así pues, ambas potencias
pusieron a sus militares a trabajar para, mediante una operación definitiva,
ganar la supremacía en el Protectorado.
La idea del desembarco
Tras llevar a cabo un estudio exhaustivo, Primo de Rivera tomó una
decisión arriesgada: atacar
el corazón de la revuelta a través del mar con un desembarco masivo de
tropas franco-españolas. «Alhucemas, zona de asentamiento de la cabila de Beni
Urriaguel, a la que pertenecía Abd El Krim, constituía un foco permanente de la
rebelión rifeña. Por tierra, todas las operaciones militares españolas (…)
tuvieron como objetivo la ocupación de Alhucemas, fracasando una tras otra. (…).
El propósito de la operación anfibia consistió en el desembarco de dos brigadas
reforzadas para ocupar una base de operaciones en la zona de Alhucemas» afirman
Juan Vázquez y Lucas Molina en su obra «Grandes batallas de España» (Ed.
Susaeta).
De esta forma, se estableció como objetivo principal la toma
Alhucemas (ubicada en el norte de Marruecos a un centenar de kilómetros de
Melilla), algo que ya se había planteado anteriormente. «La idea de un
desembarco en las costas de Alhucemas no se manifestó concretamente en un
momento determinado , sino que se fue elaborando por lenta gestación (…) a
partir del momento en que nuestra acción militar, desde la campaña de 1909, nos
fue revelando (…) que el guerrero más fuerte (…) era el rifeño de Beni Urriaguel
y que esta cabila era la que dirigía y encuadraba la rebelión y la que daba
contingentes de mayor valor combativo», señala, en este caso, el general Manuel
Goded –quien participó en el desembarco- en su libro «Marruecos. Las etapas de
la pacificación».
Fuerzas en combate
Así pues, se determinó que la operación se llevaría a cabo a
principio de septiembre de 1925 y que contaría con el apoyo de la marina y la
fuerza aérea. Con todo, el peso de la maniobra recaería sobre dos columnas de infantería que
partirían desde Ceuta y Melilla. De esta forma, el de Alhucemas se
convertiría en el primer desembarco aeronaval de la Historia, una maniobra que,
años más tarde, se repetiría en las playas de Normandía de manos del bando
Aliado. El mando supremo lo asumió, como no podía ser de otra forma, Primo de
Rivera, que, a su vez, contó bajo sus órdenes con los generales Sanjurjo
(ejército de tierra) Soriano (fuerza aérea) y Yolif (armada).
«Las fuerzas de desembarco consistían en dos brigadas reforzadas,
cada una de ellas formada por cuatro a seis batallones de infantería, tres
baterías de artillería, dos
banderas de la Legión (entre 700 y 1400 hombres ambas), dos o tres tabores de regulares (cada
uno con 400 o 600 soldados) y unidades de ingenieros, intendencia y sanitarias,
y serían trasportadas por dos convoyes diferentes. Uno de ellos, con la brigada
del general Saro Martín partiría desde Ceuta. (….) La brigada se dividía en tres
columnas (…) una de ellas (…) la del coronel Francisco Franco
(4500 hombres) (…) eras la columna más potente y veterana. (…) El otro
convoy, que partiría desde Melilla, transportaría la brigada del general
Fernández Pérez, (…) que se dividía en la columna de Goded (…) y la de Adolfo
Vara del Rey», añaden Vázquez y Molina.
En total, entre España y Francia lograron reunir
un contingente de 13.000 soldados y más de una veintena de piezas de
artillería. A su vez, y por primera vez en la Historia militar, varios
carros de combate serían desembarcados a través de barcazas para apoyar el
asalto de la infantería. Concretamente, en la contienda participarían 11 tanques
ligeros
«Renault FT 17» y media docena de los antiguos «Schneider CA1».
Por su parte, la
Armada colaboró con dos acorazados (el «Alfonso XIII» y el «Jaime I»), 4
cruceros, 2 destructores, 7 cañoneras, 11 buques guardacostas Uad, 6 torpederos
y el portahidroaviones «Dédalo». Conjuntamente, puso a disposición de la
infantería 26 barcazas de transporte «K» -las cuales podían trasladar a unos 300
hombres y contaban con un ligero blindaje-. Los galos añadieron a este
contingente 1 acorazado, 2 cruceros, 2 torpederos, 2 monitores y un remolcador
con globo cautivo (es decir, amarrado y dedicado principalmente a tareas de
avistamiento de unidades enemigas). En total, 67 navíos de guerra además de
varios buques menores destinados al apoyo logístico.
Finalmente, las
fuerzas aéreas no se quedaron atrás y aportaron al contingente desde
bombarderos ligueros «Breguet» hasta varios cazas biplanos «Bristol». «La
incipiente aviación militar contribuyó con más de un centenar de aviones que,
junto con la aeronáutica naval y los aviones franceses sumaban más de 150
aeronaves», destacan los autores españoles en su obra. Sea como fuere, lo cierto
es que España dispuso cualquier elemento que disparara para tomar Alhucemas. Sin
embargo, ser derrotado con semejante dispositivo podía significar una
humillación a nivel internacional. La suerte estaba echada.
