Pregunta:
¿Qué consideraciones hay que tener en cuenta
desde el punto de vista pastoral ante el hábito de la masturbación?
Respuesta:
Teniendo en cuenta que se han compuesto muchos
libros sobre el problema de la masturbación, alguien puede preguntarse por qué
otro teólogo más siente la necesidad de escribir sobre este tema.
¿Acaso no es presuntuoso creer que uno tiene algo nuevo que decir acerca de un
problema tan antiguo que desde hace siglos afecta a hombres y mujeres?
Respondo que hay algo que aportar al tema; por
ejemplo, la respuesta que uno puede dar a las nuevas concepciones sobre esta
materia, y la contribución de la experiencia personal que he adquirido
aconsejando a personas que luchan contra el hábito de la masturbación. He
alcanzado actuales percepciones sobre la psicología de la masturbación, a
partir del estudio de la adicción sexual, de la que la masturbación es el
principal ejemplo.
También he quedado impresionado al apoyar
espiritualmente a grupos que consideran el hábito de la masturbación algo
serio, como es el caso de “Sexólicos Anónimos” (Sexaholics Anonymous: S.A.[1])
y “Adictos Anónimos al Sexo y al Amor” (Sex and Love Addicts Anonymous:
S.L.A.A.[2]), “Homosexuales Anónimos” (Homosexuals Anonymous: H.A.[3]) y
“Courage” (Valentia[4]). Este es, sin duda, un feliz cambio respecto de la
teología de Ann Landers quien consideraba la masturbación como una posible
forma de terapia.
Otra razón por la cual intento escribir sobre
esta materia es el hecho de que muchas personas que luchan con su debilidad no
reciben ayuda espiritual adecuada o una apropiada guía moral. En algunos casos
son mal guiados por personas que les han dicho que la masturbación ayuda a
realizar el acto conyugal o que es parte en el proceso de recuperación de
dificultades sexuales. Hoy día se sabe bien que el hábito de la masturbación
puede verificarse en todas las etapas de la vida, desde la infancia hasta la
vejez. Puede encontrárselo en niños, adolescentes, jóvenes, casados, ancianos,
religiosos, seminaristas y sacerdotes.
Por favor, nótese que me refiero a “la tendencia”
(más precisamente “la tendencia desordenada”). Muchas personas han conseguido,
de diversas formas, controlar la tendencia a través de un plan de vida
espiritual. Pero hay otros que luchan en la oscuridad; es para este último
grupo para el que escribo.
Comenzaré con una definición de la masturbación y
luego presentaré algunas consideraciones psicológicas. A continuación pasaré
revista a la enseñanza del Magisterio y finalizaré con algunas sugerencias
pastorales que incluyen elementos para un programa pastoral con el que se puede
ayudar a quienes tratan de vencer un problema crónico.
Consideraciones psicológicas en torno del
hábito de la masturbación
La masturbación es llamada a veces “autoabuso” u
“onanismo” y en manuales profanos “autoplacer”. Cuando la estimulación psíquica
tiene lugar durante el sueño se habla de “polución nocturna”. El Padre Benedict
Groeschel usa el término masturbación para referirse a las acciones que ocurren
estando dormidos o semidormidos, o los actos de los niños y la conducta sexual
de la primera adolescencia; en cambio, reserva el término autoerotismo para la
actividad de los adolescentes más grandes y de los adultos “quienes, por
diversas razones, se buscan a sí mismos y encuentran un sustituto de la vida
real en esta conducta simbólica e intensamente frustrante”[5]. En el clásico
artículo sobre la teología de la masturbación, el Padre J. Farraher, SJ, la
describe como “la estimulación de los órganos sexuales externos hasta el punto
de clímax u orgasmo realizado por uno mismo, mediante movimientos de la mano u
otros contactos físicos, o bien por medio de fotografías provocativas o
imaginaciones (masturbación psíquica), o bien por la combinación de estímulos
físicos y psíquicos”[6]. En sentido amplio también incluye la masturbación
mutua en la que varias personas se estimulan mutuamente los órganos genitales.
Pero tal vez la descripción más penetrante del
hábito de la masturbación la encontramos en una carta de C.S. Lewis, citada por
Leanne Payne en The Broken Image: “Para mí el verdadero mal de la masturbación
consiste en que toma un apetito —que legítimamente usado hace salir al
individuo de sí mismo para completar (y corregir) su propia personalidad en la
de otra persona (y en último término en los hijos y nietos)— dirigiéndolo en
sentido contrario, hacia la prisión interior de sí mismo, para crear un harén
de novias imaginarias. Y este harén, una vez aceptado, se resiste a ser
abandonado para salir y unirse verdaderamente con una mujer real. Porque tal
harén se encuentra siempre a mano, siempre dócil, no exige sacrificios ni
renuncias y puede ser adornado con atracciones eróticas y psicológicas con las
que ninguna mujer real puede competir”[7]. Esta cita puede aplicarse tanto a
hombres como mujeres, y expresa la idea de la masturbación como una huida
personal de la realidad hacia la prisión de la lujuria.
Factores que contribuyen al hábito de la
masturbación
La masturbación es un fenómeno complejo. La
Congregación para la Educación Católica, en 1974, señaló que una de las causas
de la masturbación es el desequilibrio sexual, y que en la educación “habría
que dirigir más bien los esfuerzos hacia las causas en vez de centrarse en
atacar el problema de forma directa”[8]. De hecho, hay muchos factores
implicados en el término “desequilibrio sexual”, como veremos.
Esta es una sabia actitud. No comprenderemos por
qué una persona está oprimida con este hábito a menos que conozcamos algo de su
trasfondo histórico. Al escuchar a las personas nos damos cuenta que una de las
principales causas que lleva a alguien al aislamiento, a la fantasía y a la
masturbación, es la soledad. Y generalmente, la soledad va unida a sentimientos
de profundo odio y rencor contra sí mismo. Cuando el mundo real es cruel y prohibitivo
la persona se vuelca a la fantasía, y cuando emplea mucho tiempo en un mundo de
fantasía termina esclavizado con objetos sexuales (porque éste es el modo en
que ve a las demás personas: como objetos).
A partir de esto esa persona huirá hacia el irreal
pero deleitable mundo de su imaginación. Tal es el comienzo de la adicción
sexual, tan bien descrita por Patrick Carnes[9].
El hábito de la masturbación con frecuencia se
hace compulsivo, es decir, la persona se vuelve incapaz de controlar la actividad
masturbatoria aunque lo intente con grandes esfuerzos. Generalmente tal persona
no tiene plena conciencia de su situación y necesita tanto terapia como
dirección espiritual.
A veces, sin embargo, el hábito de la
masturbación es temporal y circunstancial. Así, por ejemplo, ocurre que la
tendencia a masturbarse desaparece ni bien una persona cambia de entorno. Tal
es el caso de una religiosa de veinticinco años que, en un momento dado, se
encontró rodeada de religiosas más viejas con quienes no tenía verdadera
comunicación, y más adelante pasó a trabajar con religiosas de su misma edad.
Inmediatamente se dio cuenta de que en el primer grupo estuvo aislada y
solitaria, mientras que en el segundo había conseguido establecer amistades
reales. Se podrían dar muchos ejemplos en los que la actividad masturbatoria es
síntoma de fuerzas subyacentes en la vida de la persona.
Estos síntomas, tan variados en términos de edad,
circunstancias externas de vida y disposiciones interiores, serán descritos y
evaluados en la sección pastoral de este ensayo. Basta decir, por ahora, que,
el primer paso que el sacerdote o consejero debería dar es escuchar
cuidadosamente la historia de la persona que solicita su consejo. Obviamente
esto debería hacerse siempre que no haya largas colas de penitentes fuera del
confesionario, y preferiblemente en un despacho parroquial, y sólo cuando el
consejero perciba que la persona que solicita su consejo lo hace
voluntariamente, necesitado de guía espiritual. Volveré sobre los factores
psicológicos cuando discutamos los casos particulares, después de considerar la
moralidad del acto y del hábito masturbatorio.
Moralidad de la actividad masturbatoria
La Declaración sobre ciertas cuestiones
concernientes a la moral sexual (Persona humana), afirma que “con frecuencia se
pone hoy en duda, o se niega expresamente, la doctrina tradicional según la
cual la masturbación constituye un grave desorden moral”[10]. Así, por ejemplo,
un popular manual escolar señala que la evidencia empírica ha cambiado las actitudes
de muchos respecto de la masturbación, colocando a los moralistas en la
complicada posición de sostener que “virtualmente todo varón es culpable de
pecado mortal”[11]. Los autores obviamente han ignorado la distinción entre
gravedad objetiva y culpa subjetiva. En su extensa revisión de opiniones sobre
la gravedad de la masturbación los autores de Human sexuality hablan de un
creciente consenso que ve la malicia moral de la masturbación como “una
inversión sustancial de gran importancia”[12].
Añaden correctamente que a lo largo de la
tradición cristiana, se ha considerado que cada acto de masturbación es grave e
intrínsecamente malo, y, además, pecado mortal cuando es realizado con plena
advertencia y consentimiento. Dos recientes estudios ofrecen al lector el
trasfondo de la tradición cristiana sobre la moralidad de la masturbación. El
primero es un estudio histórico de Giovanni Cappelli sobre el problema de la
masturbación durante el primer milenio.
Entre sus conclusiones cabe destacar: 1) En
ningún lugar del Antiguo o del Nuevo Testamento hay alguna explícita
confrontación con el tema de la masturbación; 2) Cappelli no encuentra en los
escritos de los Padres Apostólicos ninguna mención de la masturbación; 3) Las
primeras referencias explícitas a la masturbación se encuentran en los libros
penitenciales anglosajones y celtas del siglo VI, en donde el tema es tratado
de modo práctico y jurídico; 4) Sin embargo, sería erróneo interpretar el
silencio de los Padres sobre la masturbación como una aprobación tácita de esta
última o como una supuesta indiferencia. Los principios que ellos elaboraron
sobre la ética sexual y sus actitudes generales podrían haberlos llevado
fácilmente a condenar la masturbación. Ignoramos por qué no se hizo así;
probablemente se debió al hecho de que los primeros escritores cristianos
estaban principalmente preocupados con los pecados sexuales que, por
naturaleza, eran interpersonales[13].
El segundo estudio se refiere a las normas
relativas y absolutas de la moral sexual en San Pablo. Analizando la
interpretación de Silverio Zedda sobre cuerpo-persona en San Pablo, William E.
May dice que Zedda no encuentra una explícita referencia al vicio del
autoerotismo. “Pero la condenación de dicho pecado puede, aquí, deducirse
indirectamente de la enseñanza de San Pablo, tomando como punto de partida
aquellos textos en que éste condena la pasión malvada en general, en los cuales
los teólogos encuentran condenado también el vicio solitario… De modo análogo
puede considerarse que el autoerotismo es uno de los elementos de la condición
de aquellos solteros a quienes San Pablo aconseja el matrimonio: ‘si no puedes
contenerte, cásate; porque es mejor casarse que abrazarse’ (1Co 7,9)”[14].
