En 1187, uno de los mayores ejércitos cruzados
visto hasta entonces fue prácticamente aniquilado por las tropas de
Saladino en la Batalla de los Cuernos de Hattin. Esta contienda marcó
el punto de inflexión en las cruzadas.
Saladino era kurdo, nació en Tikrit,
la ciudad iraquí donde también lo hizo Sadam Hussein, y que acaba de ser conquistada
por el actual ejército iraquí de manos del ISIS. A
pesar de que tras la batalla Saladino ordenó degollar a los trescientos
prisioneros templarios y hospitalarios que no quisieran convertirse al islam
(tan sólo uno lo hizo, el resto murió cantando el miserere),
Saladino es con diferencia uno de los líderes más interesantes de las cruzadas.
Su caballerosidad superó con mucho a la de otros muchos líderes
cruzados. Comenzó sirviendo al poderoso emir de Mosul, que había
logrado unificar Siria e Irak, y posteriormente se hizo con el poder (aunque
reconociendo simbólicamente al califa de Bagdad), unificando el territorio
árabe con Egipto, lo que confirió a los musulmanes el poder económico y
poblacional para invertir el curso de las cruzadas, hasta la
total expulsión de los europeos en 1291.
Muchos siglos después, el autodenominado
“Ejército Islámico de Irak y Levante” (IS o ISIS, o DAESH en su acrónimo árabe)
protagoniza otra sangrienta lucha, precisamente en los lugares que marcaron la
historia de Saladino: Tikrit y Mosul. Observemos los protagonistas.
El “ejército” islámico surge entre antiguos
muyahidines afganos como la evolución del grupo “Al Qaeda en Irak”,
dirigido por el sangriento jordano Al Zarkawi, muerto en 2006 (1). En 2009
el grupo es casi aniquilado ante la ofensiva militar de los EEUU, pero el
repliegue del ejército norteamericano y, sobre todo, el inicio del
conflicto sirio en 2010 le da alas para reagruparse y consolidar un territorio
y ejército propio, distinguiéndose por tanto de Al Qaeda, que opera más como
una ideología de células terroristas. Poco a poco fue
extendiéndose por el noroeste de Irak y durante el primer semestre de 2014
toma por sorpresa las importantes ciudades iraquíes de Mosul, Tikrit y
Fallujah. En Mosul captura armamento y dinero del ejército iraquí,
financiado a su vez por los EEUU, y se hace con unos cuantos pozos
petrolíferos. El petróleo, el contrabando de antigüedades y el
intercambio de rehenes le permiten obtener entre uno y
tres millones de dólares diarios (2). Con este dinero financia un
importante ejército de unos 38.000 combatientes, de los que
18.000 son sirios e iraquíes y 20.000 extranjeros (de estos, una cuarta
parte son musulmanes provenientes de países occidentales) y también
plantea una estructura política, con un autoproclamado “califa” (al-Baghdadi),
asistido por dos emires (uno para Siria y otro para Irak, ambos exgenerales del
ejército de Sadam Hussein) y doce gobernadores.
El empuje del ISIS le llevó a cercar la ciudad
kurda de Kobane, con 30.000 habitantes, casi en la frontera turca, y se temió
una catástrofe humanitaria ya que, aunque los kurdos son suníes, su
interpretación más liberal del islam les hace parecer como “impíos” (kafir)
a los ojos del ISIS, lo que puede provocar su ejecución o la esclavitud de sus
mujeres. A su vez, la minoría kurda de los yazidíes (que mezcla
tradiciones musulmanas con las del zoroastrismo) es considerada “infiel” (takfir,
consideración herética que también merecen los chiíes), lo que los convierte en
reos de muerte a los ojos de la teología del ISIS. EEUU dio por
perdida la ciudad de Kobane, a pesar del apoyo aéreo que prestaba a
los defensores. Con todo, cuando el desastre parecía consumarse, los
experimentados combatientes kurdos, llamados peshmergas, fueron
capaces de abrirse paso (con la colaboración de Turquía) hasta el frente, y en
una acción conjunta entre los defensores, los peshmergas y la fuerza
aérea de los EEUU, el ISIS fue batido y la ciudad liberada.
La derrota ha provocado divisiones en el ISIS,
azuzadas por la diferente paga y trato que reciben los “combatientes”
musulmanes provenientes de Occidente sobre los nativos, así como por importantes
divisiones teológicas (hay un ala aún más radical del ISIS que
intentó en el pasado un fracasado golpe de Estado) y las derivadas por
quemar vivo al piloto jordano al-Kasabeh a principios de enero (acto
considerado impío por la práctica totalidad del pensamiento musulmán) (3).
