TRADUCCIÓN

viernes, 27 de julio de 2018

LA ORACIÓN SEGÚN JAIRO DEL AGUA


La práctica religiosa esencial es la oración. Para eso son las capillas, iglesias y catedrales. Para eso hay curas al frente de ellas. Curas devenidos en meros "tiralevitas" y "repartidores de ritos y rogativas" como principal actividad, con poco sueldo y enorme sacrificio. ¿Será por eso que escasean?
Inexplicablemente, en vez de enseñarnos a orar y caminar a la luz del verdadero rostro de Dios, nos confunden y pretenden alimentar nuestra natural religiosidad con ritos y rutinas equívocos.

Convierten la oración en soga de campana y a nosotros en meros papagayos que todo lo fían a un "dios pasivo y falso" al que hay que sacar de su sordera y conseguir que se movilice. ¡Menos mal que queda a salvo nuestra buena intención y nuestra maltratada espiritualidad latente!
No es verdadero el "dios pasivo y juez" al que hay que mover constantemente con nuestras oraciones, sacrificios y súplicas de perdón.
El Abba de Jesús es una "Madre activa" que todo lo ha creado, todo lo mantiene, todo lo cuida y todo lo inunda. De ninguna manera necesita que le recordemos "sus deberes" y la empujemos a "actuar".
El Abba nos ama gratuitamente y actúa continuamente, aunque nos ha entregado la administración de este mundo por respeto a nuestra libertad. Sin ella seríamos como hormigas o lagartos que nacen, se aparean, se reproducen y mueren, sin consciencia ni decisión alguna.
¡Somos nosotros los que tenemos que movernos y administrar nuestras vidas de forma autónoma y libre! Dios no vendrá a removernos el cocido aunque nos haya regalado todos los condimentos. Y ahí entra la oración para ayudarnos a encontrar LUZ y ENERGÍA para acertar en ese "camino de maduración autónomo" que es la vida humana.
¿Y qué estamos haciendo? Pues nos tienen "atrapados" en un pasivo "Cristianismo judaizante", cuya actividad religiosa se reduce, casi exclusivamente, a pedir a Dios que nos perdone, se mueva, nos mire, nos escuche, se acuerde de nosotros y de nuestros muertos, para que todos nuestros problemas se resuelvan por su mano milagrosa. ¡Un verdadero disparate!

¿Dónde queda nuestra libertad, nuestra autonomía, nuestra responsabilidad, nuestra actuación, nuestra capacidad de decidir y resolver? ¡Que lo solucione todo Él que para eso nos ha creado! Oración para enterrar talentos. Ni nos preguntamos por ellos.
Voy a volver a meditar sobre este importantísimo tema durante unas semanas para ayudar a la gente sencilla. Los mandamás están desahuciados para mí: "Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y cuando llega a serlo, lo hacéis reo del infierno dos veces más que vosotros" (Mt 23,15).
Han perdido totalmente la brújula de los "signos de los tiempos" (Lc 12,56), es decir, del "progreso de la sabiduría y del tiempo" en que se mueve nuestra autónoma existencia humana. Sus consignas se reducen a repetir y repetir. Lo llaman tradición y la embalsaman, demostrando así que es un cadáver.

Sin embargo, el Evangelio es un grito indescriptible que nos llama a permanente "renovación, conversión y progreso", tanto personal como grupal.
Allá voy de nuevo. Serán unos minutos muy útiles para "pensar con sentido común". ¿A quién oramos? ¿Oramos al Abba de Jesús, o al iracundo e influenciable Zeus, o al implacable jefe Yahvé? ¡La religiosidad y buena intención no bastan, no bastan!
La Verdad absoluta está vedada al ser humano, somos incapaces de alcanzarla. Lo que sí podemos hacer es reconocer y retirar los errores para aproximarnos a ella. Eso es lo que intentaré en esta larga meditación.
Un amigo mío me confesaba: De niño aprendí que "orar es levantar el corazón a Dios para pedirle mercedes". De mayor he comprendido que "orar es fabricar `mercedes´ para avanzar en la vida ofreciéndosela a Dios". Tras el chiste, hay mucha teología de la buena.
En nuestro subconsciente y en nuestra imaginería late la idea de que Dios está en las alturas y hay que alcanzarle con esforzadas oraciones para que nos haga llegar su favor desde allá arriba. Estoy convencido de todo lo contrario: Dios es la cercana luz que quiere traspasar nuestras oscuras barreras y atraernos a sus brazos.
Somos nosotros los que tenemos que dejarnos alcanzar y no a la inversa. Es Él quien llama "con gemidos inenarrables" (Rom 8,26) a su desorientada y amadísima criatura: “Estoy a la puerta llamando: si me oís y me abrís, entraré en vuestra casa y comeremos juntos” (Ap 3,20). Solo hay que abrir y dejarle pasar.
Habitualmente pretendemos que nuestra oración mueva a Dios y nos resuelva los problemas, mientras nosotros esperamos el favor o el milagro sin utilizar nuestros dones, sin saber siquiera que los tenemos. Con demasiada frecuencia acudimos a la oración de petición sin acertar a pasar de ahí o, lo que es mucho peor, sin percatarnos de que oramos a los ídolos. Citaré algunos, sólo como ejemplo:
- El dios de la manga, al que imaginamos en el Olimpo, distraído, absorto en sus cosas, incluso encolerizado por nuestros pecados. Y necesitamos llamar su atención, tirarle de la manga, para que se acuerde de nosotros y nos escuche: ¡Eh, que estamos aquí, auxílianos! O como decimos en las preces litúrgicas: "Te rogamos, óyenos". Pero los problemas no se resuelven e inconscientemente nos vamos convenciendo de que es sordo. Incluso hay quien habla del "silencio de dios", también es mudo.
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- El dios grifo, que nosotros abrimos a nuestro antojo con la oración y se cierra automáticamente cuando no nos acordamos de pedir. Sólo obtendremos el líquido deseado si apretamos el botón o giramos la llave. Si no responde a nuestra petición, pensamos que es un mal grifo, que está seco o que otros -más buenos- le han agotado.
- El dios negociador, al que ofrecemos algún sacrificio, alguna promesa, alguna vela, a cambio de la deseada concesión. Negociamos de mil maneras para conseguir aquello que deseamos. Negociamos incluso con nuestro dolor: Si me disciplino o uso cilicio o camino de rodillas, seguro que le conmuevo.
No nos damos cuenta de que ésos son dioses falsos, ídolos, que ni ven, ni oyen, ni entienden. El Dios verdadero sólo quiere nuestro bien y nuestra felicidad sin precio alguno, totalmente gratis. Basta con que lo busquemos por el camino correcto y nos dejemos inundar porque “mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,30).
¡Yo creo en Ti, mi Dios Torrente, que te derramas sobre tus criaturas sin dilación ni pausa, aunque no oren ni sepan rezar!
Hace poco leí en la portada de una revista católica algo que me estremeció: "Un milagro arrancado a Dios a base de oración". ¿A qué "dios de granito" ora esa gente? ¿Cómo es posible pensar que hay que alcanzar la mano de Dios con escoplo y martillo? Yo creí que estas cosas no podían siquiera pensarse en nuestra Iglesia, y mucho menos publicarse.
El Dios en quien yo creo declara abiertamente: “encuentro mis delicias con los hijos de los hombres” (Pro 8,31). Nos creó con todos los recursos, nos ha dado preciosos dones, que debemos descubrir y explotar.
Somos nosotros los que hemos de movernos, conocernos, hacer fructificar nuestros talentos, los que Él nos regaló cuando nos pensó desde la eternidad.
Nuestro Dios no nos da peces cuando los pedimos en la iglesia, sino que nos proporciona la mejor caña (nuestros dones personales), nos muestra sus mares y nos enseña a pescar (con su vida, su palabra y sus luces puntuales).
Decía Martin Luther King: "Dios, que nos ha dado la inteligencia para pensar y el cuerpo para trabajar, traicionaría su propio propósito si nos permitiese obtener por la plegaria, lo que podemos ganar con el trabajo y la inteligencia".

