Quien conozca bien a la diosa Cibeles pensará que no es fruto de la casualidad
que la primera competición madrileña de observación de aves dentro de la MadBird Fair se celebre precisamente junto a su plaza. A
través del canto de las aves las sibilas o sus sacerdotes, los «gallus»,
interpretaban las profecías de esta diosa tan famosa hoy como desconocida para
la mayor parte de los madrileños.
Si a un madrileño se le aborda preguntándole
«¿Sabe usted quién es la Cibeles?» responde algo similar a «¡Pues una fuente!»,
pero cuando se le interroga por si conoce algo sobre ella, aparte de alusiones
al Real Madrid es probable que solo conteste: «¡Que es muy bonita, la más
bonita del mundo!». Pilar González Serrano
hizo la prueba hace más de 20 años, antes de publicar «La Cibeles, nuestra Señora de Madrid», Premio Antonio Maura a
la Investigación Científica del Ayuntamiento de Madrid en 1987. Hoy está
convencida de que pasaría lo mismo.
«Es muy triste. En México al menos han puesto una
placa para que la gente se entere», señala la profesora de Arqueología de la
Universidad Complutense ya jubilada aludiendo a la réplica que se hizo de la
estatua en tiempos de Enrique Tierno Galván y que donada por la comunidad de
residentes españoles en México como símbolo de hermanamiento entre ambos países.
Cibeles sedujo desde que era niña a González
Serrano, hija de un técnico de Correos, y su curiosidad aumentó cuando se
especializó en Historia de las Religiones. «¿Qué hace una diosa frigia en
Madrid?», se planteó.
La «Magna mater»
Para remontarse a la génesis de Kybéle Frigia
hay que desplazarse hasta la región del Pesinonte, en Anatolia (Asia Menor)
mucho antes del nacimiento de Jesucristo. «Es el personaje más antiguo del
mundo» porque «recibe adoración desde el Neolítico», asegura el periodista y
escritor José de Cora, autor
de la novela «La
navaja inglesa» (Tropo editores) que acaba de ver la luz y que está
ambientada en la llegada de la diosa a la capital de España.
«Es la diosa de la tierra, de la fertilidad, del renacer. Desde el
Neolítico se le ha acumulado mucha historia. También se la conoce como Rea,
Gaia… Todas las grandes madres del Mediterráneo relacionadas con la Tierra
tienen su origen en Cibeles», explica Cora.
En su origen fue un meteorito, una piedra negra a la que
se veneraba por su origen celeste y como madre de dioses, de hombres y señora de
todo el reino animal y vegetal. Su culto se extendió por el Mediterráneo a
través de la marinería frigia y en Grecia se la identificó por simbiosis con Rea,
la madre de dioses como Zeus, Hades y Poseidón.
De su santuario frigio de Pesinunte (en la actual Turquía), la diosa
fue trasladada al Metroon de Pérgamo, la
ciudad donde nació el pergamino y donde la piedra negra fue venerada hasta la Segunda Guerra Púnica en el siglo III a.C. Roma atravesaba
entonces una grave crisis, acechada por las tropas cartaginesas de Aníbal. La
situación era tan desesperada que los romanos acudieron a los Libros Sibilinos y allí encontraron la solución a sus
problemas: debían ir a buscar la «Piedra de Cybele». El 10 de abril del año 204
a.C. entraba en la capital del Imperio Romano la «Magna Mater» favoreciendo
según la leyenda a la calumniada Claudia Quinta y lo cierto es que la suerte
cambió para los romanos que levantaron en su honor un templo en el Palatino. En
la época de Augusto, el culto a la «Magna Mater» gozó de gran prestigio y «hasta el siglo IV tuvo una gran
fuerza», según relata Pilar González Serrano. Las fiestas de Cibeles se
celebraban durante el equinoccio de primavera y en ellas se conmemoraba la
resurrección de Atis, su paredro, y se bañaba la imagen de Cibeles en el
río.
Hipómenes y Atalanta
Ya entonces se representaba a la diosa con la corona torreada que
indica el dominio de Cibeles sobre la ciudad, en el carro tirado por dos leones que según la
leyenda son Hipómenes y Atalanta.
