En estos días de Cónclave, se ha elegido, según algunos, dada su edad, "un Papa de transición", y, en que, según otros, el aspecto físico del flamante Papa Francisco al salir al balcón de la basílica de San Pedro recuerda al de Juan XXIII (véase la foto de arriba). Hay quien dice, que el
nuevo Papa es una mezcla entre Eugenio Pacelli (Pío XII) -hombre
proviniente de "familia acomodada", que diría cierto humorista- y
Ángelo Roncalli (Juan XXIII) -proviniente de familia de campesinos-.
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Por ello, no he podido evitar acercarme a leer (soy demasiado joven para hablar de un Papa cuyo pontificado no viví) acerca de la figura del conocido como "Papa bueno", beatificado por Juan Pablo II, y, en especial, su carácter bonachón y simpático.
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Por ello, no he podido evitar acercarme a leer (soy demasiado joven para hablar de un Papa cuyo pontificado no viví) acerca de la figura del conocido como "Papa bueno", beatificado por Juan Pablo II, y, en especial, su carácter bonachón y simpático.
Curioso que los cardenales lo eligieran, precisamente, por ser un hombre
del pueblo, y de pueblo (el propio Pontífice manifestó que él solo
quería ser un cura de pueblo, y se le llamó también "el párroco del
mundo"), sin muchas aspiraciones, y, era por tanto un "Papa de transición" o "de compromiso", que, teóricamente, manejarían a su antojo.
Era lo que ellos creían. Efectivamente, fue el suyo un pontificado
breve, de solamente cinco años, pero suficiente para llevar a cabo el
comienzo de la principal reforma de la Iglesia en el S.XX, a través del
Concilio Vaticano II.
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En cuanto a su carácter jovial y bonachón, al que aludía, destacaré
varias anécdotas, recopiladas de varios lugares, ignoro si alguna es
apócrifa, otras son recogidas por sus propios biógrafos o por su
secretario:
El sueño y la conferencia:- Dando una conferencia en Grecia, durante su etapa de sacerdote en la I Guerra Mundial, un grupo de religiosas le escuchaba, pero agotadas por el trabajo de enfermeras, se fueron quedando dormidas. Roncalli se dio cuenta y continuó hablando, con voz cada vez más baja, más lentamente, hasta que se durmió la última.
Un Papa y un párroco universal con sentido del humor:
- Saludado por un obispo polaco con la frase"Alabado sea Jesucristo". El Papa le hizo volver para decirle: "En Bérgamo, nuestro pueblo, que es listo y piadoso, al saludo Alabado sea Jesucristo, se responde diciendo: "Sea por siempre alabado, señor cura, y el diablo sea ahorcado".
Sobre su poca fotogenia:
- Recibió en audiencia papal a monseñor Sheen, un obispo muy conocido en
Estados Unidos porque predicaba en televisión. Al saludarle, Juan XXIII
le manifestó con toda sencillez: "Mire, Dios nuestro Señor supo ya
muy bien desde hace setenta y siete años que yo había de ser Papa. ¿No
pudo haberme hecho más fotogénico?"
Ante el posible cierre al turismo de la cúpula de la Basílica de San Pedro:
Siguiendo
la costumbre que tenía, siendo Obispo de Venecia, solía pasear por los
jardines vaticanos. Ante la propuesta de los funcionarios del Vaticano
de que sería conveniente cerrar la cúpula a los turistas para que no
vieran los paseos del Papa, ésterespondió con mucha tranquilidad,
preguntando a su vez: "¿Y por qué hay que hacer algo? ¿Por qué hay que cerrar la cúpula?" Aquellos hombres le contestaron: "Santidad, es que todos os verán..." Ante esta respuesta, Juan XXIII pensó un poco y les dijo: "No se preocupen. Les prometo a ustedes que no haré nada que pueda escandalizarlos".
-
Sobre su sobrepeso:
-El entonces arzobispo Roncalli llamaba la atención por su sobrepeso, tanto, que visitando un monasterio de Grecia, siendo encargado del Vaticano en aquel país, antes de la II Guerra Mundial, cuentan que oyó a dos monjes bromear entre ellos: ¿Cómo
será posible que este prelado romano tan gordo entre en el Cielo, dado
que la puerta es tan estrecha como el ojo de una aguja?”.
El ojo de una aguja:
Roncalli se volvió y les replicó: “El buen Dios que ha dejado que mi panza aumentara se cuidará de hacerla pasar por el ojo...”
La silla gestatoria:
-Cada vez que se subía a la silla gestatoria
lo hacía a regañadientes, y murmuraba su desencanto por el esfuerzo
que tenían que hacer los que la portaban. La primera vez que subió a
ella preguntó con una sonrisa a quienes iban a cargar con él: "¿No se hundirá esto con tanto peso?"