Recientemente, el ejército iraquí, asistido por
las milicias chiíes y por fuerzas especiales iraníes (la fuerza Quds),
ha sido capaz de reconquistar Tikrit, a pesar de los negros augurios
que se avecinaban sobre los atacantes (se criticaba su falta de experiencia en
guerra urbana, y especialmente el escaso apoyo potencial que la población
local, árabe suní, prestaría a los “libertadores”).
Ahora se avecina la gran batalla de Mosul,
ciudad donde precisamente se proclamó califa Al Baghdadi. EEUU coordina
una ofensiva entre las fuerzas kurdas peshmergas, que atacarán por el
norte, y el ejército y milicias iraquíes, provenientes del sur. En total
unos 30.000 hombres que se enfrentarán al ISIS. En esa batalla se
juega mucho más que el futuro de Irak, se juega el futuro de una
concepción político-religiosa en la que estamos, querámoslo o no, directa e
indirectamente implicados.
El califato supone la unión política y
religiosa de la comunidad musulmana. Instaurado a la muerte de
Mahoma, entre sucesores de su tribu quraishí, tribu a la que
afirma pertenecer al-Baghdadi (4), vivió su escisión bajo el califato de
Alí y el surgimiento de la Shía (que significa “escisión”). Con
todo, el califato dejó de ser efectivo en 1254, cuando el último califa de
Bagdad (a la sazón pelirrojo de ojos azules, consecuencia de muchas
generaciones de concubinas rusas) fue ejecutado por los conquistadores mongoles. Como
estos últimos no podían verter la sangre de una persona real, fue envuelto en
una alfombra y muerto a patadas. El califato siguió existiendo de una
forma más liviana (“el califato en la sombra”), primero bajo poder mameluco y desde
1517 en manos de los turcos otomanos, hasta su abolición por Ataturk en 1924,
suceso que conmocionó a muchos musulmanes, que durante trece siglos habían
vivido con la sombra más o menos efectiva de un califa.
Casi ocho siglos después serán precisamente los
kurdos suníes como Saladino y los chiíes seguidores de Alí los que se
enfrenten al neocalifato radical en la que será la épica batalla de
Mosul.
Como dijo hace muchos años un autor francés: “El
islamismo contra el islam”.
IGNACIO
DE LA TORRE
(1) Le Monde Diplomatique, 1 de
Septiembre de 2004
(2) Foreign Affairs, 6 de Marzo de 2005.
(3) The Wall Street Journal, 11 de Febrero
(4) The Atlantic, Marzo de 2015.
Explicábamos, en
la conclusión del primer artículo, que la línea histórica que se inició con
la doctrina literal de IbnHanbal, continuaba con la radicalización progresiva de
IbnTaymiyya y que culminó con el wahabismo y la
creación de Arabia Saudí en 1932, es el embrión, el cimiento, de la ideología
que actualmente recoge el fundamentalismo islámico, el cual, recordemos, en su
vertiente más extrema da lugar a los grupos que denominamos yihadistas.
Añadíamos, no obstante, que este itinerario histórico no explica por sí mismo el
fenómeno yihadista.
Yihad, definición y desarrollo histórico de los grupos yihadistas actuales
Así pues, para
llegar a comprender la doctrina islámica que conduce al yihadismo debemos
incorporar, a lo mencionado anteriormente, las teorías político-religiosas que
se desarrollaron durante el transcurso del siglo XX en diferentes puntos de la
umma, la comunidad de creyentes del Islam.
Sayyid Qutb
nació en Asiut (Egipto) en 1906. Dos décadas después, afloraba en la ciudad de
Ismailía la asociación de Los Hermanos Musulmanes. Influenciados por el
wahabismo de sus vecinos sauditas, proponían el regreso a las fuentes básicas
del Islam, así como la construcción de un Estado islamista donde religión y
política se hallasen mutuamente vinculadas.
Formaron, pues,
parte de la fracción islámica dentro de un país de difícil coyuntura política y
económica, dividido entre islámicos y laicos tras su independencia del Reino
Unido en 1936. Hasta 1951, Qutb no formó parte de Los Hermanos Musulmanes;
antes, como maestro y periodista, alardeaba de su actitud liberal. Fue, tras un
viaje a Estados Unidos, enviado por el propio gobierno egipcio para realizar
estudios de educación, cuando su pensamiento se transformó, posicionándose en la
vertiente más radical del islamismo.
