Casca apuñala en la nuca a Julio César, y los otros le secundan en la
acción, terminando por Bruto. César dice en ese momento: «Et tu, Bruté?», lo
cual se traduce en «¿Y tú, Bruto?» – ¿También tú, Bruto? –. Así escenifica William Shakespeare
–inspirado en la versión del historiador Seutonio– la muerte del dictador romano
y la puñalada final de Marco
Junio Bruto, hijo de Servilia (amante de César),
en una de sus obras trágicas más famosas. Sin embargo, cualquiera parecido con
la realidad es pura coincidencia. Después de recibir 23 heridas, aunque
paradójicamente solo una de ellas resultó mortal, parece poco probable que
todavía tuviera fuerzas para lanzar una cita tan teatral. Al contrario, César
consiguió defenderse durante unos segundos e hirió a Bruto en el muslo con un
punzón. Ya herido de muerte, se cubrió la cara con su túnica en un último
intento por dignificar su apariencia.
Nacido el 13 de julio del año 100 a. C, Cayo Julio César tuvo una
carrera política mucho más convencional de lo que tradicionalmente se ha
considerado siempre. Tras la muerte del dictador Sila, que recelaba de Julio
César por sus lazos familiares con Cayo Mario, el joven
patricio ejerció por un tiempo la abogacía y fue pasando por distintos cargos
políticos. En 70 a.C., César sirvió como cuestor en la provincia de Hispania y
luego como edil curul en Roma. Dado a endeudarse para ganarse la simpatías del
pueblo, la generosidad de
Julio César se hizo famosa en la ciudad y le permitió en 63 a.C. ser
elegido praetor urbanus al obtener más votos que el resto de candidatos a la
pretura. Su carrera política, no en vano, dio un salto definitivo cuando fue elegido cónsul gracias al
apoyo de sus dos aliados políticos –Cneo Pompeyo Magno y Marco Licinio Craso– los
hombres con los que César formó el llamado Primer Triunvirato. Al
terminar el consulado, fue designado procónsul de las provincias de Galia
Transalpina, Iliria y Galia Cisalpina, desde donde regreso convertido en un gran
héroe militar que había logrado someter a los pueblos galos.
El final del Triunvirato da inició a la guerra civil
La muerte de Craso en una desastrosa campaña contra el Imperio parto rompió en
añicos el Triunvirato y enfrentó a Pompeyo contra César. Tras una guerra civil
que duró cuatro años, César regresó victorioso a Roma a finales
de julio de 46 a. C. La victoria total de su facción dotó a César de un poder
enorme y el Senado se apresuró a legitimar su posición
nombrándolo dictador por tercera vez en el año 46 a. C. por un plazo sin
precedentes de diez años. La benevolencia mostrada por el dictador, que no solo perdonó la vida a la mayoría de los senadores que se
habían enfrentado contra él durante la guerra, sino que incluso les otorgó
puestos políticos, se reveló con el tiempo como un error político de bulto. La
mayoría de los 60 senadores implicados en su asesinato habían sido amnistiados
previamente por el dictador.
Marco Junio
Bruto, sobrino de Catón «El joven», había
combatido junto a César en la Galia –al que le unía la amistad y un delicado
parentesco, su madre era amante del dictador– y después contra él durante la
guerra civil. Por su parte, Cayo Casio Longino, quizás
el principal cabecilla de la conspiración, ejerció como legado para él después
de combatir primero en el bando de Pompeyo. Otro conspirador, Cayo Trebonio, había
servido durante muchos años en el alto mando de Julio César en las campañas de
la Galia. Ni la gratitud ni la amistad disuadieron a los conspiradores de sus
intenciones, que afirmaron haber matado al tirano por salvaguardar la
República, y, sin embargo, solo consiguieron acelerar la caída de una
institución que llevaba un siglo tambaleándose. Su final se vislumbraba desde
que la derrota final de
Aníbal había requerido buscar enemigos internos.
Pero más allá de los asuntos políticos, que tenían como trasfondo la
lucha entre distintas familias de la aristocracia, el asesinato del dictador
escondía un factor simbólico. Julio César decía descender de los
Reyes de Alba Longa –una ciudad absorbida por Roma poco después de su
fundación– y solía vestir por esta razón con una túnica de mangas largas y botas
de media caña de cuero rojo. Por su parte, Bruto pertenecía a la estirpe de
Lucio Junio Bruto,
que en torno al año 509 a.C. acabó con el último rey de Roma, Tarquinio «El Soberbio»,
aunque ciertamente entre muchos de sus contemporáneos había dudas de que la
afirmación fuera cierta. La imagen de un grupo de senadores terminando con el
hombre que aspiraba supuestamente a convertirse en rey, el tirano, impulsó a los
conspiradores más dubitativos a acometer el magnicidio, además de conquistar el imaginario de Shakespeare.
El día del magnicidio: «¡Cuídate de los idus!»
El día previo al asesinato, la esposa de César Calpurnia Pisonis había
tenido supuestamente una pesadilla donde advirtió el asesinato de su marido.