"¡Qué gordo es!":
- En
una de sus primeras audiencias públicas como Papa, al pasar por el
corredor central de la basílica de San Pedro, oyó a una joven religiosa
decir: “¡Madre mía..., qué gordo es!”. Sin descomponerse mínimamente, Juan XXIII se volvió y le dijo: “Hermana, el cónclave no era un desfile de modelos...”.
La señora del escote
(Diferentes versiones de esta anécdota)
En
un banquete (dicen que en El Elíseo) al entonces nuncio del Vaticano en
Francia, Roncalli, le tocó sentarse junto a una señora muy elegante y
con un gran escote en el vestido. Todos miraban de reojo al nuncio para
ver cómo se las apañaría, esperando tarde o temprano su reacción. Unos
dicen que fue cuando sirvieron el segundo plato, otros que cuando
terminó el banquete y le preguntaron cómo se había sentido, exclamó: “No
entiendo por qué todos los convidados me miran/miraban a mí, un pobre y
viejo pecador, mientras que mi vecina es/era mucho más joven y
atrayente...”.
Su humanidad en la audiencia a la hija y al yerno de Krushev.
En un mundo bajo la amenaza de la guerra nuclear (muy al borde de ella en la Crisis de los Misiles), en plena guerra fría, al Papa le preocupaba el diálogo entre las naciones (lo que le valió críticas). Recibió en audiencia privada al yerno del Primer Ministro soviético Nikita Krushev, director del diario "Pravda", Aleksei Adzhubei y su esposa Rada, hija del "premier" de la URSS.
Los
recibió su biblioteca. Luego de conversar, entre otras cosas, sobre los
Santos de Rusia y de su maravillosa liturgia, Juan XXIII tomó un
rosario y se lo entregó a Rada. "Señora, mis allegados me dicen que a
una princesa no católica debía ofrecerle algunas monedas o sellos; pero
yo le doy un rosario ya que nosotros, los sacerdotes, además del rezo
bíblico de los salmos, tenemos esta forma popular de oración. Para mí,
el Papa, los quince misterios son quince ventanas, a través de las
cuales contemplo, a la luz del Señor, los acontecimientos del mundo.
Rezo uno en la mañana, otro a principios de la tarde, otro en la
noche... a la gente le gusta escuchar cuando digo que, en el tercer
misterio gozoso - el del nacimiento de Jesús - ruego por todos los que
nacen durante el día, y que, católicos o no, reciben al llegar a este
mundo las bendiciones del Papa. Cuando rece el tercer misterio, pediré
también por sus hijos, señora."
La señora Adjoubei, con el rosario en las manos, respondió: "Gracias, Santo Padre:" ¡Le estoy muy agradecida! Se lo diré a mis hijos." El Papa la observó sonriente: "Conozco el nombre de sus hijos..." el tercero se llama Iván, Juan como yo... El
nombre de mi padre, del patrón de mi pueblo, del seminario en que me
eduqué, de la catedral de la que soy obispo: San Juan de Letrán. ¡Qué
bonito es el nombre de Iván! Cuando vuelva a su casa espero que los
otros no lo tomen a mal, déle un abrazo a Iván"
Los sastres y las "espinas" del pontificado
Cuando
lo eligieron Papa, de las tres tallas que preparan los sastres para los
hábitos pontificios, solamente era posible ponerse la mayor, y aún así
tuvieron que descoserle la sotana blanca, y, con urgencia, en la llamada
"sala de las lágrimas", antes de salir al balcón principal de San Pedro
del Vaticano, ponerle unos alfileres para hilvanársela. No tardó en
bromear el nuevo Papa, al pincharse varias veces, "Esto son ya las primeras espinas de mi pontificado" y añadió "Todos me quieren bien, menos los sastres", mientras se encaminaba al anuncio del "Habemus Papam".
La santidad y el buen humor se llevan bastante bien...
Me han mirado a los ojos con mis ojos. He puesto mi corazón cerca de su
corazón.
La justicia se defiende con la razón y no con las armas. No se pierde nada
con la paz y puede perderse todo con la guerra.
Es más fácil para un padre tener un niño que para los niños tener un buen
padre.
Cualquiera puede ser Papa; la prueba de esto es que he llegado a ser uno.
Un hombre pacífico hace más que uno con mucho conocimiento.
Sólo por hoy seré feliz, en la certeza de que he sido creado para la
felicidad, no sólo en el otro mundo, sino en éste también.
La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la
historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se
respeta fielmente el orden establecido por Dios.
Nunca vaciles en tender la mano; nunca titubees en aceptar la mano que otro
te tiende.
Los sentimientos de mi pequeñez y mi nada me mantuvieron siempre en buena
compañía.
Todos los hombres tienen derecho a la vida, a su integridad personal.
La familia es la primera célula esencial de la sociedad humana.
