TRADUCCIÓN

jueves, 13 de febrero de 2014

CIRCO MÁXIMO

La vida es como un enorme Circo Máximo: siete vueltas, catorce giros, y en cada giro nos jugamos la propia vida, en cada decisión que tomamos o que otros toman por nosotros, sólo que la carrera va tan rápido que no tenemos casi nunca tiempo para pensar. Pero la victoria en la vida no es para el que llega primero, sino para aquellos que consiguen llega a la última vuelta, al último giro y sobrevivir”.  Santiago Posteguillo
 
 
El Circo Máximo (en latín Circus Maximus, «el circo más grande») fue un estadio para carreras de carros de la Antigua Roma. Situado en Roma, capital de Italia, se erigió en el valle entre los montes Aventino y Palatino. Fue el mayor circo de la antigua civilización romana con sus 621 m de longitud y 118 m de anchura.
 
Sus gradas podían acomodar a unos 150 000 espectadores, según estimaciones modernas, y su configuración fue modelo para todos los circos que los romanos construyeron en numerosas ciudades de su imperio. En la actualidad sólo queda la planta del antiguo estadio y su solar es un parque público de Roma.
 
En la pista cabían hasta 12 carros y los dos lados de la misma se separaban con una mediana elevada llamada la spina. Las estatuas de varios dioses se colocaban en la spina y César Augusto también erigió un obelisco egipcio en ella. En cada extremo de la spina estaba colocado un poste de giro, la meta, en torno al cual los carros hacía peligrosos giros a gran velocidad. Un extremo de la pista se alargaba más que el otro, para permitir que los carros se alinearan al comienzo de la carrera. Allí había verjas de salida o carceres, que escalonaban los carros para que todos ellos recorrieran la misma distancia en la primera vuelta.
 
Se conserva muy poco del Circo, con la excepción de la pista de carreras, hoy cubierta de hierba, y la spina. Algunas de las verjas de salida se conservan, pero la mayoría de los asientos han desaparecido, sin duda por haber sido empleada la piedra para construir otros edificios en la Roma medieval.
El obelisco Flaminio fue trasladado en el siglo XVI por el papa Sixto V a la Piazza del Popolo. Las excavaciones del Circo comenzaron el siglo XIX, seguidas de una restauración parcial, pero siguen pendientes algunas excavaciones verdaderamente exhaustivas de su suelo.
El Circo Máximo retuvo el honor de ser el primer y mayor circo de Roma, pero no fue el único: otros circos romanos eran el Circo Flaminio, en el que se celebraban los Juegos Plebeyos (Ludi Plebeii), y el Circo de Majencio.
El Circo sigue siendo ocasionalmente usado para fines lúdicos. Por ejemplo, en él se celebró el concierto del Live 8 el 2 de julio de 2005. En este mismo lugar el 10 de julio de 2006 alrededor de 1.000.000 de italianos celebraron la cuarta Copa del Mundo obtenida por Italia en el Mundial 2006.
 
 


 
CRÍTICA AL LIBRO DE SANTIAGO POSTEGUILLO:
Tras la cautivadora “Los asesinos del emperador”, Santiago Posteguillo vuelve a intentar seducir a los lectores con su continuación, “Circo Máximo (La ira de Trajano)” (editorial Planeta, disponible en FantasyTienda). La trama de esta trilogía continúa su viaje lineal, y en esta ocasión nos encontramos en pleno gobierno de Marco Ulpio Trajano tras la muerte de Domiciano y el breve y débil gobierno de Nerva.

El legado del anterior emperador, sometido de forma inédita a una más que merecida damnatio memoriae (“condena de la memoria”) se ha visto reducido a rescoldos: sus monedas y estatuas fundidas, sus arcos derribados y su nombre eliminado de todos los registros públicos de Roma; pero aquellos que medraron a la sombra del funesto Domiciano, que se hicieron ricos participando en su saqueo al tesoro público y a los privados, odian el nuevo régimen, y juran venganza desde sus escondrijos en Roma o el exilio a las provincias, al que fueron condenados.

Trajano, el primer emperador de origen no itálico, acumula ahora un poder que le proporciona una falsa sensación de seguridad, en la cúpula del imperio más imponente de su tiempo, y dedica su tiempo a poner en orden a Roma y planificar el futuro, a nivel social y militar. No cuenta con la daga en la oscuridad, con el complot soterrado, y cree que el fin de las arbitrariedades de Domiciano le proporcionará al menos un tiempo de paz. Sólo se muestra inquieto ante aquellos que no ven con buenos ojos el gobierno de un ciudadano nacido fuera de la península itálica… pero está seguro de que le aceptarán con el tiempo.

Como inesperado regalo que atraviesa las mareas del tiempo, llega hasta Trajano un conjunto de documentos que muestran los planes de expansión del imperio que Cayo Julio César, dictador y Pontifex Maximus, no pudo siquiera iniciar, al ser asesinado en los idus de marzo del 44 de antes de nuestra era. El sueño de César será una prioridad para Trajano, que verá en él la posibilidad para el tesoro público de salir de la bancarrota provocada por los suntuosos dispendios de Domiciano, y de conjurar los peligros constantes que se acumulan en las fronteras, con el ascenso de poderosos reyes en ellas que podrían sumir a Roma en una espiral de decadencia y destrucción imparable. 145 años después, el sueño de César, contenido en un simple cesto, podría salvar el imperio…
Al mismo tiempo, Menenia, joven vestal de Roma, es acusada formalmente de yacer con un antiguo amigo de la infancia, el conductor de cuadrigas Celer, y se enfrenta a una condena a muerte, por romper su sagrado voto de castidad. Su padre, el senador Menenio, pide ayuda a un semejante, el también senador Plinio, famoso abogado, para que esclarezca las acusaciones de crimen incesti que pesan sobre ella. Este último se verá obligado a escarbar en el pasado para conseguirlo, en una ciudad en la que es peligroso incluso interesarse por el presente, y que hasta hace pocos años respiraba boqueando en el fango cada día, en una oleada de muerte y destrucción.

