El escritor madrileño de ascendencia ubetense, Medardo Fraile, maestro del cuento, perteneciente a la generación de los 50, ha muerto esta madrugada en Glasgow (Escocia), lugar donde residía desde 1967, según han informado este sábado fuentes cercanas a la familia. Era uno de los cuentistas más importantes y valorados de las últimas décadas. Considerado un clásico del género, Fraile era un autor de culto, no muy conocido entre el gran público, en parte debido a su larga estancia fuera de España.
El escritor, a pesar de su avanzada edad, gozaba de buena salud, aunque acababa de pasar un resfriado, según Juan Casamayor, director de la editorial Páginas de Espuma, en la que se habían publicado en 2004 sus cuentos completos, 'Antología y verdad', y en 2010 otro libro de relatos 'Antes del futuro imperfecto'.
«Hacía tan solo 24 horas que habíamos intercambiado correos electrónicos. Estábamos hablando de un proyecto que teníamos, la publicación de otro libro con sus cuentos. Tenía una voz estupenda, mucha energía, se hallaba muy ilusionado: todo hace pensar que le ha dado un infarto», ha señalado Casamayor.
Su relación con Úbeda
Desde distintos sectores de la cultura ubetense hoy se lamenta esta gran pérdida. Y es que, tenía una relación muy afectiva con la ciudad de los cerros. Aunque nació en Madrid, pasó gran parte de su infancia en Úbeda, por la que sentía mucho cariño y donde guardaba grandes amistades. No en vano, inmortalizó a la localidad en algunos de sus relatos, aunque denominándola Beuda, un anagrama que, con un ligero cambio en el orden de las letras, da el nombre del municipio ubetense.
Así lo reconoció a IDEAL en la última de sus diversas visitas a la ciudad que sirvió de escenario para su niñez. Fue el 6 de noviembre de 2009, cuando presentó en el Hospital de Santiago su libro 'El cuento de siempre acabar. Autobiografía y memorias', en un acto organizado conjuntamente por el Centro Asociado Andrés de Vandelvira de la UNED y el Ayuntamiento, y en el que estuvo acompañado por los profesores José Biedma y Aurelio Valladares.
Según contó, su madre era de Úbeda y fue doncella en una casa grande que formaba esquina entre las calles Minas y Victoria. Medardo Fraile residió allí durante muchas temporadas, incluso tras la muerte de su madre, siendo él un niño, pues los propietarios le trataron como a un miembro más de la familia, con la que siempre mantuvo relación aunque posteriormente ya no estaban en Úbeda. También narró que prefirió utilizar Bedua a Úbeda porque no quería que resultara un emplazamiento demasiado localizable, pero quien conoce la ciudad fácilmente la ve retratada en las alusiones que hace a ella.
Trayectoria
Doctor en Letras por la Universidad de Madrid en 1968, el escritor se dedicó profesionalmente a la docencia, actividad que compaginó con la de narrador de cuentos y articulista. Desde 1967 vivió en Escocia, y fue profesor de español en la Universidad de Strathclyde (Glasgow), donde llegó a ser catedrático emérito de esta institución desde 1987.
Colaboró en infinidad de diarios y revistas, dentro y fuera de España, y publicó más de treinta libros (cuentos literarios y juveniles, novela, colaboraciones de prensa, estudios literarios, teatro y ensayo). Además impartió cursos y conferencias en España, Portugal, Francia, Suiza, Reino Unido, Estados Unidos y Canadá.
Durante su época estudiantil, Medardo Fraile participó en la fundación de Arte Nuevo, primer grupo de teatro de ensayo de España tras la guerra civil, junto con Alfonso Sastre y Alfonso Paso, pero abandonó el teatro para dedicarse a la narrativa. Siempre se encontró más cómodo en el relato breve, género en el que, junto a Ignacio Aldecoa y Francisco García Pavón, es uno de los máximos exponentes de la literatura española del siglo XX, a pesar del escaso prestigio que este género tenía en España. Publicó más de un centenar de relatos breves, algunos de los cuales han sido incluidos en numerosas antologías del cuento español de posguerra.
