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ensó que no estaría mal lo que hacía y sustrajo unos cuantos
materiales que no hacían falta en su oficina pero que en casa eran urgentes.
“Aquí hay de sobra”, pensó. Pero no solo era en lo que se llevaba
oculto en su maletín. También era su indiferencia ante el compromiso en sus
labores cotidianas. Siempre tenía una excusa para posponer las tareas.
Y las cosas prosiguieron igual hasta el momento en que no
soportó las presiones. Alguien que quiso chantajearlo porque había descubierto
las acciones dolosas, le sacaba en cara su error a la más mínima
provocación.
Finalmente se produjo lo inevitable. El día que recibió el
sobre con el membrete de su empresa, tuvo el pálpito de que dentro no venía
propiamente un ascenso o una mejora en sus ingresos. Y tal como lo sospechó, en
pocas líneas dejaban sentado su despido. Llevaba en el mismo trabajo más de
cuatro años.
Cuando hablamos del asunto en mi oficina, me explicaba que
perdió una excelente oportunidad de empleo por algo insignificante. Algo que no
valía la pena.
Pero su caso es mínimo –sin que justifique lo que hace, por
supuesto, frente a los enormes desfalcos que a diario se descubren en las
empresas tanto privadas como del estado...
Se
propaga la corrupción
El soborno y la corrupción alcanzan en el mundo cifras
alarmantes y, conforme pasa el tiempo, amenazan con tomar la fuerza de un
epidemia en todos los renglones de la sociedad. Usted y yo estamos amenazados
por su presencia, y lo más preocupante es que muchos cristianos que profesan una
fe indeclinable en el Señor Jesucristo, sucumben.
A mediados del 2004 un informe del conocido diario Tiempo
Financiero daba cuenta sobre pérdidas por 192 millones de dólares en Kenya
como producto de tratos irregulares del gobierno de ese país con particulares.
En Indonesia, según el mismo informe y por circunstancias similares, se habrían
esfumado 2.350 millones de dólares en los dos últimos años, tan solo en ciento
diez investigaciones que se han resuelto hasta el momento.
¿Se imagina cuánta labor social se habría podido desarrollar
con este dinero?¿Tiene una dimensión aproximada de cuántas personas no habrían
muerto de hambre en África y el Caribe si estos recursos se hubieran invertido
apropiadamente? En todos los casos los causantes de los perjuicios fueron
personas, comunes y corrientes, como usted o yo, con las mismas potencialidades
y tentaciones, pero con la enorme diferencia de que—como si fueran fichas de un
ajedrez—ocupaban posiciones de relevancia en estamentos estatales.
En la práctica, se estima que una de cuatro campañas políticas
en los países del mundo no tienen control en cuanto a movimientos financieros,
lo que les convierte en blancos fáciles para que ingresen dineros fruto de la
corrupción.
Los
corruptos están en todas partes
Como si se tratase de un concurso para determinar quiénes son
los “campeones” en haber protagonizado escándalos, la Organización
Transparencia Internacional (2000-2001) publicó los nombres de cinco ex
gobernantes de países con el monto de la cuantía de los recursos que, tras las
investigaciones, resultaron provenir de negocios y movimientos
irregulares.
Para su información publicamos qué lugar ocupó cada uno:
El
primero, Mohamed Suharto (presidente de Indonesia entre 1967 y 1998), con un
monto que oscila entre 15 y 35 mil dólares.
El segundo, Ferdinando Marcos
(Presidente de Filipinas 1972-1986) entre 5 y 10 mil millones de dólares.
El
tercero, Mobutu See Seko (Presidente de Zaire 1965-1997) cerca de 5 mil millones
de dólares;
el cuarto, Sani Abacha (Presidente de Nigeria 1993-998), entre 2 y 5
mil millones de dólares,
y en una quinta posición se ubicó a Jean-Claude
Duvalier (Presidente de Ahití) con una fortuna irregular que oscilaba entre los
300 y los 800 millones de dólares.
También estima la organización internacional que en sobornos se
cancelan en los países alrededor de un billón de dólares anualmente.
La primera, pérdida de confianza en los demás; la segunda,
distorsión a los principios de justicia; la tercera, falta de credibilidad en
las instituciones; la cuarta, pérdida del equilibrio y la imparcialidad, y la
quinta, una permanente sensación de culpa que los cristianos identificamos como
crisis de conciencia.
¿Acaso se puede cambiar el curso de la historia en nuestros
países? Por supuesto que sí. En esto coincidimos con los teólogos Oswaldo
Scherone y Samuel Gregg cuando escriben su Ensayo “Una teoría de la
corrupción”. Allí plantean: “Los hechos corruptos puede que parezcan
estar incrustados en nuestra cultura, pero las culturas se pueden cambiar. El
hombre no se subordina a la cultura, más bien, nuestras acciones crean la
cultura”.
Sobre esta base, tanto a la luz de las Escrituras como de todo
principio moral, usted y yo tenemos la enorme responsabilidad de poner freno a
todo aquello que traiga engaño, robo y un progresivo enquistamiento de la
deshonestidad.
Un ejemplo lo ofrecen los cristianos católicos y evangélicos de
África quienes se unieron en países como Botswana, Sudáfrica y Swazilandia para
estructurar y desarrollar la campaña “Iglesias contra la corrupción”.