Zedda también entiende como condenaciones implícitas de la masturbación Gal
5,23; 2Co 7,1 y 1Te 4,4.
Sin embargo los autores de Human sexuality dicen
que la extensión que ha tomado la práctica masturbatoria, particularmente entre
los varones, dificulta a los moralistas continuar sosteniendo la posición
tradicional. Esto parece estar en agudo conflicto con el sentido común. Estos
moralistas infravaloran la cuestión de la gravedad objetiva del acto,
amparándose en la opinión de que, en el plano pastoral, la falta de plena
advertencia y la ausencia de completa libertad, frecuentemente impide que tales
actos sean mortalmente pecaminosos. El P. Farraher, sin embargo, argumenta, de
modo convincente, a partir de la constante enseñanza de la Iglesia, que la
masturbación es una seria violación del orden moral cuando la persona es
plenamente consciente de la malicia del acto y, a pesar de todo, lo realiza. Al
no cumplir los fines unitivo y procreativo a los que se ordena el acto
conyugal, constituye un acto pecaminoso y seriamente desordenado[15]. Farraher
señala, también, que la estimulación sexual por parte de una pareja casada es
moralmente lícita en la medida que conduzca al acto matrimonial a la unión
sexual natural o completa[16]. Farraher es muy preciso acerca de lo que
constituye malicia grave en la masturbación al escribir: “para que una persona
sea formalmente culpable de un pecado mortal de masturbación, su acto debe ser
el fruto de una elección plenamente deliberada de algo que advierte de modo
perfecto como seriamente pecaminoso”[17]. Si tal acto se realiza sólo de modo
parcial o con imperfecto consentimiento de la voluntad, será pecado venial; y
“si no hubiera elección libre de la voluntad tampoco habría ninguna
culpabilidad pecaminosa, incluso en el caso en que la persona fuera consciente
de lo que está haciendo”[18]. Farraher continúa señalando que no hay pecado aún
cuando una persona prevea que la estimulación sexual y el orgasmo se van a
seguir de alguna acción que ella está realizando libremente, mientras no
intente tal estimulación sino sólo la permita, teniendo razones suficientemente
serias para obrar así (lo que viene a ser una aplicación del principio de doble
efecto)[19].
Farraher corrige el malentendido de muchos
católicos que piensan que al experimentar una estimulación sexual, incluso
contra su voluntad, cometen pecado mortal[20]. Entre la generación actual, sin
embargo, no creo que sean muchos los que sufran de tal sentido de culpabilidad;
por el contrario, es probable que a muchos le sorprenda oír que la masturbación
es pecaminosa. Por eso, es necesario instruir a los fieles con las cuidadosas
distinciones de Farraher para evitar, por un lado, la ansiedad de conciencia,
y, por otro, no se caiga en un laxismo irracional.
Al igual que en el tema del control de natalidad,
también en la cuestión de la masturbación se observa un distanciamiento de la
enseñanza oficial de la Iglesia, desde el momento en que el P. Charles Curran
argumentó, en 1966, que cada acto de masturbación no debe ser considerado en sí
mismo como un desorden “siempre y necesariamente grave”[21]. Los autores de
Human sexuality comentan la posición de Curran como un significativo adelanto
teológico. No se dice que la masturbación no sea pecado, o que no envuelva un
serio pecado; sino que “no necesariamente cada uno de los actos de masturbación
constituye la materia grave que se requiere para un pecado mortal”[22]. Sin
embargo, la posición de Curran y de los autores de Human sexuality es
directamente impugnada en la enseñanza de la Declaración vaticana sobre Ética
Sexual (Persona humana) a la que ya me he referido. La Congregación para la
Doctrina de la Fe, reafirma, así, la enseñanza constante de la Iglesia sobre la
grave inmoralidad objetiva de la masturbación, refiriéndose a esta última como
“un acto intrínseca y seriamente desordenado”[23].
Los argumentos a favor de la posición de la
Iglesia y la respuesta de los moralistas católicos a las principales objeciones
contra esta enseñanza están resumidas en Catholic Sexual Ethics[24]. Querría
seleccionar algunos puntos de sus argumentos.
1) Aún admitiendo que ciertos textos citados como
condenatorios de la masturbación pueden tener otra interpretación (Gn 38,8-10;
1Co 6,9; Ro 1,24), la Sagrada Escritura condena el uso irresponsable del sexo,
lo que ciertamente se aplicaría a la masturbación. La Declaración Persona
humana dice que incluso si la Escritura no condena este pecado por su nombre
“la tradición de la Iglesia ha entendido rectamente que está condenado en el
Nuevo Testamento cuando éste habla de ‘impureza’, ‘falta de castidad’ y otros
vicios contrarios a la castidad y a la continencia”[25].
2) Los autores de Catholic Sexual Ethics
responden bien a la objeción que dice que la condenación de la masturbación es
una forma de maniqueísmo y estoicismo. Por el contrario, son quienes aceptan la
masturbación los que no pueden mirar de modo consistente sus cuerpos y su
actividad sexual como partes integrales de sí mismos, ya que los actos
masturbatorios no realizan los bienes humanos básicos de la mutua donación y
procreación. La masturbación usa el cuerpo como instrumento de placer y es, en
realidad, una forma de dualismo, ya que, en este contexto, convierte al cuerpo
en un objeto para el placer del alma[26].
Además la enseñanza [de la Iglesia] no se basa en
la premisa estoica de que el único fin de la unión sexual es la procreación. La
enseñanza de la Gaudium et spes, nn. 47-52, así como la Humanae vitae[27],
sostiene claramente que la unión sexual en el matrimonio tiene otros fines,
incluía la expresión del amor mutuo. Por el contrario, la masturbación no ayuda
a ninguno de los grandes bienes del matrimonio, permaneciendo un acto
solitario.
Catholic Sexual Ethics también responde a la
objeción de que la masturbación, en algunas circunstancias, no constituye un
grave desorden moral. Una de esas circunstancias sería la masturbación en la
adolescencia. La respuesta es que la Iglesia siempre ha reconocido que las
circunstancias alteran algunos casos y que hay grados de responsabilidad en las
diferentes clases de masturbación. Pero la Iglesia también sostiene que el acto
de masturbación permanece objetivamente una falta seria. La enseñanza de la
Iglesia distingue, correctamente, entre la gravedad objetiva del acto
masturbatorio y la responsabilidad subjetiva del que lo realiza. Esta
importante distinción, que elabora Farraher, nos permite sostener la posición
tradicional al mismo tiempo que nos autoriza a comprender una variedad de
factores mitigantes que disminuyen la culpa personal del masturbador, supuesto
que él quiera poner de su parte todo lo necesario para vencer su mal hábito o,
en ciertos casos, su compulsión.
En mis cuarenta y siete años de experiencia
pastoral todavía no he encontrado un penitente que no desee librarse del hábito
de la masturbación o que continúe masturbándose deliberadamente. Es más probable
que, quienes continúan con este hábito de forma deliberada, no se acerquen a la
confesión, o bien no confiesen este pecado porque les han lavado el cerebro
haciéndoles creer que la masturbación no es pecado o, al menos, que sólo es un
pecado venial que no hay obligación de confesar.
Los autores de Catholic Sexual Ethics también
responden al argumento de Charles Curran de que un acto aislado de masturbación
no puede ser gravemente pecaminoso, sino que solo sería pecado grave la
práctica constante de tal actividad. La falacia en este argumento consiste en
que pierde vista que el foco primario de la responsabilidad es el acto
libremente elegido y no la conducta, la cual brota de una serie de actos
libremente realizados. Nuestra personalidad moral, o carácter, se forma
mediante estos actos, y si una persona debe convertirse, la conversión comienza
con un acto libremente elegido. Así enseña San Agustín en sus Confesiones[28].
En la práctica, los autores que sostienen que la
masturbación no es materia grave, han quedado impresionados por estudios
estadísticos que muestran que la mayoría de los adolescentes y un gran
porcentaje de las adolescentes se masturban. Pero tales estudios no describen
la frecuencia de la masturbación ni el estado de conciencia del masturbador.
Tampoco toman en consideración el fenómeno verdaderamente actual de los grupos
de apoyo espiritual para vencer adicciones sexuales, como Sexólicos
Anónimos[29] y Adictos Anónimos al Sexo y al Amor[30]. Ambos grupos tratan
la masturbación compulsiva como una adicción sexual que hay que vencer a través
de la práctica de los Doce Pasos[31]adaptada a los problemas sexuales.
También se puede argumentar, contra la tesis de
Curran, desde un punto de vista pastoral. En la práctica no tratamos con
personas implicadas en un acto masturbatorio aislado. Cualquiera que sea la
edad de la persona nos enfrentamos con actos reiterados, o con un hábito, o con
una compulsión. La tesis de Curran tampoco toma en cuenta que un acto
deliberado de impureza tiende a repetirse conduciendo a la formación de un mal
hábito, el cual, en algunos casos, se convertirá en una compulsión sexual, es
decir, en un patrón de comportamiento sexual sobre el que la persona, a pesar
de sus esfuerzos, no tiene verdadero control. La cuestión moral es si uno puede
ser considerado responsable de dar conscientemente el primer paso que termina
en la formación de un mal hábito. ¿Acaso no estamos seriamente obligados a
evitar el comienzo de tal hábito? Además, si un acto aislado y deliberado de
masturbación no fuese una violación grave del orden moral, ¿qué impedirá que
una persona caiga en el hábito? Es probable que ésta no trate de evitar el acto
y termine así cayendo fácilmente en un hábito que, en determinadas
circunstancias, puede convertirse en compulsivo. Estas son cuestiones
pastorales que Curran no examina.
Consideraciones sobre la responsabilidad
moral del masturbador
En el plano pastoral hay que distinguir entre el
masturbador habitual y el compulsivo. Por definición el habitual todavía tiene control
sobre su conducta, dominándose por largos períodos de tiempo y recayendo por
cortos períodos. Puede ser que use la masturbación como sustitutivo de la
relación sexual ya sea porque no tiene ninguna mujer a su disposición (como los
prisioneros), o porque es divorciado, o porque nunca se ha casado, o bien
porque tiene miedo de contraer Sida. Sin embargo, es capaz de detener el hábito
cuando esté motivado para hacerlo, por lo general por motivos religiosos.
Muchas de las razones mencionadas también se aplican a la mujer que cae en este
hábito de masturbación. La soledad y la depresión son factores poderosos tanto
en hombres como en mujeres. En algunos casos, sin embargo, la persona cruza la
línea del hábito para entrar en el campo de la compulsión, es decir, terminan
masturbándose muy frecuentemente a pesar de recurrir a remedios ordinarios para
evitarlo. Probablemente en este caso estamos ya tratando con un problema de
adicción sexual.