Entre sus premios principales se encuentran el Premio Nacional de la Crítica, el Sésamo, el de la Estafeta Literaria y la Hucha de Oro, además del Premio Ibáñez Fantoni de artículos periodísticos.
Alberto Román
Que nada se detiene cuando alguien muere es la primera constatación de la tristeza. Hoy, han cambiado el rótulo de una tienda cerca de la casa madrileña de Medardo Fraile (que compró con el dinero que le dieron cuando ganó la Hucha de Oro de 1971), pero él ya no lo verá. Eso no es poca cosa. Si fuera otro escritor, la historia del rótulo no tendría importancia, pero si Medardo Fraile lo hubiera visto, habría podido escribir un cuento perfecto a partir de esa anécdota y nosotros, los que le admiramos, habríamos podido leerlo. Ya nada de eso ocurrirá. Tristitia magnum. Después de que le buscara durante algún tiempo -su gran amiga la escritora Angelina Lamelas le llevó a rastras al Hospital de la Princesa donde le salvaron la vida el 1 de noviembre de 2004-, la muerte encontró a Medardo Fraile el pasado sábado, 9 de marzo, durmiendo en su casa de Glasgow donde vivía desde hacía poco menos de medio siglo. Fraile dejó escrito que no tenía prisa alguna por morirse, y quizá por eso publicó hace tres años uno de los libros de memorias más perfectos jamás escritos: "El cuento de siempre acabar" (Pre-textos, 2009). Publicar a los 84 años la primera parte de unas memorias y anunciar que habría segunda parte si hubiera “tiempo y ánimo”, es puro medardismo.
Que nada se detiene cuando alguien muere es la primera constatación de la tristeza. Hoy, han cambiado el rótulo de una tienda cerca de la casa madrileña de Medardo Fraile (que compró con el dinero que le dieron cuando ganó la Hucha de Oro de 1971), pero él ya no lo verá. Eso no es poca cosa. Si fuera otro escritor, la historia del rótulo no tendría importancia, pero si Medardo Fraile lo hubiera visto, habría podido escribir un cuento perfecto a partir de esa anécdota y nosotros, los que le admiramos, habríamos podido leerlo. Ya nada de eso ocurrirá. Tristitia magnum. Después de que le buscara durante algún tiempo -su gran amiga la escritora Angelina Lamelas le llevó a rastras al Hospital de la Princesa donde le salvaron la vida el 1 de noviembre de 2004-, la muerte encontró a Medardo Fraile el pasado sábado, 9 de marzo, durmiendo en su casa de Glasgow donde vivía desde hacía poco menos de medio siglo. Fraile dejó escrito que no tenía prisa alguna por morirse, y quizá por eso publicó hace tres años uno de los libros de memorias más perfectos jamás escritos: "El cuento de siempre acabar" (Pre-textos, 2009). Publicar a los 84 años la primera parte de unas memorias y anunciar que habría segunda parte si hubiera “tiempo y ánimo”, es puro medardismo.
El medardismo es un movimiento que reivindica el cuento como obra mayor de la literatura y vindica el propio nombre de “cuento” en oposición a “relato breve”, construcción inventada para huir de las connotaciones infantiles de la palabra cuento y darle marchamo de respetabilidad frente a la novela. Medardo Fraile jamás tuvo esos complejos, ni siquiera el de pensar que debería haber sido un escritor de masas o un genio delirante.
Por la calle del medio
Fraile nació en 1925, por lo que cabe reflexionar que durante la primera parte de su larga y notable vida no hizo otra cosa que vérselas con extremismos. Él prefirió tirar por la calle del medio, que es la de concentrarse en la mesura sin izar bandera alguna que no fuera la de su propia existencia. Su problema fue que aquella era una bandera lejana, como un punto en la distancia, una bandera escocesa envuelta en brumas montañosas. Si Medardo Fraile no hubiera abandonado España tan pronto y no se hubiera afincado en Escocia, el ministro Wert se habría visto obligado a acudir a su capilla ardiente.