El razonamiento
de Qutb es de vital importancia para comprender a muchos de los grupos
islamistas actuales. Preconizaba que el islamismo debía de ser extensible a todo
el mundo, pues era el único sistema válido para la humanidad. En este sentido,
recupera el término de jahiliyya, que hace referencia al estado de
ignorancia preislámica universal. Es necesario, pues, derrumbar la jahiliyya
con el fin de instaurar el Estado islámico.
Sayyid Qutb, no
obstante, únicamente considerará como legítimo aquel islamismo que aplique la
ley islámica en todos los aspectos de la vida, por lo que cualquier régimen,
incluidos los del mundo musulmán, que no cumpla estrictamente la Sharia será
considerado de infiel. Por lo tanto, introduce la idea de combatir el propio
gobierno, aunque sea musulmán, con el fin de implementar en su totalidad la ley
islámica. El instrumento que Qutb utilizó para teorizar acerca de la
islamización mundial será, como podréis adivinar, la yihad. Una
yihad generalizada y universal. Finalmente, el islamismo de Sayyid Qutb,
opuesto al nacionalismo árabe de Nasser, condujo a su ejecución en 1966.
Otro nombre
importante dentro del islamismo contemporáneo es Abû-al-Mawdûdi, nacido en 1903
en la India británica. Será el emblema del islamismo pakistaní, país que obtuvo
su independencia del Reino Unido en 1947. Destaca de su pensamiento la crítica
que hace a todo tipo de nacionalismo, incluido el propio “nacionalismo musulmán”
que se impuso en Pakistán, y que se anteponía al Estado islámico que defendía
al-Mawdûdi. Así pues, considera kufr, es decir, un elemento impío, a
todos los nacionalismos.
También incluye
en la categoría de kufr a los ulemas, los doctores de las leyes jurídicas
y religiosas musulmanas, recriminándoles el que se hubiesen avenido a un
gobierno no musulmán con la llegada de los británicos al subcontinente indio en
1857. Defiende, pues, la islamización “desde arriba” donde la soberanía se
ejerza en nombre de Alá, otorgándole a la yihad el cometido de combatir
todos aquellos elementos que impiden la creación del Estado islámico.
Observamos como
Sayyid Qutb y Abû-al-Mawdûdi, pese a pertenecer a dos órbitas musulmanas
diferentes, comparten una visión política y rupturista del Islam. El objetivo de
ambos es la creación de un Estado islámico universal que reproduzca la vida de
Mahoma y sus seguidores. Para ello, idealizan una yihad ofensiva que debe
combatir a cualquier estado que no desarrolle fielmente la ley islámica. Bajo
sus escritos, la religión se transforma en una ideología de lucha política.
Al incorporar
dentro de “esta” yihad a los estados con presencia musulmana, quiebran la
tradición musulmana de lealtad a la imama, es decir, a la jefatura de la
comunidad musulmana. Aquí radica su importancia como teóricos influyentes en el
actual yihadismo, pues abren el camino para que los grupos yihadistas estén
legitimados, desde un punto de vista religioso, para luchar contra su propio
gobierno.
Como afirma el
escritor Abdelwahab Meddel,
“en la conjunción entre esta teoría [de Qutb y al-Mawdûdi] y el wahabismo, se formó el integrismo más funesto”.
El integrismo
que da cabida al yahidismo actual. Pero, ¿dónde se dio esta conjunción? En
primer lugar, en las grandes migraciones de egipcios hacia Arabia Saudí
–recordemos, feudo wahabita-, fruto del crecimiento económico petrolífero
saudita. Pero será en la década de los 80, con la invasión soviética de
Afganistán, donde el integrismo contemporáneo englobará las teorías islamistas
que se dieron durante el siglo XX para converger en la ideología actual
yihadista.
En diciembre de
1979, fuerzas armadas soviéticas cruzan la frontera afgana para auxiliar al
gobierno aliado de Amín, tan sólo meses después de la Revolución iraní, bajo la
cual el ayatolá Jomeini derrocó al sha Pahlevi, privando a Estados Unidos de uno
de los aliados más sólidos en Oriente Medio –en un artículo más extenso,
deberíamos analizar profundamente el impacto de la Revolución iraní en el mundo
islámico-. En un mundo aparentemente bipolar como el de la Guerra Fría, Estados
Unidos no podía permitir que la URSS hiciese entrar sus tropas en Afganistán.
