Señor: que como tu amigo Francisco de
Borja sepamos dominar el cuerpo y el orgullo
y dedicarnos con todas nuestras fuerzas y cualidades a obtener
que las gentes te amen más y te sirvan mejor. Amén.
y dedicarnos con todas nuestras fuerzas y cualidades a obtener
que las gentes te amen más y te sirvan mejor. Amén.
Domino mi cuerpo para no ser
descalificado en el día final (San Pablo).
La familia
española Borja o Borgia se hizo célebre cuando Alfonso Borgia fue elegido papa
con el nombre de Calixto III y luego cuando otro Borgia fue nombrado Pontífice y
se llamó Alejandro VI. Este Borgia antes de ser Pontífice había tenido cuatro
hijos, y uno de ellos fue el padre de nuestro santo.
Francisco de Borja y Aragón S.I. (1510–1572) fue III General de la Compañía de Jesús, IV duque de Gandía, I marqués de Lombay, Grande de España y Virrey de Cataluña. Nació en Gandía (Valencia, España) el 28 de octubre de 1510, y murió en Roma, por entonces capital de los Estados Pontificios, el 1 de octubre de 1572.[1] Fue hijo de Juan de Borja y Enríquez de Luna, III duque de Gandía, y de Juana de Aragón y Gurrea,[2] hija natural de Alonso de Aragón, virrey de Aragón, hijo ilegítimo del rey Fernando II de Aragón,[3] y de Ana de Gurrea, vizcondesa de Evol. Por parte de su padre, era biznieto del papa Alejandro VI.[3]
En su familia se preocuparon porque el joven recibiera la
mejor educación posible y fue enviado a la corte del emperador para que allí
aprendiera el arte de gobernar. Esto le fue de gran utilidad para los cargos que
tuvo que desempeñar más tarde.
Contrajo matrimonio con Leonor de Castro, una joven de la
corte del emperador y tuvo seis hijos. Su matrimonio duró 17 años y fue un
modelo de armonía y de fidelidad.
El emperador Carlos V lo nombró virrey de Cataluña (con
capital Barcelona) región que estaba en gran desorden y con muchas pandillas de
asaltantes. Francisco puso orden prontamente y demostró tener grandes cualidades
para gobernar. Más tarde cuando sea Superior General de los jesuitas dirá: "El
haber sido gobernador de Cataluña me fue muy útil porque allá aprendí a tomar
decisiones importantes, a hacer de mediador entre los que se atacan, y a ver los
asuntos desde los dos puntos de vista, el del que ataca y el del que es
atacado".
La reina de España era especialmente hermosa, pero murió en
plena juventud, y Francisco fue encargado de hacer llevar su cadáver hasta la
ciudad donde iba a ser sepultada. Este viaje duró varios días, y al llegar al
sitio de su destino, abrieron el ataúd para constatar que sí era ese el cadáver
de la reina. Pero en aquel momento el rostro de la difunta apareció tan
descompuesto y maloliente, por la putrefacción que Francisco se conmovió hasta
el fondo de su alma, y se propuso firmemente: "Ya nunca más me dedicaré a servir
a jefes que se me van a morir". En adelante se propone dedicarse a servir
únicamente a Cristo Jesús que vive para siempre.
La gente empezó a notar que la vida y el comportamiento del
virrey Francisco cambiaban de manera sorprendente. Ya no le interesaban las
fiestas mundanas, sino los actos religiosos. Ya no iba a cacerías y a bailes,
sino a visitar pobres y a charlar con religiosos y sacerdotes. Un obispo
escribía de él en ese tiempo: "Don Francisco es modelo de gobernantes y un
caballero admirable. Es un hombre verdaderamente humilde y sumamente bondadoso.
Un hombre de Dios en todo el sentido de la palabra. Educa a sus hijos con un
esmero extraordinario y se preocupa mucho por el bienestar de sus empleados.
Nada le agrada tanto como la compañía de sacerdotes y religiosos". Algunos
criticaban diciendo que un gobernador no debería ser tan piadoso, pero la mayor
parte de las personas estaban muy contentas al verlo tan fervoroso y lleno de
sus virtudes.