La masturbación como una forma de
adicción sexual
Los consejeros pastorales y los confesores se
encuentran con frecuencia con personas que se masturban diariamente a pesar de
querer librarse de esta compulsión. Tales individuos viven con culpa y
vergüenza. No se satisfacen cuando el consejero intenta consolarlos diciéndoles
que no son culpables de pecado grave ya que carecen de control sobre la
masturbación. Quieren saber qué pueden hacer para recuperar el control de sus
impulsos sexuales. La primera cosa que el consejero puede hacer es estudiar las
adicciones sexuales y aprender qué puede hacerse para ayudar a un masturbador
compulsivo.
La adicción sexual puede definirse como una
pseudo relación con una experiencia sexual mentalmente perturbadora con efectos
destructivos sobre uno mismo y en algunos casos también sobre otras
personas[32]. Como Patrick Carnes explica: “el adicto sustituye una relación
saludable con otras personas por una relación enfermiza con un evento o
proceso. La relación del adicto con una ‘experiencia’ trastornante se convierte
en central para su vida”[33].
Carnes subraya que la gente tiende a confundir
adicción sexual con actividad sexual frecuente o placentera. La diferencia está
en que la persona normal puede aprender a moderar su conducta sexual, mientras
que el adicto no puede hacerlo. Ha perdido la capacidad de decir “no” en razón
de que su conducta forma parte de un ciclo de pensamientos, sentimientos y
actividad que no puede controlar. En lugar de gozar del sexo como una fuente de
autoafirmación y del placer en el matrimonio, el adicto sexual lo usa como un
alivio del dolor o del stress, análogamente al alcohólico que depende del
alcohol. A diferencia del amor, la enfermedad obsesiva transforma el sexo en
una necesidad primaria ante la cual todo lo demás puede ser sacrificado,
incluyendo la familia, los amigos, la salud, la seguridad y el trabajo[34].
Sin desarrollar todas las fases de una adicción,
lo cual Carnes y Anne Wilson Shaef hacen en sus libros, nos basta decir que el
masturbador compulsivo tiene esperanza; y esto por varias razones. Ante todo,
puede llegar a entender que él no es una mala persona sino alguien que sufre
una enfermedad, la cual puede ser tratada y vencida. En la medida en que se
aborrece a sí mismo y se considera inútil (vergüenza) cree que no tiene
esperanza (desesperación). En segundo lugar, con la ayuda de un director
espiritual y de un médico, puede tomar conciencia de que es posible vencer su
adicción. También necesitará practicar los Doce Pasos participando en grupos de
apoyo. A este respecto encontrará una ayuda invalorable en las sesiones
grupales de Sexólicos Anónimos y Adictos Anónimos al Sexo y al Amor.
Al afirmar que hay esperanza para el masturbador
compulsivo, no me baso únicamente en lo que dicen los libros, sino en mi
experiencia de haber enviado a personas a Sexólicos Anónimos o a Adictos
Anónimos al Sexo y al Amor, y también en el trabajo que he realizado con
miembros de Courage en New York City (Courage es un grupo de apoyo espiritual
para personas católicas con tendencia homosexual que desean vivir una vida casta).
El crecimiento en la práctica de la castidad no se alcanza de la noche a la
mañana. Es un proceso gradual, a veces con caídas penosas. Exige una entrevista
periódica con un director espiritual, un sincero reconocimiento de la
impotencia personal, asistencia perseverante a las reuniones, plena honestidad
al hablar de sí mismo y la práctica diaria de la meditación u oración afectiva.
Esto me lleva a establecer una importante distinción que el director espiritual
tiene que hacer cuando aconseja a un masturbador compulsivo, puesto que deberá
ayudarlo a empezar a amarse a sí mismo de modo adecuado.
Distinción entre conducta pasada y
presente
El adicto debe distinguir entre la
responsabilidad de su conducta pasada y la responsabilidad por sus acciones
presentes y futuras. Es, sin embargo, prácticamente imposible evaluar
detalladamente la conducta pasada del adicto. No tenemos medios para clasificar
las especies y grados de la conducta sexual compulsiva, ni de cualquier tipo de
conducta compulsiva. Cada masturbador compulsivo proviene de un conjunto
diferente de circunstancias de vida, con diverso patrón de rasgos personales.
Como Rudolf Allers escribió hace años, y otros sostendrían igualmente: “Nada
podemos saber acerca de la naturaleza de los presuntos impulsos irresistibles a
menos que sepamos todo cuanto sea posible sobre la personalidad total”[35].
Como en otras formas de adicción, la masturbación
compulsiva comienza en la fantasía, la cual llena la mente en tal medida que no
deja lugar para que otros pensamientos y motivos, que pueden contrarrestar su
fuerza, tengan la oportunidad real de distraer a la persona de las imágenes
voluptuosas que empujan a la masturbación. La conciencia se cierra sobre una
sola idea, una sola imagen. Esto es compulsión en sentido pleno.
Hay otra forma de compulsión en la que una
persona termina sumergida en el objeto de su deseo, sintiendo que, para
encontrar algún alivio físico, debe aceptar el impulso, o de lo contrario,
sufrirá mucho. En este caso la persona es consciente de que puede resistir, y
de que hay otra opción. Hay una libertad mínima, pero apenas alcanza para
constituir culpa grave. Se ve más claro en el caso de los que luchan contra
este impulso al tratar de dormirse por la noche, o cuando la tentación los
sorprende en medio de la noche o en el momento de despertarse. Farraher comenta
extensamente las situaciones en las que la persona, que ha resistido la
tentación de masturbarse estando despierto, a veces resulta abrumado por
fantasías sexuales al tratar de dormirse o al despertarse por la mañana. En la
medida en que alguien realmente se esfuerce en desviar su atención, no comete
pecado si llega a producirse el orgasmo. Cuando duda si hizo suficientes
esfuerzos para tratar de librarse de esas fantasías, puede interpretar la duda
a favor de su inocencia. De acuerdo a las normas tradicionales de la teología
moral puede presumir que en el momento de las tentaciones nocturnas su
intención es la misma que tiene habitualmente cuando está despierto. A quien
tiene sentimiento de culpa, los confesores y directores espirituales debería
asegurarles que no hubo pecado, en la medida en que pueda presumirse que la
masturbación fue involuntaria. “Decirle que, si se esfuerza y usa los medios
sobrenaturales, puede evitar incluso esas experiencias involuntarias, puede
causar severa ansiedad e incluso desesperación, puesto que no es posible evitar
lo que es realmente involuntario”[36].
Como confesor, a veces, uno trata con personas
que son verdaderamente fieles a Dios, a su familia y a la Iglesia, y que al
mismo tiempo permanecen abiertos a situaciones eróticas en las que tienen
grandes dificultades para permanecer castos. De modo semejante encontramos
sacerdotes, hermanos y religiosas obsesionados por fantasías sexuales, que se
sienten compelidos a entregarse a ellas. Incluso se sienten empujados a
masturbarse algunos que no encuentran placer en la masturbación. En todas estas
situaciones recomiendo dos pasos: 1º buscar un médico profesional que acepte
las enseñanzas de la Iglesia; y 2º asistir regularmente a grupos de apoyo
espiritual donde puedan comentar esos conflictos penosos y tendencias
compulsivas. Hay también otra situación en la que puede encontrarse el
masturbador compulsivo. La llamaré ‘el momento de la verdad’. También vale para
los masturbadores no compulsivos.
Según Allers el, así llamado, impulso
irresistible, es tal antes de estar plenamente desarrollado. La persona tiene
el sentimiento intranquilo de que algo está por ocurrir. Se encuentra envuelto
en cierta forma de fantasía, que a menudo incluye literatura o videos
pornográficos. Se da cuenta de que debería librarse de la fantasía o de la
pornografía pero no lo hace. Tal vez a nivel inconsciente hay un impulso a
buscar el placer en la masturbación, lo que no admitirá en el plano consciente.
Así Allers sostiene que la persona es, de algún modo, responsable por no
aprovechar el momento de la verdad, y por permitir ser esclavizado por el
deseo[37]. “Está acción puede, por tanto, estar exenta de responsabilidad, y
sin embargo no ser excusable, porque, de hecho, la persona ha consentido a su
desarrollo”[38].
De hecho, cuando el masturbador compulsivo
practica los Doce Pasos, reconoce la oculta insinceridad y el deseo de gozo
sexual que estaban ya presentes en sus anteriores afirmaciones de que, en
realidad, no quería hacerlo. Parte de la curación consiste en volverse más
honesto respecto de las propias motivaciones. Como dice el siguiente poema:
Autobiografía en cinco pequeños capítulos
por Portia Nelson
1. Camino calle abajo.
Hay un hoyo profundo en la vereda. Caigo en él.
Estoy perdido… No tengo ayuda. No es mi culpa.
Me tomará toda la vida encontrar una salida.
Hay un hoyo profundo en la vereda. Caigo en él.
Estoy perdido… No tengo ayuda. No es mi culpa.
Me tomará toda la vida encontrar una salida.
2. Camino por la misma calle.
Hay un hoyo profundo en la vereda.
Pretendo no verlo.
Caigo nuevamente en él.
No puedo creer que estoy en el mismo lugar. Pero no es mi culpa.
Todavía me lleva largo tiempo salir.
Hay un hoyo profundo en la vereda.
Pretendo no verlo.
Caigo nuevamente en él.
No puedo creer que estoy en el mismo lugar. Pero no es mi culpa.
Todavía me lleva largo tiempo salir.
3. Camino por la misma calle.
Hay un hoyo profundo en la vereda.
Nuevamente caigo en él… Es un hábito.
Mis ojos están abiertos.
Sé donde estoy.
Es mi culpa.
Salgo inmediatamente.
Hay un hoyo profundo en la vereda.
Nuevamente caigo en él… Es un hábito.
Mis ojos están abiertos.
Sé donde estoy.
Es mi culpa.
Salgo inmediatamente.
4. Camino por la misma calle.
Hay un hoyo profundo en la vereda.
Paso por el costado.
Hay un hoyo profundo en la vereda.
Paso por el costado.
5. Camino por otra calle.
Aproximaciones pastorales a la
masturbación
En el plano pastoral es inútil especular sobre
cuán responsable fue el masturbador compulsivo en el pasado; es mejor ayudar a
forjar un programa espiritual. La cuestión es si el adicto usará los medios
conocidos para controlar su conducta en el futuro. Ahora es el momento de
considerar con más detalles las aproximaciones pastorales al problema de la
masturbación.