Y es que, en contra de los españoles se ubicaba en Alhucemas un enemigo que no
era, ni muchos menos, incompetente. Abd El Krim había logrado ubicar en las
proximidades nada menos que 9.000 rifeños quienes, apoyados por expertos
contratados a sueldo procedentes de varios países, habían sido entrenados en el
uso de las diferentes armas de mano y artillería. A ellos se sumaban 14 cañones
de campaña de 70 y 75 mm robados en anteriores operaciones a los españoles,
incontables fortificaciones, decenas de nidos de ametralladoras e, incluso,
centenares de minas que habían sido enterradas a lo largo de una de las playas
donde se realizaría el desembarco.
Las órdenes a seguir
Calculado el contingente, se enviaron las órdenes y los objetivos a
cumplir. Así las recuerda Goded: «Utilizando todos los transportes disponibles,
debidamente protegidos por las fuerzas navales y buques de guerra franceses (…)
ambos núcleos desembarcarían sucesivamente, el primero (procedente de Ceuta) en
la plaza de la Cebadilla, con la misión de envolver Morro
Nuevo, estableciendo sólido frente defensivo, y el segundo (procedente de
Melilla) se subdividiría a su vez en otros dos (…) de los que el de vanguardia
realizaría demostraciones frente a la playa (…) para desembarcar en la que
hallase menos resistencia».
Tras completarse estas primeras fases, las más difíciles sin duda de
toda la operación, los españoles tenían órdenes de establecer un perímetro
defensivo para, posteriormente, avanzar hasta la cabila de Abd El Krim fusil y machete en
mano. A su vez, y en un intento de engañar al enemigo, los mandos
ordenaron una falsa operación: «Simultáneamente al desembarco, y por lo que
respecta a nuestra zona oriental del Protectorado, se iniciaría un avance (…)
con el fin de mantener fija la atención del enemigo (…) sin entablar un combate
cruento», destaca el oficial.
Con las órdenes establecidas, únicamente faltaba que el mando supremo
diera el visto bueno para el comienzo de la operación, cosa que el general en
jefe hizo el 2 de septiembre enviando el siguiente comunicado al oficial de una
de las secciones de desembarco: «Excelentísimo señor. Poderosas razones de
índole política y militar, que huelgan enumerar por sobrado conocidas, han
decidido al Gobierno a disponer la operación en Alhucemas, que tendrá lugar del
5 del actual en adelante si el estado del mar lo permite». No andaba
desencaminado Primo de Rivera, ya que la operación se tuvo que retrasar hasta el
día 8 debido, entre otras cosas, a las inclemencias del tiempo y lo bravo de la
marea.
Soldados repartiendo el desayuno en las nuevas posiciones
En la mañana del
día 8, y a plena luz del día, el silencio de la mañana quedó roto por el
tronar de cientos de cañones que, desde los buques españoles y franceses,
soltaron sus proyectiles sobre las posiciones defensivas de los rifeños. Su
misión: apoyar el desembarco y evitar que pudieran llegar refuerzos enemigos a
la playa. A pesar del humo de la artillería, desde los navíos se podía
distinguir perfectamente el campo de batalla, un terreno amplio flanqueado a la
izquierda por dos cabos (Morro Viejo, más cercano, y Morro Nuevo, más alejado) y
a la derecha por el monte Malmusi. Delante de todos estos accidentes del terreno
se ubicaban las dos playas a conquistar: la de la Cebadilla (centro) y la de
Ixdain (derecha). Todas quedarían teñidas de sangre al final del día.
El reloj marcaba las 11:40 de la mañana cuando los soldados partieron. Las
primeras columnas en embarcar en las «K» fueron las comandadas por Francisco Franco y el coronel
Martín –con 4.500 y 2.800 hombres respectivamente-. Estas, navegaron en
una quincena de barcazas bajo un leve fuego de artillería y fusilería rifeña
hasta llegar a la playa. Por suerte, fueron apoyadas no solo por los buques
aliados, sino también por la aviación que -guiada por el globo de observación-
acabó con varios cañones enemigos.
Sin embargo, la situación se complicó al llegar a la playa pues,
debido a una serie de errores en los cálculos, las lanchas no pudieron arribar
directamente en tierra. «Vararon a las 12 en punto las “K” más adelantadas,
quedando como a unos 50
metros de la orilla y más de uno de profundidad, siendo inmediatamente
lanzadas las planchas de desembarco por las que las fuerzas, sin la menor
vacilación, con el agua al pecho y el armamento en alto, pusieron pie en
tierra», destaca el oficial español. Lo mismo sucedió a los blindados «Renault»
los cuales, lanzados en las primeras oleadas, no pudieron desembarcar hasta el
día siguiente al ser para ellos imposible atravesar el metro de agua ubicado
entre los transportes y la playa.