Paralelamente,
en el mundo islámico esta aparición de las tropas soviéticas en un territorio de
amplia mayoría musulmana, es vista como una invasión al dar al-islam, el
hogar del Islam. Por lo tanto, redes islámicas transnacionales situadas dentro
de la corriente salafista-wahabista proclaman la yihad en Afganistán para
derrocar al enemigo foráneo. Esta llamada no solo fue percibida por los
muyahidines -persona que hace la yihad- afganos, sino que se
extendió a yihadistas de Egipto, Argelia, Palestina, la península Arábiga y el
Sudeste asiático, creándose, así, una amalgama cultural y un contexto perfectos
para el desarrollo de una idea extremista del islamismo con la lucha armada como
eje.
Por su parte,
Estados Unidos, junto a sus aliados Arabia Saudí y Pakistán, hizo caso omiso del
contenido ideológico de la movilización islámica a la que decidió armar, pues su
único objetivo era el de neutralizar a su enemigo soviético. En este contexto
aparece la figura de Ossama Bin Landen y su grupo Al-Qaeda. Podríamos afirmar
que fueron incapaces de valorar el potencial de la “brigada internacional
yihadista” que estaban creando, y que este, por supuesto, acabaría por volverse
en su contra. El final de la guerra de Afganistán de 1990 con victoria
muyahidín significará el retorno de muchos de los combatientes a sus
países de origen y la propagación definitiva del yihadismo, deseosos de exportar
la yihad a todos aquellos gobiernos impíos.
En este
contexto, en Argelia, nace el Frente Islámico de Salvación, que ganará las
primeras elecciones libres del país desde la independencia, en 1991, previo paso
de una Guerra Civil que asolará el país durante más de una década; en Sudán, se
produce un golpe de estado por parte del militar islamista Hassan al-Turabi, por
lo que este país se convertirá en un inmenso refugio para los yihadistas; en
Palestina, la presión de Hamas, ideológicamente cercano a Los Hermanos
Musulmanes, anula la hegemonía de la OAP dentro del conflicto de la intifada; en
Afganistán, los muyahidines que habían derrotado a los soviéticos se ven
inmersos en una Guerra Civil, en la cual los talibanes se alzan como el grupo
principal, instaurando un Emirato Islámico de influencia wahabita; por último,
en la península Arábiga se produce la Guerra del Golfo, en la cual Arabia Saudí,
en ver amenazado a su aliado Kuwait por la invasión de la Iraq de Saddam
Hussein, se vio obligado a pedir auxilio al ejército estadounidense.
En clave
religiosa, Arabia Saudí perdió el consenso como centro del islam sunnita al
invitar a “infieles” –el ejército americano- a la tierra santa del país árabe.
Dentro de la división religiosa que se produjo, los fundamentalistas islámicos
más radicales incluyeron al gobierno saudí dentro de los regímenes impíos del
mundo.
La historia del
yihadismo, como todos sabemos, continuará hasta nuestros días. Una yihad
de la que hemos intentado explicar sus orígenes y su desarrollo ideológico, y
que se ha convertido, actualmente, en uno de los asuntos internacionales de
mayor trascendencia y relevancia en el mundo del siglo XXI.
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La yihad, definición y desarrollo histórico de los grupos yihadistas actuales
La yihad es,
sin riesgo a equivocarme, uno de los términos más presentes en nuestra vida
cotidiana, tanto en los medios de comunicación como en cualquier conversación
ordinaria. El Estado Islámico y los recientes atentados de París han acentuado
el interés del mundo occidental por aquello que denominamos yihad,
ese concepto que nos resulta tan familiar y a la vez tan desconocido. La
cuestión es, ¿sabemos exactamente qué es?
La yihad nace del islam, por lo cual,
hablar de ella conlleva adentrarse en un mundo -el islámico- volátil y
profundamente etéreo. El islam, lejos de ser monolítico, ha rechazado, desde su
creación, la imposición de una jerarquía religiosa única. Es, pues, una religión
que ha cultivado su tradición a través del debate interno. La yihad,
término ampliamente discutido en la literatura islámica por su complejidad, ha
sido parte intrínseca de estos debates internos en el mundo islámico. Ello
incide a entender que la yihad sea un nombre de difícil análisis
semántico, y que su contenido varíe según las diferentes interpretaciones
coránicas que se puedan dar en el islam.