Algunas falsas aproximaciones. La aproximación
más descaradamente errónea consiste en pensar que los adolescentes terminarán
por superar este problema de forma natural. Muchos no lo logran. Otro mito es
pensar que si uno practica la masturbación tiene menos probabilidad de tener
sexo con personas de su mismo sexo o del sexo opuesto. Esto puede ser así en
algunos casos, pero la experiencia de muchas personas es que la masturbación
los preparó para tener sexo interpersonal. También, en ciertas situaciones,
algunos han recomendado la masturbación como un medio para aliviar tensiones
corporales, como una forma de terapia sexual. Otros terapeutas usan la
masturbación como supuesta terapia para revivir experiencias traumáticas
sexuales ocurridas durante la niñez (aproximación que ya no es usada por
médicos serios). Algunos homosexuales han usado la masturbación mutua como
“sexo seguro”. Ciertos consejeros incluso minimizan el problema obviando
cualquier advertencia fuera de “no preocuparse por el tema”. De hecho, muchos
sacerdotes, seminaristas y profesores de religión en nuestras escuelas
católicas todavía consideran el hábito de la masturbación como un tema de poca
importancia, o quizá como un problema puramente psicológico. Etc.
Algunas aproximaciones útiles. La actitud
correcta parece ser tratar la masturbación habitual y la compulsiva como
problemas que tienen solución, siempre y cuando se siga un programa de vida
espiritual. La persona que tiene este problema debe hacerse responsable de su
futuro. A medida que más se libere de su desorden, también se volverá más
responsable. Esto quedará más claro al presentar algunas situaciones típicas de
las distintas condiciones de vida. Comenzaré con los adolescentes, y más
adelante hablaré del tema de la masturbación en la infancia.
Adolescentes
Teniendo en cuenta que los adolescentes reciben
un bombardeo de estímulos sexuales a través de los medios de difusión, que de
sus padres y maestros a menudo descuidan darles directrices morales, y que
incluso los sacerdotes y religiosos permanecen en silencio sobre este tema, no
debería sorprendernos que los más jóvenes ignoren la moralidad de la
masturbación. Puede ser que muchos hayan quedado esclavizados en la práctica de
la masturbación antes de tener completa conciencia de que se trata de algo
moralmente malo. Uso la expresión “completa” porque a pesar del lavado de
cerebro intentado por nuestra cultura, muchos jóvenes tienen la sensación
incómoda de que la masturbación es algo malo[39].
Al mismo tiempo se sienten incapaces de controlar
un hábito que ya existe, y a causa de su vergüenza y culpa evitan por timidez
hablar del tema con consejeros, y menos aún con sacerdotes, a quienes ven como
personas de autoridad. Inciertos sobre sí mismos, confundidos sobre los valores
propuestos por la cultura, y a veces por su propia familia, estos jóvenes se
repliegan rápidamente dentro del mundo fantasioso del romance y del placer
sexual.
A menudo temerosos de las relaciones reales con
personas de otro sexo, se refugian en el país de fantasía de la masturbación.
Si a este caos moral se añade la enseñanza ambigua y errónea que en algunas
escuelas católicas se imparte, en las clases de religión, sobre la
masturbación, se podrá entender por qué nuestros jóvenes, en el confesionario,
no mencionan la masturbación como un problema moral. Esto da a los sacerdotes
toda la razón para responder seriamente a los jóvenes que preguntan sobre este
tema.
Debemos darles una dirección espiritual adecuada,
reconociendo su deseo de ser castos, y aconsejarles específicamente sobre esta
materia al modo que lo hace el P. Benedict Groeschel en El coraje de ser
castos[40].
Quizá no lleguemos a tomar conciencia del enorme
sentimiento de culpa que padecen los adolescentes que cargan con el hábito de
la masturbación. Sienten que hay algo equivocado en lo que hacen, a pesar que
les hayan dicho “no te preocupes por esto” o “no puedes evitarlo” o “ya
madurarás y lo superarás”. Necesitan instrucción y guía, pero no la recibirán
hasta que no se les informe sobre la moralidad de la masturbación, y sobre los
factores psicológicos que a menudo impiden el ejercicio del libre albedrío.
Opino (y también otros confesores) que muchos adolescentes no se acercan a la
comunión dominical porque creen que no pueden vencer este hábito.
Jóvenes solteros
Según un mito muy extendido estos jóvenes
deberían haber superado el hábito de la masturbación de modo natural. Pero, con
la costumbre de retrasar el matrimonio hasta los 25-30 años, con noviazgos
demasiado largos, y con la estimulación constante de citas ocasionales, y las
provocativas propagandas que aparecen en los medios de comunicación, no
sorprende que muchos hombres y mujeres caigan en la práctica de caricias
fuertes que llegan al orgasmo. Realmente se trata de una masturbación mutua
como el sexo oral. Quienes caen en estas prácticas se consideran vírgenes por
no haber tenido contacto genital. Se los llama técnicamente “vírgenes”, pero
necesitan recuperar la virtud de la pureza.
Otros solteros viven fantaseando cuando están
ociosos. Al no mantener ningún noviazgo serio por diversas razones, inciertos
sobre qué hacer de sus vidas, y sin estar atados a un cónyuge e hijos, a menudo
se refugian en diversas formas de fantasía como novelas románticas, revistas pornográficas,
películas eróticas, frecuentando bares nocturnos de viernes a domingos, y cosas
por el estilo. Tienen muchos conocidos pero, en realidad, son muy solitarios.
Su tendencia a masturbarse a menudo traspasa la línea llegando, si se presenta
la oportunidad, a las relaciones genitales con otras personas. Resumiendo: han
hecho del sexo un ídolo. Si uno les menciona su soledad, la negarán señalando
que tienen muchos “amigos”. Tienen los placeres de la actividad sexual sin
responsabilidad.
Es muy difícil acercarse a este grupo, que
habitualmente viene a Misa para Navidad y Pascua por complacer a sus familias.
Quizá cuando pasen de los treinta años y empiecen a darse cuenta que la vida
tiene más riqueza que la que ofrece el sexo, buscarán dirección espiritual. En
este caso, la actividad sexual no es el principal problema sino solo un síntoma
del profundo vacío espiritual.
Solteros adultos
Mi experiencia me ha enseñado que cuando los
cristianos entran en la mitad de los treinta años sin haber elegido una vocación
en la vida, como el matrimonio, la vida religiosa, el sacerdocio o la
consagración laical al servicio de Cristo, comienzan a plantearse el sentido de
su vida personal. A menudo se han enfrascado tanto en sus carreras que
fácilmente pueden reprimir los pensamientos fastidiosos sobre sus obligaciones
cristianas; sin embargo, los deseos sexuales permanecen tan fuertes como
siempre; de hecho, más intensos; y las personas pueden emplear mucho tiempo en
fantasías, convirtiéndose la imaginación en algo compulsivo que lleva a la
masturbación frecuente, cuando no diaria.
Esto, a su vez, produce fuertes sentimientos de
vergüenza y culpa. Si esta persona no busca ayuda espiritual para este
problema, o si, buscándola, no la encuentra, continuará llevando su peso hasta
la adultez o la vejez. Puede ser que alguien esté obrando muy bien en las demás
áreas de la vida, y al mismo tiempo se sienta desesperado por su pecado
secreto. Tal vez le parezca que nadie puede darle esperanza de resolver el
problema, puesto que los consejeros espirituales a los que ya ha recurrido, no
han atinado con el modo adecuado de enfrentarlo. Es posible que le hayan
aconsejado que al confesarse no mencione la masturbación, ya que no tiene
ningún control real sobre ella. ¿Qué posibles remedios puede sugerir en estos
casos un director espiritual?
Algunas directivas espirituales
Creo que las siguientes directivas son
probadamente eficaces:
1) Ayude a que la persona reflexione sobre del
sentido de su vida, sus esperanzas, sus éxitos y decepciones, sus frustraciones
y su soledad. Hay que tratar de descubrir qué es lo que lo está abatiendo,
porque a menudo la masturbación es un síntoma de intranquilidad del alma, y eso
es lo primero que se debe atacar.
2) Si esta persona está yendo a la deriva, hay
que darle un plan de vida espiritual, como el que he escrito para personas
homosexuales[41].
3) Hágalo tomar conciencia de que muchos seres
humanos tienen la tendencia a escaparse hacia placenteros mundos de fantasía
cuando la realidad se vuelve dura y árida, y la masturbación brota a menudo de
la fantasía sexual. La estrategia espiritual consiste en aprender cómo volver
de la fantasía sexual a la realidad ni bien uno nota que ha quedado envuelto en
tales imaginaciones. Una técnica que funciona con algunas personas es hacer una
breve oración y luego alguna actividad externa y física, como algún trabajo
doméstico, salir a caminar y cosas por el estilo. ¿Ha tenido usted alguna vez
imaginaciones de ira, celos o tentaciones sexuales y en ese momento ha sonado el
teléfono? ¿Acaso no desapareció la fantasía en el mismo momento en que
respondió el teléfono? La clave es permanecer en la realidad.
4) También hay que decir que, además de comentar
su dificultad con un director espiritual, debería tratar de encontrar un grupo
de apoyo como Sexólicos Anónimos. Algunos masturbadores compulsivos
descubrieron en estos encuentros, verdadera amistad. El cultivar amistades
reales con personas reales reduce significativamente el poder de la fantasía
sexual, al mismo tiempo que da un sentido de autoestima.
La masturbación entre los casados
En las prácticas masturbatorias de los casados
encontramos diversos factores. Algunas personas llegan al matrimonio con el
hábito previamente formado. Otros caen en estos actos solitarios al encontrarse
lejos de sus cónyuges o cuando no pueden tener relaciones sexuales a causa de
alguna enfermedad o porque perciben que sus cónyuges no son plenamente
receptivos a los actos conyugales. Hay veces que una pareja practican la
masturbación como forma de control de la natalidad. Algunos matrimonios usan el
sexo oral, el sexo anal y la mutua excitación genital hasta producir el orgasmo
en lugar de la relación propiamente sexual[42]. Ocurre también que, a veces que
un esposo cae en la masturbación porque teme ser incapaz del acto sexual. El
enfoque pastoral dependerá de las distintas situaciones[43].
En el caso en que uno de los dos cónyuges haya
llegado al matrimonio con el hábito de la masturbación, es necesario forjarse
una idea adecuada de su historia para poder ayudarlo/a a vencer el hábito. Pero
si el hábito está relacionado con problemas entre los esposos, el director
espiritual debería ayudar a los cónyuges a superar sus dificultades,
mandándolos, si fuese necesario, a un consejero matrimonial profesional. A
veces uno de los cónyuges cae en este hábito, por sentirse solitario, a causa
de la completa desatención por parte del otro. Por difícil que sea esta
situación, esa persona puede aprender a transformar su deseo sexual en
virtuosos sacrificios por los hijos y por el cónyuge desatento. Cuando sea
posible uno debería tratar de acercarse él mismo al cónyuge indiferente. Suele
ocurrir que algunos hombres de mediana edad se encierran tanto en su trabajo
que no ignoran cuánto descuidan a sus esposas, las cuales, en su soledad, se
sienten tentadas de buscar la complacencia en la masturbación o en el
adulterio. Otras veces, el hombre que teme ser incapaz de satisfacer a su
esposa en el acto sexual, se aboca (como forma de evasión) a su trabajo o a
otras actividades sociales. Además, en la vida contemporánea, muchas mujeres
casadas se comprometen tanto con sus carreras, que dedican muy poco tiempo a
sus esposos e hijos, sentando las condiciones para que los primeros busquen
gratificación sexual en el adulterio o en la masturbación.
