San Juan Damasceno (en árabe, يوحنا الدمشقي Yūhannā al-Dimašqī; en latín: Iohannes Damascenus, en griego: Ιωάννης Δαμασκήνος) (Damasco, Siria, 675 - 749) fue un teólogo y escritor sirio, es doctor de la Iglesia.
Llamado Damasceno por ser de Damasco, capital de Siria.
Defendió la práctica de la veneración de imágenes contra los iconoclastas.
Llamado "Orador de Oro" por su elocuencia. Gran poeta de la Iglesia del Este.
Nació de familia acomodada, su padre era ministro en Damasco, pero Juan renunció a esa vida, repartió sus posesiones entre los pobres y entro en el monasterio de San Sabas, cerca de Jerusalén. Se dedicó al estudio y a escribir. Quería hacer llegar los profundos tesoros de la fe a todo el mundo.
Cuando León el Isaurico, emperador de Constantinopla, prohibió el culto a las imágenes, haciéndose eco de los iconoclastas que acusaban a los católicos de adorar imágenes, San Juan Damasceno se hizo portavoz de la ortodoxia enseñando la doctrina católica. No adoramos imágenes sino que las veneramos.
Lo que es un libro para los que saben leer, es una imagen para los que no leen. Lo que se enseña con palabras al oído, lo enseña una imagen a los ojos. Las imágenes son el catecismo de los que no leen. -San Juan Damasceno.
«Madre de la vida, haz morir en mí las pasiones de la carne que
matan el espíritu. Protege a mi alma cuando salga de esta tienda mortal para ir
a otro mundo ignorado. La tempestad de las pasiones ruge en cor mío, las olas de
la iniquidad me empujan hacia el escollo de la desesperación. Estrella de los
mares, haz renacer la calma entre las olas. El león ruge buscando a quién
devorar. No me dejes entre sus garras, oh tú, Virgen Inmaculada, que diste al
mundo un Niño Divino, dominador de furias y leones»...
Así escribía aquel enamorado de la Virgen María que extenderá su
culto y devoción entre el pueblo y entre los más sabios. Era San Juan Damasceno,
el gran defensor de las imágenes de Jesucristo, de la Señora y de los
Santos.
San Juan es el último Padre de la Iglesia de Oriente. Es como un
río abundante en dos vertientes que aprovecha al máximo y en sus maravillosa y
abundantes obras dejará de ello un perenne testimonio: la tradición y fidelidad
al pasado, a los Padres y Magisterio de la Iglesia, y su amor y profundo
conocimiento de las Sagradas Escrituras.
Se le dan dos nombres: «Damasceno» por haber nacido en Damasco y
«Crisorroas» que significa «que fluye oro». Por la riqueza de su doctrina le
llamaron así los antiguos.
El origen de su llamamiento, desde el hijo de cobrador de
impuestos a los cristianos hasta llegar al retiro del Monasterio de San Sabas,
es bello y aleccionador. Aprende las maravillas de nuestra fe, las vive, se
convierte en un profundo conocedor de la doctrina de Jesucristo y empieza a
predicarlo. Pero esto no le llena. No se ve maduro, y por lo mismo se retira al
desierto, al famoso Monasterio de San Sabas, cerca de Jerusalén. Él en su
juventud había disfrutado de todos los halagos que puede ofrecer el mundo,
porque su padre, Sergio Mansur, es el que desempeña el papel de «logoceta», es
decir, el de cobrador de impuestos que los cristianos deben entregar al califa.
Sus padres son muy buenos cristianos y él crecía de día en día en la fe, pero
aquella vida no le llenaba su gran corazón. Por ello, ahora, en la soledad del
silencio y en las largas horas que pasa en oración, va madurando aquella alma
que será un horno de fuego con su palabra y con su pluma en defensa de los
valores de la fe cristiana cuando la vea atacada.
Los califas árabes atacan a los cristianos. Abundan los mártires
por fidelidad a la fe. Ante Juan Mansur se abren dos caminos: o llegar a ser
algo grande entre los musulmanes, porque le ofrecen cargos muy tentadores, o
pasar por un anónimo cristiano viviendo y defendiendo su fe. Se decidió con
valentía por lo segundo y a fe que no llegó a ser un desconocido cristiano, ya
que con sus sermones arrebatadores y con sus abundantes y sólidos escritos
llegará a ser una de las lumbreras más grandes de todos los tiempos.