Así la relata José de Cora: «Atalanta era muy atleta, no quería
casarse y prometió hacerlo sólo si un galán le ganaba en carrera. Hipómenes se
enamoró perdidamente de Atalanta y pidió ayuda a Afrodita, que le dio unas
manzanas de oro. Atalanta se agachó a recogerlas y perdió la carrera, casándose
con Hipómenes. Un día de caza en que comenzó a llover se refugiaron en un templo
de Cibeles e hicieron allí el amor, enfureciendo a esta diosa que promueve el
sexo pero no en un lugar sacro. Cibeles los convirtió en leones machos a los dos
y los condenó a mirar cada uno hacia un lado para que no pudieran volver a verse
jamás». Guido Reni representó esta leyenda en un lienzo que se exhibe
en el Museo del Prado, que también plasmó con genialidad Ouka Lele
en 1985 tras detener el tráfico en la plaza de Cibeles.
Pilar González Serrano no escatima en elogios cuando describe cada
uno de los detalles de la fuente madrileña. «Quienes la hicieron sabían mucho de
la diosa Cibeles», asegura.
Hermosilla y el Salón del Prado
Sus investigaciones le llevan a creer que José de Hermosilla fue el responsable de que hoy Cibeles se haya convertido en la «nous», el símbolo de Madrid.
A este capitán de ingenieros español, «un hombre cultísimo, que había estado en
Italia», el Conde de Aranda encargó en 1767 que hiciera realidad los deseos de
Carlos III de repetir en Madrid el Foro Carolino de Nápoles.
El Salón del
Prado fue concebido como un circo romano con tres fuentes: la de Apolo o de
las Cuatro Estaciones en el centro, la de Cibeles en el semicírculo haciendo
esquina con la calle Alcalá, y la de Nepturno en el otro extremo junto a la
Carrera de San Jerónimo. Ese trazado, que evoca la Piazza Navona de Roma, es la
que justifica en opinión de la arqueóloga madrileña la presencia en lugar de
honor de la diosa Cibeles «porque en las espinas de los grandes circos romanos
ocupaba un puesto de honor una efigie de la Magna Mater». Hermosilla trabajó
durante siete años en el proyecto antes de fallecer al año de comenzar las
obras. Sin embargo, a González Serrano le extraña que se hayan perdido buena
parte de sus proyectos y planos originales cuando son perfectamente conocidos
los de su sucesor Ventura Rodríguez.
A este arquitecto y fontanero mayor de la Villa, que sin embargo
nunca viajó a Italia, se le habían encargado la realización de las fuentes y a
él corresponden el detallado dibujo de la Cibeles que se conserva en el Museo Municipal de
Madrid. En piedras de Montesclaros esculpieron Francisco Gutiérrez y Roberto
de Michel, junto al adornista Miguel Ximénez, esta fuente en la que por
primera vez la diosa permitió que sus leones fueran duchados.
El mascarón de Atis
La protección de Cibeles
José de Cora especula en «La navaja inglesa» con la idea de que fue
el propio Carlos III quien concibió a Cibeles en Madrid. «En el siglo
XVIII nada se hacía con motivos puramente estéticos. Creo que Carlos III buscaba para su
reinado y para la ciudad de Madrid la protección de Cibeles», explica el
escritor que urde su intriga en «La navaja inglesa» con los ingredientes del
erótico y violento culto que rodeaba a la diosa. Los sacerdotes «gallus» y
«archigallus» tenían que autocastrarse violentamente ante la diosa antes de
dedicarse a su culto y quienes acudían a sus templos a purificarse o sanarse
eran bañados en la sangre de un toro -o de un carnero, los menos pudientes-.
El hallazgo de una piscina en la que se realizarían estos sacrificios
ha llevado a pensar que Santa
Eulalia de Bóveda (Lugo) fue un templo dedicado a Cibeles en su origen. «Fue
muy censurada por el cristianismo porque su culto tenía mucha fuerza y acabó por
cristianizarse a la diosa», señala Cora antes de apuntar que «casi todas las
representaciones más antiguas de Santa Eulalia eran en origen Cibeles». Cuenta
la tradición que la santa que vivió entre los siglos III-IV era una joven que
enseñó y aconsejó a los niños y a los más necesitados y al morir vieron salir de
su boca una blanca paloma. Se la relaciona por ser la protectora de las aves y
hasta por el nombre de Eulalia («la bien hablada»), que «haría referencia a una
de las características de Cibeles de la que se decía que respondía bien en los
oráculos», explica Cora.
En Santa Eulalia de Bóveda se pueden observar representaciones de
pájaros y en la catedral de Barcelona, donde se encuentra la cripta de Santa
Eulalia, aún viven aves en su claustro. Algunos investigadores de la diosa
frigia se preguntan: «¿Serán descendientes de las del culto a Cibeles?».
Mónica Arrizabalaga
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