Bailén, el pueblo que plantó cara al
ejército de Napoleón, pasó a la historia por ser el
primero en resistir la invasión francesa. Ahora se encuentra de
nuevo en pie de guerra para que no les arrebaten una parte de su pasado: la
batalla de Baecula. Tradicionalmente se ha ubicado en el entorno de esta
ciudad jienense, pero desde 2004 diversos estudios la sitúan en Santo Tomé, a
unos 60 km. Esta contienda, que data del 208 a.C., ahora se libra en los
despachos. Los mismos en los que se firman los acuerdos turísticos que se han
asentado, según un sector crítico de los bailenenses, sobre una premisa falsa.
La batalla de Baecula se encuadra
dentro de la segunda Guerra Púnica, en la que se enfrentaron el Imperio Romano
–a las órdenes de Escipión el Africano– y el Imperio Cartaginés, dirigido por Asdrúbal
Barca. Tras el combate, los cartagineses perdieron el control de la cabecera
del Guadalquivir, por lo que se suele indicar que este fue el principio del
fin de Cartago.
El
enfrentamiento Roma-Cartago
Corría el año 264 a. C. El imperio
púnico-cartaginés se había ido configurando desde el siglo X y IX al norte
de la actual Túnez y las islas del Mediterráneo. Era una de las dos grandes
potencias de la época y vivía del comercio. Sus fuerzas navales eran las más
potentes del momento, pero su ejército permanente en tierra no lo era tanto.
Tenía vocación comercial más que conquistadora y, por ello, no necesitaba
grandes contingentes de soldados. Mientras tanto, la República de Roma se
encontraba en plena expansión y ya controlaba la Península Itálica. Su armada
era menos numerosa y apenas contaba con experiencia, pero sus legiones estaba
bien entrenadas y equipadas, con una importante trayectoria militar tras los
dos siglos que precedieron la conquista de los territorios italianos; este sí
era el ejército más poderoso de la época. Tan pronto como estuvo asentado en
Italia, comenzó su expansión hacia el norte y el sur: inevitablemente se
encontraron frente a frente los dos grandes imperios del momento. Las guerras,
que confrontaron a Roma y Cartago durante 118 años –interrumpidos– acababan de
empezar. Solo podía quedar uno, y fue Roma.
La Península
se convirtió en punto de referencia tras la primera guerra
«Sucesivos tratados comerciales no lograron atemperar
el creciente antagonismo de los colosos, que desembocó, primero, en guerra fría
y, después, en guerra caliente: la Primera Guerra Púnica», apunta Juan Eslava Galán en
su libro "Historia de España contada para escépticos". El autor
señala su admiración por los romanos, capaces de improvisar una escuadra de
guerra copiando una nave enemiga que encontraron varada en una playa. Y que
encima, vencieran en algunas batallas navales para terminar haciéndose con la
victoria. La primera Guerra Púnica se desarrolló entre el año 264 y el
241 a. C. Cartago perdió y se vio obligado a ceder Sicilia y Cerdeña además de
compensar al imperio con cuantiosas indemnizaciones.
«La fuerte indemnización de guerra
que Roma había impuesto a los cartagineses y las pérdidas económicas y humanas
llevó a Cartago a fijarse en las tierras del occidente, en las que la Península
Ibérica se convirtió en el principal punto de referencia», señala Juan José
Palao, profesor del departamento de Prehistoria, Historia Antigua y
Arqueología de la Universidad de Salamanca. Así, Amílcar Barca desembarca
en Cádiz y, tras siete años, consigue dominar a los indígenas de la zona. Sus
hijos continúan su misión una vez muerto su progenitor. «Carthago Nova (la
actual Cartagena) rápidamente se convirtió en la principal base cartaginesa en
el Mediterráneo occidental», apunta Palao.
Después de que Asdrúbal fuera
asesinado, su hermano Aníbal quedó al mando del imperio cartaginés en la
Península Ibérica. Tras conquistar Sagunto, el imperio romano vuelve a
declararle la guerra a los cartagineses. Es el comienzo de la segunda Guerra
Púnica, que se desarrolla entre los años 218 y 201 a.C. Ambos imperios
llevaban años preparándose ante lo que parecía inevitable. «Cartago quería la
revancha, y Roma estaba preocupada por el rearme de su rival y la pujanza que
había alcanzado», señala Eslava Galán. Asdrúbal inicia su ofensiva en Italia,
con gloriosas y estudiadas batallas como la de Cannas. Pero el imperio romano
le devuelve el golpe en la Península Ibérica, su punto débil.
En este contexto de la Segunda
Guerra Púnica se desarrolla la batalla de Baecula, en el año 208 a.C. El
ejército cartaginés obedecía a las órdenes de Asdrúbal. El romano, a las
de Publio Cornelio Escipión el Africano, el primer enfrentamiento a gran
escala de este último tras quedar al mando de su ejército en los territorios hispanos.
