Quien quiera algo que no sea Cristo, no sabe
lo que quiere.
Quien no
trabaje por Cristo, no sabe lo que hace.
Hemos acabado el año, pero el tiempo de hacer bien aun no ha
acabado. ¿Moriremos en el próximo año?
Todas las cosas creadas muestran la bondad del Salvador, pero
nuestra conducta es ingrata.
No saber negar a su alma sus deseos, es fomentar sus vicios.
Que los jóvenes estén alegres y se diviertan mientras que no
pequen.
Para el que ama a Dios, no hay nada más doloroso que la vida.
No sólo debemos perdonar a los que nos persiguen, sino
compadecer el triste estado de su alma.
Una penitencia un poco rara
San Felipe Neri era un santo con gran sentido común. Trataba a sus penitentes de una manera muy práctica.
Una señora tenía la costumbre de irse a confesar donde él y casi siempre tenía el mismo cuento que decir: el de calumniar a sus vecinos. Por ello, san Felipe, le dijo:
– De penitencia vas a ir al mercado, compras un pollo y me lo traes a mí. Pero de regreso lo vas desplumando, arrojando las plumas en las calles conforme caminas”.
La señora pensó que ésta era una penitencia rara, pero deseando recibir la absolución, hizo conforme se le había indicado y por fin regresó donde san Felipe.
– Bueno, Padre, he completado mi penitencia.
Y le mostró el pollo desplumado.
– Oh, de ningún modo la has completado – le dijo el santo. Ahora regresarás al mercado y en el camino recoges todas las plumas y las pones en una bolsa. Entonces regresas donde mí con la bolsa”.
– Oh, de ningún modo la has completado – le dijo el santo. Ahora regresarás al mercado y en el camino recoges todas las plumas y las pones en una bolsa. Entonces regresas donde mí con la bolsa”.
–¡Pero eso es imposible! –lloró la señora–, ¡esas plumas deben de estar ahora por toda la ciudad!.
– Es cierto –replicó el santo–, pero tienes aún menor oportunidad de recoger todos los cuentos que has dicho sobre tus vecinos.
Cuentan que San Felipe acostumbraba saludar a sus amigos con estas palabras:
- Y bien, hermanos, ¿cuándo vamos a empezar a ser mejores?
Si éstos le preguntaban qué debían hacer para mejorar, les explicaba y los llevaba consigo a cuidar a los enfermos de los hospitales y a visitar las siete iglesias, que era una de su devociones favoritas...
Un día el Papa le encomendó una tarea de discernimiento de espíritu. Había una monja muy popular, de la que se decía que entraba en arrobamientos místicos. El Sumo Pontífice quería una opinión de Felipe al respecto.
El santo se puso en marcha hacia el monasterio un día de lluvia torrencial. El barro del camino le llegaba hasta la rodilla. Allí, mientras se secaba un poco, se acercó la monja considerada mística. Felipe le pidió:
El santo se puso en marcha hacia el monasterio un día de lluvia torrencial. El barro del camino le llegaba hasta la rodilla. Allí, mientras se secaba un poco, se acercó la monja considerada mística. Felipe le pidió:
- Hermana, por amor de Dios, sáqueme las botas y séqueme los pies que están como una gallina pasada por agua.
La monja lo miró extrañadísima y, con desaire, abandonó la habitación.
Felipe se encaminó al Vaticano, pidió ver al Papa y dio su parecer:
Felipe se encaminó al Vaticano, pidió ver al Papa y dio su parecer:
- Santidad: ¡Poca santidad!
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