Waleed Saleh Alkhalifa, profesor de lengua y
literatura árabe en la Universidad Autónoma de Madrid nacido en Irak, define la
yihad como
“el esfuerzo en la vía de Dios. Puede ser esfuerzo moral, económico o físico”.
Claude Carcenac, especialista en Historia de las
religiones y profesora de la Universidad de Vic, añade, continuando con la
definición anterior, que
“se trata de una lucha, exigida a cada musulmán, que pasa por un esfuerzo de predicación y persuasión, que no excluye el uso de las armas, con vistas a propagar la fe verdadera”.
Matthew S. Gordon, profesor de Historia en la
Universidad de Miami especializado en el mundo islámico, afirma que yihad
se entiende como
“luchar en el nombre de (o en defensa de) la fe”.
Con el ejemplo de estos tres autores, estudiosos
del islam, observamos cómo, pese a la dificultad inicial para definir
yihad, existe una unanimidad intelectual en delimitar -o simplificar-
el término como un deber, un esfuerzo, de los musulmanes de luchar contra todo
aquello que pueda corromper la palabra de Dios.
En la tradición musulmana, la yihad adopta dos vertientes: la yihad mayor y la yihad menor. Por yihad mayor entendemos el esfuerzo diario en resistir el mal y la inmoralidad, es decir, en dominar las propias pasiones y mejorar como musulmán; es la lucha por la purificación del alma.
La yihad menor, en cambio, hace
referencia a la lucha de carácter externo, al deber de los musulmanes de actuar,
inclusive con fuerza, si se percibe que el islam está amenazado. Es en esta
segunda acepción en la cual solemos ubicar la yihad, a la que definimos
coloquialmente como guerra santa.
Sobre la conveniencia o no de equiparar la yihad
con la guerra santa existe un largo debate del cual nos mantendremos al margen
en este artículo. En definitiva, observamos como la yihad se presta a dos
significados que pueden crear múltiples interpretaciones, desde una visión
interior, mística del islam, hasta la violencia que representa, hoy en día, el
fundamentalismo islámico, que da lugar –en su vertiente más extrema- a los
grupos yihadistas.
Precisamente es el nacimiento y desarrollo del
fundamentalismo islámico la cuestión que analizaremos a continuación. ¿De qué
doctrina islámica derivan los actuales grupos yihadistas? ¿Cuál es el espejo
histórico en el que se inspiran para desarrollar una idea radical del islam?
¿Qué interpretación hacen del concepto de la yihad? Para tal
aspiración, debemos retroceder, en primer lugar, al nacimiento del derecho
islámico y a las escuelas islámicas que surgieron de él.
Tras la muerte del cuarto y último califa
ortodoxo (éstos fueron los cuatro primeros califas que sucedieron a Mahoma), se hizo necesario la
fijación de un derecho islámico para guiar la vida de los fieles. En la
actualidad, sobreviven cuatro escuelas jurídicas en el islamismo sunita, cada
una de las cuales recoge dos fuentes principales: el Corán, el libro sagrado de
los musulmanes, y la Sunna, que remite las actuaciones y predicaciones de
Mahoma.
Entre las escuelas jurídicas, que se
desarrollaron entre el siglo VIII y IX, debemos prestar especial atención a la
hanbalista, fundada por Ibn Hanbal, pues es la escuela que interpreta el Corán y
la Sunna de una forma más literal y estricta, siendo, aún a día de hoy, una
referencia para el islam más radical. Es decir, es la escuela islámica que
recoge una acepción más inflexible y, por consiguiente, radical, de la
yihad. Con la escuela hanbalista se inaugura, por otra parte, la
tendencia salafista dentro del Islam.
El salafismo (“salaf”, antiguo) son un conjunto
de ideas que abogan por el retorno al modelo de vida de los antepasados, es
decir, a los compañeros del Profeta y las dos siguientes generaciones. No creen
en la razón sino en la aplicación rigurosa de los textos sagrados, el Corán y la
Sunna. Repudian, por otra parte, a aquellos que visitan tumbas o mausoleos para
rezar a muertos o santos, pues Dios (Alá) es el único que debe ser adorado.
Ibn Taymiyya será en la Edad Media –concretamente
en el siglo XIV-, el continuador de la doctrina hanbalista. Coetáneo de una
época turbia en el mundo islámico, el cual debía hacer frente a las cruzadas
cristianas en Oriente Próximo y a las invasiones mongoles, rescatamos de su
reflexión religiosa la importancia que le otorga a la yihad, la cual
sitúa a la altura de los cinco pilares del islam. La yihad, en este
caso entendida como “la lucha contra el infiel” –yihad menor-, es, para
Ibn Taymiyya, una base de la sumisión a Dios y una función del musulmán.