Dado que Calpurnia no era dada a supersticiones, se dice que el dictador cedió quedarse en casa y envió un
mensaje al Senado para informarles de que la mala salud le impedía
abandonar su casa para llevar a cabo ningún asunto público. Sin embargo, Décimo Bruto –otro de los
conspiradores– consiguió convencer finalmente a César de que acudiera a la
cámara, ya que en pocos días iba a ausentarse fuera del
país y debía dejar los asuntos políticos convenientemente atados. También
se ha considerado según la tradición que el profesor de griego
Artemidoro entregó un manuscrito a César a la puerta del Senado
avisándole de la conspiración, pero éste no llegó a abrirlo a tiempo.
Además, hasta principios del año 44 a.C. César había contado con la
protección de una escolta de auxiliares hispanos, pero los había licenciado como
demostración de normalidad política en cuanto el Senado aprobó prestarle un
juramento de lealtad. El 15 de marzo de ese año acudió al Senado sin más
protección que la compañía de sus colaboradores más cercanos. Una vez dentro del
edificio público, los conspiradores se encargaron de llevarse a Marco Antonio a un lugar
apartado. Los asesinos eran conscientes de que Marco Antonio, además de fiel a
César, era un hombre
corpulento y dado a arranques de ira. Antes de que diera comienzo la
reunión senatorial, los conspiradores se apiñaron en torno al dictador fingiendo pedirle distintos
favores. Lucio Tilio
Címber, que había servido a las órdenes del César, le reclamó que
perdonara a su hermano que se encontraba en el exilio. Mientras el dictador
romano trataba de calmar al grupo, Címber tiró de la toga de César y mostró su
hombro desnudo: era la señal acordada. Casca sacó su daga y le
apuñaló, pero solo fue capaz de arañar el cuello del dictador. Según
algunas versiones, César agarró los brazos de Casca y forcejeó con él intentando
desviar la daga.
El general romano no solo se defendió por unos segundos de los ataques, sino que
fue capaz de sacar un
afilado estilo (un puñal) y herir a varios hombres, al menos dos,
incluido a Bruto en un muslo. Tras el ataque de Casio, los otros conjurados se unieron a la lucha propinando a César
numerosas estocadas y tajos. Solo dos senadores de los presentes trataron de
ayudar al dictador, pero no consiguieron abrirse camino. Sin que sea posible de
comprobar, puesto que las fuentes presentan distintas versiones, Marco Bruto fue uno de los últimos
en acuchillar a César, con una herida en la ingle, y al que habría
dirigido el famoso «tú también hijo mío». Con 23 puñaladas en su cuerpo –aunque
solo una realmente mortal–, Julio César se cubrió la cabeza
con su túnica púrpura en un último esfuerzo por mantener la dignidad y
cayó desplomado junto al pedestal de la estatua de Pompeyo, su otrora máximo
rival.
En pánico se propagó por la sala, los senadores que no tenían
manchada la ropa de sangre huyeron del lugar enseguida. Durante un tiempo, toda
Roma quedó anonadada sin decidir si aquello era el comienzo de una nueva guerra
civil o el origen de los festejos por la muerte de un tirano. Marco Antonio se
reunió con los conspiradores en privado y obtuvo permiso para que César
tuviera un funeral público en el Foro. En línea con el famoso discurso que Shakespeare puso en boca de Marco
Antonio en su drama, el leal amigo de César aprovechó el acto para ensalzar
las virtudes del fallecido dictador, al mismo tiempo que lanzaba velados
reproches a los conspiradores, «los hombres más honrados». No obstante, el
momento cumbre del funeral llegó cuando Antonio leyó a viva voz el
testamento de César, que incluía la donación de unos amplios jardines junto al
Tíber al pueblo de Roma y un regalo en metálico a todos los ciudadanos.
Tras el anuncio se produjeron disturbios y ataques contra las viviendas de los
conspiradores. Paradójicamente, el leal seguidor del dictador Helvio Cinna fue asesinado
ese día por la turba que le confundió con uno de los conspiradores, Cornelio Cinna.
Desde que se hizo público el testamento, el sobrino nieto de Julio
César, Octavio, de 18
años, asumió el papel de hijo adoptivo del dictador y cambió su nombre por el de
Cayo Julio César
Octavio. Al principio, combatió junto al Senado y varios de los
conspiradores contra Antonio, que no tardó en levantar a las legiones que
todavía eran fieles a la memoria de Julio César. No en vano, Cayo Julio César
Octavio –el futuro Emperador Augusto– terminó uniéndose a Antonio y a
Lépido, otro de los fieles de Julio César, para formar el segundo Triunvirato y
dar caza a los asesino de los idus de marzo. En el plazo de tres años,
prácticamente todos los conspiradores fueron ajusticiados sin que observaran ni
la más leve sombra de la
famosa clemencia del tirano al que tanto se habían afanado en
eliminar.
César Cervera
César Cervera
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