TRADUCCIÓN

miércoles, 8 de mayo de 2013

CATEQUESIS PAPAL

En su catequesis del miércoles 8 de mayo, el Papa
Francisco dijo que el Espíritu Santo es la fuente
inagotable de la vida divina en nosotros.

"Es «el agua viva» que Jesús prometió a la Samaritana

 para saciar para siempre la sed, para colmar los
 anhelos más profundos y más altos del corazón humano”
 y pidió: “que la relación filial con Dios, por obra del
Espíritu Santo, nos haga ver a los demás como
 hermanos en Cristo”.


 


Texto completo de la síntesis en español:
Queridos hermanos y hermanas:El tiempo pascual
es por excelencia el tiempo del Espíritu Santo que
culmina con la Solemnidad de Pentecostés.

En el Credo profesamos la fe en el Espíritu Santo,
que es Dios, «Señor y dador de vida». Él es la fuente
 inagotable de la vida divina en nosotros. Es «el agua
 viva» que Jesús prometió a la Samaritana para saciar
 para siempre la sed, para colmar los anhelos más
profundos y más altos del corazón humano.

Porque Jesús ha «venido para que tengan vida
y la tengan abundante» (Jn 10,10). El Espíritu Santo,
que procede del Padre y del Hijo, Cristo lo ha
derramado en nuestro corazón, para hacernos hijos
 de Dios y para que nuestra vida sea guiada, animada
 y alimentada por él.

Esto es precisamente lo que entendemos al decir que el
 cristiano es un hombre espiritual: una persona que
piensa y actúa siguiendo la inspiración del Espíritu Santo.

Así, la existencia del cristiano, dice san Pablo, es
animada por el Espíritu Santo y rica de sus frutos,
 que son: «Amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad,
 bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí» (Ga 5,22-23).

El don precioso del Espíritu Santo es, pues, la vida
misma de Dios, en cuanto verdaderos hijos suyos
por adopción.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua
española, en particular a la Delegación del Estado
 de México, así como a los grupos venidos de España,
 Colombia, Venezuela y otros países latinoamericanos.
En este día en el que se celebra Nuestra Señora de Luján,
 celestial Patrona de Argentina, deseo hacer llegar a todos
 los hijos de esas queridas tierras mi sincero afecto, a la
 vez que pongo en manos de la Santísima Virgen todas
sus alegrías y preocupaciones. Muchas gracias.


Texto completo de la catequesis del Papa en italiano

Queridos hermanos y hermanas, el tiempo pascual que
 estamos viviendo con gozo, guiados por la liturgia de la
  Iglesia, es por excelencia el tiempo del Espíritu Santo
 donado «sin medida» (cfr Jn 3,34) por Jesús
crucificado y resucitado. Este tiempo de gracia concluye
 con la fiesta de Pentecostés, en la que la Iglesia revive
 la efusión del Espíritu sobre María y los Apóstoles
reunidos en oración en el Cenáculo.

Pero ¿quién es el Espíritu Santo? En el Credo

profesamos con fe: «Creo en el Espíritu Santo que
 es Señor y da la vida».

La primera verdad a la que adherimos en el Credo

es que el Espíritu Santo es Kýrios, Señor. Ello significa
 que Él es verdaderamente Dios como lo son el Padre
y el Hijo, objeto, por parte nuestra, del mismo acto de
adoración y de glorificación que dirigimos al Padre y al Hijo.

De hecho, el Espíritu Santo es la tercera Persona de

la Santísima Trinidad; es el gran don de Cristo
Resucitado que abre nuestra mente y nuestro corazón
 a la fe en Jesús como el Hijo enviado por el Padre y
que nos guía a la amistad, a la comunión con Dios.

Pero quisiera sobre todo detenerme en el hecho que

 el Espíritu Santo es la fuente inagotable de la vida
de Dios en nosotros. El hombre de todos los tiempos
 y de todos los lugares desea una vida plena y bella,
justa y buena, una vida que no esté amenazada por
la muerte, sino que pueda madurar y crecer hasta su
plenitud.