Añadir también que, en su defensa de que el
imperio luche al servicio de la religión, el autor islámico incorpora la idea de
que el islam es religión y política, dos conceptos que deben transitar unidos
para el éxito del islam. Esta idea es de suma importancia para entender el
islamismo contemporáneo. Su plática belicosa y radical estará presente en el
discurso del fundamentalismo islámico del siglo XX. Pero antes, debemos
detenernos en el wahabismo.
Muhammad Abd al-Wahab, fundador del wahabismo en
el siglo XVIII, resucitó los ideales de Ibn Taymiyya, recrudeciendo, por otra
parte, las exigencias para el cumplimiento de las obligaciones religiosas y la
oposición al culto de los santos, argumentando que los que veneraban a éstos
eran politeístas y blasfemos.
En este sentido asistimos a una gradación radical
desde los postulados del siglo IX de Ibn Hanbal, pasando por la crítica radical
de Ibn Taymiyya, y culminando con la acción violenta que defiende al-Wahab. La
conducta de los musulmanes no debía sobrepasar la de los primeros califas
ortodoxos, por lo que al-Wahab prohibía el tabaco, los amuletos, los anillos y
condenaba que los fieles se levantaran de su sitio para recibir y saludar a
otros, pues solo Dios merecía tal gesto.
Es imprescindible agregar que el wahabismo, como
doctrina del islam, ha recibido múltiples críticas dentro de sectores islámicos.
Como recoge Abdelwahab Meddeb, historiador, poeta y profesor tunecino,
“la mediocridad y la ilegitimidad doctrinal de Ibn al-Wahab han estado denunciadas en diferentes ocasiones. [Ibn al-Wahab] es más copista que creador. Las páginas que ennegreció confirman su obediencia hanbalista estricta”.
Ahora bien, conocida la vulgaridad del wahabismo,
¿dónde radica su importancia como creencia influyente en el fundamentalismo
contemporáneo?
Desde el nacimiento del wahabismo, esta creencia
islámica ha contado con el absoluto apoyo de la dinastía Al-Saud. Tras
aproximadamente dos siglos de lucha wahabita-saudita contra el imperio otomano
en la península Arábiga, en 1932 se creó el actual estado saudita en nombre de
la ideología wahabita, la cual se aclamó como la doctrina oficial de Arabia
Saudí.
El posterior expansionismo del wahabismo no se
entiende sin la fortuna que conllevó la explotación petrolera. Arabia Saudí,
aliado de Estados Unidos y la OTAN, se permitió el lujo de trasplantar el
wahabismo a países vecinos árabes donde la escuela salafista-wahabista, y por
ende, la escuela hanbalista, era minoritaria, utilizando los recursos económicos
que el petróleo le proporcionó para la extensión de su doctrina religiosa a
través de los medios de comunicación y la enseñanza.
Llegados a este punto, es necesario exponer dos
reflexiones: en primer lugar, resaltar, como nos enseña la Historia, que la
corriente salafista que se inicia con Ibn Hanbal, continua con Ibn Taymiyya y
culmina con el wahabismo, es, antes de la construcción de Arabia Saudí, una
opción minoritaria dentro del Islam mundial.
En segundo lugar, afirmar que el wahabismo no
explica, por sí mismo, el nacimiento del fundamentalismo islámico y de los
grupos yihadistas actuales, pese a que, evidentemente, influye ideológicamente
de forma evidente. Debemos agregar, pues, el desarrollo de nuevas corrientes
islámicas que emergerán en el siglo XX en el mundo islámico. Lo veremos en el
próximo artículo.
Yihad, definición y desarrollo histórico de los grupos yihadistas actuales (II)
Explicábamos, en
la conclusión del primer artículo, que la línea histórica que se inició con
la doctrina literal de IbnHanbal, continuaba con la radicalización progresiva de
IbnTaymiyya y que culminó con el wahabismo y la
creación de Arabia Saudí en 1932, es el embrión, el cimiento, de la ideología
que actualmente recoge el fundamentalismo islámico, el cual, recordemos, en su
vertiente más extrema da lugar a los grupos que denominamos yihadistas.
Añadíamos, no obstante, que este itinerario histórico no explica por sí mismo el
fenómeno yihadista.