La batalla de Baecula supone un hito
«importantísimo» en el desarrollo de la contienda, «ya que el control de la
cabecera del Guadalquivir constituía la puerta de acceso a todo el valle y
el control de los recursos metalíferos. La victoria romana en este enclave
permitió la penetración de estas tropas en unos territorios que hasta entonces
habían controlado los cartagineses», señala Palao. Para el profesor, Baecula
constituye otra prueba más del genio militar de Escipión, capaz de
derrotar a un ejército superior en número y ubicado de forma ventajosa en el
terreno. «Gracias a una maniobra envolvente del general romano, consiguió
neutralizar al ejército cartaginés y apoderarse del campamento de Asdrúbal. Se
iniciaba así la pérdida del dominio púnico en territorios peninsulares», señala
Palao, que sentencia: «Si la pérdida de Carthago Nova fue un duro revés para
los cartagineses, Baecula significó el principio del fin del dominio
cartaginés».
La ubicación
tradicional
Los principales estudiosos, tanto
nacionales como internacionales han ubicado siempre Baecula en un entorno
cercano a la actual ciudad de Bailén (Jaén), pero el debate cambió cuando
Arturo Ruiz, director del Centro
Andaluz de Arqueología Ibérica (CAAI) y catedrático de la
Universidad de Jaén, hizo públicos los datos de un estudio que aún se encuentra
escribiendo: "La batalla de Baecula tuvo lugar en Santo Tomé". Grandes titulares llenaron
entonces las páginas de muchos medios, sobre todo regionales pero también
locales. No era para menos: la noticia cambiaba más de dos milenioshistoria.
Diez años después, los bailenenses
no dan por perdida «su batalla» y se encuentran también en pie de guerra, esta
vez ante la Diputación de Jaén, suplicando medios económicos para que se lleve
a cabo en la zona un estudio similar al que realizó el profesor Ruiz en Santo
Tomé. «Reivindicamos que se dote a Bailén de los mismos medios con que se dotó
en su momento a Santo Tomé para realizar un estudio. En Bailén sí existe
sustrato arqueológico de época íbera, algo que niega Ruiz, por lo que es
necesario investigar también esta zona», defiende Juan Soriano,
presidente del Instituto de Estudios Bailenenses (IEB). Pero, ¿qué propone
Ruiz? ¿Por qué ha causado tanta polémica en un pueblo que «ya tiene otra
batalla»? ¿Cómo se ha instuticionalizado tan rápido? ¿Qué otras voces pelean
por hacerse oír frente a los «grandes gritos»?
Giro en la
historia
El profesor Arturo Ruiz, junto al
equipo que él dirige en el CAAI se embarca en 2002 en el proyecto de
investigación que tenía como fin «comprobar si lo que se había dicho de manera
tradicional coincidía arqueológicamente con la realidad», señala a Abc.es
el profesor. «Hicimos una primera prospección en el sitio que tradicionalmente
se había ubicado Baecula, con resultado negativo. A partir de los historiadores
clásicos Polibio y Tito Livio calculamos el movimiento que habían hecho por la
noche», apunta. Lo novedoso del estudio, más allá del resultado, es su método
arqueológico: «Se van registrando sobre un terreno cuadriculado de 450
hectáreas todo el material que aparece, mediante gps y se pueden
interrelacionar los objetos, incluso contrastarlos con las fuentes y aclarar
cuestiones que no quedaron definidas».
«El gran éxito del modelo es, no
tanto el hallazgo del lugar de la batalla, sino que es aplicable a otros
sitios; lo estamos desarrollando ya en Italia y presentaremos un proyecto
sobre Metauro, la batalla donde muere Asdrúbal Barca. También trabajamos para
reproducir la batalla de Zama, la última, que enfrenta a Aníbal con Escipión»,
comenta el profesor.
El movimiento del ejército está
reconstruido en base a las tachuelas que iban perdiendo los legionarios, ahora
recolectadas. «También hemos localizado el lugar del campamento de Asdrúbal y
se han excavado las fosas de amortización», apunta. Los resultados de su
estudio, que avalan la tesis «reconocida ya mundialmente», en palabras de Ruiz,
son los siguientes: 6000 piezas de metal sin contar las cerámicas, de las que 2400
son del momento de la batalla. «Son los restos materiales los que nos dicen
que en el año 208 a.C. allí hubo una contienda, y que sigue las trazas de lo
que propusieron los historiadores romanos clásicos. Se trata de confirmar lo
que dicen las fuentes a partir de los restos hallados», apunta sobre su
investigación. En el próximo mes de diciembre se editará la edición del
proyecto Baecula y el congreso internacional donde se presentará.
