Posiblemente la falcata ibérica se trate de una de las piezas más
representativas de la cultura íbera, sobre todo a lo que armamento se refiere.
La falcata ibérica era un arma de hierro o acero de aspecto
curvado con una longitud variable entre los 55 cm y los 60 cm de largo, con una
empuñadura decorada con motivos de aves o caballos como los símbolos más
frecuentes. Las falcatas de
doble filo son menos comunes, pero aun así se han encontrado restos de su
existencia en varios yacimientos arqueológicos. Fue usada por los íberos durante
aproximadamente cinco siglos, hasta que vio un claro descenso de su utilización
a partir del siglo I a.C.
La Falcata Ibérica, posible origen de la falcata ibérica
La
falcata no tuvo un nombre específico dado por los íberos. Fue
descrita por primera vez con ese nombre por Juan Agustín Céan Bermúdez en 1832
basándose en la locución latina “ensis facaltus“, o lo que es
lo mismo, “espada en forma de hoz”. En otras culturas, como la griega, fue
llamada machaira o májaira.
Se cree que la falcata pudo provenir de Iliria y de ahí a la
península itálica o de las regiones griegas por sus estrechos parecidos y por
ser anteriores a ellas, aunque la adoptada por los íberos sufrió algunas
modificaciones como una reducción de la curvatura y de la longitud, lo que
aparentemente fue más efectivo en sus manos. Las dimensiones que se consiguieron
la convertían en un arma poderosa con claras semejanzas a la gladius romana, de la que se cree que tuvo influencias para la
elaboración de la gladius
hispaniensis pero con una evolución de la hoja recta y no curvilínea.
La Falcata Ibérica, ¿Por qué fue un arma temida por los legionarios romanos?
Estrabón y Diodoro de
Sicilia hablaron de la falcata
como un arma temible.
“En cuanto a las armas algunos celtiberos usan escudos ligeros como los galos y otros circulares (…) Sus espadas tienen doble filo y están fabricadas con excelente hierro, también tienen puñales de un palmo de longitud. Siguen una práctica especial de fabricación de sus armas pues entierran láminas de hierro y las dejan así, hasta que con el curso del tiempo el óxido se ha comido las partes más débiles quedando solo las más resistentes (…). El arma fabricada de esta forma descrita corta todo lo que pueda encontrar en su camino, pues no hay escudo, casco o hueso que pueda resistir el golpe dada la extraordinaria calidad del hierro (..)” Diodoro de Sicilia 5, 33
Durante las Guerras Púnicas, las legiones de Roma se enfrentaron a los
íberos que acompañaron a Aníbal en calidad de mercenarios y aliados, y por ende
a sus temibles falcatas, de las que las crónicas romanas
contaban que eran capaces de cortar extremidades con extrema facilidad por la
maestría de sus guerreros a la hora de manejar la hoja. Podían separar las
cabezas del cuerpo de un legionario romano con frecuencia o incluso dejar al
descubierto sus entrañas con un simple tajo por debajo del estómago.
Nacía así la leyenda en torno a aquellas armas. Los legionarios se
vieron obligados a incorporar algunas novedades de refuerzo en sus scutum y sus loricas para defenderse de su atroz
efectividad. La resistencia de las falcatas, según las fuentes
de la época, se debía a la calidad del metal con las que las elaboraban. Los
herreros íberos enterraban el acero en la arena para que el tiempo reforzase las
aleaciones desechando las fracciones más propensas a la debilidad. Aquel ritual
de elaboración recogía las partes que resistían para ser usadas con el objeto de
originar el arma.
A
pesar de su aparente efectividad, la falcata ibérica no tuvo un
uso generalizado en toda la Península como algunos intereses propagandísticos
nos han querido hacer creer. El arma usada por los íberos tuvo un auge, sobre
todo, en la zona mediterránea del Levante y el norte de Andalucía y que fue
usada por los pueblos contestanos y bastetanos.
Además, no todas las hojas fueron de buenas calidades. Se han
encontrado falcatas con
aceros de muy baja calidad que distan mucho de las apreciaciones de las fuentes
romanas. Tampoco fueron el arma exclusiva de estos pueblos, pues eran más dados
a las hondas, las jabalinas o los arcos. La falcata fue más bien un arma
secundaria utilizada en ocasiones puntuales como combates cuerpo a cuerpo o
cuando ya quedaban inutilizadas sus armas arrojadizas. La vaina donde se
guardaba era de cuero reforzado con hierro y sostenida por una cuerda que
atravesaba el hombro derecho mediante sujeciones con anillos para otorgar al
guerrero un rápido desenvaine en caso de querer utilizarla.
Se
han encontrado fragmentos y espadas bien conservadas en numerosos yacimientos.
Un ejemplar muy bien conservado se halló en la necrópolis ibérica de Almedinilla
(Córdoba) por Luis Maraver y Alfaro en 1867. El ejemplar extraído tiene una
longitud de 59 centímetros, con una hoja ornamentada con finos hilos de plata y
una empuñadura en forma de busto de caballo, lo que le da un aspecto feroz y un
detalle que mostraba el alto grado de elaboración que llevaban a cabo los
herreros íberos que fabricaban estas armas.
Autor: Tito
Batán para revistadehistoria.es
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