Yihad, definición y desarrollo histórico de los grupos yihadistas actuales
Así pues, para
llegar a comprender la doctrina islámica que conduce al yihadismo debemos
incorporar, a lo mencionado anteriormente, las teorías político-religiosas que
se desarrollaron durante el transcurso del siglo XX en diferentes puntos de la
umma, la comunidad de creyentes del Islam.
Sayyid Qutb
nació en Asiut (Egipto) en 1906. Dos décadas después, afloraba en la ciudad de
Ismailía la asociación de Los Hermanos Musulmanes. Influenciados por el
wahabismo de sus vecinos sauditas, proponían el regreso a las fuentes básicas
del Islam, así como la construcción de un Estado islamista donde religión y
política se hallasen mutuamente vinculadas.
Formaron, pues,
parte de la fracción islámica dentro de un país de difícil coyuntura política y
económica, dividido entre islámicos y laicos tras su independencia del Reino
Unido en 1936. Hasta 1951, Qutb no formó parte de Los Hermanos Musulmanes;
antes, como maestro y periodista, alardeaba de su actitud liberal. Fue, tras un
viaje a Estados Unidos, enviado por el propio gobierno egipcio para realizar
estudios de educación, cuando su pensamiento se transformó, posicionándose en la
vertiente más radical del islamismo.
El razonamiento
de Qutb es de vital importancia para comprender a muchos de los grupos
islamistas actuales. Preconizaba que el islamismo debía de ser extensible a todo
el mundo, pues era el único sistema válido para la humanidad. En este sentido,
recupera el término de jahiliyya, que hace referencia al estado de
ignorancia preislámica universal. Es necesario, pues, derrumbar la jahiliyya
con el fin de instaurar el Estado islámico.
Sayyid Qutb, no
obstante, únicamente considerará como legítimo aquel islamismo que aplique la
ley islámica en todos los aspectos de la vida, por lo que cualquier régimen,
incluidos los del mundo musulmán, que no cumpla estrictamente la Sharia será
considerado de infiel. Por lo tanto, introduce la idea de combatir el propio
gobierno, aunque sea musulmán, con el fin de implementar en su totalidad la ley
islámica. El instrumento que Qutb utilizó para teorizar acerca de la
islamización mundial será, como podréis adivinar, la yihad. Una
yihad generalizada y universal. Finalmente, el islamismo de Sayyid Qutb,
opuesto al nacionalismo árabe de Nasser, condujo a su ejecución en 1966.
Otro nombre
importante dentro del islamismo contemporáneo es Abû-al-Mawdûdi, nacido en 1903
en la India británica. Será el emblema del islamismo pakistaní, país que obtuvo
su independencia del Reino Unido en 1947. Destaca de su pensamiento la crítica
que hace a todo tipo de nacionalismo, incluido el propio “nacionalismo musulmán”
que se impuso en Pakistán, y que se anteponía al Estado islámico que defendía
al-Mawdûdi. Así pues, considera kufr, es decir, un elemento impío, a
todos los nacionalismos.
También incluye
en la categoría de kufr a los ulemas, los doctores de las leyes jurídicas
y religiosas musulmanas, recriminándoles el que se hubiesen avenido a un
gobierno no musulmán con la llegada de los británicos al subcontinente indio en
1857. Defiende, pues, la islamización “desde arriba” donde la soberanía se
ejerza en nombre de Alá, otorgándole a la yihad el cometido de combatir
todos aquellos elementos que impiden la creación del Estado islámico.
Observamos como
Sayyid Qutb y Abû-al-Mawdûdi, pese a pertenecer a dos órbitas musulmanas
diferentes, comparten una visión política y rupturista del Islam. El objetivo de
ambos es la creación de un Estado islámico universal que reproduzca la vida de
Mahoma y sus seguidores. Para ello, idealizan una yihad ofensiva que debe
combatir a cualquier estado que no desarrolle fielmente la ley islámica. Bajo
sus escritos, la religión se transforma en una ideología de lucha política.
Al incorporar
dentro de “esta” yihad a los estados con presencia musulmana, quiebran la
tradición musulmana de lealtad a la imama, es decir, a la jefatura de la
comunidad musulmana. Aquí radica su importancia como teóricos influyentes en el
actual yihadismo, pues abren el camino para que los grupos yihadistas estén
legitimados, desde un punto de vista religioso, para luchar contra su propio
gobierno.