Mientras tanto, a nivel europeo ya
se ha asentado esta propuesta, aunque haya algunas voces que se salgan de la
corriente común. «El Consejo de Europa ha aceptado el lugar de la batalla de
Baecula en el cerro de las Albahacas, y lo reconoce como una parada oficial en
el Camino de Aníbal. El debate a nivel europeo y mundial está cerrado
desde 2011», concluye el profesor. Pero, ¿cómo es el proceso de aceptación
científica? ¿Cómo se cambian tantos años de historia? ¿Qué proceso conlleva a
la consolidación de este tipo de estudios?
Para el profesor Palao, «una de las
cosas buenas del debate científico sobre el mundo antiguo es que pocas veces
se puede a llegar a zanjar un tema de forma definitiva». En su opinión,
«que dicho enfrentamiento sea la batalla de Baecula que narran las fuentes
romanas no se puede confirmar al cien por cien, pero a tenor de los datos que
presentan las fuentes, el material documentado que alude a la presencia en el
lugar de tropas cartaginesas, indígenas y romanas, y la propia situación
geográfica, parece muy probable que pueda tratarse de ese episodio tan decisivo
de la segunda Guerra Púnica».
Por otra parte, también juegan un
papel decisivo tanto las ayudas públicas como los medios de comunicación. «La perversión
del propio sistema investigador español y las exigencias de una parte de la
sociedad hacen que una de las formas de obtener los recursos necesarios para
llevar a cabo las investigaciones sea mediante la contrapartida de los
beneficios económicos o la riqueza material que puedan suponer», subraya Palao
en relación a la importancia de estar presente en los medios.
Sobre esta cuestión, destaca Ruiz:
«Hoy en día la investigación no se concibe como un espacio cerrado donde
presentar resultados. Una parte importante son los congresos y evaluaciones, y
otra esencial también es la difusión de los resultados y la transferencia al
público. Este en concreto, es un tema de investigación reconocido e interesante
gracias al apoyo de los medios».
Otros puntos
de vista
A pesar de la novedad que supuso el
hallazgo para la comunidad científica, parece que es un tema bastante asentado.
Algunos autores que se sitúan en la línea de Ruiz argumentan que el resto de
atribuciones «tradicionales» de la batalla a Bailén se asienta sobre su
«parecido toponímico», es decir, su similitud fonética, aunque esto no sea así.
Los grandes expertos que desde el siglo XIX han estudiado la topografía de
Bailén y el lugar de la batalla no se han basado en tal parecido. Por
ejemplo, para Lanzeby, que escribe en 1998 sobre las técnicas guerreras de
Aníbal, la causa principal de situar Baecula en Bailén es la estratégica, y lo
hace después de estudiar el terreno y compararlo también con los grandes
clásicos.
Alicia Canto, profesora
del departamento de Prehistoria y Arqueología en la Universidad Autónoma de
Madrid, publicó en 2011, a raíz de las afirmaciones de Ruiz, un artículo
titulado "La batalla de Baecula no pudo ser en Santo Tomé".
Bajo ese epígrafe, que no deja lugar a dudas, aporta los argumentos que se
encuentra estudiando y ampliando. Entre ellos, la cercanía a Cástulo (actual
Linares, frente a los 60 km. que separan a Santo Tomé de dicha ciudad), a unas
minas de plata, ser un lugar con buenas comunicaciones, estar al Oeste de
Cástulo y contar con un hallazgo epigráfico expresivo del nombre antiguo.
«Está mal
dar “por zanjado” un asunto que, en realidad, está muy lejos de ello»
«El profesor Ruiz es ante todo un prehistoriador,
militante de la arqueología de campo. En estos casos suelen conocer
menos las fuentes históricas y dar una importancia a lo mejor excesiva a los
materiales mismos. En cambio, las fuentes literarias y epígrafas aportan otros
puntos de vista que son importantes si se quiere estudiar la Antigüedad como un
todo, y no sólo los materiales», señala la profesora en relación a los métodos
–al parecer– «enfrentados» que proponen ambos. A pesar de ello, reconoce la necesidad
de «ser complementarios, de no entrar en contradicción entre ellos. Porque,
cuando lo hacen, como pasa en el caso de Baecula, es que uno de los dos métodos
está fallando en algo», apunta.
«El estudio de los objetos es
importante, pero la mayor parte de las veces carecen de cronología interna,
dependen del contexto y de otros factores», señala Canto, que en su opinión, «está
mal que se dé “por zanjado” un asunto que, en realidad, está muy lejos de
ello». Lo que le recrimina al estudio de Ruiz es «la carencia absoluta de minas
de plata en los alrededores, la topografía real, la gran dificultad de las
comunicaciones con Cástulo debido al sitio “arrinconado” donde se sitúa Santo
Tomé, su lejanía a dicha ciudad o la inexpresividad cronológica e
identificativa de los materiales que han hallado», y señala todo esto tomando
en cuenta a las fuentes literarias, que van en contra de que Baecula pueda
haber estado en Santo Tomé. «Su principal problema es también que no cuentan
con lo que siempre se debe cumplir cuando se propone un nombre antiguo para una
ciudad moderna: que haya al menos una inscripción antigua que lo confirme.