La paz sólida y verdadera entre naciones no consiste en la igualdad de
armamento, sino en la confianza mutua.
Nada de lo que ocurra a los hombres nos debe resultar ajeno.
Sólo por hoy trataré de vivir exclusivamente el día, sin
querer resolver el problema de mi vida todo de una vez.
Nunca vaciles en tender la mano; nunca titubees en aceptar
la mano que otro te tiende.
La justicia se defiende con la razón y no con las armas. No
se pierde nada con la paz y puede perderse todo con la guerra.
La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad
a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse
si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios.
Sé hundirá?
Se cuenta que el "Papa Bueno", uno de los Papas más entrados en kilos que ha tenido la Iglesia, cada vez que se subía a la silla gestatoria lo hacía a regañadientes, murmurando su desencanto por el esfuerzo. Y que la primera vez que subió a ella preguntó con una sonrisa a quienes iban a cargar con él:
Se cuenta que el "Papa Bueno", uno de los Papas más entrados en kilos que ha tenido la Iglesia, cada vez que se subía a la silla gestatoria lo hacía a regañadientes, murmurando su desencanto por el esfuerzo. Y que la primera vez que subió a ella preguntó con una sonrisa a quienes iban a cargar con él:
-
¿No se hundirá esto con tanto peso?
Hay tanto que hacer en la tierra
Cuando lanzaron el primer cohete a la luna con su alunizaje en ella, publicaron los periódicos la noticia con gran impacto y espectaculares titulares sensacionalistas.
El papa Juan XXIII se limitó a comentarlo con sus íntimos moviendo lentamente la cabeza mientras exclamaba varias veces:
- Hay tanto que hacer en la tierra, hijitos!, ¡hay tanto que hacer!
El Espíritu Santo, más listo que todos
Contaba un obispo francés que, al final de la primera sesión del concilio, un día habló con Juan XXIII sobre el discurso de apertura, y el Papa le decía:
- La verdad es que en el discurso de apertura que dirigí a los obispos al empezar el concilio, no había visto tantas cosas como luego, estudiándolo, encontraban los obispos. Sin embargo, ahora, cuando lo releo, también yo las encuentro.
Y remataba su confidencia con esta confesión de fe profunda:
- Se ve que el Espíritu Santo es más listo que todos nosotros.
La superiora del Espíritu Santo
Cierto día visitó un hospital a cargo de religiosas, denominado “Archihospital del Espíritu Santo”.
Al llegar, la superiora, toda nerviosa y muy emocionada, besó atropelladamente su anillo doblando la rodilla y sólo acertó a presentarse con estas palabras:
- Santidad, soy la superiora del Espíritu Santo.
Con una sonrisa ante tan original presentación y para templar sus visibles nervios, le respondió con chistosa y afectuosamente:
Cuando lanzaron el primer cohete a la luna con su alunizaje en ella, publicaron los periódicos la noticia con gran impacto y espectaculares titulares sensacionalistas.
El papa Juan XXIII se limitó a comentarlo con sus íntimos moviendo lentamente la cabeza mientras exclamaba varias veces:
- Hay tanto que hacer en la tierra, hijitos!, ¡hay tanto que hacer!
El Espíritu Santo, más listo que todos
Contaba un obispo francés que, al final de la primera sesión del concilio, un día habló con Juan XXIII sobre el discurso de apertura, y el Papa le decía:
- La verdad es que en el discurso de apertura que dirigí a los obispos al empezar el concilio, no había visto tantas cosas como luego, estudiándolo, encontraban los obispos. Sin embargo, ahora, cuando lo releo, también yo las encuentro.
Y remataba su confidencia con esta confesión de fe profunda:
- Se ve que el Espíritu Santo es más listo que todos nosotros.
La superiora del Espíritu Santo
Cierto día visitó un hospital a cargo de religiosas, denominado “Archihospital del Espíritu Santo”.
Al llegar, la superiora, toda nerviosa y muy emocionada, besó atropelladamente su anillo doblando la rodilla y sólo acertó a presentarse con estas palabras:
- Santidad, soy la superiora del Espíritu Santo.
Con una sonrisa ante tan original presentación y para templar sus visibles nervios, le respondió con chistosa y afectuosamente:
-
¡Qué suerte tiene, hermana! Yo sólo he
podido llegar a ser vicario de Cristo.
Bajar... ¡y subir también!
En cierta ocasión, siendo nuncio en París, lo llevaron a un campamento militar a bendecir unas instalaciones.
Luego le presentaron a un grupo de paracaidistas a quienes les habló un rato, terminando con estas ingeniosas palabras:
- No quisiera, muchachos, que olvidaran esto: que a fuerza de bajar del cielo, se olvidaran de subir a él...