A su vez, las
dificultades para los españoles no acabaron al pisar tierra firme, ya que
-desde los montes- los rifeños les recibieron a base de ametralladora, fusil y
artillería. Con todo, el fuego fue devuelto con rabia por los soldados de la
Legión que, con las balas silbando cerca de sus cabezas y sus compañeros cayendo
a decenas, avanzaron hasta el flanco izquierdo para tomar posiciones cerca de la playa de la
Cebadilla. No había otro remedio, pues había que asegurar la zona para la
siguiente oleada. Con el paso de las horas, finalmente se consiguió tomar parte
de la playa y el Morro Nuevo a base de bayoneta calada y con el peligro de
alguna que otra peligrosa granada lanzada por los defensores.
Así recuerda en sus memorias aquel asalto Juan Luque, periodista que
–desde uno de los buques- vivió en primera persona esa batalla como corresponsal del «Diario de
Barcelona»: «Cuando varan en el fondo de arena o piedras, la Legión que
manda Franco (…) se tira al agua y ante ellos los guardacostas, tienden un
abarrera de fuego que impide se acerque el enemigo. Ya están en tierra, ya se
ven como puntitos movedizos, columnas de hombres en guerrilla que, sobre blanco
con oscuro, se nos figuran aquellas líneas de puntos notas en un pentagrama que
escriben una página musical, épica y gloriosa, que aleja al influjo de sus notas
el fantasma del indómito rifeño. Ojo, están en tierra: ya tabletean las
ametralladoras, ya los hombres invaden todo».
Con una gran parte de las playas y Morro Nuevo bajo bandera española
y el frente parcialmente asegurado, era el momento de que arribara la segunda
oleada de soldados. No obstante, la llegada de los refuerzos se retrasó debido a
que el enemigo había minado parte de la Cebadilla. Por ello, bajo las continuas
ráfagas de plomo que los rifeños enviaban sobre las tropas españolas, hubo que
detonar las bombas para asegurar la posición.
«Durante el resto del día se procedió a desembarcar el material necesario
para continuar la operación. Estas operaciones fueron, aunque bien
organizadas, lentísimas, pues las escasas barcazas se utilizaban a la vez tanto
en función táctica como logística, además de servir para la evacuación de bajas,
y ese resultaba un compromiso imposible. No obstante, al anochecer, la brigada
Saro estaba sólidamente establecida en la línea de alturas alcanzada. Al final
del día 10.000 hombres estaban ya en tierra», destacan los autores
españoles.
El ataque más cruento
En los dos días posteriores las diferentes columnas de la escuadra de
Ceuta tomaron posiciones para defender la llegada de sus compañeros, algo que no
fue sencillo pues los rifeños, decididos a devolver a las tropas españolas al
mar, trataron de romper varias veces sus defensas. De hecho, los hombres de Abd
El Krim llegaron incluso a enviar varias patrullas suicidas con las que intentar
destruir el cerco español. No sirvió de nada; las tropas hispanas lograron
resistir hasta la extenuación hasta la llegada de la columna de Ceuta.
Sin embargo, el asalto más sangriento se vivió el día 11 y su
protagonista fue la columna Goded, a la cual, durante ese día, se le asignó la
responsabilidad de defender las posiciones de vanguardia más cercanas al
enemigo. «El punto de ataque estaba bien elegido pues, si como esperaba Abd El
Krim, hubiese logrado hundir el frente de la columna (…) las fuerzas enemigas,
descendiendo por la barrancada de la playa de los
Frailes, habrían cogido de revés todas las posiciones de la columna Ceuta
cortando las de la playa de la Cebadilla y la situación del cuerpo de desembarco
habría sido desesperada», destaca el propio general en su obra.
El sangriento asalto comenzó a las 8 sobre la línea de defensa de
Goded. A viva voz, los rifeños cargaron sin piedad contra las tropas españolas
en un fiero asalto ante el que los cansados hispanos no pudieron más que plantar
la rodilla en tierra y disparar por sus vidas. El envite fue tan brutal que la
línea llegó a romperse en varias ocasiones y, desde la retaguardia, hubo que
despachar refuerzos. Y es que, si esa primera columna era vencida, el resto del
ejército sería cogido por sorpresa mientras desembarcaba.
La sangre no paró de correr en aquella línea de defensa durante toda la noche y
parte de la madrugada, pues
los hombres de Abd El Krim no cejaron en su empeño de expulsar a sus
enemigos. Con la llegada del alba, la mayoría de militares de nuestro
país habían agotado su munición y, en algunos casos, habían tenido que repeler
al enemigo con piedras.
«Fue la noche más amarga que he pasado en mi vida militar, más que
por el peligro material que en ella corrimos los que soportamos la violenta y
desesperada reacción enemiga, por la enorme responsabilidad que
sobre mi columna pesaba y las tremendas consecuencias que comprendí
tendría el ataque para todo el cuerpo de desembarco si el enemigo lograba romper
nuestro frente», finaliza el militar español.
El del día 11, además de un posterior asalto dos jornadas después que
fue repelido sin dificultades, fue el último gran ataque de los rifeños que,
tras ser rechazados, comenzaron a replegarse poco a poco hasta su cabila.
Semanas después todo el territorio sería español, Abd El Krim se rendiría, y la
guerra se daría por finalizada. Todo ello gracias al desembarco cerca de
la bahía de Alhucemas, la primera operación aeronaval de este tipo en la
Historia.
Manuel P. Villatoro
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