TEXTO COMPLETO DEL DISCURSO DEL CARDENAL TIMOTHY DOLAN:
Santísimo
Padre, señor cardenal Sodano, queridos hermanos:
¡Alabado sea
Jesucristo!
Se remonta
al último mandato de Jesús: "¡Vayan, y hagan discípulos en todas las naciones!",
es tan actual como la Palabra de Dios que hemos escuchado en la liturgia de esta
mañana...
Me refiero
al deber sagrado de la nueva evangelización. Es "siempre antigua, siempre
nueva". El cómo, el cuándo y el dónde pueden cambiar, pero el mandato sigue
siendo el mismo, así como el mensaje y la inspiración: "Jesucristo... el mismo
ayer, hoy y siempre".
Estamos
reunidos en el caput mundi, evangelizada por los apóstoles Pedro y Pablo; en la
ciudad de la que el sucesor de Pedro "ha enviado" evangelizadores a ofrecer la
Persona, el mensaje y la invitación que están en el corazón de la
evangelización, para toda la Europa, hasta el "nuevo mundo", en la era de los
"descubrimientos geográficos", así como en África y Asia en tiempos más
recientes.
Estamos
reunidos frente a la basílica, donde el celo evangélico de la Iglesia se
expandió durante el Concilio Vaticano II; cerca de la tumba del sumo pontífice
que ha creado el término "Nueva Evangelización", familiar para todos.
Nos reunimos
agradecidos por la compañía fraternal de un pastor que nos hace recordar todos
los días, el desafío de la nueva evangelización.
Acogemos la
enseñanza del Concilio Vaticano II, especialmente en lo que está expresado en
los documentos Lumen Gentium, Gaudium et Spesy Ad Gentes, que especifican con
precisión cómo entiende la Iglesia su propio deber evangélico, llamando a toda
la Iglesia misionera; es decir, que todos los cristianos, en virtud del
bautismo, la confirmación y la eucaristía, son evangelizadores.
Sí, el
Concilio ha reiterado, sobre todo en Ad Gentes, que si bien son misioneros
explícitos aquellos enviados a los lugares donde las personas nunca han oído el
nombre mediante el cual todos los hombres han sido salvados, sin embargo, no hay
cristiano que esté excluido de la tarea de dar testimonio de Jesús,
transmitiendo a los demás el llamado del Señor en la vida cotidiana.
Por lo
tanto, la misión se ha convertido en el punto central de la vida de cada Iglesia
local, de cada creyente. La naturaleza misionera se renueva no sólo en un
sentido geográfico, sino en el sentido teológico, en tanto el destinatario de la
'misión' no es sólo el no creyente, sino el creyente. Algunos se preguntaban si
esta ampliación del concepto de la evangelización hubiese debilitado
involuntariamente el significado de la misión 'ad gentes'.
El beato
Juan Pablo II ha desarrollado esta nueva comprensión del término, haciendo
hincapié en la evangelización de la cultura, en cuanto el parangón entre fe y
cultura sustituyó la relación entre la Iglesia y el Estado que prevaleció hasta
el Concilio, y en este cambio de acento consiste la tarea de reevangelizar
culturas que alguna vez fueron el verdadero motor de los valores evangélicos.
Así, la nueva evangelización se convierte en el reto de aplicar la llamada de
Jesús a la conversión del corazón, no sólo ad extrasino también ad intra; a los
creyentes y culturas en las que la sal del evangelio ha perdido su sabor. Por lo
tanto, la misión se dirige no sólo a Nueva Guinea, sino también a Nueva
York.
En la
Redemptoris Missio, número 33, el beato Juan Pablo II presentó este
planteamiento, haciendo una distinción entre la evangelización primaria --el
anuncio de Jesús a los pueblos y contextos socioculturales donde Cristo y su
Evangelio no son conocidos--, y la nueva evangelización --el reavivar la fe en
la gente y las culturas en las que se ha apagado--, y la atención pastoral de
las iglesias que viven la fe y han reconocido su compromiso
universal.
Está claro
que no hay oposición entre la misión ad gentesy la nueva evangelización: no se
trata de un aut-autsino de un et-et. La Nueva Evangelización genera misioneros
entusiastas, y aquellos que están comprometidos en la misión ad gentesdeben
dejarse evangelizar continuamente.