Y en Mateo se lee:
"No todo el que dice: ¡Señor! ¡Señor!, entrará en el reino de Dios, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial... El que escucha mis palabras y las pone en práctica se parece a un hombre sensato que ha construido su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se echaron sobre ella; pero la casa no se cayó, porque estaba cimentada sobre la roca. Y todo el que escucha mis palabras y no las pone en práctica se parece a un hombre insensato que ha construido su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se precipitaron sobre ella, la casa se cayó y se arruinó totalmente" (Mt 7,21).
Son por tanto las obras, las actitudes, la “decidida decisión de volver al Padre" lo que hará nuestra vida sólida como una roca y exitoso el camino de regreso. Nuestra apertura interior a su llamada, la andadura decidida y esforzada hacia sus brazos, es lo que conseguirá colmar nuestros anhelos. NO el palabreo rutinario e interesado.
Juan nos advierte:
"Todo lo que pidamos, Él nos lo concederá porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada" (1Jn 3,22). Es decir, el resultado está ligado a la aceptación de su maternal cuidado, de su amor gratuito, del respeto a las reglas de su creación (su viña). Lo mismo que la luz y el calor están asegurados para quien se expone al sol.
Mateo insiste:
"Al rezar, no os convirtáis en charlatanes como los paganos, que se imaginan que serán escuchados por su mucha palabrería. No hagáis como ellos, porque vuestro Padre conoce las necesidades que tenéis antes de que vosotros le pidáis" (Mt 6,7).


No, nuestro Dios no es un grifo, ni un buhonero de feria con el que se pueda hacer cambalache. Sería un dios muy pequeño.
Nuestro Dios es un torrente que se vierte permanentemente sobre nosotros. ¿Qué hacer para obtener su agua? Abrirse, ensanchar el recipiente, vaciarse de estorbos, reconstruir las grietas. Si no, estarás bajo el Torrente pasando sed o recogiendo tu pequeñísima medida o perdiendo al instante lo recibido por tus múltiples ranuras...


Afirmaba san Ignacio: "Haz las cosas como si todo dependiera de ti y confía en el resultado como si todo dependiera de Dios".
San Agustín es todavía más rotundo: "La oración no es para mover a Dios, sino para movernos a nosotros" (Carta a Proba).
Cuando hablo o escribo estas cosas siempre hay alguien que pregunta: ¿Entonces por qué dice el evangelio "pedid y recibiréis"? En la próxima meditación mi modesta respuesta.
Me había quedado en que la oración no es para mover a Dios, sino para movernos a nosotros, como afirma rotundamente san Agustín.
¿Contradice eso al Evangelio? En él se lee claramente: "Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Porque el que pide recibe; el que busca encuentra, y al que llama se le abre" (Lc 11,9).
Para empezar, esas palabras me parecen una preciosa llamada a la constancia. Nada se construye sin permanecer en el proyecto. No se puede llegar sin permanecer en el esfuerzo de caminar. Quien pide, busca o llama está identificando sus aspiraciones, sus objetivos, y es lógico pensar que estará dispuesto a poner los medios para alcanzarlos.

Lo confirma la "parábola del juez injusto" (Lc 18,1). Una lección magistral sobre la perseverancia y NO un retrato del rostro de Dios, en nada parecido a un juez injusto y comodón.

La súplica tiene además más ventajas:
1. Reconocemos a Dios, su existencia, su superioridad, su cuidado.
¿Qué gritamos instintivamente cuando tenemos un dolor o un disgusto? ¡Ay madre! Aunque ella no esté, incluso aunque haya muerto. Llamamos instintivamente a nuestro apoyo, nuestro auxilio, nuestro amor. Eso nos consuela y sostiene sicológicamente.
Cuando una parturienta grita no es que pida nada, puesto que está rodeada de sus cuidadores y tal vez de su esposo. Grita por el esfuerzo de alumbrar una vida. Es el instintivo desahogo, el impulso para su esforzada aventura.
Algo parecido ocurre o debería ocurrir cuando suplicamos a Dios: "Gritamos mientras empujamos". Quien invoca se hace consciente de esa Presencia invisible que nos rodea, nos tutela y nos impulsa desde dentro. Él conoce, mejor que nadie, nuestra psicología y por eso nos dice “pedid”, agarraos, cógete de mi mano y... camina.
2. Reconocemos nuestras necesidades (con humildad nos confesamos limitados, pobres, frágiles, ciegos, inconstantes…) e identificamos nuestras aspiraciones (deseamos ser buenos, generosos, pacíficos, justos, fuertes, sabios...).
Eso es un gran avance porque nuestra vida suele estar embarrada en la inconsciencia y sólo las necesidades instintivas nos son evidentes. El identificar nuestras aspiraciones y necesidades es el primer paso para poner los medios y actuar. El más importante: mantener el rumbo (constancia).
La oración nos recordará que no estamos solos, que Él rema a nuestro lado, nos sostiene, nos ilumina, nos abraza y nos protege siempre, siempre, siempre.
3. Reconocemos las necesidades de los otros y nuestra aspiración a colmarlas. Así expresamos nuestra solidaridad, nuestro cuidado, nuestro amor gratuito. Eso abre el corazón, amplia nuestra mirada, pone nombre a la ayuda y nos predispone a actuar.
La "oración de petición", cuando la vivimos bien, nos pone en nuestro sitio: Seres pequeños y limitados pero llamados a la inmensidad. Oscurecidos pero en camino hacia la luz. Temerosos pero a la conquista de seguridad. Apretados por el tiempo pero con vocación de eternidad. Sumergidos en los vaivenes de la vida pero abrazados por la paz en nuestro mismo centro.
La súplica nos alienta, nos motiva, nos sumerge en las aspiraciones profundas, nos ayuda a conocernos, a acercarnos al tesoro interior. Quien aspira -por ejemplo- a ser pacífico pedirá paz. Con esa petición estará descubriendo y alimentando la paz de su interior que clama por crecer y manifestarse. Podría afirmarse: “Dime qué pides y te diré quién eres”.
4. Conclusiones: En síntesis, la bondad de la oración -de toda oración- se manifiesta en estos tres efectos:
- ACTUAR frente a lo remediable (somos nosotros los protagonistas y administradores de nuestra vida libre y autónoma).
- ACEPTAR lo que no tiene solución (como una muerte).
- APRENDER de lo ocurrido (un descalabro económico, un accidente, una mala decisión, una muerte o enfermedad).
- ENVOLVERSE, es decir, dejarse acoger, amar e impulsar por esa Madre que nos habita y sostiene. Una de mis jaculatorias más repetidas es: "En ti somos, nos movemos y existimos" (He 17,28). Es muy gratificante hacerse consciente y cierto de que no estás solo, que te desarrollas en el líquido amniótico del seno de Dios.
Nadie conoce los planes divinos, se nos van mostrando a medida que caminamos: “Mis planes no son vuestros planes, ni vuestros caminos mis caminos” (Is 55,8). Lo que NO quiere decir que debamos dimitir de nuestra inteligencia, libertad y autonomía para colgarnos de un "dios niñera" que ya nos llevará en su carrito de bebé. La vida y la madurez nos la tenemos que currar nosotros mismos con las herramientas (talentos) que se nos han dado.
Nos da mucha seguridad, paz y gozo sabernos dando pasos de regreso al Padre, estar convencidos de que "todo es para bien de los que aman al Señor" (Rom 8,28). Pero amar al Señor significa TRABAJAR en su "viña terrenal", ADMINISTRAR nuestros talentos, DECIDIR sabiamente a la luz de la inteligencia y posibles apoyos humanos a nuestro alcance.
Esa frase bíblica lo que nos asegura es que "Dios siempre rema a nuestro favor y todo nos lo tiene preconcedido". No sería Dios si fuera un "prestamista a plazos" con precio e intereses. Pero es a nosotros a quien corresponde orientar y administrar nuestra existencia autónoma y libre.
Eso es realmente lo que "recibiréis": Luz, Energía, Paz y Gozo. Y no exactamente el objeto de vuestro capricho, necesidad o congoja.
Se explicita en este otro pasaje: "Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa" (Jn 16,24). Porque las consecuencias de la oración son alegría, luz, paz interior e impulso para actuar. Y no necesariamente que el niño apruebe o te toque la lotería. Ni siquiera que se te cure la rodilla (para eso están los médicos).
En realidad nos está diciendo: "abridme y os saciaré", equivalente al "estoy a la puerta y llamo..." (Ap 3,20). Cuando uno se decide a abrirle de verdad, la “oración de petición” decae. Entonces rezas “Señor ten piedad” pero en realidad estás sintiendo “Señor abrázame” o confirmando “Señor TÚ tienes piedad”. Y en verdad que te sientes abrazado y seguro.
Estoy hablando de la oración de petición interiorizada, sentida, personalizada. La otra, la rutinaria, distraída e interesada, sirve para muy poco o para nada. Y, por supuesto, la superstición es pura imaginación baldía (cadenas de fotocopias o PPS, comerse o coleccionar imágenes, los fetiches religiosos de las iglesias, los milagros garantizados, las canonizaciones a la carta, las peticiones a los santos, las peticiones de salud o dinero, etc.).
Hacer “oración de petición” es zambullirse en el regazo del Padre y dejarse sentir su misericordia, su cuidado, su amor. Como el grano de trigo se hunde en la madre Tierra para descubrir su potencial de vida y multiplicarse, así el ser humano necesita sumergirse en el corazón de Dios, sentirse ínfimo y efímero ante su Creador, para poder abrirse al impulso de Vida.
Cuando decimos: ¡Señor ten piedad!, no es para arrancarle a Dios la piedad. Es para sentirnos pequeños y abrirnos a la piedad que el Padre nos regala permanentemente.
Nuestra fragilidad necesita ponerse de rodillas y suplicar, gemir, llorar... No para conseguir nada, sino para abrirnos al Torrente que nos regenera, fortalece y alimenta. Para sentirnos protegidos por el abrazo de Dios.
“Nunca es más grande ni más fuerte el ser humano que cuando está de rodillas ante su Hacedor”. Para eso es el “pedid y recibiréis”. Lo que no niega otros efectos que “se os darán por añadidura” (Mt 6,33).


Por desgracia, muchos cristianos pretenden conseguir de Dios lo que ellos no quieren esforzarse en lograr

En realidad pretenden chantajearle, negociar con Él, intentar manipularle: Si me concedes esto, empezaré a ser bueno. Si me curo, no volveré a fumar. Si me concedes dinero, empezaré a trabajar. Si me das, me pongo en camino… Cuando el proceso humano es el inverso: Si te pones en camino llegarás, si cambias de vida te irá mejor.
Finalmente conviene advertir que la "oración de petición" sólo es la bocamina. Habrá que adentrarse en la "oración de impregnación" -otros le dan nombres distintos- para alcanzar lo mejor de nosotros mismos, nuestras riquezas interiores, nuestro "santa santorum".
Solo en lo profundo se produce el encuentro y el abrazo con el Dios que nos inunda. Quien se conforma con la "oración de petición" (habitualmente oración vocal) se ha sentado al borde de la bocamina sin llegar a tocar los tesoros de su yacimiento interior.
Trataré en la próxima meditación de un tipo de súplica sobre la que me han preguntado: la intercesión. En mi opinión desvirtúa el verdadero rostro de Dios. Lo someteré a vuestra consideración.
(Esta parte es muy importante. No he podido cortarla y me ha salido muy larga. Podéis leer por separado cada apartado con provecho. Perdonadme.)
Quien intercede pretende recordar a Dios "sus deberes" o que un enchufado se los recuerde. Es decir, pretende instruir a Dios y se muestra más misericordioso que Él, puesto que el "intercesor" SÍ se acuerda de hacer misericordia.
El "intercesor" se considera bueno y misericordioso (y seguramente lo es). Pero con su oración manifiesta que el Dios al que reza ya no es tan bueno y misericordioso, puesto que necesita que alguien le empuje a hacer misericordia. Considera que uno o más intermediarios aduladores le convencerán.
Esto ya sería suficiente para calificar de "necia" tal práctica. Aquí podría dar por terminado este escrito. Pero insistiré un poco más por si quiebro la terquedad de la rutina en alguna conciencia.
Cuando oigo hablar de intercesión, me chirrían todos los goznes. "Interceder", en nuestra preciosa lengua española, significa "hablar en favor de otro para conseguirle un bien o librarlo de un mal".
1. La intercesión por alguien vivo
Cuando intercedemos por una persona nos comportamos como si Dios fuese un potentado, que no conoce a nuestro colega, y "se lo recomendamos" para que le haga algún favor. Estamos rebajando a Dios a la estatura de un "poderoso hombrecillo" y a nuestro amigo a la condición de "desconocido" en vez de "hijo".
¡Qué dos errores tan enormes! Si estuviéramos seguros de que Dios es Padre, que nos conoce y cuida uno a uno (“hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados” – Lc 12,7), que se vuelca permanentemente por mí y por el otro, nos daría vergüenza recomendar a alguien a su propio Padre.
Por eso la oración de intercesión me parece un disparate promocionado desde arriba (como tantas otras bárbaras antiguallas). Es una necedad de puro necio ("ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber; falto de inteligencia o de razón; terco y porfiado en lo que hace o dice" RAE). Y no me da rubor alguno gritarlo a los cuatro vientos. Cuando se trata de orar por alguien, a lo más que llego es a musitar:"Señor QUIERO acogerle, amarle y apoyarle como Tú lo haces".
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2. La intercesión de la Virgen y los Santos
Tampoco es real ni posible la intercesión de los Santos o de la santa Madre. No necesitamos intermediarios, recomendaciones, ni enchufes. (Aquí algunos me mandarán a hacer puñetas, pero les animo a seguir leyendo, salvo que sus "ideológicos y gregarios prejuicios" les hayan cegado).
Dios nos quiere más que todos ellos juntos porque su amor es infinito y el de ellos finito. No necesita que nadie se lo recuerde tirándole de la manga.
La gran ayuda de los Santos y de la Madre es su ejemplo. Son las montañas del horizonte que nos ayudan a orientarnos, los indicadores que jalonan y animan nuestro camino. A veces necesitamos besar el indicador agradecidos, incluso descansar a su sombra, pero es de necios agarrarse al indicador y dejar de caminar. Tan necio como intentar beber del cartel que te señala la Fuente. Tan necio como confundir al lazarillo con la Luz.
3. El origen de la intercesión
El origen de la intercesión me parece verlo -un caso más- en las adherencias judías del cristianismo y especialmente en el principio de expiación: "La Justicia siempre exige reparación". O expías tú o expía otro por ti. O ruegas tú o ruega otro por ti. Hay que saturar al Poderoso con méritos, reparaciones y súplicas para conseguir borrar su enfado y que nos sea propicio.
No hemos asimilado el rostro del Padre revelado por Cristo. No le hemos hecho ningún caso: "a vino nuevo, odres nuevos" (Mt 9,17), por eso hay tanto Evangelio vertido por el suelo.
Nos mantenemos atados al temor, a la medida, al "diente por diente". No nos hemos abierto al Dios Amor, al Dios Padre y Madre que nos busca insistentemente. Todavía pensamos que hay que enviarle poderosos emisarios, personalidades influyentes, repetidas solicitudes, para doblar su brazo y obtener su favor.
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4. La intercesión a la inversa es la buena
Yo entiendo la intercesión a la inversa. Es el Padre el que nos llama, el que nos envía mensajeros y lazarillos que nos despierten y orienten.
Nuestra Madre, los Santos y cuantos nos quieren bien interceden ante nosotros con su ejemplo y sus palabras. Cuando nos acercamos a ellos nos gritan por dónde se regresa al Padre, nos convencen de la certeza de su amor. Nos repiten: "Haced lo que Él os diga" (Jn 2,5), por ahí se llega.
El favor de Dios está garantizado. No es necesario que nadie le empuje para que salga a buscarnos. Él siempre nos espera en el camino con los brazos abiertos y la mesa puesta. No lo digo yo -mero copista- lo afirma el Evangelio.
Nuestro Dios, el de Jesús de Nazaret, el de la "parábola del hijo pródigo" (Lc 15,20), no necesita intercesores. ¿Lo creeremos algún día? ¿O seguiremos creyendo a los curas antes que al Señor? Él mismo en su despedida nos lo dejó bien claro: "Yo no os voy a decir que rezaré por vosotros al Padre, porque el mismo Padre os ama, ya que vosotros me habéis amado y habéis creído que yo salí de Dios" (Jn 16,26).



5. La intercesión por los difuntos
¿Y la intercesión por los difuntos? Un disparate aún peor porque, además, lo han convertido en negocio.
¿Es decente decirle a Dios que recuerde? ¡Pero qué desmemoriado es ese ídolo, al que rezan los rutinarios, empujados por una liturgia indecente!
¿Y no es ofender a Dios el ponerle "deberes"? Menos mal que Él no se ofende por nada. ¿Será que los difuntos caen en la nada o en un fuego terrible y somos nosotros quienes tenemos que salvarlos?
Cuando alguien muere salta a los brazos de la infinita Misericordia. Ya no podemos hacer nada por ellos, traspasaron nuestras fronteras. Hay que socorrer y ayudar a los "vivos" y no a los "muertos". Acoger, consolar, acompañar, abrazar y ayudar a los que se quedan huérfanos, viudos, solos, doloridos por la ausencia del que se fue. Esa es nuestra misión cristiana. Nunca decirle a Dios que sea misericordioso. ¿Podrá olvidar cuál es su esencia?
Y si recordamos a nuestros muertos que sea para no olvidar su ejemplo y su sabiduría, perdonando sus errores. Eso es lo cristiano. Y jamás PAGAR por las oraciones de nadie. Eso es un grave pecado que se llama "simonía".
Si Jesús apareciese de nuevo iba a correr con un vergajo a los "guías ciegos" que han montado un negocio con los muertos. "In illo tempore" negociaban en las afueras del templo con palomas y corderos ("no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio" Jn 2,16). Nuestros contemporáneos lo han superado: Han metido el negocio en el templo y en el mismísimo altar. ¡Pobre Pueblo de Dios, cegado y sometido por unos "guías ciegos" absolutistas y embriagados de sí mismo!
"Guardaos de los maestros de la ley, a los que les gusta llevar vestidos ostentosos, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros puestos en las sinagogas y que devoran los bienes de las viudas mientras aparentan hacer largas oraciones" (Lc 20,46).
Insistiré una vez más: Nuestro Dios no necesita mediadores, ni influencias, ni expiaciones, ni holocaustos, ni sacrificios, ni pagos para rescatar a los muertos. Somos nosotros los que necesitamos despertar de nuestra inconsciencia, de nuestro aletargado sueño, de nuestro complejo de esclavos.
Nuestro Dios es un Torrente, una Catarata infinita, la Atmósfera que nos da vida. Vivimos por Él, con Él y en Él, llamados por nuestro nombre, deseados, esperados, amados y abrazados... Nuestra tragedia es que no lo creemos, ni nos enseñan a creerlo. Huimos, vivimos escondidos como miserables cuando somos herederos enormemente ricos. Es realmente una tragedia, una enorme tragedia de la que podemos y debemos salir.
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6. Abandonar la necia intercesión
Por tanto, ni intercesión, ni intercesores. Desde que lo he descubierto, mi relación con la Madre y los Santos es más cercana, más fluida, más amorosa. Ya no les pido, ni siquiera les hablo, les escucho y con ellos adoro: "Glorifica mi alma al Señor y salta de júbilo…" (Lc 1,46).
Ya no intento influir EN ellos, me dejo influir POR ellos. Me he dado cuenta que la oración no consiste en "pedir" sino en "abrir" a quien está deseando entrar.
Cuando se trata de orar por otro ya no "intercedo" -pretensión fatua- sino que me dejo empapar de fraternidad, amor, ayuda… hacia esa persona o grupo. Ahora sé que "el mismo Padre los ama", no necesitan influencias.
Cuando "vivo" el amor a una persona y se lo cuento al Señor, no consigo nada especial del Cielo. Solo consigo que mi amor se ensanche, crezca y se oriente a esa persona concreta.
Si esa persona está presente en mi vida, sin duda notará mi amor en múltiples detalles (trato, sonrisa, apertura, paz, escucha, apoyo, luces, etc.). ¡Mi oración ha sido eficaz! ¡He ayudado al otro!
Si esa persona está ausente, la fuerza de mi amor le llegará secretamente. Las vivencias espirituales se transmiten a más velocidad que la luz. Si la telepatía -por ejemplo- está demostrada, ¿cómo no creer en las energías espirituales?
Cuentan que las lágrimas de santa Mónica conmovieron a Dios y le concedió la conversión de su hijo Agustín. ¡Totalmente falso! Fue el amor y la insistencia de una madre lo que movió al hijo a abrirse al Dios que su madre reflejaba. Y, ya se sabe, en cuanto Él encuentra un resquicio… nos inunda.
Disparata quien afirma que "arranca" favores a Dios. Nada hay que arrancar, lo tenemos todo pre-concedido porque Él está pirrado por nosotros. Somos nosotros los que tenemos que "arrancarnos" de nuestra necedad e indolencia para caer en sus brazos.
Pretender "transformar" o "conmover" a Dios para que nos sea favorable es un tremendo error y una infantil idolatría. Somos nosotros los que debemos transformarnos en "su imagen y semejanza" (nuestra identidad profunda) y conmovernos ante el bien que evitamos y el mal que promovemos o no frenamos.
La verdadera oración se nota en esta sencilla ecuación: oración = transformación. Cuando decididamente busco que el bien me inunde, estoy creciendo yo y llamando al corazón del otro. Si abre, mi oración será eficaz también para él.
Cuando la oración hace crecer el bien en mí, redunda en el retroceso del mal en el otro. Cuando ambos nos sumergimos en el Bien, la oración nos convierte en racimo que madura al Sol. Es la "comunión de los santos", "vencer el mal con abundancia de bien" (Rom 12,21).
La oración por otro no es un triangulo: YO suplico al CIELO para que ayude al OTRO. Más bien es una conexión horizontal entre YO y el OTRO. Se parece a ese infantil juego del agua en el que cargamos nuestros globos o juguetes en el mar y nos empapamos con algazara el uno al otro. El frescor y la caricia del agua nos empuja a sumergimos con alegría en el inmenso Mar cercano, siempre abierto y disponible.
La oración -toda clase de oración- o es transformante o no es NADA. Por eso es esencial preguntarse:
- ¿A quién estoy orando? ¿Con quién conecto?
- ¿Con el lejano "ídolo cicatero" al que pretendo arrancar algún favor?
- ¿O con el Dios Torrente cuyo amor gratuito se está volcando permanentemente sobre mí?
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7. La buena intención del Pueblo
Alguna vez me ha interpelado alguien y me ha dicho: Eres un bruto hablando y escribiendo estas cosas. No tienes en cuenta la "buena intención" de los sencillos fieles.
A lo que suelo contestar: ¿Y dónde está la erudita buena intención de los "sabios y entendidos" que guían al Pueblo? ¿Es que son más tontos que yo? A esto ya no me suelen responder.
Pero lo más grave no es eso. Lo gravísimo es que la "buena intención" NO basta, de ninguna manera basta. Es básico identificar a quién oras, a qué Dios te estás dirigiendo. ¿Al Abba de Jesús o a ídolos varios?
Con "buena intención" rezaban y sacrificaban a los dioses del Olimpo. Con "buena intención" adoraban al sol muchos terrícolas. Con "buena intención" se sacrificaban vírgenes y niños en distintos pueblos y épocas. Con "buena intención" quemaban los inquisidores a seres humanos. Y hoy mismo, con "buena intención" se practica el terrorismo religioso…
Y, sobre todo, lo más importante para los cristianos:
Con un celo exquisito y "buenísima intención" crucificaron al Señor unos guías religiosos totalmente legales y ortodoxos. Pero los cristianos judíos se lo atribuyeron (y seguimos atribuyendo hoy con nuestros "guías ciegos") a la "expresa voluntad del Padre"… ¡Qué disparate!
Hoy mismo los guías de nuestra Iglesia con "buenísima intención" -no me cabe duda- conducen al Pueblo por oscuras cañadas.
Con prepotencia porque no escuchan a los fieles laicos, con absolutismo porque imponen sus "verdades erradas" (a la luz de una mínima inteligencia), con pertinacia y rutina porque no hay visos de que quieran cambiar.
¿Ante esto qué debo hacer YO con mi "buena intención" de mínimo fiel laico?
¿Seguir a los crucificadores o al Crucificado?
"Se cumple en ellos la profecía de Isaías: Porque el corazón de este pueblo se ha vuelto insensible; se les han embotado los oídos, y se les han cerrado los ojos. De lo contrario, verían con los ojos, y oirían con los oídos, entenderían con el corazón y se convertirían, y yo los sanaría" (Mt 13,15 - Is 6,9).
La buena intención NO basta. De ninguna manera basta.
Hay que VER y OÍR. Seguir al Espíritu Santo que te empuja desde dentro con inteligencia y libertad. No somos esclavos, sino "hijos de Dios", incluso frente a nuestros Jerarcas religiosos.
¡Pues sí que se ha armado oiga! Esta larga meditación ha levantado ampollas y me han llovido improperios. Posiblemente porque no "meditaron" y solo leyeron. Sin embargo, fueron muchas más las bendiciones.
Me ha causado especial dolor la acusación de escandalizar a "los sencillos", porque camino entre ellos huyendo de los simples.
Me es imposible callar "lo que he visto y oído" (He 4,20) precisamente porque ansío ayudar a "los hambrientos", a los que buscan con sencillo corazón. "Los hartos", estáticos en su hartura, llenos de sabiduría y rutina, inmunes a toda conversión, no me interesan. No es mi carisma.
Confieso mi sorpresa por las descalificaciones, insultos, ironías y ataques a mi catolicidad. Quienes así se manifiestan se sitúan fuera de la caridad y, por tanto, fuera del Evangelio. Aunque debo agradecerles sinceramente su vacuna contra toda vanidad.
Mis meditaciones se publican en diversos medios para hacer el bien. Las escribo con el corazón más que con la cabeza, desde experiencias más que desde teoría o ciencia. Son "confesiones de un pecador en proceso de conversión", con muchos errores a su espalda. ¡Que nadie se ofenda, por favor!
Si no te hace bien lo que escribo, deséchalo. ¡Busca lo que te contagie vida! No dicto lecciones y mucho menos dogmas. No hago más que exprimir mis pequeños descubrimientos. Pero vayamos a las siete aclaraciones.
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1. No descalifico la "oración de petición"
Es imprescindible para la fragilidad y pequeñez del ser humano (ver Parte II). El problema está en cómo oramos, qué pedimos y a quién. Es esencial ser conscientes de todo eso. La "oración de petición" no sólo es buena, puede ser óptima.
Hay oraciones sublimes bajo apariencia de petición, como el "Veni Creator Spíritus", la secuencia "Veni Sante Spiritus", las invocaciones "Alma de Cristo santifícame", la oración al Crucificado "Miradme oh mi amado y buen Jesús", la de san Buenaventura "Traspasa dulcísimo Jesús y Señor mío", etc. Hoy apenas se usan, las consideramos demasiado almibaradas y anticuadas. Sin embargo, son un verdadero crepitar de corazones incendiados, expresión de aspiraciones profundas de enamorados.
Vengo defendiendo -aunque parezca un contrasentido- que en la "oración de petición" más que PEDIR hay que EXPRESAR nuestras aspiraciones y nuestras necesidades humanas. De esa manera las aspiraciones toman volumen, se expanden, crecen y, si es en comunidad, se contagian. Las necesidades al expresarlas, contarlas y sacarlas fuera, pesan menos, uno se desahoga y descansa en Quien nos cuida siempre.
Eso nos prepara para ACTUAR o ACEPTAR, verbos muy olvidados. Esto no es Teología es pura Sicología. Es justamente lo que hacen los que van al sicólogo. ¿Hay algún sicólogo mejor que Jesús de Nazarert?
Dios no necesita nuestras oraciones, ni le convencen de nada, ni le mueven a actuar de otra manera, ni va a retirarnos su favor sin ellas. Somos nosotros los que necesitamos la oración -esa bendita sicoterapia- para apoyarnos, afirmarnos y avanzar. Los milagros ya están dentro de ti, en las potencialidades que recibiste al nacer.
El "milagro de la espiga" ya está en el grano de trigo que se deja transformar en la oscuridad de la tierra. El "milagro de la bombilla" está en vaciarse y abrirse a la energía para incendiarse. Los "milagros de los santos" no son concesiones extraordinarias de lo Alto, son la manifestación de su transformación. La "imagen y semejanza" creció y les tomó, como el fuego convierte al hierro en pura incandescencia.
No hay posibilidad de milagro sin transformación. Los milagros nacen de "abajo", no llegan de "arriba": "Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este monte: vete de aquí para allá, y se trasladaría; nada os sería imposible" (Mt 17,20). Lo que Dios quiere es que su vida -su reino la llama el evangelio- crezca en nosotros y nos haga felices: "en cambio, buscad que Él reine y lo demás se os dará por añadidura" (Lc 12,31).
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2. No niego que haya que rezar por otros
Lo que digo es que tendríamos que ser conscientes de a quién oramos y situarnos en coherencia. Mejor PRESENTAR al otro y nuestra aspiración a ayudarle que COLGARLE al Señor las necesidades del otro como si fuera un perchero milagroso.
Hay que partir de la convicción (fe) de que Dios ya está volcado por el otro y no hay que CONSEGUIR nada. Más bien hay que IMITAR sus actitudes hacia ese hermano: "¿Además de traerte a esta persona querida, Señor, qué puedo yo HACER por ella siguiendo tu ejemplo? - ¿Cómo puedo SER para ella tu abrazo, tu beso, tu consuelo?". Puede que nos sorprendan las respuestas.
Las súplicas (incluidas las preces de la Misa) no deberían ser para COLGAR de Dios las necesidades humanas y apaciguar nuestra conciencia. Deberían ser para COMPROMETERNOS con las soluciones posibles hoy.
Nosotros somos las manos de Dios. Y, como son tan pequeñas, necesitamos hacerlas crecer. ¿La manera? VIVIFICAR nuestras aspiraciones identificándolas y expresándolas. GRITAR nuestro deseo de ayudar: ¡Quiero ayudar a esta persona, Señor, muéstrame cómo! Esa forma de pedir nos vitaliza y nos predispone a responsabilizarnos, a solidarizarnos, a MOVILIZAR nuestros recursos internos y externos para ayudar.
Saldríamos de la oración (o de la Eucaristía) más o menos "transformados", según la intensidad con que hayamos vivido y expresado nuestras aspiraciones profundas. Por desgracia, solemos salir como entramos: "solitarios entre solitarios, codeándonos más que conociéndonos" (Marcel Legaut). Eso sí, con la conciencia anestesiada porque ya le hemos colgado a Dios o a los santos nuestras responsabilidades. Eso explica tanta atonía, tanta rutina, tanto aburrimiento y tanta desbandada.
Cuando hablo de responsabilidades no penséis en grandes cosas. Somos demasiado pequeños. Se trata de dar nuestro pasico de hoy, el que podamos. Se trata de VIVIR lo que decimos que creemos. ¿Cuánto cuesta un beso, un abrazo, una sonrisa, una palabra de aliento, una caricia, un piropo sincero, un "estoy contigo", un "yo te acompaño a casa" o un "estamos en buenas manos"?... "Muéstrame tu fe sin obras (sólo intercesión) y yo con mis obras te mostraré mi fe" (Sant 2,18).
No tiene sentido que una ola interceda ante el Mar para que conceda agua a otras olas. Más bien la ola "intercesora" debería hacerse consciente de quién es y dónde está para aprovechar su fuerza y levantar las olas desvanecidas.
La fe no consiste en creer que puedo CONSEGUIR sino en FIARME del Mar -en el que estoy sumergido- y apretarme, fundirme, solidarizarme, abrazarme con esas otras olas por las que me preocupo. Cualquier oración comunitaria debería ser una "sinfonía de agua" cantando al Mar.
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3. Tampoco niego la influencia de la Virgen y de los Santos en nuestras vidas
No soy un iconoclasta. Para mí, la presencia de Madre en mi vida es esencial. Lo que digo es que no son intermediarios y, por tanto, no se puede hablar de intercesión. Más que orar A los santos hay que orar CON los santos. Y con Madre, por supuesto. Más que pedir hay que VIVIR nuestras aspiraciones CON ellos y COMO ellos.
Nuestra Madre es justamente eso, una "madre" que educa, enseña, aconseja, consuela y acompaña. No es una "diosa menor" a la que haya que pedir milagros, ni el brazo misericordioso que los arranca de un "dios solemne y rígido".
Es la Madre de nuestro Señor y nuestra, la llena de gracia, nada más y nada menos. Los "excesos católicos" en este tema propiciaron (y propician) la huida de hermanos nuestros, temerosos de caer en idolatría. Hay que reconocerlo por mucha carga popularista que tengamos en contra. Ella no es el Camino, solamente quien me impulsa por Él.
Sugiero estas advocaciones: Virgen del Horizonte (imagen de una bellísima mujer judía, con la cabeza descubierta, ataviada para el viaje, con el brazo derecho extendido hacia un camino que se sumerge en el horizonte; en la peana esta leyenda: "Buscad su rostro"); Virgen de la Adoración (la misma mujer profundamente postrada con éste rótulo al pie: "Glorifica mi alma al Señor"); Virgen de la Alabanza (la misma mujer con los brazos extendidos a lo alto y esta frase a sus pies: "Salta de júbilo mi espíritu en Dios mi salvador". Tal vez algún artista se atreva a plasmarlas.
Todos los que nos aman (en el cielo o en la tierra) NUNCA llegarán a amarnos y estar tan cerca de nosotros como el Padre. Ellos son sólo sus seguidores.
Pueden influir en nosotros pero no pueden influir en Dios porque es Inmutable. En esta afirmación -una evidencia para mí- podría resumirse todo lo que vengo diciendo sobre la intercesión.
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4. "Cada uno hace lo que puede y es muy respetable"
Así me responde un comentarista enojado. ¡Tiene razón! No se puede hacer más que "lo posible" en cada momento. ¡Cierto! Otros me dicen que la intercesión es "de siempre" y figura citada expresamente en la Escritura. ¡También cierto!
Pero... el ser humano es progresivo, está llamado a crecer y madurar ("sed perfectos..."). Las potencialidades del hombre son enormes, bastaría observar el progreso material para darse cuenta. ¿Renunciaremos al progreso espiritual? ¿Nos quedaremos en "esto es lo que me enseñaron mis abuelas", "se ha hecho o dicho así siempre"?
Estamos llamados a crecer -las citas del Evangelio serían interminables-. Y crecimiento significa "movimiento, cambio, progreso, maduración". El inmovilismo, bajo cualquier ropaje sagrado o profano que se esconda, es totalmente negativo para el cuerpo y para el alma. Lo que hoy no veo o no puedo, tal vez lo vea o pueda mañana.
El cristianismo es Camino. No es posible permanecer en camino sin caminar.
El cristianismo es Verdad. No eres de la verdad si no te "desnudas" y te dejas penetrar por ella hasta lo más íntimo, aun "soltando" los libros.
El cristianismo es Vida. No estás vivo si no creces y maduras.
Hay quienes ven en la Escritura un límite, una gran cárcel, y la utilizan para encerrarse y encerrar a otros. Incluso para amenazarles, injuriarles, despreciarles y agredirles. No practican la Palabra sino "el palabrazo" que es, justamente, la negación de la Palabra.
Estoy convencido de que la Escritura es una oportunidad, un inmenso camino por recorrer, un precioso canto a la luz, la libertad y el amor, genes dominantes recibidos del Padre. Hay quien confunde la perla -me decía una lectora uruguaya inteligente- con la rugosa valva, la ostra o la baba.
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Nos lo dejó dicho el Señor: "Muchas cosas tengo que deciros todavía, pero ahora no estáis capacitados para entenderlas. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará a la verdad completa. Pues no os hablará por su cuenta, sino que os dirá lo que ha oído y os anunciará las cosas venideras" (Jn 16,12). ¿Quién se atreverá entonces a enjaular la Luz? ¿Quién le pondrá cadenas al Espíritu?
No me preocupa que en la Escritura se mencione la judaizante "intercesión". Si descubro que esa palabra u otras me impiden poner a Dios en el lugar supremo de mi vida, si me oscurecen su Rostro, si me impiden ver su Amor, es que no son perla.
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5. La santa Misa
Algunos me golpean con el Misal llenito de intercesiones. La santa Misa es nuestra suprema oración comunitaria, la "celebración" gozosa de nuestras aspiraciones, especialmente adoración, alabanza y acción de gracias.
También el "llanto" por nuestras necesidades. No para que sean atendidas -que con toda seguridad lo están- sino para "descargar" el corazón y unirnos a las aspiraciones del Anfitrión.
Ese doble movimiento: expresar las necesidades y adherirse a las aspiraciones del Señor, me dará luz y fuerza para los caminos a caminar.
Sobran las intercesiones y la rutinaria memoria de tanto principal. Estoy convencido de que el Misal puede y debe mejorarse con oraciones más "vivas" y realistas, menos abstractas, rutinarias y anticuadas (por ejemplo, las referidas a una redención por sangre). Cabe celebrar desde el fondo con palabras preciosas -que las hay- evitando que otras te obstaculicen orar con Él, por Él y en Él.
Y ya que estoy en Misa permitidme deciros lo que he descubierto porque hay mucha confusión y oxidada doctrina al respecto:
- No es un sacrificio por mucho que lo citen los que mandan (no son Dios ni poseen la verdad absoluta). Esa palabra nos retrotrae al judaísmo, de feliz memoria, pero del que intento alejarme porque soy cristiano. Más bien es Misericordia: "Misericordia quiero y no sacrificios" (Mt 12,7).
- No es, de ninguna manera, la renovación del sacrificio de la cruz. Si así fuera, estaríamos renovando un "asesinato legal", el cometido por la jerarquía judía. Si tal cosa pudiera yo asumir, tendría que dejar de asistir a Misa, porque celebrar un asesinato es un grave pecado (eso me dice mi conciencia). Y mucho más si se trata del asesinato de mi Señor.
- No es el memorial de la pasión y muerte del Señor. Cuando dijo "haced esto en memoria mía" (Lc 22,19) hablaba, en una cena fraterna, de "entrega por vosotros" (lo que fue toda su vida). No lo dijo desde la Cruz.
- NO es ninguna mediación o intercesión ante el Padre. No necesitamos mediadores puesto que "en Él vivimos, nos movemos y existimos" (He 17,27). ¿Necesita un bebé en el seno materno mediadores para alcanzar el cuidado de su madre?
- SÍ es una comida fraterna para celebrar el AMOR y la ENTREGA que debe unirnos entre nosotros y a Él. No puede haber Comunión si no hay ADHESIÓN. Si no vas a Misa a "partirte, repartirte y entregarte" en decidida ADHESIÓN a su Cuerpo (Persona) y Sangre (Vida), no puedes comulgar. Y si lo haces, practicas un rito inútil. Por eso tantas y tantas "comuniones físicas" sin transformación, que es lo esencial de toda oración y sacramento.
- SÍ es un canto de ALABANZA y ALEGRÍA por la renovación de nuestra ADHESIÓN a nuestro Señor.
- SÍ es un ENCUENTRO fraterno para motivarnos y apoyarnos mutuamente a descubrir y seguir el Camino.
¿Vives todo eso cuando asistes a una Misa?
Si no, estás haciendo un ejercicio piadoso de "buena voluntad". Solo eso. Nos lo deberían recordar insistentemente la Liturgia oficial y el Oficiante, pero por desgracia…
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6. El santo Rosario
Es una oración maravillosa y acumula las oraciones primarias de todo cristiano. Para mí, que crecí a los pies de la Virgen del Rosario, tiene todavía más carga emotiva. Quien lo reza sólo con los labios o sólo pasa cuentas, sacará poco provecho. Más fruto sacará quien reza esa “salmodia popular” mientras su corazón se sumerge en ese Padre, al que invoca, o paladea la compañía de la Madre.
La llamo "oración de tren" porque se repite y avanza sobre raíles seguros. Cuando, siguiendo el consejo evangélico, "bogas mar adentro" (Lc 5,4) ya no te sirve el tren y cambias los raíles por el equipo de inmersión. Si la oscuridad, viento o tormenta, te impiden nadar, puede que vuelvas a ese tren seguro y te dejes llevar.
Me han hecho notar que el "ave maría" contiene una intercesión: "ruega POR nosotros". Sería más adecuado "ruega CON nosotros". No rezamos a María para conseguir mediación sino que acudimos a Madre para que nos acompañe y enseñe a sumergirnos en el Dios que nos abraza desde dentro. Un servidor reza así: "Santa María, Madre de Dios, ruega con nosotros tus hijos, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén".
Alguien me cita el "yo pecador" (oración oficial porque está en el Misal). Allí se dice: "Por eso ruego a santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor". Es evidente que sería mejor decir: "que me ayudéis a convertirme a Dios, nuestro Señor".
Tengo la esperanza de que éstos y otros brotes verdes del Pueblo sean pronto canonizados, es decir, recogidos por los pastores y propuestos a toda la Iglesia. No esperemos a que nos alimenten sólo desde arriba, como niños pequeños. Ofrezcamos a la Iglesia las espigas nuevas que brotaron en nuestros campos al calor del Espíritu. Así es como avanza nuestra Comunidad a la que cada uno debería ofrecer lo mejor de sí mismo.
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7. ¿Olvido la doctrina oficial?
A Pablo también le intentaron frenar los legalistas: "Éste incita a los hombres a que den culto a Dios en contra de la ley" (He 18,13). Y escuchó esta voz: "No tengas miedo, habla y no calles, porque Yo estoy contigo" (He 18,9). Yo no soy Pablo claro, pero estoy convencido de que "sus hermanos pequeños" podemos y debemos aportar a nuestra Iglesia lo mejor de nosotros mismos con valentía.
La "doctrina", recogida en libros, es la contabilidad pasada, el cierre anterior, la cristalización del pasado. ¿No habrá que estar muy atentos a las "novedades" del Espíritu? ¿Algún católico sincero puede pensar que ya le hemos agotado? El Evangelio dice cómo actuar: "poner la luz en el candelero" (Mt 5,15).
¿Acaso tú y yo no somos Iglesia? ¿Cómo se renovará la Iglesia si cada uno no aporta su propia renovación? ¿Qué es nuestra Iglesia? ¿Un cementerio de personajes célebres, de libros sabios, de rutinas multiplicadas? ¿O tal vez un Pueblo que camina, progresa, avanza, se renueva y busca apasionadamente al Padre del que nunca debió alejarse?
Los que creen que la Iglesia está asegurada por la "doctrina oficial" son unos ingenuos, razonan como terrícolas, de tejas para abajo. El "seguro a todo riesgo" de nuestro Pueblo está suscrito por el Espíritu Santo, no hay nada que temer. Sólo hay que dejarse inundar y ser dóciles a ese Maestro interior que se manifiesta en las "intuiciones profundas" de quien lo busca con sincero corazón. Los libros oficiales nunca pueden ser un obstáculo, deben ser una ayuda.
¿Por otro lado, hay doctrina "más oficial" que el Evangelio? ¿Aquél, al que queremos imitar, fue un cultivador de ritos y rutinas? ¿O más bien un reformador, un sembrador de vida y esperanzas nuevas? ¿Puso "el sábado" por encima de todo o puso todo -incluso su vida- para dar vida a sus criaturas? "He venido para que tengan vida y la tengan abundante" (Jn 10,10).
Que cada uno busque sus respuestas. Por mi parte, me siento orgulloso de pertenecer a un Pueblo que camina con la "gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Rom 8,21) bajo el brazo.
Hubo un tiempo en que las letras, los libros, las autoridades, los signos suntuarios, etc. me amedrentaban, dominaban mi "conciencia social" y "cerebral", me hacían dudar, me hacían sentirme culpable. Eran los tiempos del sometimiento al autoritarismo global y de mi total inmadurez.
Hoy me he dado cuenta que nuestra Comunidad Católica no está protegida por enormes murallas, ni por mandatos severos, ni por sabidurías centenarias. He podido comprobar que en nuestra Comunidad late el Espíritu Santo, que todo lo inunda, que todo lo ilumina, que todo lo renueva. Más que memorizar libros, necesitamos ser dóciles al Espíritu. A esa docilidad nos debe empujar -nunca frenar- la pedagogía de libros y doctrinas.
Juan Pablo II lo expresó magníficamente: "La fe se propone, no se impone". Si la fe no se puede imponer, menos aún la monocromía.
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Nuestra Iglesia es una Comunidad llena de luces, colores y carismas. ¿Cómo pretendes tú imponer tus rígidas cuadrículas?
Un profeta del siglo XX, Marcel Légaut, lo sintetizó así: "Herederos de una labor inmensa, visitados por una Presencia que no manda sino que llama. Empujados, levantados, solicitados, alzados por encima de nosotros mismos, emergiendo de la servidumbre, alcanzando la libertad. Obreros de un porvenir sin fin, inseparable de Ti, mi Dios".

No, hermanos míos, no. La "Iglesia oficial" no es para mí un ancla, ni una grúa que me mantenga en dique seco. ¡Todo lo contrario! ¡Es el velero que me invita a domar el viento, a conquistar horizontes, a descubrir al Señor en todos los rincones de la creación!
¡Es el velero que me permite superar el miedo a las aguas profundas y a mi propio miedo! Tal vez un tanto anticuado, con algunas tablas carcomidas y velas remendadas. Pero es mi velero, el que tengo, al que amo, el que me ha sido dado. No renunciaré a él por nada del mundo y en él gastaré mi vida. En su "reconstrucción" debo gastar mi vida, sí. Sin que me frenen los que levantan piedras contra mi predicación.
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Tengo claro que el timón de mi vida es mi discernimiento. Que mi responsabilidad, mi libertad y mi conciencia no pueden navegar en la bodega, que debo estar alerta y gritar a mis hermanos las tierras, luces o mares nuevos que entrevea. De ellos espero lo mismo. Y todos juntos reparar y modernizar nuestro barco para llegar más lejos y abrirnos a otros hermanos cristianos (¡qué escándalo tanta ruptura!).
A veces me siento frágil, ignorante, dubitativo, inconstante, incluso retenido y apaleado. Pero me tranquiliza oír la voz de Pablo a babor: "El Señor es Espíritu y donde está el Espíritu del Señor allí hay libertad" (2Cor 3,17).
Y a Santiago a estribor: "Hablad y obrad como quien debe ser juzgado por una ley de libertad" (Sant 2,12).
Pero lo realmente definitivo es oír la dulce voz del Señor a proa: "La verdad os hará libres" (Jn 8,32), "duc in altum" (Lc 5,4).
Finalmente, la certeza que habita mis escritos de religión es:
Dios nos ama infinitamente porque no puede hacer otra cosa, ya que Él mismo es el Amor. En consecuencia doy pistas de reflexión, delato o critico algunos andamios mentales o prácticas religiosas que oscurecen u olvidan esa verdad.
Si alguien cree que eso me aparta de mi Iglesia, que se haga revisar la vista."

Jairo del Agua

Bueno aquí dejo estas meditaciones. Que cada uno saque las consecuencias que quiera, yo por mi parte he sacado las mías y, sinceramente, creo que algunos conocen mejor a Dios, que el propio Dios y encima presumen.


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