Normalmente, las segundas partes de una trilogía son las menos agradecidas de todas, cara al lector, y probablemente al escritor. “Circo Máximo” es una novela ambiciosa, incluso más que la primera de la serie, y aunque desprende el habitual aroma de transición tan propio de las segundas con esa constante sensación de estiramiento forzado, tiene un estilo propio, diferente de “Los asesinos del emperador”. Las marcadas diferencias entre las tramas civil y militar, ambas entretejidas en la misma tragicomedia, nos ofrecen una variedad de estilo y ambientación que intenta emparentar en calidad con la primera parte pero no termina de conseguirlo.

Mientras que la plomiza trama civil está más centrada en los sentimientos y la vida diaria de los ciudadanos de primera línea, cuya vida, en muchas ocasiones, pende de un fino hilo, la militar es mucho más transcendente y atrayente. Las relaciones exteriores de Roma con algunos reinos limítrofes a menudo estuvieron marcadas por los desencuentros, pero sin duda, entre los conflictos que tuvieron lugar en las fronteras a lo largo de su historia, los sostenidos con los dacios son de los más tornadizos y peculiares que pueden estudiarse. El rey Decébalo, señor en aquellos tiempos del norte del Danubio, era, a tenor de las crónicas, un soberano capaz y de gran visión de conjunto, que puso en jaque durante años a las legiones romanas, tenidas por las más poderosas y disciplinadas del mundo. Su estrategia de desgaste y alianza con otros pueblos, como los temidos sármatas y los numerosos roxolanos, le proporcionaba la fuerza para mantener a raya, al menos en sus fronteras, las ansias expansionistas de los sucesivos emperadores, hasta el punto de que alguno de ellos debía pagarle tributo anual en oro y plata para mantener la paz, en un chantaje intolerable.

Por si esto no fuese lo suficientemente interesante, Santiago Posteguillo nos introduce de nuevo en el fascinante mundo de los gladiadores del Circo Máximo, a través de cuya vida conoceremos de primera mano la hez más abyecta de las cloacas del imperio, el destino de los oprimidos y vencidos, de las vidas puestas al servicio del entretenimiento sangriento del pueblo. El problema es que eso ya pudimos disfrutarlo, con mejores resultados, en la primera novela, y resulta en ocasiones un poco redundante, a pesar del esfuerzo que Posteguillo pone en la elaboración de la trama.

Santiago Posteguillo en el recinto arqueológico de Itálica, en Santiponce (Sevilla)

Circo Máximo” me ha gustado, aunque no tanto como la novela anterior; sin embargo, en muchos momentos me resultó difícil dejar de leer cuando debía hacerlo, al menos en los capítulos que hablaban de la campaña de la Dacia. La prosa, salvo algunos problemas con el subtexto –demasiadas cosas que contar y mucha ambición narrativa, lo que provoca que a veces ciertos personajes, más que hablar, declamen contando cosas que otro sabe- resulta descriptiva, atrayente y eficaz atrapando al lector. En muchos momentos conseguimos sumergirnos en lo que el autor nos cuenta, y al mismo tiempo aprendemos algunas cosas, que sin duda el lector de ensayos sobre el imperio romano, más experimentado, encontrará obvias. En este sentido funciona mucho mejor la trama militar que la civil, más intrincada y estirada de forma artificial, con una prosa menos directa que en la primera novela, lo cual puede provocar que algunos lectores se sientan enmarañados en un callejón sin salida.

El propio Santiago admite haberse tomado algunas licencias históricas, pero siempre jugando con el habitual margen especulativo que a veces incluso permiten las fuentes clásicas, o trasladando personas que existieron, tal y como en esas fuentes se las describe, al contexto de la propia trama, de forma bastante verosímil. El epílogo –que hay que leer después de la novela si no queremos que nos la destripe, como parece obvio- aclara toda posible duda entre la relativa realidad transmitida por los textos clásicos y las licencias literarias.

Es esta una novela histórica llena de subtramas y extensa, de fácil seguimiento en su mayoría y afán didáctico en el plano militar, que sobre todo disfrutarán los asiduos al género, pero que también podrán disfrutar los amantes del ensayo que puedan poner cierta distancia entre la historia canónica y las especulaciones.

¿Qué nos deparará la conclusión de la trilogía? ¿Recuperará Posteguillo el pulso narrativo en una novela redonda, como resultó ser la primera?


La vida es como un enorme Circo Máximo: siete vueltas, catorce giros, y en cada giro nos jugamos la propia vida, en cada decisión que tomamos o que otros toman por nosotros, sólo que la carrera va tan rápido que no tenemos casi nunca tiempo para pensar. Pero la victoria en la vida no es para el que llega primero, sino para aquellos que consiguen llega a la última vuelta, al último giro y sobrevivir”.
Alejandro Serrano

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