Fraile iba para grande de España cuando participó junto a Sastre y Paso en el primer grupo de teatro de ensayo tras la Guerra Civil. Arte Nuevo. El pasaje de sus memorias sobre el triunfo apoteósico de la obra “Ha sonado la muerte” en el Infanta Beatriz gracias a una visita a Doña Carmen Polo -que frecuentaba el teatro por no aguantar los tostones del cinematógrafo “que tanto entretiene a Paco”- refleja mejor que mil colmenas de Cela lo que era la creación cultural en la España de la posguerra.
De 1943 a 1948, como dejó escrito Fraile: “Hubo, simultáneamente, tantas iniciativas, realizaciones y resultados, tanta vida y ajetreo, que no sólo parece mentira, sino difícil de saber cuándo y cómo hicimos tanta cosa”. Arte Nuevo fue un éxito que arruinó a sus fundadores y condujo a Medardo Fraile, al que le interesaba todo, no solo el teatro, pero al que no le gustaba el ambiente, al camino del escepticismo y de allí, al sórdido mundo del periodismo de reportajes, a los navajeos del articulismo y a la docencia (sus alumnos, los de España y los de la Universidad de Strathclyde siempre hablaron bien de él). Y de allí, a Aldecoa, al malogrado jefe de toda una generación de cuentistas, la más o menos bien llamada "generación del medio siglo".
Vanguardista del idioma
A principios de los 50, Aldecoa ya tenía decidido que no sería poeta porque prefería el cuento. Él fue quien enseñó a los demás el camino del realismo sajón que Medardo Fraile ya conocía porque atesoraba unas dotes bárbaras para la observación implacable, metafórica y detallista hasta la minucia, de lo cotidiano. Fraile no era Azorín sino otra cosa, un vanguardista del idioma que consiguió, a fuerza de ser un perfeccionista de las palabras y del pulso narrativo, que todo el mundo entienda lo que escribe.
Un día, hacia 1964, Medardo Fraile, adorado por la crítica pero desengañado del ambiente, quiso marcharse de España y consiguió una plaza de lector en Gran Bretaña después de rechazar Monrovia con la excusa de que no quería ir a un lugar en el que hubiera moscas. Peregrinó por varias ciudades inglesas hasta que de Southampton pasó a Glasgow, donde vivió como tiene que vivir un madrileño de sangre materna andaluza (sus cenizas serán esparcidas la semana que viene en Úbeda, entre olivos): horrorizado ante el hecho implacable de que en las tierras bajas escocesas oscurece a las tres de la tarde.
Pero entonces, también hace casi medio siglo, Fraile tuvo la inmensa fortuna de conocer a Janet, una profesora de español que el pasado 9 de marzo, cuando murió, dormía a su lado, en la habitación principal de su casa de dos plantas en la que el mejor cuentista español, quién sabe si de todos los tiempos (con permiso de Lamelas, Aldecoa, Murciano, Zapata, Ferrer-Vidal, Peraile, Aleixandre y mil más), escribió cuentos prodigiosos mientras recordaba España con perfeccionista melancolía.
En su último correo electrónico, enviado un día antes de su muerte a la vuelta de un viaje a Estocolmo en el que el escritor de "La cola de la culebra" se maravilló de la calidad de la nieve en Suecia (“no como la escocesa, que encharca y no vale nada”), Medardo Fraile, gran amigo de Ferlosio y de Merino, escribió: "Acabamos de llegar, más cansados que antes o, mejor dicho, cansados de otra forma, que es un modo de descansar".
JA. Fuster
Andrea y la Pasión
Medardo Fraile tuvo una hija a la que amó por encima de todas las cosas y a la que buscó un nombre que se pudiera pronunciar bien en inglés y en español. Andrea. Él, que caminó por la vida de la mano del agnosticismo del hombre bueno, sufrió cuando ella tomó la decisión de meterse a monja. Sin embargo, las ganas terribles que tenía el escritor de unirse a lo que su hija sentía, le llevaron de nuevo al camino de la fe y de la piedad. Así fue como Dios lo encontró. Dormido y en paz. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario