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Antonio Gutiérrez "El Viejo" 11/04/2000.................................................................................................................................
¿Cuánto dura la memoria? ¿No es acaso como la
niebla deshilachada por la luz del mediodía?… ¿Estamos hechos de la misma
materia de los sueños? ¿Somos mera sucesión de desvanecimientos, evocaciones
derrotadas cada instante?… No: no todo es morir. Porque a veces es más fuerte la
memoria que la muerte, pues cosemos el recuerdo con los hilos –delicados hilos–
del corazón, que nunca se deshacen. Porque hay ocasiones en que la vida es la
vida y se reclama alegre pese a la muerte y sabe a playa y a risa y a pinares.
Así es la memoria que tenemos de Antonio Gutiérrez “El Viejo”: hoy se cumplen
doce años de su muerte y sigue estando presente cada día, que no pudo lo efímero
deshacer su persona.
¿Quién fue “El Viejo”?… Sabemos que nació en Jódar
el 10 de agosto de 1924 en una familia humilde que pronto se trasladó a Úbeda,
que trabajó de niño en la finca del general Saro, que tuvo un puesto en la Plaza
de Abastos, sabemos que juró su amor y que Guadalupe murió… Entonces él era
joven –siempre fue joven– y sus sueños rotos encontraron consuelo entre los
Jóvenes de Acción Católica. Y acabaron convertidos en una ingente obra de
bondad: “El Viejo” fue candil que alumbra y grano de mostaza. Y eso es lo que
importa: Antonio Gutiérrez fue –es, sigue siendo– un hombre bueno. ¿Puede
decirse algo más hermoso de una persona? ¿Ser bueno no es el mérito mayor en
este mundo trajinado por idiotas y malvados? ¿De que sirven los títulos o los
reconocimientos frente al certificado de alma limpia que expide la realidad
luminosa de la bondad? “El Viejo” fue bueno por ese Campamento de La Barrosa en
que miles de ubetenses dejamos nuestros mejores años, por La Patera y por el
Polideportivo, fue bueno por su entrega con los necesitados. Fue bueno porque no
sabía ser otra cosa. Es así de fácil: hay personas que son buenas por vocación,
casi por obligación. (Esto no significa que “El Viejo” no tuviera su genio ni
sus ratos de mala uva. Los tenía. Pero todo lo compensaba luego con esa sonrisa
de niño grande que siempre conservó, con el codazo cómplice, con la broma
inesperada.) Manolo Molina
Están los que hacen “el bien” para ganar medallas o pedazos
de cielo. Antonio Gutiérrez renunció a la Medalla al Mérito Civil y su honda
convicción cristiana no le hizo esperar –cruzado de brazos– la dicha de la
eternidad: quiso construir la felicidad aquí y ahora porque creía que Dios es
una exigencia para desenterrar sonrisas, un impulso de generosidad. Era su fe
como la de un niño, sin complicaciones teológicas: cada noche –en La Barrosa– se
sentaba ante su Virgen de Guadalupe y le hablaba con el corazón, le contaba sus
preocupaciones, los afanes del día, las travesuras de los críos, sus risas.
Rezaba con la emoción del alma entera y obraba con la sinceridad de aquel que
tiene limpia la mirada, como un amanecer que inunda de luz los océanos. Sí… a la
tarde de abril lo examinaron en el amor. Y debió sacar buena nota, pues no
podemos olvidarlo.
Manuel Madrid Delgado
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