Como afirma el
escritor Abdelwahab Meddel,
“en la conjunción entre esta teoría [de Qutb y al-Mawdûdi] y el wahabismo, se formó el integrismo más funesto”.
El integrismo
que da cabida al yahidismo actual. Pero, ¿dónde se dio esta conjunción? En
primer lugar, en las grandes migraciones de egipcios hacia Arabia Saudí
–recordemos, feudo wahabita-, fruto del crecimiento económico petrolífero
saudita. Pero será en la década de los 80, con la invasión soviética de
Afganistán, donde el integrismo contemporáneo englobará las teorías islamistas
que se dieron durante el siglo XX para converger en la ideología actual
yihadista.
En diciembre de
1979, fuerzas armadas soviéticas cruzan la frontera afgana para auxiliar al
gobierno aliado de Amín, tan sólo meses después de la Revolución iraní, bajo la
cual el ayatolá Jomeini derrocó al sha Pahlevi, privando a Estados Unidos de uno
de los aliados más sólidos en Oriente Medio –en un artículo más extenso,
deberíamos analizar profundamente el impacto de la Revolución iraní en el mundo
islámico-. En un mundo aparentemente bipolar como el de la Guerra Fría, Estados
Unidos no podía permitir que la URSS hiciese entrar sus tropas en Afganistán.
Paralelamente,
en el mundo islámico esta aparición de las tropas soviéticas en un territorio de
amplia mayoría musulmana, es vista como una invasión al dar al-islam, el
hogar del Islam. Por lo tanto, redes islámicas transnacionales situadas dentro
de la corriente salafista-wahabista proclaman la yihad en Afganistán para
derrocar al enemigo foráneo. Esta llamada no solo fue percibida por los
muyahidines -persona que hace la yihad- afganos, sino que se
extendió a yihadistas de Egipto, Argelia, Palestina, la península Arábiga y el
Sudeste asiático, creándose, así, una amalgama cultural y un contexto perfectos
para el desarrollo de una idea extremista del islamismo con la lucha armada como
eje.
Por su parte,
Estados Unidos, junto a sus aliados Arabia Saudí y Pakistán, hizo caso omiso del
contenido ideológico de la movilización islámica a la que decidió armar, pues su
único objetivo era el de neutralizar a su enemigo soviético. En este contexto
aparece la figura de Ossama Bin Landen y su grupo Al-Qaeda. Podríamos afirmar
que fueron incapaces de valorar el potencial de la “brigada internacional
yihadista” que estaban creando, y que este, por supuesto, acabaría por volverse
en su contra. El final de la guerra de Afganistán de 1990 con victoria
muyahidín significará el retorno de muchos de los combatientes a sus
países de origen y la propagación definitiva del yihadismo, deseosos de exportar
la yihad a todos aquellos gobiernos impíos.
En este
contexto, en Argelia, nace el Frente Islámico de Salvación, que ganará las
primeras elecciones libres del país desde la independencia, en 1991, previo paso
de una Guerra Civil que asolará el país durante más de una década; en Sudán, se
produce un golpe de estado por parte del militar islamista Hassan al-Turabi, por
lo que este país se convertirá en un inmenso refugio para los yihadistas; en
Palestina, la presión de Hamas, ideológicamente cercano a Los Hermanos
Musulmanes, anula la hegemonía de la OAP dentro del conflicto de la intifada; en
Afganistán, los muyahidines que habían derrotado a los soviéticos se ven
inmersos en una Guerra Civil, en la cual los talibanes se alzan como el grupo
principal, instaurando un Emirato Islámico de influencia wahabita; por último,
en la península Arábiga se produce la Guerra del Golfo, en la cual Arabia Saudí,
en ver amenazado a su aliado Kuwait por la invasión de la Iraq de Saddam
Hussein, se vio obligado a pedir auxilio al ejército estadounidense.
En clave
religiosa, Arabia Saudí perdió el consenso como centro del islam sunnita al
invitar a “infieles” –el ejército americano- a la tierra santa del país árabe.
Dentro de la división religiosa que se produjo, los fundamentalistas islámicos
más radicales incluyeron al gobierno saudí dentro de los regímenes impíos del
mundo.
La historia del
yihadismo, como todos sabemos, continuará hasta nuestros días. Una yihad
de la que hemos intentado explicar sus orígenes y su desarrollo ideológico, y
que se ha convertido, actualmente, en uno de los asuntos internacionales de
mayor trascendencia y relevancia en el mundo del siglo XXI.
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