Desde el
Nuevo Testamento, la misma generación que recibió la misión ad gentes del
Maestro en el momento de la Ascensión necesitaba que san Pablo la exhortase a
"reavivar el carisma de Dios", reavivando la llama de la fe depositada en ellos.
Esto es sin duda, uno de los primeros ejemplos de la nueva
evangelización.
Y más
recientemente, durante el alentador Sínodo sobre África, hemos escuchado las
voces de nuestros hermanos que están ejerciendo su ministerio en los lugares
donde la cosecha de la misión ad gentesera rica, pero ahora que han pasado dos o
tres generaciones, también ellos sienten la necesidad de una nueva
evangelización.
El
reconocido misionero televisivo, arzobispo Fulton J. Sheen, dijo: "La primera
palabra de Jesús a sus discípulos fue 'vengan', y la última fue 'vayan'. Uno no
puede 'ir' a menos que primero no haya 'venido' a él".
Un gran
reto, tanto para la misión ad gentescomo a la nueva evangelización, es el
llamado secularismo. Escuchemos cómo lo describe el Santo Padre: "La
secularización, que se presenta en las culturas como una configuración del mundo
y de la humanidad sin referencia a la Trascendencia, invade todos los aspectos
de la vida diaria y desarrolla una mentalidad en la que Dios de hecho está
ausente, total o parcialmente, de la existencia y de la conciencia humanas. Esta
secularización no es sólo una amenaza exterior para los creyentes, sino que ya
desde hace tiempo se manifiesta en el seno de la Iglesia misma. Desnaturaliza
desde dentro y en profundidad la fe cristiana y, como consecuencia, el estilo de
vida y el comportamiento diario de los creyentes. Estos viven en el mundo y a
menudo están marcados, cuando no condicionados, por la cultura de la imagen, que
impone modelos e impulsos contradictorios, negando en la práctica a Dios: ya no
hay necesidad de Dios, de pensar en él y de volver a él. Además, la mentalidad
hedonista y consumista predominante favorece, tanto en los fieles como en los
pastores, una tendencia hacia la superficialidad y un egocentrismo que daña la
vida eclesial." (Discurso de Su Santidad Benedicto XVI a la Asamblea Plenaria
del Consejo Pontificio para la Cultura, 8.III.2008).
Permítanme
exponerla en siete puntos:
1. A decir
verdad, al invitarme a hablar sobre este tema "El anuncio del Evangelio hoy:
entre misión ad gentes y la nueva evangelización", el eminentísimo secretario de
Estado, me pidió contextualizar el secularismo, sugiriendo que mi archidiócesis
de Nueva York es quizá "la capital de la cultura secularizada".
Pero, --y
creo que mi amigo y colega, el cardenal Edwin O'Brien, que creció en Nueva York,
estará de acuerdo--, yo diría que Nueva York, a pesar de dar la impresión de ser
secularizada, es sin embargo una ciudad muy religiosa.
Incluso en
los lugares que suelen ser clasificados como "materialistas", tales como los
medios de comunicación, el entretenimiento, las finanzas, la política, el arte,
la literatura, hay una innegable apertura a la trascendencia, ¡a lo
divino!
Los
cardenales que sirven a Jesús y a su Iglesia en la Curia Romana pueden recordar
el discurso de Su Santidad por la Navidad hace dos años, en el que se celebraba
esta apertura natural a lo divino, incluso en aquellos que dicen adherirse al
secularismo:
"...Considero importante sobre todo
el hecho de que también las personas que se declaran agnósticas y ateas deben
interesarnos a nosotros como creyentes. Cuando hablamos de una nueva
evangelización, estas personas tal vez se asustan. No quieren verse a sí mismas
como objeto de misión, ni renunciar a su libertad de pensamiento y de voluntad.
Pero la cuestión sobre Dios sigue estando también en ellos... Como primer paso
de la evangelización debemos tratar de mantener viva esta búsqueda; debemos
preocuparnos de que el hombre no descarte la cuestión sobre Dios como cuestión
esencial de su existencia; preocuparnos de que acepte esa cuestión y la
nostalgia que en ella se esconde... Creo que la Iglesia debería abrir también
hoy una especie de "atrio de los gentiles" donde los hombres puedan entrar en
contacto de alguna manera con Dios sin conocerlo y antes de que hayan encontrado
el acceso a su misterio, a cuyo servicio está la vida interna de la
Iglesia".