En 1546 murió su santa esposa, la señora Leonor. Desde
entonces ya Francisco no pensó sino en hacerse religioso y sacerdote. Escribió a
San Ignacio de Loyola pidiéndole que lo admitiera como jesuita. El santo le
respondió que sí lo admitiría, pero que antes se dedicara a terminar la
educación de sus hijos y que aprovechara este tiempo para asistir a la
universidad y obtener el grado en teología. Así lo hizo puntualmente (San
Ignacio le escribió recomendándole que no le contara a la gente semejante
noticia tan inesperada, "porque el mundo no tiene orejas para oír tal
estruendo").
En 1551, después de dejar a sus hijos en buenas posiciones y
herederos de sus muchos bienes, fue ordenado como sacerdote, religioso jesuita.
Esa fue "la noticia del año" y de la época, que el Duque de Gandía y gobernador
de Barcelona lo dejaba todo, y se iba de religioso, y era ordenado sacerdote. El
gentío que asistió a su primera misa fue tan extraordinario que tuvo que
celebrarla en una plaza.
En 1554 fue nombrado por San Ignacio como superior de los
jesuitas en España. Dicen que él fue propiamente el propagador de dicha
comunidad en esas tierras. Con sus cualidades de mando organizó muy sabiamente a
sus religiosos y empezó a enviar misioneros a América. El número de casas de su
congregación creció admirablemente.
Lo primero que se propuso fue dominar su cuerpo por medio de
fuertes sacrificios en el comer y beber y en el descanso. Era gordo y robusto y
llegó a adelgazar de manera impresionante. Al final de su vida dirá que al
principio de su vida religiosa y de su sacerdocio exageró demasiado sus
mortificaciones y que llegaron a debilitar su salud.
Otro de sus grandes sacrificios consistió en dominar su
orgullo. Los primeros años de su vida religiosa los superiores lo humillaron más
de lo ordinario, para probar si en verdad tenía vocación. A él, que había sido
Duque y gobernador, le asignaron en la comunidad el oficio de ayudante del
cocinero, y su oficio consistía en acarrear el agua y la leña, en encender la
estufa y barrer la cocina. Cuando se le partía algún plato o cometía algún error
al servir en el comedor, tenía que pedir perdón públicamente de rodillas,
delante de todos. Y jamás se le oyó una voz de queja o protesta. Sabía que si no
dominaba su orgullo nunca llegaría a la santidad.
Una vez el médico le dijo al hacerle una curación dolorosa:
"Lo que siento es que a su excelencia esto le va a doler". Y él respondió: "Lo
que yo siente es que usted le diga excelencia a semejante pecador".
Cuando la gente lo aplaudía o hablaba muy bien de él, se
estremecía de temor. Un día afirmaba: "Soy tan pecador, que el único sitio que
me merezco es el infierno". A otro le decía: "Busqué un puesto propio para mí en
la Biblia, y vi que el único que me atrevería a ocupar sería a los pies de Judas
el traidor. Pero no lo pude ocupar, porque allí estaba Jesús lavándole los
pies". Así de humildes son los santos.
Al morir San Ignacio lo reemplazó el Padre Laínez. Y al
morir éste, los jesuitas nombraron como Superior General a San Francisco de
Borja. Durante los siete años que ocupó este altísimo cargo se dedicó con tan
grande actividad a su oficio, que ha sido llamado por algunos, "el segundo
fundador de los jesuitas". Por todas partes aparecieron casas y obras de su
comunidad, y mandó misioneros a los más diversos países del mundo. El Papa y los
Cardenales lo querían muchísimo y sentían por él una gran admiración. Organizó
muy sabiamente los noviciados para sus religiosos y con su experiencia de
gobernante dio a la Compañía de Jesús una organización admirable.
El Sumo Pontífice envió un embajador a España y Portugal a
arreglar asuntos muy difíciles y mandó a San Francisco que lo acompañara. La
embajada fue un fracaso, pero por todas partes las gentes lo aclamaron como "el
santo Duque" y sus sermones producían muchas conversiones.
Al volver a Roma se sintió muy debilitado. Se había
esforzado casi en exceso por cumplir sus deberes y se había desgastado
totalmente. Y el 30 de septiembre de 1572 entregó su alma al Creador. Uno de los
que trataron con él exclamó al saber la noticia de su muerte: "Este fue uno de
los hombres más buenos, más amables y más notables que han pisado nuestro pobre
mundo".
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