Es una regla invariable de la Geografía Histórica que rige desde siempre,
aunque a él no parezca preocuparle. Y de Santo Tomé conocemos una treintena de
isncripciones romanas, pero ninguna menciona la ciudad».
La profesora, por otra parte,
concluye: «Baecula no tiene que estar necesariamente en Bailén, pero sí en
su territorio (de eso estoy segura). El “parecido toponímico” es una
simplificación y casi la principal en el caso del equipo del CAAI para
descartar Bailén (junto a la inexistencia en esa zona, según ellos, de
materiales propios de la segunda Guerra Púnica, lo que puedo decir directamente
que no es verdad). Además, es más probable que “Bailén” derive de algo más
parecido a un “Bailo” que a un “Baecula” o “Baikor”».
Indignación
en Bailén
Dejando de un lado el ámbito
académico, estas últimas semanas saltaba en distintos medios una noticia curiosa:
la protesta ciudadana frente a una propuesta universitaria. Aunque en cierta
medida también fuera una demanda a la clase política y en concreto a la
Diputación de Jaén.
«Es un
estudio muy mediatizado, la primera noticia ya se vincula con el turismo»
Para la asociación que preside Juan Soriano,
presidente del IEB, la teoría de Ruiz no es válida «porque se basa en la
negación de que en Bailén y en su entorno existen restos arqueológicos de época
íbera cosa totalmente falsa. Parte, en su estudio, de esa negación, una premisa
errónea y, por consecuencia, el resultado del estudio es nulo». Soriano,
que fue cronista oficial de Bailén, defiende, en cambio que «en el entorno de
Bailén se han encontrado hasta en 23 lugares distintos restos que avalan
la existencia de una batalla. El problema es que ninguna de esas zonas
arqueológicas se ha investigado nunca». «Si no se conoce el lugar donde
buscar los restos es normal no encontrar nada. El profesor Ruiz tendría que
habernos preguntado a quienes conocemos el terreno dónde podría hallar los
restos».
Sin embargo, Soriano reconoce la
imposibilidad de «adjudicar» la batalla en ningún territorio, ya no solo en
Bailén o en Santo Tomé: «Mientras que no exista ningún resto epigráfico, piedra
escrita que diga que “este es el lugar de Baecula”, no puede poner el nombre de
la batalla donde le apetezca. Al igual que tampoco se puede decir lo mismo de
situarlo en Bailén».
Por otra parte, destaca también la mediatización
de la que hablaba Ruiz, poniéndola en relación con el plano turístico: «Es un
estudio muy mediatizado, la primera noticia ya se vincula con la promoción
turística de la zona [la apuesta turística de la Diputación por la provincia de
Jaén: la
ruta de los castillos y las batallas]». Entre los planes del
Instituto, a corto plazo está reunirse con el presidente de la Diputación,
Francisco Reyes. A él pretenden presentarle un memorándum para que tenga
conocimiento de sus dudas respecto a lo que se ha presentado hasta ahora y que
es necesario estudiarlo más en profundidad para que aporte los medios
necesarios para llevar a cabo una prospección en Bailén. Pero por si acaso ya
preparan un plan B con la intención de buscar medios propios que permitan
financiar el proyecto. Sin embargo, la Diputación «ya se ha implicado
demasiado en el asunto», señala Soriano, promoviendo el «Camino de Aníbal»
bajo un proyecto europeo, con parada en Santo Tomé.
Pocas veces una investigación
académica es capaz de implicar a tanta gente tras ella, de que se interesen y
organicen por algo «científico», ya no solo a nivel local. Lo bueno, tal y como
apuntaba el profesor Palao, es que el proceso nunca se puede dar por cerrado, a
pesar de que unos y otros (también los políticos) lo pretendan. Lo malo es que
sea demasiado tarde para cuando lleguen las respuestas, pues la ciencia y la
investigación necesitan tiempo para asentarse. Por ello, precipitarse puede
salir muy caro cuando entran otro tipo de intereses a formar parte del tablero
estratégico de esta otra batalla que hoy libran en terreno jienense un grupo de
ciudadanos que no se conforma con lo que le cuentan. Que están seguros de que
en su terreno hay restos íberos, porque los llevan encontrando toda su vida.
Podrán estar equivocados o no, pero lo que sí es cierto es que seguirán
luchando, ahora, más de dos mil años después.
M Nieves Mira
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