¿Qué
podemos hacer?
Cuando nos remitimos a las Escrituras, que para los cristianos
representa nuestra fuente de autoridad, encontramos varios principios que vale
la pena tener en cuenta respecto al engaño y la corrupción.
1. Reconozca que Dios lo concibió para ser
íntegro
En primera instancia y tal como lo advierte la Palabra, Dios no
comparte el que sus hijos incurran estas prácticas irregulares que, además de
deteriorar nuestro testimonio de vida cristiana, traen mal a los demás. De
acuerdo con su advertencia, acarrean destrucción: “Así
terminan los que van tras ganancias mal habidas; por éstas perderán la
vida.”(Proverbios 1:19. Nueva Versión
Internacional).
2. Decídase por la integridad
Un hecho curioso es que quienes incurren en acciones dolosas,
culpan a la sociedad que les rodea, a una profunda necesidad económica o quizá a
presiones culturales, las decisiones errada de incurrir en deshonestidad.
La Palabra de Dios dice que tales argumentos no tienen validez
porque todos somos libres pero a la vez responsables de cuanto hagamos.
“El hombre bueno, del buen tesoro de su
corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo
malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca”(Lucas 6:45 Reina-Valera
1960).
Cabe aquí preguntarnos: ¿Qué estamos guardando y alimentando en
nuestro corazón?¿Hay transparencia en todo lo que hacemos?
3. Aplique en su vida principios de
transparencia
En cierta ocasión al instituir jueces que ejercieran autoridad
sobre el pueblo de Israel, el rey Josafat les reunió y dijo: “Por
eso, teman al Señor y tengan cuidado con lo que hacen, porque el Señor nuestro
Dios no admite la injusticia ni la parcialidad ni el
soborno.»”(2 Crónicas 19:7. Nueva Versión
Internacional).
Todas las personas tienen los ojos puestos sobre quienes
profesamos fe en el Señor Jesucristo, de ahí que debamos ser cristalinos en
nuestro desenvolvimiento social y espiritual.
4. Huya de toda oportunidad de
corrupción
Un dicho que tiene mucha fuerza en Latinoamérica señala:
“La ocasión hace al ladrón”. Y hay quienes, amparándose en esta
filosofía popular, se lo toman muy en serio.
Pero cuando volvemos las Páginas de la Biblia para encontrar
una guía, hallamos con un principio ineludible que se fundamenta en la
necesidad de apartarse de toda aparente ocasión para engañar: “Dichoso
el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en la senda de
los pecadores ni cultiva la amistad de los blasfemos, sino que en la ley del
Señor se deleita, y día y noche medita en
ella.”(Salmo 1:1, 2. Nueva Versión
Internacional).
Si su mayor aspiración es vivir conforme agrada y glorifica a
Dios, debe alejarse a tiempo de todo espacio en el que pueda caer en actitudes
de engaño, robo y deshonestidad.
5. Necesitamos emprender un auto
examen
Una práctica sana en todo ser humano es una evaluación
permanente de sus acciones. Cuando lo hacemos reposada, sensata y honestamente,
de seguro encontraremos errores que es necesario corregir.
Eso fue justamente lo que recomendó el apóstol Pablo en su
carta a los cristianos de Éfeso: “El
que robaba, que no robe más, sino que trabaje honradamente con las manos para
tener qué compartir con los necesitados.”(Efesios 4:28. Nueva Versión
Internacional).
Y en el evangelio de Lucas, encontramos la historia de alguien
que, habiendo obrado mal en su tiempo pasado, asumió una actitud de cambio
cuando aceptó el mensaje transformador de Jesucristo. Se trata de Zaqueo, jefe
de publicanos en Jericó, quien además de tener una mentalidad gobernada por la
avaricia, era muy rico.
“Pero
Zaqueo dijo resueltamente: --Mira, Señor: Ahora mismo voy a dar a los pobres la
mitad de mis bienes, y si en algo he defraudado a alguien, le devolveré cuatro
veces la cantidad que sea. --Hoy ha llegado la salvación a esta casa --le dijo
Jesús--, ya que éste también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre vino
a buscar y a salvar lo que se había
perdido.”(Lucas 19:8-10. Nueva Versión
Internacional).
Nuestra sociedad puede ser diferente. Pero esa modificación en
patrones errados de comportamiento, comienza con usted y conmigo. En nuestra
condición de cristianos, somos agentes de cambio.
Defraudar no consiste solamente en sacar a ojos de todos un
peso; también lo es no cumplir a cabalidad con nuestro horario de trabajo,
sustraer elementos de la oficina para utilizarlos en casa, malgastar lo que no
hemos comprado en nuestra empresa o espacio de labor y también, gastar en gustos
personales lo que corresponde a nuestra familia.
“Ese dinero lo gané con mi sudor”, dirá usted. Le
respondo: Cualquier centavo que gaste mal, es el dinero que necesitan su cónyuge
y sus hijos para tener mejor calidad de vida.
Un principio de vida para aplicar desde hoy: comenzar a
erradicar del lugar en el que nos desenvolvemos como cristianos, cualquier
sombra de corrupción...
Fernando Alexis Jiménez
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