El año 726 el emperador de Bizancio León el Isáurico proclama una
Bula de prohibición de las imágenes. Juan se levanta, con fuerza, para defender
su uso como medio para despertar la fe. Y dice: «Lo que es un libro para los que
saben leer, eso son las imágenes para los analfabetos. Lo que la palabra obra
por el oído, lo obra la imagen por la vista. Las santas imágenes son un memorial
de las obras divinas». Aquel iconoclasta, León el Isáurico, tuvo un valiente
opositor. Le cortaron la mano para que ya no escribiera más sobre esto, pero la
Virgen María milagrosamente se la devolvió para que su fiel servidor continuara
su obra defensora. Sus obras son profundas, elegantes, llenas de celo y de
sólida doctrina que aún hoy conservan su frescura. El Damasceno fue para Oriente
lo que Santo Tomás para Occidente. Moría el 749.
Vida
Durante el siglo VIII, el emperador de Bizancio, León III Isaúrico, creyendo que el culto a las imágenes sagradas era un acto de idolatría, inició su política iconoclasta, es decir, de destrucción de estas imágenes. El anciano patriarca de Constantinopla, San Germán, se opuso con valentía al emperador y esto le valió la destitución. Pero desde Jerusalén, que ya se encontraba bajó el dominio árabe, se hizo oír otra voz en favor de las imágenes, la del entonces desconocido monje Juan Damasceno o de Damasco, que con sus «Tres discursos a favor de las sagradas imágenes» llamó la atención de todo el mundo cristiano.
Yahia ibn Sargun ibn Mansur, más conocido como Juan Damasceno, nació a mediados del siglo VII en el seno de una familia árabe-cristiana. Es considerado como el último representante de la patrología griega. Su producción literaria es multiforme: poesía, liturgia, elocuencia, filosofía y apologética. Hijo de un alto funcionario del califa de Damasco, Juan fue compañero de juegos del príncipe Yazid, que más tarde lo promovió al mismo puesto que había tenido su padre. Pero, dadas las tendencias anticristianas del califa, Juan no tardó en renunciar a la corte. En compañía de Cosme, futuro obispo de Maiöuma, se retiró al monasterio de San Sabas, cerca de Jerusalén, donde fue ordenado sacerdote y se preparó para el cargo de predicador titular de la basílica del Santo Sepulcro.
Estando en Jerusalén se opuso con valentía a los iconoclastas. El emperador, no pudiendo atacar directamente al monje, recurrió a la calumnia, haciendo falsificar una carta de Juan en la que supuestamente habría tramado una conjuración para restituir el dominio de la ciudad de Jerusalén al emperador bizantino. León III hizo llegar esta carta al Califa de Jerusalén, el cual mandó que le cortaran la mano derecha. Una vez cumplida la sentencia, Juan pidió a la Virgen que lo sanara ofreciéndole todas las obras que escribiera con la mano restituida. Esa misma noche sanó milagrosamente y Juan pudo cumplir su promesa, demostrando también su alta preparación teológica y poniéndola al servicio de toda la Iglesia.
Tras seguir con su lucha a favor de la fe católica, murió años más tarde, en el 749.
Aportación para la oración
La defensa de las imágenes es, sin duda, la mayor aportación a la teología de nuestro santo. Y esto también tiene implicaciones en el campo de la oración.
Seguramente ustedes tienen fotografías en su casa. ¿Por qué las tienen? Para recordar a diversas personas. Y sí: esas fotografías no son ellos, pero les recuerdan su presencia, su cariño. Y eso es justo lo que pasa con las imágenes. No las adoramos, sino que las veneramos. ¿Por qué? Porque ellas nos recuerdan a nuestros seres queridos (Jesucristo, la Virgen y los santos) que tanto nos dan y tanto nos ayudan. Y ¡cuántas veces hemos rezado delante de una imagen, pidiendo la ayuda de un santo, dándole gracias a María por un favor, etc.!
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