Santidad, yo soy bautista
Entre las numerosas audiencias concedidas a personajes importantes y no tanto, recibió un día a un senador nortemaericano.
El senador se presentó, dando a conocer su religión, diciéndole:
- Santidad, yo soy bautista.
A lo que el papa contestó con su sonrisa de siempre.
- Y yo soy Juan. De modo que ya estamos completos.
Juan Bautista, el precursor del Señor.
Una bendición por el aire, no...
Regresaba un día al Vaticano con su secretario después de haber visitado un asilo de ancianos y de haberles obsequiado algunos regalos.
Al pasar por delante de una casa, el secretario, señalándola, le dijo:
- Santidad, en esta casa vive el profesor Lolli, redactor de L´Osservatore Romano. Tiene a su mujer muy enferma. ¿No podría enviarle una bendición?
El papa le contestó:
- Es difícil mandar una bendición por el aire, don Loris. ¿No es mejor llevársela personalmente?
Sin avisar, como tantas veces hacía, estaba llamando a la puerta del redactor del diario para llevarle la bendición en persona...
¡El Papa duerme muy bien...!
Uno de los mayores encantos de Juan XXIII era la naturalidad con que hablaba y el hacer las cosas más elementales como cualquier humano...
En una audiencia a campesinos se sentía feliz entre ellos y les confesaba:
- Les digo un secreto: si el buen Dios no me hubiese hecho Papa, me hubiera gustado ser campesino como ustedes.
La gente sencilla de una peregrinación se quedaba asombrada cuando les contaba con la mayor naturalidad:
- No crean que el Papa pasa las noches insomne y sin dormir. No, no, ¡el papa duerme muy bien!
Humor en la caridad
En una ocasión, el Papa recibió al Gran Rabino de Roma, dentro del marco de sus encuentros interreligiosos...
Tras la amistosa reunión, lo acompañó personalmente hasta la salida de la sala de audiencias. Se planteó un pequeño problema protocolar: el Gran Rabino insistía en que el Pontífice saliera primero. El Papa, por el contrario, indicaba cortésmente que cedía la prioridad. Como, a su vez, el Gran Rabino insistía en ceder el primer paso, Juan XXIII sentenció solemnemente y con humor:
En cierta ocasión, siendo nuncio en París, lo llevaron a un campamento militar a bendecir unas instalaciones.
Luego le presentaron a un grupo de paracaidistas a quienes les habló un rato, terminando con estas ingeniosas palabras:
- No quisiera, muchachos, que olvidaran esto: que a fuerza de bajar del cielo, se olvidaran de subir a él...
Santidad, yo soy bautista
Entre las numerosas audiencias concedidas a personajes importantes y no tanto, recibió un día a un senador nortemaericano.
El senador se presentó, dando a conocer su religión, diciéndole:
- Santidad, yo soy bautista.
A lo que el papa contestó con su sonrisa de siempre.
- Y yo soy Juan. De modo que ya estamos completos.
Juan Bautista, el precursor del Señor.
Una bendición por el aire, no...
Regresaba un día al Vaticano con su secretario después de haber visitado un asilo de ancianos y de haberles obsequiado algunos regalos.
Al pasar por delante de una casa, el secretario, señalándola, le dijo:
- Santidad, en esta casa vive el profesor Lolli, redactor de L´Osservatore Romano. Tiene a su mujer muy enferma. ¿No podría enviarle una bendición?
El papa le contestó:
- Es difícil mandar una bendición por el aire, don Loris. ¿No es mejor llevársela personalmente?
Sin avisar, como tantas veces hacía, estaba llamando a la puerta del redactor del diario para llevarle la bendición en persona...
¡El Papa duerme muy bien...!
Uno de los mayores encantos de Juan XXIII era la naturalidad con que hablaba y el hacer las cosas más elementales como cualquier humano...
En una audiencia a campesinos se sentía feliz entre ellos y les confesaba:
- Les digo un secreto: si el buen Dios no me hubiese hecho Papa, me hubiera gustado ser campesino como ustedes.
La gente sencilla de una peregrinación se quedaba asombrada cuando les contaba con la mayor naturalidad:
- No crean que el Papa pasa las noches insomne y sin dormir. No, no, ¡el papa duerme muy bien!
Humor en la caridad
En una ocasión, el Papa recibió al Gran Rabino de Roma, dentro del marco de sus encuentros interreligiosos...
Tras la amistosa reunión, lo acompañó personalmente hasta la salida de la sala de audiencias. Se planteó un pequeño problema protocolar: el Gran Rabino insistía en que el Pontífice saliera primero. El Papa, por el contrario, indicaba cortésmente que cedía la prioridad. Como, a su vez, el Gran Rabino insistía en ceder el primer paso, Juan XXIII sentenció solemnemente y con humor:
-
¡Que pase primero el Antiguo Testamento!
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