El hombre es como un caminante que,

atravesando los desiertos de la vida, tiene sed
de un agua viva, fluyente y fresca, capaz
de refrescar en profundidad su deseo profundo de
 luz, de amor, de belleza y de paz. ¡Todos sentimos
este deseo! Y Jesús nos da esta agua viva: ella es el
Espíritu Santo, que procede del Padre y que
Jesús vierte en nuestros corazones. « yo he venido
 para que tengan Vida, y la tengan en abundancia»,
 nos dice Jesús (Jn 10,10).

Jesús promete a la Samaritana donar un “agua

 viva”, con abundancia y para siempre, a todos
 aquellos que lo reconocen como el Hijo enviado
por el Padre para salvarnos (cfr Jn 4, 5-26; 3,17).
Jesús ha venido a donarnos esta “agua viva”
que es el espíritu Santo, para que nuestra vida sea
  guiada por Dios, sea animada por Dios, sea nutrida
 por Dios.

Cuando decimos que el cristiano es un hombre

 espiritual nos referimos justamente a esto: el
cristiano es una persona que piensa y actúa según
Dios, según el Espíritu Santo. Y nosotros, ¿pensamos
 según Dios? ¿Actuamos según Dios? O ¿nos
  dejamos guiar por tantas otras cosas que no son Dios?

A este punto podemos preguntarnos: ¿por qué esta

 agua puede saciarnos hasta el fondo? Sabemos que
 el agua es esencial para la vida; sin agua se muere;
 ella refresca, lava, hace fecunda la tierra. En la
 Carta a los Romanos encontramos esta expresión:
« el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
 corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (5,5).

El “agua viva”, el Espíritu Santo, Don del Resucitado

que toma morada en nosotros, nos purifica, nos
 ilumina, nos renueva, nos trasforma porque nos hace
 partícipes de la vida misma de Dios que es Amor. Por
 esto, el Apóstol Pablo afirma que la vida del cristiano
  está animada por el Espíritu y de sus frutos, que son
«amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad,
bondad y confianza, mansedumbre y temperancia»
(Gal 5,22-23).

El Espíritu Santo nos introduce en la vida divina como

“hijos en el Hijo Unigénito”. En otro pasaje de la
Carta a los Romanos, que hemos recordado varias veces,
san Pablo lo sintetiza con estas palabras: «Todos los
 que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos
 de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos
 para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos
adoptivos, que nos hace llamar a Dios ‘Padre’. El mismo
 espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de
que somos hijos de Dios. Si somos hijos, también
 somos herederos, herederos de Dios y coherederos
 de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados
 con él» (8,14-17).

Este es el don precioso que el Espíritu Santo trae a

 nuestros corazones: la vida misma de Dios, vida de
  verdaderos hijos, una relación de confidencia, de
libertad y de confianza en el amor y en la misericordia
 de Dios, que tiene también como efecto una mirada
nueva hacia los demás, cercanos y lejanos, vistos
siempre como hermanos y hermanas en Jesús a los
cuales hay que respetar y amar.

El Espíritu Santo nos enseña a mirar con los ojos de

 Cristo, a vivir la vida como la ha vivido Cristo, a
comprender la vida como la ha comprendido Cristo.
He aquí por qué el agua viva que es el Espíritu Santo
sacia nuestra vida, porque nos dice que somos amados
 por Dios como hijos, que podemos amar a Dios como
 sus hijos y que con su gracia podemos vivir como
hijos de Dios, como Jesús.

Y nosotros, escuchamos al Espíritu Santo que nos

dice: Dios te ama, te quiere. ¿Amamos verdaderamente
 a Dios y a los demás, como Jesús? Y nosotros,
¿escuchamos al Espíritu Santo?

¿Qué cosa nos dice el Espíritu Santo? Dios te ama:

¡nos dice esto! Dios Te ama, te quiere. Y nosotros
¿amamos verdaderamente a Dios y a los demás,
como Jesús? Dejémonos guiar, dejémonos guiar
por el Espíritu Santo.
Dejemos que Él nos hable al corazón y nos diga esto:

 que Dios es amor, que Él nos espera siempre, que Él
es el Padre y nos ama como verdadero papá; nos ama verdaderamente. Y esto solo lo dice el Espíritu Santo
 al corazón. Sintamos al Espíritu Santo, escuchemos
 al Espíritu Santo y vayamos adelante por este camino
  del amor, de la misericordia, del perdón. ¡Gracias!

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