La masturbación en los seminaristas
Tiempo atrás, los directores espirituales de
seminaristas, tanto religiosos como diocesanos, vigilaban mucho la idoneidad
espiritual de quienes tenían a cargo. La masturbación se consideraba un problema
serio que debe superarse antes de hacer los votos perpetuos o de recibir el
diaconado. Se indicaba, tentativamente, que todo candidato debería estar libre
del hábito de masturbación al menos un año antes de la profesión perpetua o del
diaconado. Si la masturbación se hubiera vuelto involuntaria, dicha persona
debería buscar terapia profesional, porque nadie debe entrar en el estado de
celibato con el peso de culpa y vergüenza que engendra tal debilidad[44]. Se
informaba a los seminaristas que estaban obligados a tener un director
espiritual fijo, en lugar de ir saltando de un confesor a otro. Hoy en día, con
el abandono del sacramento de la reconciliación entre los religiosos y
sacerdotes, tenemos que reiterar la importancia del confesor fijo.
Ahora bien, dudo que en la actualidad nadie sepa
realmente qué aconsejan los directores espirituales a los seminaristas que
tienen el hábito de la masturbación. Supondría, en base a los retiros que he
predicado a sacerdotes y hermanos por espacio de doce años, que tal consejo es
acribillado por aquella línea de teología moral que considera que la
masturbación no es un serio desorden moral. Por tanto, es necesario, en primer
lugar, una instrucción básica tanto sobre la gravedad objetiva del acto como
sobre la obligación personal de trabajar al respecto. Además, puesto que la
masturbación puede volverse compulsiva, en ocasiones se hace necesario explicar
la dinámica de la compulsión sexual.
Entre los que escribieron sobre la masturbación,
sigue influyendo fuertemente en seminaristas y religiosos, la perspectiva de
Donald Goergen. Goergen sostiene que la masturbación no es “intrínsecamente
inmoral”[45]. Él cree que, para algunos, la masturbación puede ser madura e
integrada, y para otros inmadura y no integrada. La masturbación adolescente,
como también muchas formas adultas de masturbación, según este autor, puede ser
saludable y no perjudicial. Goergen considera que la masturbación no es inmoral
o pecaminosa para el célibe, aunque no le permita alcanzar su ideal. Dice
asimismo: “la masturbación es un elemento de la vida personal de un célibe que
refleja una necesidad genital, que espera superar con el crecimiento, no porque
la genitalidad sea totalmente inapropiada, sino porque no le sirve
particularmente en su vida célibe”[46].
A pesar de que las posiciones de Goergen
contradicen la enseñanza de la Iglesia sobre la moralidad de la masturbación y
sobre el significado de la castidad consagrada, desde su publicación han
influido en muchos seminaristas y religiosos. Más adelante volveré sobre
Goergen. Ahora me abocaré al seminarista que quiere superar el hábito de la
masturbación.
Al seminarista se aplican los mismos principios
que he indicado al hablar de los solteros, con la diferencia de que el
seminarista ha hecho un compromiso de vida célibe, mientras que el laico puede
pensar en el matrimonio. Tal vez el seminarista tema, a raíz de sus
dificultades que experimenta, no ser capaz de vivir la vida célibe, y
considere, por tanto, la posibilidad de abandonar el seminario o la vida
religiosa. Antes de tomar tal decisión, debería comprender que necesita el
consejo tanto del psicólogo clínico como del sacerdote director [espiritual], a
quienes debería permitir que se consulten mutuamente sobre su situación. Es
imprudente que, tanto el sacerdote-director como el psicólogo, trabajen
aisladamente, como ha sucedido con frecuencia en el pasado con trágicos
resultados.
También es imprudente que los directores
espirituales de un seminario, o el equipo de formadores de una congregación
religiosa, carezcan de una política clara sobre la necesidad de la castidad
interior, incluyendo el estar libre del vicio de la masturbación como requisito
para la ordenación o la profesión perpetua. El director espiritual en el
seminario debería considerar cuidadosamente la historia personal de aquellas
personas turbadas por tentaciones obsesivas de masturbación. Las tentaciones
pueden indicar algo que va más allá de la lujuria ordinaria, y no hay manera de
averiguarlo sin alguna forma de asesoramiento. Ocurre a veces que un candidato
se siente atormentado por tentaciones eróticas cuando está inseguro de su
vocación,. Quizá necesite dirigir la atención a la raíz de su vocación.
Cada situación será diferente. Si el confesor o
el psicólogo o el seminarista tienen dudas, quizá el ausentarse del seminario,
por un año, para hacer algún tipo de trabajo pastoral, pueda resultar
beneficioso. Al final de ese período podrá reevaluarse la situación. Debe
tenerse en cuenta que ningún programa de formación de seminario o de una
congregación religiosa enfrenta el mundo real cotidiano. Se trata (el tiempo de
formación) de una vida en un ambiente relativamente protegido, en el que la
imaginación trabaja horas extras, se sobredimensionan los reveses de la vida, y
en el que las dificultades emocionales con los compañeros pueden volverse
obsesivas. No debe sorprendernos que en tales circunstancias la imaginación se
descontrole, provocando fantasías sexuales y tentaciones de masturbación.
Resumiendo mis reflexiones sobre seminaristas y
religiosos varones en período formación, creo que hoy tenemos a disposición
mejores medios para superar la masturbación habitual y compulsiva. Se ha
reconocido el valor que tienen, en la lucha por la castidad, los sistemas de
apoyo espiritual, y hemos aprendido a remontarnos más allá de los actos de
masturbación, buscando sus causas. Como directores espirituales miramos al
hombre en su totalidad. Si, por un lado, notamos que una persona, durante un
período de tiempo, ha mostrado una notable mejoría, superando las tentaciones
de masturbación, deberíamos animarlo a seguir intentándolo. Al decir “mejoría”
incluyo más que el simple evitar masturbarse. Me refiero a un cambio de actitud
hacia la propia sexualidad, una aceptación de la propia naturaleza corporal, y
la integración de los deseos sexuales en la percepción de su papel en el
sacerdocio o en la vida religiosa; lo que William F. Lynch llama “la libre
sublimación de los deseos sexuales”[47].
Si, por otro lado, percibimos que, a pesar de
darle asesoramiento psicológico, el esfuerzo de una persona por superar la
práctica de masturbación no lleva a ningún progreso, parece que deberíamos
aconsejarle que deje la vida religiosa o el seminario. La falta de progreso
constituye un buen fundamento para dudar de la vocación religiosa de esa
persona, y tal duda debe resolverse a favor de la Iglesia con el alejamiento de
esa persona.
La masturbación en sacerdotes y hermanos
Hablando de modo general, las tentaciones de
masturbación entre sacerdotes y hermanos se relacionan con problemas
emocionales, como la soledad, el odio hacia sí mismo, la ira, e incidentes del
pasado. Tal vez estas personas miren esas tentaciones con menos temor que
quienes aún no han sido ordenados o quienes todavía no han hecho sus votos perpetuos,
puesto que se sienten seguros. No obstante, sienten a menudo que viven una
doble vida, considerados célibes por quienes trabajan diariamente con ellos,
pero avergonzados por la práctica de la masturbación, que a veces es
compulsiva. Muchos están influenciados por el ambiente pansexual en que
vivimos; por ejemplo, no es raro que un religioso o sacerdote, cansado de las
arduas ocupaciones y reuniones diarias, antes de acostarse encienda la
televisión, y termine viendo alguna película sexualmente provocativa. El efecto
puede ser la masturbación y sueños perturbados.
Esto vale también para muchos laicos que resbalan
por el lujurioso mundo ficticio del cable televisivo. Se necesita rigurosa
honestidad para evitar los estímulos sexuales innecesarios, y esforzarse por
permanecer en el mundo real. Debería adoptarse la costumbre de confesarse
semanal o quincenalmente. Algunos religiosos y sacerdotes, además, asisten
periódicamente a reuniones de apoyo espiritual como Sexólicos Anónimos, para
librarse de su conducta sexual.
La masturbación entre las religiosas
Los factores que encaminan a una religiosa a una
conducta masturbatoria no difieren mucho de los que afectan a otras mujeres
solteras, casadas o divorciadas. Un elemento que comparte análogamente con el
religioso varón es la inmadurez emocional. Esto significa, en la práctica, que
tales personas no han madurado emocionalmente en su relación con el sexo
opuesto, y que, como los adolescentes, son proclives a gastar considerable
tiempo fantaseando, sufriendo, como resultado, la tendencia a masturbarse. Como
en el caso del religioso varón, el sentido de culpa crece al percibir que viven
una vida doble.
A diferencia del religioso varón, es menos
probable que la religiosa llegue a involucrarse genitalmente con otra persona.
Tal vez esto se deba, en parte, al que los religiosos varones tienen su tiempo
menos organizado y su responsabilidades hacia la comunidad son menores que en
el caso de las religiosas. Sin embargo, como hoy en día muchas religiosas
visten como laicas, estudian carreras profanas, y viven en departamentos,
pueden terminar involucradas emocionalmente con otras personas, de tal manera
que se intensifique la fantasía sobre la experiencia sexual, y, si se abandona
la vida de oración, les resulte más difícil resistirse a la masturbación. Dado
el temor que les causa el terminar en actos sexuales con las personas con
quienes se han involucrado emocionalmente, es posible que se limiten a
imaginaciones y masturbación. Otras religiosas, a pesar de vivir en conventos
de clausura o semi-clausura, y de vestir sus hábitos religiosos, quizá no
tengan en quien confiar fuera, del sacerdote. Esta soledad es campo fértil para
la fantasía sexual. Por supuesto también pueden influir otros factores, como
experiencias sexuales traumáticas en la infancia, soledad, ira y baja
autoestima.
Homosexualidad y masturbación
Hay que establecer varios puntos. Ante todo, en
la persona que cree ser homosexual, hay que examinar qué tipo de fantasía es la
que lo empuja a la masturbación. ¿Se trata de fantasías con niños o
adolescentes? ¿Son imágenes sadomasoquistas, como ser golpeado por otra persona
o hacer daño a otro? De ser así tal persona necesita terapia profesional. En
segundo lugar, si el individuo se considera bisexual porque ha tenido
experiencias sexuales con personas de ambos sexos, habría que ayudarlo a
reflexionar sobre sus patrones de fantasía. Si la fantasía es primariamente de
naturaleza heterosexual, es probable que la persona sea de orientación
predominantemente heterosexual; pero si la fantasía es de naturaleza
predominantemente homosexual, entonces, es probable que, en este punto de su
desarrollo, se haya asentado en una orientación homosexual. Califico mi
posición de este modo, porque los adolescentes que fantasean con personas del
mismo sexo pueden superar esta clase de imaginaciones durante el proceso de
maduración, en particular con alguna ayuda terapéutica[48].