Este es mi
primer punto: Compartimos la convicción de los filósofos y poetas del pasado,
los cuales no tenían la ventaja de haber recibido la revelación. Y, por eso,
incluso una persona que dice adherirse al secularismo y despreciar las
religiones, tiene dentro de sí una chispa de interés en el más allá, y reconoce
que la humanidad y la creación serían un enigma absurdo sin un concepto de
'creador'.
En el cine
hay ahora una película llamada The Way (El Camino), en la que uno de los
protagonistas es un conocido actor, Martin Sheen. Quizás la hayan visto. Hace el
papel de un padre cuyo hijo distanciado muere mientras recorre el Camino de
Santiago de Compostela en España. El angustiado padre decide completar la
peregrinación en lugar del hijo perdido. Es el icono del hombre secular:
satisfecho de sí mismo, despectivo hacia Dios y la religión, que se definía
"excatólico", cínico frente a a la fe... pero, sin embargo, es incapaz de negar
que dentro de sí hay un interés irresistible de conocer más allá, una sed de
algo más -o alguien más--, que crece en él a lo largo del camino.
Sí,
podríamos tomar prestado lo que los apóstoles le dijeron a Jesús en el evangelio
del domingo: ¡"todos te buscan"! Y te están buscando incluso hoy...
2. Esto me
lleva al segundo punto: este hecho nos da una inmensa confianza y el coraje
decisivo para cumplir con el sagrado deber de la misión y la nueva
evangelización. "No tengan miedo", como suele decirse, es la exhortación más
repetida en la Biblia.
Después del
Concilio, la buena noticia era que el triunfalismo en la Iglesia había muerto.
Pero, por desgracia, ¡también la confianza!
Estamos
convencidos, confiados y valientes con la nueva evangelización gracias al poder
de la Persona que nos ha confiado esta misión --da la casualidad de que es la
Segunda Persona de la Santísima Trinidad--, y gracias a la verdad de su mensaje
y la profunda apertura a lo divino, incluso entre las personas más secularizadas
de nuestra sociedad actual.
¡Seguros,
sí!
Triunfalistas, ¡nunca
más!
Lo que nos
mantiene lejos de la arrogancia y de la soberbia del triunfalismo es el
reconocimiento de lo que nos enseñó el papa Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi:
¡la Iglesia misma tiene siempre la necesidad de ser evangelizada!
Esto nos da
la humildad de admitir que nemo dat quod non habet, que la Iglesia tiene una
profunda necesidad de conversión interior, algo medular en la llamada a la
evangelización.
3. Un tercer
elemento para una misión eficaz es la conciencia de que Dios no sacia la sed del
corazón humano con un concepto, sino a través de una persona que se llama Jesús.
La invitación implícita en la misión ad gentes y la nueva evangelización no es
una doctrina, sino un llamado a conocer, amar y servir --no a algo--, sino a
alguien.
Santo Padre,
cuando comenzó su pontificado, nos invitó a una amistad con Jesús, expresión con
la que Usted ha definido la santidad. Es el amor de una Persona, una relación
personal que está en el origen de nuestra fe.
Como escribe
san Agustín: "Ex una sane doctrina impressam fidem credentium cordibus ingulorum
qui hoc idem credunt verissime dicimus, sed aliud sunt ea quae creduntur, aliud
fides qua reduntur" (De Trinitate, XIII, 2.5).
4. Y aquí
está el cuarto punto: esta persona, este Jesús de Nazaret, nos dice que Él es la
verdad. Por lo tanto, nuestra misión tiene una sustancia, un contenido. A veinte
años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, en el quincuagésimo
aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y al umbral de este Año de
la fe, nos encontramos con el reto de combatir el analfabetismo
catequético.
Es verdad
que la nueva evangelización es urgente, porque a veces el secularismo ha ahogado
el grano de la fe; pero esto fue posible porque muchos creyentes no tienen la
mínima idea de la sabiduría, la belleza y la coherenciade la Verdad.
Su eminencia
el cardenal George Pell, dijo que "no es tan cierto que las personas han perdido
la fe, sino que no la tuvieron desde el inicio; y si la había de algún modo, era
tan insignificante que podía ser fácilmente arrancada".