Considero que las personas homosexuales tienen
más dificultades con la masturbación que las heterosexuales. La persona
homosexual a menudo no quiere admitir, ni ante sí mismo, que tiene esta
orientación, encerrándose a veces en una vida de intensa fantasía con
masturbación compulsiva[49]. Además, teme reconocer esta orientación ante otras
personas, pensando que la masturbación puede ser una alternativa segura,
particularmente ahora con la crisis del Sida. Además, teniendo en cuenta que a
estas personas les cuesta establecer intimidad y amistad, mucho más que a las
heterosexuales, no debería sorprendernos que tiendan al hábito de la
masturbación. Sin embargo, este hábito a menudo las hace vulnerables a la
promiscuidad. Se comienza primero con la fantasía y la masturbación; luego se
termina vagabundeando por lugares frecuentados y, más tarde, encuentran algún
compañero para pasar la noche. Así, en discusiones grupales, las personas
homosexuales puntualizan la gravedad de este problema en sus propias vidas,
mirando un desliz en esta práctica como un fracaso en su lucha por la castidad.
En la actual epidemia de Sida la masturbación
mutua se ha convertido en la forma principal del así llamado “sexo seguro”. Si
bien puede ser médicamente seguro, al mismo tiempo destruye la relación
personal con Dios, e impide que la persona se vuelva sexualmente integrada en
la relación consigo mismo. Incluso cuando el hábito de la masturbación es
involuntario, manifiesta una falta de integración dentro de la persona. Ya sea
voluntaria o involuntaria, la masturbación engendra profundos sentimientos de
culpa y vergüenza en la persona. Debemos, por eso, explorar estos sentimientos.
Culpa y vergüenza en todas las formas de
masturbación
Hay que distinguir dos clases de culpa: la sana y
la neurótica. Cuando hago libremente algo malo debería sentir culpa por
quebrantar la ley divina escrita en las tablas de carne del corazón humano (Ro
2,15). Pero, si rechazo dar a un alcohólico el dinero para un trago de whiskey
y siento culpa por no atender su pedido, en realidad estoy experimentando
cierta culpa neurótica. Es la clase de culpa que experimentan los niños cuando
ven que sus padres se separan o divorcian, sintiendo que ellos tienen la culpa.
De la misma manera, en la cuestión de la masturbación, muchas personas se
torturan a sí mismas innecesariamente. Me refiero ante todo a quienes viven
bien y cuyo único “pecado” es la masturbación. El director espiritual o
confesor que conoce las luchas que han tenido estas personas, suele tratar de
aclararles que no han consentido libremente al impulso de masturbarse.
No hay pecado grave si una persona se masturba
sin tener pleno conocimiento, como ocurre estando semidormido o semidespierto,
o cuando alguien es arrastrado por una pasión súbita y se halla a sí mismo
cometiendo el acto a pesar de la resistencia de la voluntad. Una de las
consecuencias del pecado original es que las pasiones humanas tienden a vencer
los actos voluntarios (cf. Ro 7,1-20). Una persona puede aceptar este principio
y sin embargo sentir culpa en su corazón, por la masturbación, porque se dirá:
“si hubiera luchado con más firmeza, no habría tenido las fantasías y habría
sido capaz de librarme de todos mis pensamientos impuros”.
El problema con este sentimiento de culpa es que
presupone que los seres humanos tenemos control perfecto sobre nuestras
pasiones, no sólo sobre la lujuria sino también sobre la avaricia, la ira y
otras emociones desordenadas. Sabemos que no tenemos un control semejante. La
persona que ha caído en masturbación, sin embargo, debe creer que, con la
gracia de Dios, puede vencer el hábito de la masturbación. Pero eso exige cumplir
fielmente un plan de vida espiritual. A veces también exige tratamiento
psicológico, al que me referiré más adelante. Mi experiencia pastoral me ha
enseñado que el sentido de culpa es compañero inseparable de la masturbación.
En muchas personas, sin embargo, existe también un sentimiento de vergüenza,
distinto de la culpa.
Diferencia entre culpa y vergüenza
La vergüenza va más allá de la culpa; esta última
entraña solamente el sentimiento y el juicio de que uno ha ido contra su
conciencia y que, por tanto, deber arrepentirse de sus malos hechos; en cambio,
la vergüenza es el sentimiento de que yo no soy bueno, no valgo nada y no puedo
controlar mi conducta. Este odio intenso hacia uno mismo está en la raíz de la
masturbación compulsiva, así como en la raíz de otras formas de compulsión.
Probablemente la masturbación compulsiva esté más extendida que toda otra
adicción sexual, porque es más accesible, y puede realizarse en un período de
tiempo largo, en total secreto y aparentemente sin efectos sociológicos
dañinos. De hecho es desechado como algo no problemático. E. Michael Jones lo
llama “el vicio introductorio y más accesible”[50].
Algunas ulteriores sugerencias para
vencer la práctica de la masturbación
Habiendo descrito algunas de las principales formas
de la actividad masturbatoria y omitido la consideración de otras especies más
oscuras, paso a ofrecer algunas sugerencias pastorales que han sido útiles a
algunas personas. Al dar estas indicaciones soy consciente de que no existen
recetas infalibles y que a veces, a pesar del uso diligente que se haga de
tales sugerencias, algunos pueden recaer ocasionalmente en una tendencia tan
profundamente enraizada en sus personas. Al desarrollar un enfoque pastoral,
debemos comprender el fenómeno de la masturbación dentro del contexto de la
vida de la persona porque allí se esconde el significado que tiene para esa
persona. La masturbación en el niño es algo muy diferente de la masturbación
del adolescente o del adulto, y entre los adultos hay diferentes clases de
actividad masturbatoria, cada una de las cuales exige una diversa actitud
pastoral.
En la infancia: sea cual sea la razón de la
masturbación infantil, es improbable que el director pueda tratar directamente
con el niño incapaz de maduro razonamiento moral. Los padres, sin embargo,
tienen la responsabilidad de asegurarse que un niño pequeño no se dañe a sí
mismo con la masturbación frecuente. André Guindon cita expertos que consideran
que la excesiva masturbación produce grandes exigencias sobre el corazón y el
sistema nervioso. También nota este autor que el daño psicológico es similar al
que se encuentra en adolescentes, concluyendo que el desentenderse de la
“prolongada e intensiva (énfasis del autor) masturbación, particularmente en el
período entre los seis años y la pubertad, sin pedir consejo a un especialista,
es moralmente irresponsable”[51].
Ordinariamente, la masturbación en un niño no
exige dar consejos al niño sino más bien instruir a los padres para que
enfrenten la masturbación ocasional con tranquilidad tomando conciencia de que
entre las causas comunes de esta práctica suele contarse el anhelo de afecto
por parte del niño o la inconsciente seducción que realizan los padres que se
bañan con sus hijos. Por último, habría que instruir adecuadamente a los niños
respecto de la higiene física de sus órganos genitales.
Dirección pastoral de adolescentes
Como ya he tratado el caso de los adolescentes
añadiré sólo algunas reflexiones. Una hace relación a la fuerte vida que tiene
la fantasía en el adolescente y el deseo de experimentar el orgasmo sexual. La
presión que suele ejercer el grupo de amigos para que alguien experimente la
masturbación se encuentra más extendida entre los varones que entre las chicas.
Además, en la primera adolescencia los muchachos tienden a dedicar mucho tiempo
a la fantasía. Esto se puede contrarrestar ayudando a que los más jóvenes
salgan del mundo de la imaginación y permanezcan en el de la realidad, en el
que pueden formar amigos reales. Sin duda no es algo fácil teniendo en cuenta
la música que alimenta a nuestros jóvenes. Quizá necesiten un círculo de
estudio y juegos más estructurado y exigente que los ayude a vivir en el mundo
real.
Una educación sexual apropiada de parte de los
padres o de sus delegados en lo que respecta a las poluciones nocturnas y la
menstruación posibilitará que los jóvenes tomen conciencia de que tienen un
problema común a muchas otras personas. En este terreno los más jóvenes pueden
pensar que están completamente solos con su problema. El joven debe comprender
que no se peca accidentalmente. Para que haya pecado una persona debe
comprometerse libre y conscientemente en esta actividad. Si una persona es
cuidadosa y sincera en su vida espiritual, en su esmero por amar a Dios, es
probable que no consienta plenamente al acto de masturbación. El acto aislado
debe juzgarse en la perspectiva más amplia, examinando la relación total que la
persona tiene con Dios: “si el conjunto de la vida espiritual es generalmente
bueno y sano, entonces puede presumirse con seguridad que no hay pleno
consentimiento y no hay responsabilidad de pecado mortal aun a pesar de haber
hecho algo que es materia grave”.
Es necesario repetir los principios morales sobre
la buena voluntad que no siempre resultan obvios no ya a los jóvenes, sino
incluso a los adultos. He aquí algunos:
La erección espontánea no es pecado; el hecho de
luchar contra las imaginaciones sexuales indica que uno no da su pleno
consentimiento, si es que hay algún tipo de consentimiento; y en caso de duda
sobre el consentimiento puede presumirse que no fue pleno.
Debería mostrarse a los dirigidos que existe una
estrecha correlación entre estados depresivos, ira, soledad, fantasía sexual y
la tentación de masturbarse, y que, en tales circunstancias, uno debería hacer
un esfuerzo especial del alma y del corazón para dirigirse hacia el mundo real
y, en particular, para concentrarse en las necesidades del prójimo. Como ya he
mencionado, cuando la fantasía tiende a vencernos, es muy recomendable
dedicarse a alguna actividad externa que rompa el encanto de la imaginación. En
pocas palabras, necesitamos ejercitar autodisciplina sobre nuestra imaginación
durante las horas en que estamos despiertos. He descubierto que, para quienes
tratan de vencer el hábito de la masturbación, es muy útil, la sugerencia, ya
mencionada, de mantenerse en la realidad. Esto también es útil para el
masturbador compulsivo, pero, como ya hemos indicado, para vencer toda clase de
compulsión se necesita practicar fielmente los Doce Pasos, y alguna forma de
grupo de apoyo (como Sexólicos Anónimos).
Hay que recordar a los jóvenes que la adquisición
de la virtud es trabajo de toda la vida y que Dios no garantiza curaciones
instantáneas de la debilidad humana, a pesar de que, en materia de castidad,
pensamos que Él debería hacer todo instantáneamente. Parece que, en algunos
casos, Dios continúa dándonos la gracia de volver a intentarlo una vez más, a
pesar de las frecuentes caídas del pasado. “Debemos, en efecto, estar seguros
que la castidad perfecta (como la caridad perfecta) no se alcanza mediante
ningún esfuerzo meramente humano. Debes pedir la ayuda de Dios. Y aún cuando ya
la hayas pedido, tal vez te parezca que no recibes ninguna ayuda o que recibes
menos de la que necesitas. No te preocupes. Después de cada caída pide perdón,
levántate e inténtalo nuevamente. A menudo lo primero que Dios nos concede no
es la misma virtud sino el poder de volver a intentarlo”[52].
A la luz del conocimiento que tenemos de la
masturbación masculina con su énfasis sobre el acto físico y el alivio de la
tensión sexual, no nos sorprende que la masturbación esté más extendida entre
los adolescentes varones que entre las adolescentes mujeres. La naturaleza de
la anatomía sexual femenina, la difusión de las zonas erógenas, la edad más
tardía en que se alcanza el pico de potencia sexual en la mujer y su visión más
romántica de la relación sexual, son algunas razones por las que la tentación
de masturbarse no es tan fuerte para la joven como para el joven. Es probable que
las jóvenes entiendan menos el sentido de sus respuestas físicas que los
muchachos, y por consiguiente, pueden llegar a masturbarse de forma indirecta y
oculta sin tener conciencia de lo que erróneo de su acto[53]. A veces, algunos
rituales de limpieza se convierten en modos de masturbación. Sin embargo, con
la disponibilidad de materiales eróticos, los jóvenes de ambos sexos han tomado
más consciencia de las fuentes del orgasmo. Las músicas y letras de canciones
abiertamente provocativas empapan los años más tempranos de la juventud.
Así, en la dirección espiritual de chicas uno
encuentra tanto aquellas que se formaron el hábito sin comprender su
significado, cuanto las que saben ahora lo que están haciendo pero se sienten
incapaces de controlarlo. Este último grupo necesita la clase de ayuda que
hemos indicado para el compulsivo. Para el primer grupo aprovechará una actitud
más indirecta, ayudándoles a comprender sus vidas como un todo. En efecto, la
masturbación de una jovencita puede ser síntoma de disturbios en su familia y
con sus pares, por más que sean problemas superficiales. Sin dejar de lado los
medios ya mencionados para evitar la masturbación, habría que aconsejar a la
joven que armonice sus relaciones con quienes son importantes para ella y, quizá
por vez primera en su vida, enfrentarse con su propia autoimagen. Tal método
indirecto lleva tiempo pero aporta más beneficios.
Avisos espirituales para adultos acosados
por el problema de la masturbación
Sería repetitivo elaborar la tesis según la cual,
por lo general, los adultos que practican la masturbación tienen una fuerte
tendencia narcisista que deben enfrentar y vencer. A veces se hace necesaria
cierta terapia profesional. Como ya hemos indicado, es necesario cambiar el
patrón de vida, lo que puede lograrse más efectivamente con una seria dirección
espiritual. Esto nos lleva a considerar los efectos espirituales de la
masturbación; aspecto raramente discutido. El Dr.William Kraft y el P. Bernard
Tyrrell, sin embargo, han iluminado los aspectos espirituales de la
masturbación[54].
Kraft sostiene que el principal mensaje encerrado
en el acto masturbatorio es que la vida social, espiritual, emocional y física
del masturbador todavía no está integrada. Su amplia experiencia clínica le ha
permitido percibir la seductiva naturaleza de la masturbación, ya que es un
medio fácil y accesible para reducir las tensiones y para explorar las
sensaciones genitales sin comprometerse en una relación interpersonal. La
fantasía que precede tales actos goza de la seguridad del secreto. Cuando este
acto se convierte en la principal fuente de intimidad y satisfacción, perjudica
el crecimiento espiritual. En ese momento se deja de vivir en el mundo real y
se pasa a vivir en el mundo de las personas ficticias “en el que todo es
posible y no hay límites”.
Kraft sostiene también que la masturbación del
adulto proviene con frecuencia de experiencias no genitales, de modo tal que
detrás de ella hay algo distinto del placer genital. Los adultos a menudo se
masturban por “aburrimiento, ansiedad y soledad”[55]. Cuando un adulto busca
intimidad con otros sólo en su imaginación, en vez de hacerlo en la realidad,
esto es signo de inmadurez. Se supone que la sexualidad humana se orienta hacia
otra persona, expresando amor y ternura en comunión con el otro.
Asimismo, Kraft considera como candidatos para la
masturbación a quienes viven vidas “muy cerebrales, del cuello para arriba”,
por su ansia de vivir “del cuello para abajo”. Su falta de encarnación en la
vida diaria crea tensiones que pueden buscar reducirse a través de la
masturbación. Aunque tales personas (usualmente religiosos o solteros) puedan
encontrar cierto alivio temporal por esta vía, no crecen espiritualmente.
Algunos, queriendo justificar la masturbación, van más allá, exagerando lo
corporal a expensas de la verdad espiritual[56]. En la historia personal de
estos últimos se puede detectar un largo período de represión de los deseos
afectivos. Una reacción similar se ve en los religiosos adictos al trabajo. El
desafío es, por tanto, superar la masturbación reestructurando la vida personal
en una vida integrada. Lo que no es poca cosa en nuestra cultura pansexual.
Kraft recomienda un programa similar al de
Alcohólicos Anónimos, en el que subraya la importancia de la mortificación: “A
veces se necesita bastante mortificación para disminuir nuestro deseo físico de
satisfacción genital… Semejante al alcohólico a quien su cuerpo le reclama un
trago, el masturbador tiene que aprender a decir ‘no’ en bien de un sano
fortalecimiento”[57]. Podemos añadir que Sexólicos Anónimos ha puesto un
énfasis similar en desarraigar la masturbación a través de los Doce Pasos.
Al acercarnos al ideal de integrar nuestra
sexualidad en nuestra personalidad, se corre el peligro de ilusionarse pensando
que “el solo hecho de tomar conciencia del problema nos permitirá cambiar
nuestros sentimientos y nuestra conducta”. De este modo, estamos subestimando
la fuerza que el hábito tiene en nuestras vidas, ya que nuestros cuerpos pueden
haber quedado condicionados a desear experiencias tranquilizantes. La
masturbación puede llegar a convertirse en una parte tan importante de la
conducta de alguna persona, que su supresión dejaría una experiencia de
profundo vacío, que hay que llenar de alguna manera. Pienso que lo que ayuda a
llenar ese vacío, es la experiencia de verdadera relación con Dios que se da a
través de la oración, y la experiencia de amistad con otras personas.
En los programas que siguen los Doce Pasos
aplicados a la lucha contra las adicciones sexuales, se insiste en que no basta
con la buena intención y el poder de la voluntad. La mortificación y la libre
sublimación de los deseos sexuales son vías positivas para integrar nuestra
sexualidad, suprimir inmediatamente los deseos sexuales. También el abandonarnos
voluntariamente en las manos de Dios. Asimismo, la gracia redentora de Dios
ayudará a que la persona encuentre verdadera intimidad en vez de placeres
carnales. Pero todo esto toma tiempo.
De modo más inmediato hay que vigilar los propios
estados anímicos, así como los patrones recurrentes de fantasía y masturbación.
Uno suele advertir los sentimientos y estados anímicos que preceden
habitualmente la masturbación. Esto ayuda a que se evite caer en la
masturbación. Ya que uno de los momentos difíciles tiene lugar al irse a
dormir, conviene buscar modos para evitar el trabajo de la fantasía. Relajarse
más durante el resto del día, y ocupar el corazón con buenas lecturas antes de
acostarse, reduce las tensiones que se experimentan en esos momentos. No es
bueno intentar dormir estando tensionado; porque en esas condiciones, por lo
general, las fantasías sexuales atormentan.
En esta era de HBO y de los canales nocturnos de
cable, la persona angustiada por tendencias de masturbación debería evitar como
la peste la mayoría de los filmes que son ofrecidos en estos medios. Algunos
caen en la tentación de justificar mirar ese tipo de producciones en nombre de
la cultura, pero el problema es la pornografía que suele acompañarlas.
Una de las áreas más inexploradas por la
investigación sigue siendo la relación existente entre incesto abuso sexual
infantil y la tendencia a masturbarse en la vida adulta. Tengo pocas dudas de
que las víctimas de abuso sexual y/o incesto padecen diversos problemas
sexuales, y creo que uno de ellos es la aparición temprana de la conducta
masturbatoria. Un sacerdote católico puede ayudar mucho a estas personas.
El artículo del P. Bernard Tyrrell, que
básicamente es una crítica del libro Sexual Celibate del P. Donald Goergen,
ilumina también este problema. Muestra que Goergen yerra al intentar una
explicación adecuada de los aspectos teológicos del celibato consagrado y
afirma, en cambio, que la masturbación en los religiosos debe ser vista como
algo contrario al celibato y a la vida de los votos. Sugiere que “…la principal
culpa que el consagrado célibe experimenta al masturbarse es resultado de las
fantasías que revuelve en la imaginación y los deseos que estas conllevan. Me
parece obvio, desde un punto de vista de la psicología y del sentido común, que
el célibe consagrado que deliberadamente imagina fantasías de actos sexuales y
cosas por el estilo, al masturbarse se hunde necesariamente en una experiencia
existencial contradictoria entre el celibato libremente elegido y su concreta
realización”[58]
Por esta razón, Tyrrell está en desacuerdo con la
hipótesis de Goergen sobre la masturbación inculpable de los célibes
consagrados. Es incompatible la aceptación cordial del celibato con la
trivialización del problema de la masturbación en un religioso. Es materia
grave aunque la persona tal vez no sea culpable de pecado grave por falta de
advertencia o por la existencia de aquellos impedimentos de la libertad que
encontramos en los masturbadores compulsivos. Pero tales personas están
obligadas de dar los pasos necesarios para librarse de su hábito o compulsión.
En esta empresa la gracia divina siempre es suficiente[59].
Conclusión
El hábito/compulsión de la masturbación es un
problema descuidado en el ministerio pastoral de la Iglesia en Estados Unidos.
La idea de que no se trata de un problema grave desconoce los datos de los
directores espirituales y consejeros juiciosos. Los consejeros de las áreas de
adicción a las drogas y adicción sexual insisten en que sus pacientes quieren
librarse del hábito/compulsión que alimenta su autocomplacencia. El Dr. Kraft
lo considera un serio impedimento para una verdadera integración sexual. Es
tiempo de que los confesores y directores espirituales aprendamos de nuestros
colegas profesionales laicos y que aportemos, de nuestra parte, la sabiduría de
la enseñanza plurisecular de la Iglesia.
Escrito por John Harvey OSFS
Traducido por P. Miguel Ángel Fuentes, I.V.E.