Por eso el
cardenal Avery Dulles nos ha llamado a una neoapologética, no radicada en
discusiones vacías, sino en la Verdad que tiene un nombre, Jesús.
Del mismo
modo, cuando el beato John Henry Newman recibió la tarjeta para la nominación al
Colegio de Cardenales, advirtió sobre los peligros del liberalismo en la
religión, es decir, "la doctrina según la cual no hay ninguna verdad positiva en
la religión, en que un credo vale tanto como otro. La religión revelada no es
una verdad, sino un sentimiento y una preferencia personal".
Cuando Jesús
nos dice "Yo soy la Verdad", dijo también que es "el Camino y la Vida." El
camino de Jesús es al interior y a través de su Iglesia, que como una madre
santa nos da la Vida del Señor.
"¿Cómo lo
habrías conocido a Él si no a través de Ella?", preguntaba De Lubac, haciendo
referencia a la relación inseparable entre Jesús y su Iglesia.
Por lo
tanto, nuestra misión, esta nueva evangelización, tiene unas dimensiones
catequéticas y eclesiales.
Esto nos
lleva a pensar en la Iglesia de una manera renovada: a pensar en ella como una
Misión en sí misma. Como nos enseñó el beato Juan Pablo II en la encíclica
Redemptoris Missio, la Iglesia no tiene una misión, como si la "misión" fuera
una cosa entre las muchas que Iglesia hace. No, la Iglesia es una misión, y cada
uno de nosotros que confiesa a Jesús como Señor y Salvador debería interrogarse
sobre su propia eficacia en la misión.
En los
últimos cincuenta años desde la apertura del Concilio, hemos visto a la Iglesia
pasar por las últimas etapas de la Contrarreforma y volver a descubrirse como
una obra misionera. En algunos lugares esto ha significado un nuevo
descubrimiento del Evangelio. En los países cristianos ya ha dado lugar a una
reevangelización que abandona las aguas estancadas de la conservación
institucionaly, como Juan Pablo II ha enseñado en la Novo Millennio Ineunte, nos
invita a despegar en pos de una pesca eficaz.
En muchos de
los países aquí representados, alguna vez la cultura y el entorno social
transmitían el evangelio, pero hoy en día no es así. Ahora, por lo tanto, el
anuncio del evangelio --la invitación explícita a entrar en la amistad con el
Señor Jesús--, debe estar en el centro de la vida católica y de todos los
católicos. Pero en todo momento, el Concilio Vaticano II y los grandes papas que
le han dado una interpretación autorizada, nos impulsan a llamar a nuestra gente
a pensarse como un despliegue de misioneros y evangelizadores.
5. Cuando
era seminarista en el Colegio Norteamericano, todos los estudiantes de teología
del primer año de todos los ateneos de Roma fueron invitados a una misa en San
Pedro celebrada por el prefecto de la Congregación para el Clero, el cardenal
John Wright.
Esperábamos
una homilía densa. Pero él empezó pidiéndonos: "Seminaristas, háganme un favor a
mí y a la Iglesia: cuando vayan por las calles de Roma, ¡sonrían!".
Por lo
tanto, el punto cinco: el misionero, el evangelizador, debe ser una persona
alegre. "La alegría es el signo infalible de la presencia de Dios", afirma Leon
Bloy. Cuando asumí como arzobispo de Nueva York un sacerdote me dijo "sería
mejor si deja de sonreir cuando va por las calles de Manhattan o ¡terminará por
hacerse arrestar!"
Un enfermo
terminal de sida en la casa Don de la Paz llevada por las Misioneras de la
Caridad en la archidiócesis de Washington del cardenal Donald Wuerl, pidió ser
bautizado. Cuando el sacerdote le pidió una expresión de fe, murmuró: "lo que sé
es que soy un infeliz, y las hermanas en cambio son muy felices, incluso cuando
las insulto y les escupo. Ayer finalmente les pregunté la razón de su felicidad
y ellas me contestaron "Jesús". Yo quiero a este Jesús para que así yo también
pueda ser feliz.
Un verdadero
acto de fe, ¿no?
La nueva
evangelización se realiza con una sonrisa, no con el ceño fruncido.
La misión ad
genteses, básicamente, un sí a todo aquello que hay de decente, bueno,
verdadero, bello y noble en la persona humana.
¡La Iglesia
es básicamente un sí, ¡no un no!
6. Y,
penúltimo punto, la Nueva Evangelización, es un acto de amor. Recientemente le
preguntaron a nuestro hermano John Thomas Kattrukudiyil, obispo de Itanagar, en
el noreste de la India, el motivo del enorme crecimiento de la Iglesia en su
diócesis, que registra más de diez mil conversiones de adultos al
año.
"Porque
presentamos a Dios como un Padre amoroso, y porque la gente ve que la Iglesia
los ama", respondió. No es un amor etéreo, añadió, sino un amor encarnado en
maravillosas escuelas para los niños, clínicas para los enfermos, casas para los
ancianos, orfanatos, alimentos para los hambrientos.
En Nueva
York, hasta el corazón del más convencido secularizado se enternece cuando
visita una de nuestras escuelas católicas de la ciudad. Cuando uno de nuestros
benefactores, que se definía como agnóstico, le preguntó a la hermana Michelle,
por qué a su edad y con dolores de artritis en las rodillas, seguía trabajando
en una escuela hermosa, pero muy exigente, ella respondió: "Porque Dios me ama y
yo lo amo y quiero que estos niños descubran este amor."
7. Alegría,
amor y... último punto... siento decirlo, la sangre.
Mañana,
veintidós de nosotros oirán lo que la mayoría de ustedes ya han oído: "Para la
gloria de Dios y en honor de la Sede Apostólica recibe esta birreta, signo de la
dignidad cardenalicia, sabiendo que tendrás que actuar con fortaleza hasta el
derramamiento de tu sangre: para la difusión de la fe cristiana, la paz y la
tranquilidad del pueblo de Dios, la libertad y el crecimiento de la Santa
Iglesia Romana."
Santísimo
Padre, ¿podría, por favor, saltar lo del "derramamiento de tu sangre" cuando me
entregue la birreta?
¡Por
supuesto que no! Pero nosotros somos audiovisuales escarlata para todos nuestros
hermanos y hermanas que también están llamados a sufrir y morir por
Jesús.
Fue Pablo VI
quien observó sabiamente que el hombre moderno aprende más de los testigos que
de los maestros, y el supremo testimonio es el martirio.
Hoy en día,
lamentablemente, tenemos mártires en abundancia.
Gracias,
Santo Padre, porque nos recuerda a menudo a aquellos que hoy en día sufren la
persecución a causa de su fe en todo el mundo.
Gracias al
cardenal Koch, porque cada año llama a la Iglesia a un "día de solidaridad" con
los perseguidos por causa del evangelio, y por la invitación a nuestros
interlocutores en el ecumenismo y en el diálogo interreligioso a un "ecumenismo
en el martirio".
Mientras
lloramos a los mártires cristianos; mientras los amamos, oremos con y por ellos;
mientras actuamos enérgicamente en su defensa, estamos también muy orgullosos de
ellos, nos sentimos orgullosos de ellos y proclamamos su testimonio supremo al
mundo.
Ellos
encienden la chispa de la misión ad gentesde la Nueva Evangelización.
Un joven de
Nueva York me dijo que volvió a la fe católica, abandonada en la adolescencia,
después de haber leído ‘Los monjes de Tibhirine', sobre los trapenses
martirizados en Argelia quince años atrás, y al haber visto su historia en el
film francés ‘De dioses y hombres'.
Tertuliano no se sorprendería.
Tertuliano no se sorprendería.
Gracias a
ustedes, santo padre y hermanos, por soportar mi italiano básico. Cuando el
cardenal Bertone me pidió que hablara en italiano, estuve preocupado porque yo
hablo italiano como un niño.
Pero
entonces me acordé de que cuando era un joven sacerdote, recién ordenado, mi
primer párroco me dijo mientras iba a enseñar el catecismo a los niños de seis
años: "¡Ahora vamos a ver que hará toda tu teología, y si podrás hablar de la fe
como un niño!".
Y quizás
conviene concluir simplemente con este pensamiento: tenemos necesidad de decir
de nuevo, como un niño, la verdad eterna, la belleza y la sencillez de Jesús y
de su Iglesia.
¡Alabado sea
Jesucristo!
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