Derechos Reservados – Courage International
[4] En inglés: www.couragerc.org; en castellano: www.courage-latino.org. (grupo https://espanol.groups.yahoo.com/neo/groups/Courage-Latino/info)
[5] Benedict Groeschel, The Courage
To Be Chaste, The Paulist Press, Mahwah, NJ., 64-65.
[6] Farraher, J., Masturbation,
en: New Catholic Encyclopedia, vol. 9, 438-440; el texto está en 438.
[7] El texto completo se encuentra en:
Letter to a Mr. Masson (March 6, 1956) Wade Collection, Wheaton College,
Wheaton, Ill.
[8] Congregación para la Educación
Católica, Orientaciones educativas para la formación en el celibato
sacerdotal (11 de abril de 1974), n. 63.
[9] Cf. Patrick Carnes, Out of the
Shadows, 1983; y Contrary To Love, 1989, Compcare Publ. 2415
Annapolis Lane, Minneapolis, MN, 55441.
[10] Congregación para la Doctrina de la
Fe, Declaración “Persona humana”, sobre algunas cuestiones de ética
sexual (29 de diciembre de 1975), n. 9.
[11] Herant A. Katchadourion and Donald T.
Lunde, Fundamentals of Human Sexuality, Holt, Rinehart and
Winston, Inc. New York, 1972, P. 473.
[12] Anthony Kosnik, et at, p. 219. La
opinión citada es de Josef Fuchs, S.J.
[13] Autoerotisma. Un problema morale
nei primi secoli cristiana? Conclusioni, 255-267. Centro Editoriale
Dehoniano Via Nosadella, 6, 40123 Bologna, 1986. Agradezco al Barnabita P.
Gabriel Patil por traducir las partes pertinentes de este libro.
[14] William E. May, Summary of Silverio
Zedda, SJ, Relative e Assolute nella morale de San Paolo,
Brescia: Paideia Editrice, 1984, 393 pp. La cita es de p. 21 del resumen de
May.
[15] Ibid., 438. Cf. también Persona
humana 9.
[16] Ibid., 438.
[17] Ibid., 438.
[18] Ibid., 438.
[19] Ibid., 438. Farraher también sostiene
que por una razón suficiente, como un sueño tranquilo o estudio uno no está
obligado a ofrecer resistencia positiva “por largo tiempo contra tales mociones
y tentaciones involuntarias” (440).
[20] Ibid., 438.
[21] ‘Masturbation and Objectively Grave
Matter’; en: A New Look at Christian Morality, Notre Dame, Ind.
Fides Press, 1968, p. 214. Curran propuso inicialment esta opinión en la
Sociedad Teológica Católica de América, en 1966.
[22] Ibid p. 220.
[23] Declaración Persona humana,
9.
[24] Rev. Ronald Lawler, OFM, CAP, Jos.
Boyle, Jr., and Wm. E. May, 187-195, Our Sunday Visitor, Inc., Huntington, Indiana,
46750.
[25] Declaración Persona humana,
9.
[26] Catholic Sexual Ethics,
190-191.
[27] Humanae vitae, 12:
“Salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el acto
conyugal conserva íntegro el sentido de amor mutuo y verdadero y su ordenación
a la altísima vocación del hombre a la paternidad”.
[28] Cf. San Agustín, Confesiones,
Libro VIII, cc. 8-12.
[29] 1989 S.A. Literature, P.O. Box 300,
Simi Valley, CA 93062.
[30] 1986 The Augustine Fellowship, P.O. Box
88, New Town Branch, Boston, MA, 02258.
[31] Nota del traductor (P.
Miguel Ángel Fuentes, IVE): El autor hace referencia a los Doce Pasos del
tratamiento de recuperación de Alcohólicos Anónimos. En el artículo no los
menciona, pues los supone conocidos. Los transcribo para quienes no los hayan
leído nunca: 1) Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol, que nuestras
vidas se habían vuelto ingobernables. 2) Llegamos a creer que un Poder Superior
a nosotros mismos podría devolvernos el sano juicio. 3) Decidimos poner
nuestras voluntades y nuestras vidas al cuidado de Dios, como nosotros lo
concebimos. 4) Sin miedo hicimos un minucioso inventario moral de nosotros
mismos. 5) Admitimos ante Dios, ante nosotros mismos, y ante otro ser humano,
la naturaleza exacta de nuestros defectos. 6) Estuvimos enteramente dispuestos
a dejar que Dios nos liberase de todos estos defectos de carácter. 7)
Humildemente le pedimos que nos liberase de nuestros defectos. 8) Hicimos una
lista de todas aquellas personas a quienes habíamos ofendido y estuvimos
dispuestos a reparar el daño que les causamos. 9) Reparamos directamente a
cuantos nos fue posible el daño causado, excepto cuando el hacerlo implicaba
perjuicio para ellos o para otros. 10) Continuamos haciendo nuestro inventario
personal y cuando nos equivocábamos lo admitíamos inmediatamente. 11) Buscamos
a través de la oración y la meditación mejorar nuestro contacto consciente con
Dios, como nosotros lo concebimos, pidiéndole solamente que nos dejase conocer
su voluntad para con nosotros y nos diese la fortaleza para cumplirla. 12)
Habiendo obtenido un despertar espiritual como resultado de estos pasos,
tratamos de llevar este mensaje a otros alcohólicos y de practicar estos
principios en todos nuestros asuntos.
[32] Esta definición es la de John Bradshaw.
Cf. John Bradshaw, Healing The Shame That Binds You, Health
Communications Inc., Deerfield, FL, 33442.
[33] Out of the Shadows, Compcare
Publications, 2415 Annapolis Lane, Minneapolis, MN 55441, 1984,4. See also Anne
Wilson Schaef, Escape From Intimacy, Harper and Row, 1989,1-5.
[34] Contrary to Love, 1989,
Compcare Publications, 2415 Annapolis Lane, Minneapolis, MN 55441, 4-7.
[35] Irresistible Impulses: A Question
of Moral Psychology, American Ecclesiastic Review, 100, 1939, 219.
[36] Ibid, 440.
[37] Nota del traductor (P.
Miguel Ángel Fuentes): el autor quiere decir aquí que hay un momento en que la
persona ya vislumbra la dirección que han de tomar sus impulsos si no
interviene, y puede intervenir en ese momento, aunque no
pueda hacerlo más adelante. En ese momento se juega su verdadera
responsabilidad.
[38] Allers, Ibid, 216-217. Cf, también John
Ford and Gerald Kelly, Contemporary Moral Theology, vol. I, Questions
in Fundamental Moral Theology (Westminster, MD, Newman Press, 1958),
230.
[39] Cf.
Walter and Ingrid Trobisch, My Beautiful Feeling, Correspondence with
Illona, Intervarsity Press, 1977, Downers Grove, Illinois, 60515. Una
adolescente alemana revela sus sentimientos íntimos sobre la masturbación en
oposición al profesor del colegio liberal.
[40] Groeschel, The
Courage to be Chaste, Paulist Press, Mahwah, N.J., 07430, 64-69.
[41] John
Harvey, OSFS, A Spiritual Plan to Redirect One’s Life (Daughters
of St. Paul publication). (Nota del Traductor: En este escrito
el P. Harvey defiende la posibilidad real de vivir la castidad en forma gozosa
siempre y cuando la persona con inclinaciones homosexuales lleve una vida
espiritual ordenada; para esto traza las líneas de un plan de vida espiritual
que debe incluir oración, meditación, Misa frecuente, examen de conciencia
diario, confesión regular, devoción mariana y algún apostolado de obras de
misericordia).
[42] John
F. Harvey, OSFS, Expressing Marital Love during the Fertile Phase International
Review of Natural Family Planning, vol. 5, no. 4 (Winter, 1981) 204-210. He
escrito un artículo sobre la masturbación en el matrimonio en la misma revista,
vol. 3, 134-140.
[43] John
F. Kippley en su reciente libro Sex and the Marriage Covenant,
The Couple to Couple League International, Inc. Cincinnati, Ohio, 1991,
muestra la relación entre contracepción y masturbación. Si alguien argumenta a
favor de la contracepción basándose en la historia completa del matrimonio (ya
tienen al menos cuatro niños y han cumplido su deber), entonces el mismo
argumento puede justificar la masturbación en el matrimonio. Ambos argumentos
son rotundamente erróneos (292-293).
[44] John
F. Harvey, OSFS, Homosexuality and Vocations, “American
Ecclesiastical review”;vol. 164, no. 1, Jan., 1971, 42-55. Si bien en
este artículo principalmente considero la cuestión de la homosexualidad y las
vocaciones, también hablo del rol del director espiritual tanto en la cuestión
de la homosexualidad como en la de la masturbación.
[45] The
Sexual Celibate New York, The Seabury Press, 1974, 201.
[46] Ibid 203-204.
[47] Images
of Hope, New York, 1966, 119-120.
[48] Cf.
Leanne Payne, The Broken Image, Westchester, III., 1982. 46-47.
[49] Martin Buber escribió del ‘misterioso
juego de esconderse y buscar en la oscuridad del alma, en el que el alma humana
soltera se evade a sí misma, se evita a sí misma y se esconde de sí misma”. Citado por M. Scott Peck, The
People of the Lie, Simon and Schuster, N.Y., 1983, 76.
[50] ‘The
Solitary Vice Goes Public’, Editorial, Fidelity, Notre Dame, IN, 1985,5. Jones
continúa diciendo: ‘La lucha contra la tentación de masturbarse es el yunque en
el que los adolescentes forjan su carácter. O ellos aprenden a controlarse a sí
mismos, con todo lo que esto implica, o no aprenden, con toda la disposición
proyectada como odio de la autoridad que esto implica. La masturbación es, en
cierto sentido, la primera raíz del mal sexual desde el punto de vista del
desarrollo (es la introducción del niño en el pecado sexual), pero también
porque todo otro pecado sexual es el fondo algo masturbatorio” ( ibid).
[51] Wilhelm
Stekel, Autoeroticism, Grove Press, N.Y., 1950.
[52] C.
S. Lewis, Mere Christianity, citado en Bausch, Masturbation,
35.
[53] Wilhelm Stekel, op. cit.131-135. Stekel
usa el término masturbación ‘críptica’.
[54] William
F. Kraft, A Psycho-Spiritual View of Masturbation, Human
Development Summer, 1982, 39-45; Bernard J. Tyrrell, The Sexual
Celibate and Masturbation, Review for Religious, vol. 35, 1976/3, 399-408.
[55] Kraft,
op. cit. 41
[56] Ibid.,
41.
[57] Ibid.,
43.
[58] Tyrrell, ibid. 405.
[59] Tyrrell se refiere a su libro Christotherapy:
Healing Through Enlightenment (New York, Seabury, 1975) para una
mayor comprensión de su tesis de que masturbación libre es posible no sólo para
religiosos, sino también para los laicos.
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